miércoles, 8 de diciembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 7

SARA

 Cerró los ojos y se pasó las manos por la cara. Se le veía apesadumbrado, incluso harto, cansado. Luego me miró a los ojos y me dijo:

— Es mi última sumisa. La dejé justo unos días antes de que llegarás.

— Y ella no lo aceptó, supongo — le indiqué.

— Bueno, supongo, no lo sé, porque no he vuelto a verla ni hablar con ella, me llama, pero no quiero hablar con ella. No le he cogido el teléfono ninguna vez.

— Pues quizás deberías hacerlo — le aconsejé.

— No sé si sería una buena idea.

— Yo creo que deberías hacerlo, por lo menos para decirle que no quieres que te vuelva a llamar.

— Sí, quizás sí. No sé.

— Llámala, habla con ella y déjale las cosas claras. ¿Por qué tú no sientes nada por ella, no?

Me miró como si le preguntara algo extraño, y luego me respondió:

— Pues claro que no, para mí es sólo una más.

Permanecimos en silencio unos segundos y finalmente me preguntó:

— ¿Volvemos a casa?

— ¡Aha!

Volvimos y subimos directamente a casa, sin pasar por el restaurante, ya que estaba cerrado. Era casi la hora de cenar y Andrey me preguntó:

— ¿Qué quieres para cenar?


Me paré a pensar unos segundos y luego le dije:

— Oye, ¿por qué no haces una hamburguesa americana?

— ¡¿Quéee?!

— Pues eso, desde que he llegado solo me has cocinado platos rusos, pero no he probado nada de lo que se come aquí, me gustaría comer una de esas famosas hamburguesas americanas que hacen aquí.

Andrey sonrió y luego dijo:

— Está bien, pediré una hamburguesa típica americana para la señorita.

Sonreí feliz y después me dirigí a mi habitación y me puse cómoda. Había sido un día largo y entretenido, pero necesitaba sentirme cómoda. Primero decidí tomar una ducha para relajarme, después me puse el pijama y bajé al salón. No había rastro de Andrey en la casa, pero oí voces en el piso inferior, en el restaurante, y una de ellas era la de Andrey. Me asomé a la escalera y lo llamé:

— ¡¿Andrey?!

— ¿Es ella? — oí que preguntaba una voz femenina.

— ¡No, Sara, espera, no, no subas! — vociferó Andrey.

Pero la chica no le hizo mucho caso, porque oí sus pasos subiendo la escalera, me asomé y enseguida la vi, era una chica pequeña, delgada, de pelo castaño, que al verme ella se detuvo en seco a media escalera. Andrey iba tras ella.

— Hola, ¿eres Sara? — le pregunté.

— ¿Sabes quien soy? — me preguntó la chica contrariada.

— Sí, claro, Andrey y yo no tenemos secretos. Sé quien eres, la relación que tuvisteis y puedo adivinar porque estás aquí — le respondí con dignidad.

Y entonces pareció arrepentirse, y se dio la vuelta topándose con Andrey.


— Creo… que me he equivocado viniendo aquí — le dijo bajando la mirada al suelo — Lo siento.

— Ya te lo he dicho, lo nuestro no tiene futuro, te lo dije el otro día, te lo he dicho siempre.

— Ya, pensé que quizás tenía alguna posibilidad, que… no sé… lo siento. Buenas noches — dijo pasando junto a Andrey y bajando de nuevo por las escaleras para salir de allí.

Andrey me miró interrogante, luego bajó tras ella tras decirme:

— Lo siento.

Mientras yo volvía al salón, oí que él se despedía de la chica y cerraba la puerta tras él. A los treinta segundos entraba por la puerta azorado disculpándose:

— Lo siento, de verdad, no sabía que ella vendría, no quería…

— Lo sé — le dije interrumpiéndole — no te preocupes.

Y justo en ese momento sonó el timbre del telefonillo, Andrey se acercó y preguntó quien era. Era el repartidor de comida a domicilio que traía nuestras hamburguesas.

 

Media hora más tarde ya habíamos dado buena cuenta de las riquísimas hamburguesas que por fin había podido probar. Mi primera comida típicamente americana me supo a gloria, y me hizo disfrutar de lo lindo. Me estaba comiendo el último bocado cuando Andrey acercó su boca a la mía y lamió en la comisura de mis labios, luego dijo:

— Se te estaba cayendo la salsa.

— Mentiroso, es una excusa para lamerle — le dije burlonamente.

— ¡Uhm quizás!

— Oye, si quieres irte con esa tal Sara, yo lo entendería — añadí cortándole el rollo.

— ¡¿Qué?, no! No, lo mío con Sara, no fue nada, tú eres ahora lo más importante para mí. Tú eres mi prometida, y estoy muy feliz de que así sea, y no quiero a ninguna otra, tú eres mi futuro y a ti te entregaré todo lo que soy. Las demás fueron solo un pasatiempo mientras te esperaba, pero para mí mi mujer siempre has sido tú.

No supe que decirle, me sentía halagada y feliz, por primera vez en mi vida yo era lo más importante para alguien que no eran mis padres. Andrey me tomó en sus brazos y me besó apasionadamente. Cuando rompió el beso, apoyando su frente en la mía me dijo:

— ¿Qué tal si te trasladas a mi habitación? Ahora ya no tenemos que rendirle cuentas a nadie. Si quieres y te parece bien, a mí me encantaría compartir mi cama contigo.

— Yo… no sé, vale — acepté finalmente.

La verdad es que me parecía una idea genial y me apetecía mucho, pero también me daba miedo. Compartir la cama y la habitación significaba compartirlo todo, y no sabía si estaba dispuesta a hacerlo, aunque si yo iba a ser su mujer, ¿se trataba de eso, no?, de compartirlo todo, absolutamente todo incluido la cama y era lo único que me quedaba por compartir con él.

Me cogió de la mano entonces, y subimos las escaleras hacia las habitaciones. Él sonreía feliz, me miraba con los ojos llenos de luz, la luz de la felicidad. Él se sentía feliz, yo me sentía feliz, ¿qué más podíamos pedir?

Una vez en su habitación volvió a besarme y tras el beso, me dijo:

— Me casaría contigo ahora mismo.

Sonreí feliz y le repliqué:

— Y yo contigo.

— ¿De verdad?, pues ¿por qué no lo hacemos?

— No podemos, ¿y nuestros padres, nuestras familias? ¿Lo haríamos aquí solos, sin los nuestros? — le pregunté.

— Yo no necesito a nuestras familias para casarme contigo y además, podemos hacerlo aquí tú y yo solos en un juzgado y después más adelante, casarnos allí en nuestro pueblo con nuestros padres y toda la familia en una ceremonia y una fiesta como la que ellos quieren.

Y justo en aquel momento sonó de nuevo su móvil, lo cogió y sobre la pantalla de nuevo el nombre de Sara.

— ¡Maldita mujer, ¿no me va a dejar nunca en paz?!

Vi que iba a darle a rechazar llamada cuando le dije:

— No, cógelo y dile claramente que no quieres saber nada de ella, creo que es mejor que no darle ninguna respuesta — le aconsejé.

— Está bien.

Contestó preguntando con cierto fastidio:

— ¿Qué quieres?

Obviamente no pude oír lo que le decía ella, pero sí vi que Andrey abría mucho los ojos y ponía cara de susto y finalmente contestaba:

— Sí, soy yo, está bien, ahora voy.

Cuando colgó me dijo:

— Tengo que irme, Sara está en el hospital y yo soy su único contacto.

Me quedé atónita y sorprendida al oír aquello ¿no tenía familia aquella chica?, ¿ni amigos tampoco?

— Pero…


Me dió un beso suave en los labios y cogiendo sus cosas dijo:

— Te llamaré en cuanto pueda.

Salió corriendo de casa y me quedé allí estática sin saber qué hacer, así que me puse el pijama y me metí en la cama. Estaba cansada y tenía sueño, lo mejor sería dormir, pensé.

El ruido del despertador me despertó, casi me asustó de lo fuerte que había sonado. Al abrir los ojos por unos segundos no reconocí la habitación, pero luego me acordé. Era la habitación de Andrey. Miré el reloj, eran las ocho, y entonces recordé todo lo sucedido la noche anterior. Me extrañó que Andrey no hubiera llamado así que fui a buscar mi móvil. Y al cogerlo empezó a sonar, era Andrey. Descolgué:

— ¿Sí?

— Hola nena, mira vas a tener que abrir el restaurante tú — me dijo a bocajarro — cuando lleguen todos habla con Mijail, él te dirá cuál es el menú y todo lo que hay que hacer antes de abrir a los clientes, ya he hablado con él. Volveré lo antes posible.

Y sin dejarme decir ni preguntar nada colgó. Me quedé atónita, sin saber que hacer, así que pensé que lo mejor sería vestirme y bajar al restaurante. Cuando bajé Mijail estaba esperando en la puerta para que le abriera.

— Buenos días — me saludó.

— Buenos días, ¿te ha contado todo Andrey?

— Sí, bueno me ha dicho que hoy voy a tener que llevar el restaurante, que me tengo que ocupar de todo, que él está en el hospital y que no sabe cuando vendrá. Pensé que quizás eras tú la que estabas mal, pero cuando me ha dicho que tú me abrirías me he quedado un poco sorprendido. ¿Con quién está él?

— Bueno, anoche nos llamaron. Sara una amiga suya tuvo un accidente al parecer y él era la persona de contacto, no sé nada más, no me ha contado nada — le dije.

— ¡Ah bien, bueno, vamos!

Nos dirigimos a la cocina y Mijaíl abrió la cámara frigorífica y observó a diestro y siniestro comprobando que tenía todos los ingredientes.

— Bien, creo que hay de todo lo que necesitaré así que no tenemos que ir al mercado. ¿Me ayudas a prepararlo todo? — me preguntó.

— Por supuesto.

Sacamos las cosas del frigorífico y las pusimos en las encimeras, al poco rato empezaron a llegar los empleados y Mijail les iba ordenando lo que debían hacer. Enseguida me di cuenta por qué Andrey lo tenía como su mano derecha en el restaurante, pues era tan eficiente y eficaz como él mismo. Además, mientras trabajaba, al igual que Andrey, estaba totalmente concentrado en lo que hacía, yo lo único que tenía que hacer era observar y controlar que todo se hacía como Andrey quería.

Estaba ocupada empezando a preparar las mesas para la comida, como me había pedido Mijail que hiciera, cuando recibí una llamada, pero no era de Andrey como hubiera deseado, era Alex.

— ¡Ey, ¿qué te pasa, por qué no has venido hoy a clase?!

— Hola, no he podido, hemos tenido una emergencia y Andrey se ha ido al hospital, así que he tenido que abrir yo el restaurante.

— ¡Ah, vaya!, espero que no sea nada grave lo de Andrey— dijo amablemente.

— Bueno, no sé mucho, solo que una amiga suya está en el hospital y como él era el único contacto que tenía lo han llamado y ha tenido que ir — le expliqué.

— Bien, en fin, te dejo que seguro estás ocupada. Nos vemos — se despidió.

— Sí, nos vemos, gracias por llamar.

Mijail se acercó entonces a mí y me preguntó:

— ¿Era Andrey?

— No, era un amigo de la universidad.

— ¡Ah vaya! ¿No te ha llamado desde esta mañana, no?

— Pues no y no sé que pensar y tampoco me atrevo a llamarle — le dije.

— Ya, entiendo. Mira, espera un poco más, y si no llama, llámalo tú — me aconsejó.

— Sí, eso tendré que hacer.

Las mesas ya estaban preparadas, en la cocina también estaba casi todo listo para empezar el servicio, solo faltaba media hora para que empezara y yo estaba con los nervios de punta. Generalmente, era Andrey quien recibía a los clientes, pero por primera vez tendría que hacerlo yo según me dijo Mijail, era lo correcto, lo adecuado puesto que era el empleado más cercano a Andrey y como él mismo dijo el día que entré por primera vez en aquel restaurante, yo era su mujer, y en un futuro no muy lejano sería dueña del restaurante al igual que él. Subí a casa para cambiarme y ponerme algo más elegante y adecuado al papel que debería interpretar, ya que llevaba unos pantalones cortos de mezclilla y una camiseta de algodón. Busqué en mi armario y saqué un vestido, uno de los que me había comprado el día que había ido con Karen a comprarme ropa. Era azul oscuro, de raso, de tirantes, con la falda ancha tipo años 60. Bajé de nuevo al restaurante y Mijail al verme me dio su visto bueno. Las puertas del restaurante se abrieron y los primeros clientes entraron y también lo hizo Andrey llevando a Sara colgada de su brazo. Casi me dio algo a verlos.

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