martes, 13 de diciembre de 2022

ENTRE TUS PIERNAS - MARTES DE RELATO HOT

 Estás fumando frente a la ventana de la habitación, llevas solo los calzoncillos y nada más y eso me gusta, porque puedo contemplar tu perfecto y joven cuerpo semidesnudo. Admirar tus músculos, tus curvas y como metes la mano dentro del slip para acomodar tus partes y eso me hace sonreír. Me parece mentira que estemos aquí juntos después de lo sucedido en los últimos días, que no han sido fáciles para ninguno de los dos. 


Primero porque tener que interrumpir nuestro fin de semana romántico debido al accidente que sufrieron Alberto y Mónica fue estresante. Y después porque ambos tuvimos que hacer frente a muchas cosas que nunca hubiéramos imaginado que pasarían. Tuvimos que ir al hospital directamente desde la casa de campo. Al parecer Alberto perdió el control de su vehículo en una curva, cuando iban al pueblo a buscar comida. Habían acampado en una zona muy bonita, donde tenían previsto pasar la noche. Y de camino al pueblo el coche se salió de la carretera. Alberto fue quien salió más mal parado, ya que se dio un fuerte golpe en la cabeza por el que estuvo en coma varios días. Mónica, gracias a Dios, al ir detrás y con el cinturón puesto, solo se rompió una pierna y varias magulladuras y golpes. Lo peor de todo, que a las pocas horas del accidente apareció la secretaria, preguntando por Alberto, preocupada, llorando y entre sollozos y lágrimas me confesó que ella y Alberto tenían una aventura y que él me estaba poniendo los cuernos. Evidentemente, tuve que echarla del hospital. Cuando Alberto recuperó la consciencia y todo volvió a su cauce, le pregunté sobre la relación con su secretaria, y me la confirmó, por lo que al volver a casa del hospital, le pedí que se fuera, que lo nuestro había terminado y que nos divorciábamos. 

Desde entonces, nuestros encuentros furtivos son lo que más alegrías me da, además de mi hija, claro está. Tenerte para mí, aunque sea solo por unas horas en este viejo apartamento me hace feliz. 

Te giras hacia mí y me preguntas: 

— ¿Qué vas a hacer con este apartamento? 

Es el piso donde me crie, donde crecí, y que mis padres me dejaron como herencia cuando murieron. 

— Probablemente, lo alquile — te respondo — voy a necesitar ese dinero, y además tendré que buscar un trabajo, aunque sea por horas. 

— Siento mucho todo esto — te disculpas. 

— ¿Tú? Tú no has hecho nada malo, todo lo contrario, me has ayudado mucho. Ha sido tu padre. Debería de haberlo visto venir, a fin de cuentas, dejó a tu madre por mí, ¿no? 

— Supongo. 

Te acercas a mí abrazándome, y mientras me miras a los ojos me dices: 

— Tengo una idea. 


Y dejándome con la duda, me besas. Mientras lo haces, me empujas suavemente hasta el sofá. Siento tu sexo creciendo entre los dos. Está claro que tienes ganas, igual que yo. Hace más de una semana que no lo hacemos y por eso nuestros cuerpos se buscan, nuestras manos se desean. Nos besamos y en un abrir y cerrar de ojos, nos desnudamos el uno al otro. Acaricio tu espalda desnuda, y tú me pones de espaldas a tí. 

— ¿Qué haces? — te preguntó. 

— ¡Shhh! — me haces callar, besas mi cuello, mientras deslizas tus manos por mi cintura.

Siento como pegas tu cuerpo al mío. Creo que quieres hacerlo de pie, mientras yo te doy la espalda. Recuerdo que no hace mucho, me dijiste que te atraía esta posición. Suspiro, me dejo llevar, contigo siempre me dejo llevar y eso me gusta. Desabrochas mi sujetador, que aún llevo puesto, y acaricias mis senos, los sobas, los estrujas, juegas con las aureolas, mientras yo gimo, me excito y continuo sintiendo tu polla entre mis nalgas. Besas de nuevo mi cuello y yo me estremezco. Siento como apartas mis braguitas que aún no me has quitado y luego como restriegas tu miembro por mi humedad. Quiero más, deseo más, y sé que tú también. Por eso no tardas en posicionar tu polla en la entrada de mi sexo y te deslizas lentamente dentro de mí. Gimo cuando te siento, me tiemblan las piernas, me tiembla todo en realidad. Y en pocos segundos nuestros cuerpos se acompasan, se sienten, bailan al ritmo del deseo y la pasión, sintiéndose, haciendo que el placer nos envuelva como si fuera un papel de celofán. Mi respiración se acelera, la tuya la acompaña, ambos gemimos hasta que en un último grito de pasión tanto tú como yo nos corremos. 

Descansamos en el sofá, acostados, abrazados hasta que miro el reloj.

— Deberíamos levantarnos, tengo que ir a buscar a Mónica. 

— Sí — dices besándome en el hombro suavemente. 

Me levanto del sofá y tú te incorporas sentándote en él. Mientras voy recogiendo mis prendas que están esparcidas por el suelo, tú me dices: 

— He estado pensando, que podría quedarme yo aquí — me suelta — por supuesto te pagaría un alquiler, pero así podríamos seguir viéndonos aquí, y tú tendrías esos ingresos que necesitas. 

Le miro, me lo pienso, la verdad es que no es mala idea, pero…

— ¿Qué dirá tu padre? No sé si es buena idea. 

— Qué diga lo que quiera, a fin de cuentas, tarde o temprano tendremos que contarle lo nuestro — me dices. 

Tienes razón, en algún momento tendremos que contárselo, decirle que tú y yo… sentimos algo el uno por el otro, pero…


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