sábado, 1 de junio de 2019

EL AMANTE MISTERIOSO. CAPITULO 4. EL CASTIGO

El hombre ni siquiera contestó, se limitó a colgar. Alma se sintió entonces sola, sola ante un desconocido, que probablemente la estaba mirando, vigilando. Se levantó del sofá, le temblaban las piernas. Se acercó a la ventana y observó, la pareja de novios había desaparecido ya de su vista, y no se veía a nadie más, buscó en la ventana que tenía justo enfrente pero no pudo ver nada fuera de lo normal, sólo cortinas echadas y oscuridad. Se dirigió al baño y se introdujo en la ducha, lo mejor era eso, pensó, ducharse y tratar de no pensar demasiado en su misterioso amante. Aunque le resultaba difícil, ya que al quitarse el masturbador pensó en él, y luego, mientras se frotaba con la esponja por todo el cuerpo y sobretodo el sexo, y cuando salió de la ducha y se secó, y volvió a ponerse el masturbador, no dejó de pensar en todos los momentos de placer que le había dado y sobretodo en quien sería, quizás Ricardo, su compañero de mesa; pensó, porque era uno de los pocos que sabía perfectamente donde vivía y que podría haber alquilado un piso justo enfrente del suyo, ya que era soltero y no tenía que dar explicaciones a nadie. Sí, quizás fuera él, aunque su carácter, no, inmediatamente pensó que no podía ser. Aquel hombre que la controlaba que la tenía en sus manos y la había convertido en su juguete y hacía con ella lo que quería era un hombre de carácter fuerte, con un gran dominio de sí mismo y que sabía muy bien como tratarla, como conseguir que hiciera lo que él quería sólo con sus palabras, así que Ricardo no podía ser, pensó Alma. Su misterioso amante era ahora su dueño y señor, dueño de sus deseos, dueño de su placer, dueño de sus actos...Inmersa en esos pensamientos se metió en la cama y aunque le costó, finalmente pudo conciliar el sueño.
Cuando despertó estaba atada, con los brazos y las piernas extendidos formando una equis y los ojos vendados, se revolvió asustada.
- Tranquila, no pasa nada, estoy aquí – dijo con voz susurrante su misterioso amante en su oído.
Alma se quedó quieta entonces, pero inmediatamente una pregunta le surgió. ¿Cómo había entrado? Estaba segura que antes de meterse en la cama había comprobado que la puerta estuviera bien cerrada y antes de que pudiera preguntar su amante le dijo:
- Cogí tu llave de repuesto el otro dia – parecía que hubiera adivinado lo que pensaba – Bueno, ya te dije que tendrías un castigo, así que aquí estoy.
Alma sintió que algo se movía sobre su cuerpo, una especie de tira de un material semiduro, quizás piel, pensó o cuero. Sintió como la tira descendía por su cuerpo y lo abandonaba y finalmente como esta caía sobre sus senos haciéndola gritar por el dolor que el fuerte golpe le causó.
- No grites – le ordenó su amante – no quiero escuchar ni un solo grito de dolor. Este es tu castigo y lo soportarás estoicamente.
Alma hizo lo posible por acallar los siguientes gritos de dolor, mientras los golpes caían sobre sus sensibles senos uno tras otro. Repentinamente los azotes pararon y tras unos segundos de espera Alma sintió los dedos de su amante rozando sus labios vaginales, parecía estar embadurnando su sexo con algo, alguna crema que la quemaba, que hacía que sus labios vaginales ardieran. Luego sintió algo introduciéndose dentro de ella, algo que también ardía y que hacía que su vagina ardiera, era un vibrador, probablemente embadurnado con la crema. Alma trató de aguantar aquel ardor, mientras su amante le susurraba:
- Hoy aprenderás que sólo yo controlo tu placer, tu deseo, tu orgasmo, ¿entiendes? Sólo yo, nadie más, ni siquiera tú.
Tras esas palabras el vibrador empezó a funcionar y Alma se estremeció; era extraña la sensación de ardor y placer que sentía, extraña pero también agradable y de nuevo, cuando su orgasmo empezaba a nacer su amante detuvo la vibración del aparato. Alma se sintió frustrada. Luego lo sacó, colocó un cojín, bajo los riñones de la chica, de modo que su culo y su sexo quedarán un tanto elevados. Durante unos segundos Alma sintió que él se movía por la habitación, la espera se le hizo eterna, pero enseguida volvió a sentir sus manos sobre su cuerpo. El hombre acarició el vientre de la muchacha, luego sus senos, tersos, suaves, excitados y finalmente Alma sintió que algo oprimía sus pezones, algo que le hacía daño. Su amante le había colocado una pinza de ropa sobre cada uno de ellos. Alma gimoteó dolorida. Tras eso, las manos de él descendieron hasta el sexo de ella, lo acarició y de nuevo, tras las caricias, Alma sintió un pinzamiento en sus labios vaginales, primero sobre el izquierdo y luego sobre el derecho. A continuación, el hombre murmuró:
- Perfecto, ahora sólo queda el toque final.
Alma se estremeció tratando de imaginar cual sería ese toque final. Y no tardó en descubrir cual era, sintió como algo empujaba hacia el interior de su vagina, Alma se asustó un poco al notarlo, pues era algo más grueso que el miembro de su amante y más duro también.
- Es una funda de Jelly que me he puesto – le aclaró él – hace que mi sexo sea más grueso y largo, veremos si eres capaz de soportarlo.
Alma se tranquilizó, aún así con los nervios por la situación sintió cierto dolor cuando el enfundado pene empezó a penetrarla y un:
- ¡Ah! – Salió de su garganta.
Su amante ni se inmutó, en realidad, estaba disfrutando de aquel momento, de la expresión entre placentera y dolorosa que reflejaba el rostro sudado de su tierna amante. El hombre deslizó su verga un poco más hacía aquel cálido agujero y Alma se quejó nuevamente, se detuvo y esperó unos segundos, luego cogió a la muchacha por las caderas y se hundió en ella hasta el fondo. Alma gimoteó de nuevo.
- Bien, parece que tu coñito lo ha soportado bien, veremos luego como va por el culito que es más estrecho – anunció el hombre y empezó a moverse dentro y fuera, empujando y alejándose de aquel húmedo sexo que lo recibía.
Alma se sentía llena con aquel extraño pene en su interior, y el inicial dolor que había sentido iba desapareciendo con cada embestida que su amante le propinaba. Quizás por eso, porque él veía que estaba disfrutando, el hombre sacó su pene del refugio. Desató los tobillos de Alma y elevó su piernas hasta depositarlas en sus hombros. Él estaba de rodillas frente a la chica, lo que hacía que esa posición elevara bien las piernas de la muchacha y le dejara el culito a disposición de su armado pene.  El hombre abrió bien las femeninas nalgas, las acarició con suavidad, buscó el estrecho agujero del ano y lo acarició también haciendo estremecer a Alma, seguidamente introdujo un par de dedos y Alma gimió. A continuación, sacó los dedos y abrió bien sus posaderas, acercando su enfundada verga al agujero posterior. Alma asustada gimoteó:
- ¡No!
- ¡Shhh, sabes que no eres tú quien manda aquí y que debes cumplir el justo castigo! – Dijo él con firmeza, rozando ya el ano de la muchacha.
Esta intentó revolverse un poco, alejarse temerosa del dolor que sabía le iba a producir aquella penetración, pero él la sujetó firmemente por las caderas, abrió de nuevo la nalgas de Alma, guió el falo hasta el agujero y empujándola firmemente hacía sí, hizo que la punta entrara en el estrecho agujero.
Alma se quejó, aquella penetración le dolió casi tanto como la primera vez que fue penetrada por ese lugar, no sólo por el grosor del pene sino también porque su misterioso amante no se había preocupado de estimularla antes convenientemente. Pero trató de soportarlo, pues como acababa de decir él, formaba parte del castigo por haber desobedecido. Poco a poco, el hombre fue penetrándola, aunque le resultó algo costoso, ya que era evidente que aquel agujero no estaba acostumbrado a dicho tamaño y era menos elástico que la vagina. Cuando la tuvo casi completamente dentro empezó a empujar sin dejar de mirar a la muchacha a la cara, la cual reflejaba el dolor que esta sentía. El hombre tuvo la delicadeza de moverse lentamente para dejar que el estrecho culito se acostumbrara al grosor del aparato, cuando este empezó a ceder y hacer más fácil la penetración, el hombre comenzó a acelerar sus movimientos, embistiendo cada vez más velozmente el castigado culito de la muchacha, que no tardó en empezar a gemir placenteramente. Su cara había cambiado de expresión y ahora el placer se dibujaba en ella, lo que animó al hombre y siguió empujando una y otra vez, pero cuando notó que Alma estaba a punto de alcanzar el orgasmo se detuvo y permaneció quieto unos segundos, luego volvió de nuevo a embestirla hasta que de nuevo notó que estaba al borde del orgasmo. Estuvo torturándola de esta manera durante unos minutos más, haciendo que llegara al borde del orgasmo y deteniéndose cuando eso sucedía.
Alma sentía que esa tortura era peor que el dolor causado por los azotes o incluso por el grueso aparato penetrando en su estrecho agujero y finalmente le suplicó:
- No puedo más, deja que me corra, por favor.
El hombre no dijo nada, sólo se dejó ir por última vez, empujando con firmeza hasta que sintió que ella se corría y tras un par de fuertes empujones también él se corrió. Soltó a la chica y la dejó descansar sobre la cama, le desató las manos también y susurrándole al oído dijo:
- Ahora duerme y descansa.
Alma realmente estaba cansada, pero en un último momento de lucidez antes de caer en el sueño dijo:
- El trabajo.
- No te preocupes por eso, he llamado antes de atarte a la cama y hoy no tienes que ir.
Tras oír esas palabras cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.
Cuando despertó no se oía absolutamente nada en la casa, abrió los ojos, pero aún llevaba la venda puesta. Se la quitó, y se levantó de la cama. Estaba desnuda, completamente desnuda y al ver la rojez en sus senos recordó lo sucedido, además sobre la mesita de noche estaba la funda de pene que su amante había utilizado y debajo una nota. Alma la cogió y la leyó:
"Es un recuerdo de mi castigo y además así tendrás algo con lo que poder hacerte una idea de mí, de cómo soy" decía la nota.
Alma miró la funda. Luego volvió a dejarla sobre la mesita y se dirigió a la ducha.
Durante los siguientes días Alma no supo nada de su misterioso amante, no la llamó, ni apareció por el Messenger, ni siquiera cuando observaba el piso de enfrente del suyo vió nada ni nadie, parecía que hubiera desaparecido y eso hacía que se sintiera aún más perdida y asustada que cuando él estaba y sabía que la observaba. Pensó un par de veces en ir al edificio de enfrente y buscar su nombre en los buzones para averiguar si era alguien a quien conocía, pero no se atrevió por temor a sufrir otro castigo. También pensó varias veces en masturbarse, pues usar el masturbador cada día aún sin que se pusiera en marcha, la excitaba, pero también esa idea la desechó por miedo al castigo ya que estaba segura que su misterioso amante la observaba. En el trabajo trató de averiguar si faltaba algún compañero, pensando en así podría saber quien era, pero ninguno de los que ella conocía y pensaba que podía ser su misterioso amante no faltaron aquella semana.
Y había pasado ya una semana cuando al entrar en su piso, una tarde, al regresar del trabajo, apareció de nuevo él. Alma ni siquiera se lo esperaba, cerró la puerta tras de sí y antes de que le diera tiempo a encender la luz su voz le suplicó:
- No la enciendas.
Estaba bastante oscuro y no podía verle, pero podía sentirlo detrás de ella, sentía su aliento, su cuerpo rozando el suyo y eso la excitó.
Alma sintió como se pegaba a ella, y le hacía sentir el evidente bulto que crecía entre sus piernas, la cogió por la cintura y deslizó la mano hasta su sexo, le subió la falta, apartó el masturbador y empezó a masajear el clítoris. El sexo de la muchacha estaba totalmente inundado de jugos lo que facilitó las caricias. Alma gimió, apoyando su cabeza sobre el hombro de su amante, jadeaba excitada, mientras la mano de él se hundía en su sexo, y lo sobaba. Llevaba días deseando aquello, por eso Alma se atrevió, por fin, a llevar sus manos hasta el hinchado paquete de su amante, le bajó la cremallera, apartándose un poco de él e introdujo sus manos bajo el pantalón. Le sorprendió comprobar que no llevaba calzoncillos. Entretanto, él seguía hurgando en su vulva y había metido un par de dedos dentro, los movía como si fueran un pequeño pene, lo que hacía que Alma jadeara cada vez más apasionadamente. Para entonces, Alma ya había logrado sacar el miembro viril de su refugio y lo estaba acariciando suavemente, aunque no le era fácil debido a la posición, por eso decidió girarse hacía su amante. Este enseguida adivinó lo que ella pretendía y sacando los dedos del cálido refugio femenino, dejó que ella se arrodillara frente a él. A pesar de la oscuridad, Alma se manejaba perfectamente, y enseguida sintió el glande chocar con sus labios. Asió la verga por la base, abrió la boca y se introdujo el hermoso aparato, empezando a lamerlo. Le sabía delicioso, y estuvo un buen rato aplicándose sobre él, chupeteándolo, lamiéndolo, saboreándolo, mientras él dirigía sus movimientos con sus manos, que tenía enredadas en el pelo de la muchacha. El hombre gemía, cada vez más fuerte, mientras ella sentía como el masculino pene se hinchaba dentro de su boca, seguro que no tardaría en correrse, y así fue. Su amante le sujetó la cabeza con firmeza para que no la apartara y empezó a vaciarse dentro de la boca de ella. Alma trató de tragar, aunque le costó un poco, pues la corrida era abundante. Tosió porque casi se ahogaba pero en ningún momento abrió la boca ni se retiró. Trató de recuperarse y tragar el elixir que su amante le ofrecía. Y sin saber porque cuando él terminó de correrse, ella se sintió orgullosa, orgullosa de haberle dado placer a su amante. El hombre también se sentía agradecido con ella. Hacía una semana que no se desahogaba y la había echado mucho de menos. Además había deseado aquello un millón de veces y por fin, ella se había entregado a mamarle la polla sin que él hubiera tenido que pedírselo. Sin duda la tenía en sus manos.
Tras eso Alma se puso en pie, el hombre guardó su aparato y sacando unas llaves del bolsillo del pantalón se las entregó a ella depositándolas en su mano mientras le decía:
- Estas son las llaves de mi casa, debes ir allí esta noche a las diez en punto. No te retrases.
Seguidamente le dio un tierno beso en la mejilla y salió del piso cerrando la puerta tras de sí. Alma encendió la luz. Seguía sintiéndose caliente, excitada, aunque aún tenía la falda arremangada en la cintura y el masturbador a media pierna, se lo colocó perfectamente y no tardó ni cinco segundos en notar como este empezaba a vibrar, seguía detrás de la puerta, sin duda, pensó Alma. El aparato estuvo masajeando su sexo durante un rato, que a Alma le pareció cortísimo, pero fue suficiente para alcanzar el ansiado éxtasis, que la llevó a emitir aquel apagado grito, tras el cual, el aparato volvió a detenerse. Alma se dejó caer al suelo, sentada con la espalda apoyada en la puerta. Miró las llaves que aún tenía en la mano, llevaban un llavero con el número de piso y puerta. Se sintió emocionada, por fin entraría en su casa y quizás así podría saber quien era él.
El resto de la tarde se le hizo larguísimo a Alma, parecía que los minutos pasaran lentamente, incluso aprovechando el tiempo para ducharse, peinarse y arreglarse a conciencia para la cita. A la nueve, cenó algo ligero, luego se puso un vestido escotado, negro de tirantes, sus tacones a juego y salió del edificio dispuesta a todo, pero sobre todo a descubrir quien era en realidad su misterioso amante, ese que ocupaba todos sus deseos, sus sueños húmedos, su placer.
Salió de su casa, cruzó la calle, al llegar al otro portal oyó el ruido del timbre que abría la puerta, empujó y entró. Subió al ascensor, hasta el tercer piso y al sacar la llave de su bolso, el corazón empezó a irle a cien por hora, estaba nerviosa, miró la cerradura, luego la llave y finalmente se decidió a meterla, la giró, la puerta se abrió y entró. Encendió la luz, cerró la puerta, y pegado en esta vió un papel que decía lo siguiente: "Entra en el comedor, quítate la ropa, ponte la venda que encontrarás sobre la mesa y espera." Alma obedeció, entró en el comedor, dejó su bolso sobre el sofá, se desnudó por completo y se puso la venda en los ojos. Seguidamente oyó la puerta abriéndose…