QUITATE LA ROPA
Tras el fin de semana en que no volví a saber nada de Nico después de nuestro primer encuentro sexual, el lunes se presentaba como un día normal, o eso parecía. Era ya mi segunda semana en mi nuevo trabajo y me preguntaba como reaccionaría Nico al verme. Pero me sorprendió, porque aquel lunes me trató como si nada hubiera pasado entre nosotros el viernes en la fiesta. Me extrañó un poco, pero todo cambió cuando casi unos minutos antes de terminar la jornada laboral Nico me envió un mensaje en el que me decía:
"Cuando todo el mundo haya marchado, ven a mi despacho, tenemos que hablar de ciertas e importantes cosas"
Me desconcertó aquel mensaje, pero aún así, obedecí e hice lo que me indicaba. Pablo mi compañero, empezó a recoger todo y al ver que yo no lo hacía me preguntó:
- ¿No recoges? es hora de marcharse ya.
- Sí, pero quiero acabar esto - mentí, fingiendo estar ocupada en unos textos que debíamos traducir.
- Bien, entonces hasta mañana.
- Hasta mañana.
Todo el personal fue abandonando la oficina, hasta que finalmente me quedé allí sola. Comprobé que así fuera y entonces me dirigí hacía el despacho de Nico.
Le encontré tras su mesa, sentado, observando por el gran ventanal de su despacho hacía la calle. Era un ventanal que ocupaba toda una pared, acristalado y desde el que se podía ver toda la calle. Gracias a Dios, el cristal era tipo espejo, y desde fuera no podía verse nada.
- Buenas tardes - dije para que se percatara de mi presencia.
Se giró hacía mí y una sonrisa se dibujo en su cara al verme.
- Hola, ven siéntate, tenemos que hablar.
Entré, y me senté en la silla que había al otro lado de la mesa, expectante, mientras él seguía de pie. Tenía un vaso de lo que parecía algún tipo de bebida alcohólica en la mano y le dió un sorbo saboreándolo.
- Bueno, creo que el viernes ambos disfrutamos de nuestro encuentro en el baño - empezó a hablar, yo le escuchaba - y a mi me gustaría poder seguir de algún modo, aunque obviamente sería todo en secreto. Pero antes de seguir creo que debes saber algunas cosas -dijo - Primero que, me imagino que ya te diste cuenta, pero me gustan las relaciones BDSM y eso, así sería la nuestra, tú serías mi Sumisa y me obedecerías en todo momento, es decir, yo decidiría como, cuando y donde en cada momento y tú te limitarías a obedecer, a hacer lo que yo te pidiera. ¿Estarías dispuesta?
Le miré aún sorprendida por su confesión y sopesando los pros y los contras de aquella proposición.
- Sí - respondí algo desconcertada, y sin pensármelo demasiado, en aquel momento, estaba tan embrujada por él, que hubiera dicho sí a cualquier cosa. Luego pensándolo más detenidamente llegué a la conclusión que como siempre me ha gustado experimentar cosas nuevas y más en el sexo, esto iba a ser eso, un nuevo aprendizaje, una nueva experiencia.
- Bien, nuestras reglas son las siguientes:- Añadió, apoyandose sobre la mesa frente a mí - yo decidiré como, cuando y donde. Las instrucciones te las daré siempre por mensaje. No puedes llamarme, seré yo siempre quien te llame a ti. Llevarás siempre faldas, y sin ropa interior debajo, por lo menos cuando quedemos. Cuando te dé una orden siempre responderás: Si, Señor. Sino obedeces, te castigaré.
- ¿Cómo? - pregunté sorprendida.
- Uhm, no sé, tengo que pensarlo. Nunca haremos nada aquí en la oficina. Siempre será fuera, o en tu casa, o en la mía o en algún hotel. ¿Entendido?
- Sí.
- Bien, ahora vamos - dijo recogiendo su mesa.
- ¿Dónde? - pregunté confundida.
- No sé, a tu casa.
- ¿Ahora?
- Sí, ahora, ¿hay algún problema?
- No, ninguno. Vamos.
Recogí mis cosas y bajamos hasta el parking en el ascensor, donde aprovechó para besarme apasionadamente, pegando su cuerpo al mio y haciéndome sentir de nuevo su bendita erección. El ascensor se detuvo y salimos, dirigiéndonos a su coche al que subimos, e indicándole por donde debía ir, llegamos a mi casa. Subimos en el ascensor, hasta mi piso. Entramos y justo tras cerrar la puerta Nico me ordenó:
- Quítate la ropa.
Yo inexperta en eso de la sumisión le pregunté:
- ¿Aquí? ¿Ahora?
- Si, aquí y ahora. ¿Hay algo que no hayas entendido de lo que hemos estado hablando en la oficina? Venga, desnúdate.
Finalmente obedecí quitándome la ropa despacio, quitándome prenda por prenda. Mientras él me miraba paseando sus ojos por todos y cada uno de los rincones de mi anatomía. Cuando estuve totalmente desnuda me arrinconó contra la pared y me besó, sus labios sabias al licor que había tomado en su despacho. Luego, me puso de espaldas a él, sujetándome fuerte por el cuello, y metiendo su mano entre mis piernas acarició mi sexo, jugó con sus dedos acariciando mis labios, mi clítoris y finalmente me penetró con uno de sus dedos, me estremecí y cuando empezó a moverlo dentro y fuera de mí, no puede evitar gemir. Mi respiración era entrecortada, y la excitación subía poco a poco de mi sexo hasta extenderse por todo mi cuerpo.
- Ven, putita - me dijo, cogiéndome del cuello y llevándome hasta el salón.
Me llevó hasta la mesa y me hizo inclinarme apoyándome sobre ella. Sentí el frío de la madera en mis tetas y mi piel.
- Abre bien las piernas - me ordenó. Estaba claro que él llevaba la voz cantante, y cumplía a la perfección su papel de Amo y a mí me estaba gustando mucho aquello.
Qué él tuviera el control, que yo no tuviera que tomar ninguna decisión y sólo me dejara llevar por lo que él quería y pedía, me gustaba, me hacía sentir libre, por extraño que pareciera.
Cogió mis brazos, juntó mis muñecas y me las ató con un pañuelo. Sin saber porqué empecé a sentirme más excitada aún. Sentí que se ponía tras de mí, oí como bajaba la cremallera del pantalón y no tardé en sentir su sexo empujando en mi vagina para penetrarme. Gemí, y él se puso sobre mí. Dió un fuerte empujón penetrándome y entonces me dijo al oído:
- Ahora voy a follarte tan fuerte como nunca antes lo haya hecho nadie. Sí te hago daño y no quieres seguir, sólo tienes que pedirme que pare. ¿De acuerdo?
- Sí - le respondí enajenada, sedienta de él y del placer que me proporcionaba.
- ¿Sí, que?
- Sí, Señor.
Puso sus manos por debajo de mí, y sujetándome por los hombros empezó a empujar, como él mismo había dicho, fuerte, cada vez más fuerte, como nunca antes nadie lo había hecho, lo que hizo que en pocos segundos mi cuerpo se liberara y alcanzara el primer orgasmo. Gemí, grité y me convulsioné de placer sintiendo como si llegara a la cima de una montaña que nunca antes había escalado. También él se corrió a los pocos minutos empujando fuertemente, en el mismo instante en que yo estaba a punto de alcanzar el segundo orgasmo. Nunca antes había tenido dos orgasmos en tan poco espacio de tiempo, nunca antes me había sentido tan excitada y tan abrumada mientras un hombre me follaba.
Exhaustos y saciados de sexo, Nico me cogió en brazos y me llevó a la cama, donde nos tumbamos abrazados el uno al otro. Y entonces empezó a decir que me había portado muy bien y que se sentía muy feliz de que fuera su sumisa. Y así, mecida por el dulce timbre de su voz me quedé dormida.
Cuando el despertador sonó, estaba sola en la cama. Nico se había marchado y yo ni siquiera me había dado cuenta. Me levanté y me duché, y tras desayunar me marché a la oficina.Y de nuevo Nico se comportó como si realmente no hubiera pasado nada entre nosotros, y siguió siendo así el resto de la semana, lo que hizo que me sintiera frustrada. Tenía ganas de verle, de repetir, de sentir lo que me había hecho sentir en ese segundo encuentro, porque me había sentido más viva que nunca antes con ningún otro hombre. Eso sí, me envió algunos mensajes subidos de tono, diciéndome que tenía ganas de verme, de volver a atarme, que estaba pensando en lo que haríamos en nuestro próximo encuentro, pero poco más.
El viernes quedé con Lidia y Merche, como cada viernes por la noche. Iríamos a cenar y luego quien sabía. Quizás a bailar o a tomar copas, nunca hacíamos planes concretos pero los viernes por la noche, era nuestra noche de chicas.
- ¿Qué tal con Nico, habeis vuelto a...? - me preguntó Lidia. Ella sabía perfectamente lo sucedido con Nico y que en el trabajo se comportaba como si nada. Se lo había contado. Merche también lo sabía.
- Follar, no es tan difícil de decir - la regañé - Y no, no lo hemos vuelto a hacer. Pero me ha pedido que sea su sumisa - les solté así de sopetón a mis amigas. Ambas pusieron los ojos como platos y Merche preguntó:
- ¡¿Qué?! ¿Sumisa, sumisa, como la de las 50 sombras?
- Sí, sumisa como la de 50 sombras.
- Joder con tu jefe - dijo Lidia - ¿Y tú que les has dicho?
- Qué sí. Me pone mucho probar eso, ya sabéis, creo que es una de las pocas cosas que aún no he probado - les expliqué.
- Esta bien, pero ten cuidado. - Me advirtió Lidia, siempre tan atenta conmigo.
- No te preocupes, lo tengo todo bajo control.
- ¿Y su novia? - Preguntó Lidia.
- ¿Tiene novia? - Preguntó Merche, bajando del guindo, como es habitual en ella.
- Sí, tiene novia, pero al parecer su relación es sólo de conveniencia - expliqué.
- Sí, ya, tú ten cuidado - repitió Lidia.
- No te preocupes, sé lo que hago. ¿Vamos a bailar? - Propuse una vez terminada la cena, tratando de dar la conversación por terminada. No tenía ganas de escuchar su sermón, porque estaba segura que Lidia en cualquier momento empezaría a sermonearme.
- Bueno, por mi perfecto - dijo Merche.
- Bien, podemos ir al Afrodita - propuso Lidia.
Pagamos la cena y al salir a la calle, justo antes de pedir un taxi que nos llevara al Afrodita, en mi móvil sonó la música de que había recibido un mensaje.
Miré el móvil y era un mensaje de Nico, así que lo leí inmediatamente, eran unas instrucciones: "Te espero en este local (me daba una ubicación), recuerda con vestido y sin ropa interior debajo, no tardes o te castigaré"
- Lo siento chicas, pero tengo que irme. El jefe me llama - le dije.
- ¡¿Qué?! - Preguntaron ambas a la vez sorprendidas.
- Que ya nos veremos - les dije, parando un taxi y subiendo para que me llevara hacía el lugar donde Nico me había indicado.
No tardé demasiado en llegar, estaba bastante cerca del lugar donde había cenado con las chicas. En el taxi me había quitado la braguitas y las había guardado en mi bolso, gracias a Dios, que había decidido ponerme una mini para salir con las chicas.
Cuando llegué al local, le envié un mensaje a Nico diciéndole que había llegado y nada más cruzar la puerta él estaba allí, esperándome. Me cogió del brazo y llevándome hacía el interior del local me dijo:
- Vamos, no tenemos mucho tiempo.
- Hola, buenas noches, Señor - le dije irónicamente.
- Buenas noches. Venga vamos.
Me llevó hasta el fondo del local, que por el ambiente vi que era un local donde se reunía la gente que practicaba el BDSM, pues lo evidenciaba la vestimenta de algunas de las personas que había. Entramos por una puerta, a un pasillo donde había varias puertas más y finalmente entramos en una de ellas. Era una pequeña habitación donde había un caballete en el centro y un sofá junto a la pared de enfrente. Nico cerró la puerta con llave y luego se abalanzó sobre mí, acorralándome contra la pared. Me sujetó por el cuello con una mano, y me besó fuerte, apasionadamente, casi haciéndome daño en la boca. La otra mano la colocó bajo mi falda, acarició mi culo y luego comprobó que efectivamente no llevaba las braguitas.
- Buena chica - me susurró al oído.
- ¿Va a ser siempre así? - le pregunté.
- ¿No te gusta?
- Sí, pero es que... - el seguía acariciando mi culo por debajo de la falda.
Mi corazón latía a cien por hora, y empecé a jadear. Sus dedos se movían por mi sexo, buscó mi clítoris, y lo acarició, mientras volvía a besarme, metiendo su lengua dentro de mi boca y barriéndola por completo. Gemí y entonces, sorprendente mente, me cogió de nuevo del brazo y me llevó hasta el caballete.
- Dóblate sobre él.
Lo hice y no sé de donde, pero Nico sacó dos cuerdas, con las que ató mis manos en la barra inferior del caballete.
- ¿Qué vas a hacer? - Le pregunté sorprendida, pero también sumamente excitada.
- Ya lo sabes, voy a follarte.
Me ató también las piernas, una a cada pata del caballete. Cuando estuve completamente atada, se paseó a mi alrededor. Cuando pasó por detrás de mí, se detuvo y me pegó con la mano en el culo unas cuantas cachetadas, y lo que me hizo sentir más caliente. Me gustó estar atada y sometida a él. Realmente me excitaba, cuando nunca pensé que podría hacerlo. Era una nueva sensación que además me hacía desear más.
Siguió andando a mi alrededor, se detuvo frente a mí, tiró de mi pelo levantando mi cabeza, se bajó la cremallera del pantalón y sacando su polla me ordenó:
- Chúpa, puta - que me hablara de aquella manera también me hacía sentir excitada y sucia, pero me gustaba aquella sensación.
Abrí la boca y él acercó su polla y la metió. Empezó a mover mi cabeza, de modo que su pene entraba y salía de mi boca. Lo movió rápido, fuerte, dentro y fuera, dentro y fuera, de modo violento y salvaje y a mi me gustaba, me hacía sentir que en cierto modo era suya, me poseia, me controlaba y eso me gustada; cada vez estaba más excitada y quería más,era como una droga de la que cuanto más tomaba más deseaba, quizás por eso, cuando pasaban varios días sin él y sin aquellas sesiones de sexo, le echaba de menos.
Quería sentirle dentro de mí, quería que me usara, que me follara. Sacó su polla de mi boca y se puso tras de mí y me tensé por completo esperando que por fin me poseyera. Y lo hizo, me penetró, me folló y me hizo suya una vez más. Lo hizo feroz, salvajemente y ambos quedamos satisfechos cuando llegamos al maravilloso orgasmo. Luego me desató, y me cogió en brazos y me llevó hasta el sofá. Allí me abrazó sentándose junto a mí. Fue un momento maravilloso en que me sentí feliz.
- ¿Por qué no me has llamado hasta hoy? - le pregunté - pensé que...
- Soy tu Amo, yo decido como, cuando y donde, ya te lo dije. ¿De acuerdo? Si no te gusta, lo dejamos aquí - me dijo secamente.
- No, está bien, pero es que te echo de menos, echo de menos estos momentos cuando pasan dias sin que lo hagamos - respondí tratando de no enfadarle más.
- Ya lo sé, y yo también, pero... no puedo hacer otra cosa, ella... no tengo más tiempo, de verdad. Esto es lo que hay.
- Está bien - terminé besándolo de nuevo profundamente.
Aceptaba aquella situación porque me gustaba lo que teníamos, porque estaba descubriendo en mí algo nuevo, algo diferente que me gustaba y era gracias a él. Pero me molestaba que siempre que follábamos parecía que estuviera enfadado con alguien y que poseerme fuera su manera de liberarse de ese demonio, pero en cuanto decía algo que no le gustaba, era como si el demonio volviera a aparecer y lo pagara conmigo.