lunes, 30 de marzo de 2020

CALOR

Miradas de deseo.
No era la primera vez que aquella bella mujer, de unos 30 años entraba en nuestro bar, pero sí fue la primer vez en que me fijé en ella. Venía muy acalorada, sudando y casi parecía que iba a desfallecer. Nada más entrar, se sentó en una silla y mirándome fijamente a los ojos me dijo:
- Guapo, tráeme algo para beber, una lata de coca-cola o algo así. Bien fresco, por favor.
- Enseguida – le dije, quedándome embobado ante la visión de su falda de gasa, subida hasta más allá de las rodillas y su escote sudado, mostrando el nacimiento de sus pechos, era una imagen realmente excitante.
Ni siquiera me había fijado en él las otras veces que había entrado en aquel bar. Pero aquel día en que, acalorada como nunca lo había estado, sedienta y casi desfallecida; entré en el bar y le vi tras la barra observándome, pensé que aquel jovencito que tendría unos 17 ó 18 años, era muy atractivo. Le pedí que me trajera algo de beber, pues estaba muy sedienta, y en menos de un minuto le tenía junto a mí, con la coca-cola en la mano y sus ojos perdidos en mi escote.
- Gracias, guapo – le dije, cogiendo la lata de su mano.
Cuando sentí sus dedos rozando los míos al tocar mi mano, fue como si una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo, y de repente, sentí que deseaba besarla, acariciarla, tenerla entre mis brazos y amarla hasta el infinito, dándole el mayor de los placeres posibles. Y creo que ella lo notó al mirarme a los ojos para preguntarme cuanto me debía.
Al ver que se quedaba embobado mirando mi escote con aquella mirada de deseo, me sentí profundamente halagada, era la primera vez que un jovencito se fijaba en mí de aquella manera. Se puede decir, que aquel día, aquella mirada lasciva, de aquel atractivo jovencito me levantó el ánimo, sobre todo porque desde que mi marido me había abandonado por su joven secretaría de 20 años, me sentía perdida y minusvalorada. Le miré a los ojos tratando de desviar su mirada de mi escote y le pregunté:
- ¿Cuánto te debo?.
- Uno cincuenta. – Me contestó.
Abrió su bolso, sacó un monedero de él, rebuscó y me tendió las monedas. El nuevo roce de sus dedos sobre mi mano, me excitó un poco más. La imagen de esa hermosa mujer, desnuda, haciéndome el amor, se dibujó ante mi mente. En ese preciso instante supe que sería mía. No sabía cuando ni como, pero sería mía, aunque fuera solo por una vez.
- Abrí mi bolso, saqué el monedero, busqué las monedas y se las di.
- Gracias, guapo.
Abrí la lata, mientras él seguía frente a mí, mirándome. Parecía que no podía quitar su mirada de mí, hasta que su padre (supongo que era su padre, porque se parecían mucho), le llamó.
Me dio las gracias con la más dulce de las voces, y con cierta cara de fastidio porque su padre acababa de llamarlo.
Aquella situación me enterneció y no pude evitar imaginarme entre los brazos de aquel adolescente, mientras sus labios besaban los míos y su sexo me penetraba dulce y ansiosamente.
Le vi alejarse de mí con paso lento y cansado. Su culito redondo y joven me pareció tan perfecto y hermoso. Pero de repente, me dije a mi misma que no podía pensar aquellas cosas, yo era una mujer de 33 años y él solo un adolescente de 17 ó 18 años. Así que terminé de beberme la coca-cola y salí del bar.
- Fermín – me llamó mi padre.
- Voy - le dije y dirigiéndome a la guapa mujer le dí las gracias.
Me dirigí hacía la barra y cuando me giré hacía ella, después de coger la bandeja que mi padre había dejado sobre la barra, la vi saliendo por la puerta. Su cuerpo perfecto se dibujó bajo aquel liviano vestido al tras luz del sol. Sus marcadas y redondas caderas, sus bien torneadas piernas, me llevaron al más hermoso éxtasis mental que se pueda sentir. Y la vi perderse, tras entrar en el portal de enfrente. ¿Cuándo volvería a verla? ¿Cuándo volverían a cruzarse nuestros ojos? ¿Cuándo podría sentirme dentro de ella, tenerla en mis brazos, amarla como nunca había amado a nadie? No sabía cuando ni como, pero sería mía, aunque fuera sólo una vez.
La primera caricia.
Salí al balcón por enésima vez para ver si el taxi ya había llegado. Hacía más de diez minutos que había llamado al servicio de taxis. Y entonces le vi. Allí estaba el guapo muchachito, ayudando a descargar al chico de las cervezas. Llevaba unos tejanos muy ajustados, y una camiseta de tirantes que dejaba al descubierto sus bien musculados brazos. Su mirada se cruzó con la mía por un segundo y le sonreí, me devolvió la sonrisa y volviéndose hacía el camión de cervezas cogió una caja.
Me sonrió y le devolví la sonrisa. Estaba preciosa, con aquel vestido negro de tirantes y el pelo recogido en un moño. Hacía dos días que no la veía, así que verla me alegró el día. Mi sexo saltó en mis pantalones, recordando el sueño que había tenido la noche anterior, un sueño en el que ella había sido mía y nos habíamos amado hasta más allá de cualquier límite. Un sueño en el que sentí mi sexo erecto, apresado por su caliente y húmeda vagina. Era mejor que dejará de pensar aquello. Cogí una caja de cervezas y traté de concentrarme en mi trabajo.
Volví a entrar para ponerme los zapatos. Estaba en mi habitación cuando sonó el telefonillo del interfono. Fui hasta él y abrí, era el taxista que ya había llegado. Me abroché los zapatos y salí de casa. No tenía demasiadas ganas de salir, porque debía ir al juzgado a firmar los papeles de la separación, pero tenía que hacerlo. Cuando llegué a la calle, allí estaba él, con una caja de cervezas en el hombro, la piel sudada, sus ojos mirándome con deseo y aquella permanente sonrisa. Pero entonces, una moto pasó a toda velocidad junto a él, dándole un golpe que lo hizo caer al suelo. La caja de cervezas cayó sobre su brazo y oí como se quejaba.
La vi correr hacía mí, con cara preocupada, mientras el chico de las cervezas, me quitaba la caja de encima del brazo que me dolía bastante. Se agachó a mi lado, y con voz preocupada me preguntó:
- ¿Estás bien?
Justo en ese momento mis padres salían por la puerta del bar.
- Si, estoy bien, tranquila, solo me duele el brazo. – Le respondí, incorporándome y quedándome sentado sobre el suelo.
Me sonrió y tocándome el brazo comprobó como estaba.
- Creo que te lo has roto. – Me dijo – Si quieres puedo llevarte al hospital, tengo un taxi ahí mismo esperándome.
- No, no hace falta. – Dijo mi madre.
- No me cuesta nada, de verdad. Anda vamos. – Repuso ella haciéndome levantar del suelo y llevándome hasta el taxi. Aquello me parecía un sueño. Porque ella, la mujer de mis sueños, me iba a llevar al hospital.
Subimos al taxi los tres, él, su madre y yo. Y le dijimos al taxista que nos llevara al hospital más cercano. Él iba sentado en medio, entre su madre y yo. Durante el trayecto no dejó de mirarme, sus ojos dibujaban el deseo en cada mirada y yo trataba de alejar aquellos pensamientos, aquellas imágenes de él haciéndome el amor sobre mi cama de matrimonio. Traté de no pensar en aquello, pero repentinamente, sentí la mano del muchacho sobre mi rodilla acariciándola suavemente, miré a su madre que miraba al frente y eso me alivió. Su caricia me excitó, le miré sonriendo y aparté su mano cuidadosamente.
Cuando mi mano acarició su rodilla, un torrente de sensaciones se agolparon en mi cuerpo, por un momento dejé de pensar en el brazo roto y me concentré en aquella piel caliente, suave y tierna. Fue como acariciar a una diosa, pero ella muy cuidadosamente y sonriéndome, me apartó la mano de su rodilla, parecía que le incomodaba, quizás porque mi madre estaba allí, quizás porque no me deseaba como yo a ella. No sé, pero la decepción me cubrió el corazón en aquel momento y el dolor del brazo volvió a mí.
Gracias a Dios, estábamos entrando en el hospital y el taxista paró justo enfrente de la entrada de urgencias. Salimos los tres del taxi y la hermosa mujer pagó, a pesar de que mi madre le insistía en que no hacía falta.
- No es ninguna molestia. – Le dije a su madre, cuando me insistió en que pagaba ella el taxi, que bastante molestia había sido tomar prestado mi taxi, pero no le dejé pagar.
El chico parecía triste y apesadumbrado, sobre todo desde el instante en que aparté su mano de mi rodilla, pero, ¿qué podía hacer? Aunque su caricia fue muy cálida y agradable, e incluso me excito, no podía permitirlo. Su madre estaba allí, al otro lado del asiento de aquel taxi, ¿qué pensaría la pobre mujer, si veía que me dejaba acariciar la rodilla por su adolescente hijo?. Entramos en urgencias y tras pasar por la recepción para rellenar los papeles, nos sentamos en la sala de espera.
Mi madre se levantó para ir a por un café, estaba cansada de esperar. Ella seguía allí, sentada junto a mí. Era tan hermosa.
- ¿Cómo te llamas? – Me atreví a preguntar.
- Isabel ¿y tú?.
- Miguel. ¿Por qué has apartado mi mano antes, no te ha gustado? – Le consulté.
- Claro que me ha gustado, pero estaba tu madre y.... – Se calló quizás por vergüenza y quizás porque en ese momento mi madre, desde la máquina y mientras esperaba que saliera el café, nos miró.
Su mano estaba posada junto a la mía, entre las dos sillas, tapadas por nuestros cuerpos. Acerqué mi dedo índice a la palma de su mano y se la acaricié muy suavemente, ella cerró los ojos al sentir la caricia, luego los abrió, me miró y me sonrió, cogiendo amorosamente mi dedo con su mano.
Aquella caricia me electrizó, me llenó de vida. Deseaba besarle, amarle, darle lo mejor de mí, pero era tan joven. Abrí los ojos, le miré, le sonreí y la alegría se dibujó en sus ojos, devolviéndome la sonrisa. Mi mano abandonó la suya y justo en ese momento le llamaron. Su madre se acercó casi corriendo a él y ambos me miraron.
- Les espero aquí, no se preocupen por mí – dije.
Vi como ambos se alejaban de mí y entraban en la sala de curas. Mientras esperaba empecé a pensar en como sería sentir los besos de aquel adolescente sobre mi piel, sentir sus caricias, su joven e inexperto sexo dentro de mí. Mi sexo empezó a humedecerse, hasta que me dí cuenta de que estaba loca. No podía pensar en algo como aquello, no podía desear a un adolescente, si casi podría ser mi hijo, ¿qué locura se estaba apoderando de mí?.
Cuando mi brazo estuvo enyesado salimos de la sala de curas y nos dirigimos a la sala de espera. Isabel seguía allí, con la mirada perdida en el suelo. Me acerqué a ella:
- Gracias. – Le dije.
Ella levantó la vista y me sonrió.
- De nada. ¿Cómo estás?
- Bien, no ha sido nada, una pequeña rotura en el cubito.
- Me alegro.
- ¿Quieres que te llevemos? – Le pregunté.
Me miró con cierta tristeza y me respondió:
- No, gracias, tengo una cita en el juzgado a la que ya llego tarde.
- Bueno, pues que te vaya bien, ya nos veremos. – Le dije esperanzado.
- Sí, seguro. – Añadió ella.

Le vi alejarse de mí hacía la salida, con su madre cogida del brazo que tenía sano. Aquel "ya nos veremos" me dio esperanzas, porque sentía que necesitaba verle. Ya no sólo me parecía un adolescente que me miraba con deseo, en sus ojos había algo más. Algo que me atrapaba y me empujaba a desearle.

Agradecimiento.
Una semana después de aquel incidente mi madre me obligó a ir a visitarla. Me dijo que debía darle las gracias, por lo bien que se había portado aquel día, y porque desde entonces, cada día a primera hora de la mañana, pasaba por el bar para preguntar como estaba.
Mi madre había comprado un ramo de rosas rojas para regalárselo, averiguó su piso y me dijo:
- Anda ve a darle las gracias a esa mujer, que se ha portado muy bien con nosotros.
Yo estaba nervioso, pero feliz, porque por fin, después de una semana, podría volver a verla y quien sabe, quizás besar sus labios y acariciar de nuevo su mano y su suave piel.
No esperaba a nadie aquella tarde, por eso me sorprendió que sonara el timbre. Pero fui a abrir. Miré por la mirilla, y entonces le vi. Miguel estaba allí, frente a la puerta de mi casa, con su brazo roto y un ramo de rosas rojas en la mano. Abrí apresuradamente la puerta y le sonreí.
- Hola, pasa.
- Hola. – Dijo él, ofreciéndome las rosas y entrando – Son para ti, para darte las gracias.
- No tienes nada que agradecerme, lo hice encantada.
Cerré la puerta tras de mí y le hice pasar hasta el comedor.
- ¿Quieres tomar algo? – Le pregunté mientras él se sentaba en el sofá.
- No. – Me respondió. Así que me senté a su lado.
Y entonces sus ojos se cruzaron con los míos y sentí un deseo irrefrenable de besarle.
Vi ese deseo en sus ojos y tímidamente acerqué mi boca a la suya, tenía miedo de que me rechazara, pero por un segundo, decidí jugármelo todo por aquel beso. Sus labios se unieron a los míos, sentí ese calor que sólo unos labios experimentados poseen, y crucé la puerta incursionando en su boca, lamiendo sus dientes, buscando su lengua y jugando con ella. Mis manos se deslizaron hasta su cintura y la atraje hacía mí.
Su beso me pilló un poco por sorpresa al principio, pero luego me dejé llevar. Le deseaba, y necesitaba sentirle. Mi corazón empezó a latir desbocado, al igual que él suyo. Podía sentirlo, pegado a mi pecho. Mis manos recorrieron sus hombros, mientras su mano sana acariciaba mi seno por encima de la fina camiseta que llevaba. Por un segundo, pensé que aquello no estaba bien, él era sólo un adolescente y además hasta sería virgen, pero al sentir su mano acariciando mi seno con suavidad, ese pensamiento desapareció y me dejé llevar. Sus labios descendieron por mi cuello, mientras su mano se adentraba por debajo de mi camiseta, acariciando mi piel.
Su piel era suave, y su cuello olía a aire fresco, aspiré su aroma, cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones, deseaba a aquella mujer. Deseaba sentirla, tenerla entre mis brazos y hacerla gozar como nadie la había hecho gozar. Le quité la camiseta, y con cierta torpeza le desabroché el sujetador. Sus ojos deseosos me miraban, nuestros labios volvieron a unirse en un profundo beso y luego se separaron, besé su pecho desnudo. Era un busto pequeño, perfecto, suave y terso. Deseaba tanto perderme entre aquellos senos.
Dejé que su boca lamiera mis tetas, que erectas palpitaban de deseo. Mi sexo se humedeció al sentir su boca alrededor de mis pezones. Deseaba aquel muchacho más de lo que nunca había deseado a ningún hombre, deseaba sentirle dentro de mí, dejar que mi cuerpo se fundiera con el suyo en una unión perfecta. Su boca experta, a pesar de su juventud, me hizo gemir de placer, mientras mordisqueaba y lamía mis pechos.
Sus gemidos de placer me hicieron denotar que estaba disfrutando, así que seguí lamiendo aquellos dulces cántaros de miel que se mostraban majestuosos ante mí. Podía sentir la agitación de su respiración, el placer que le estaba proporcionando. Sus manos empezaron a desabrochar mi pantalón. No podía creer lo que me estaba pasando, aquella hermosa mujer, me deseaba tanto como yo a ella, no cabía duda.
Empecé a desabrocharle el pantalón. Deseaba tenerle dentro de mí, sentirle en mí. Nuestras bocas bailaban al son del deseo. Mi mano se deslizó dentro de su slip y saqué su miembro, erecto, excelso, perfecto. Él me abrazaba, me acariciaba, me besaba. Sus movimientos eran a veces torpes y otras apresurados. Sobé su sexo con suavidad, moviéndolo arriba y abajo. Miguel se estremeció, gimió; mientras sus mano apretaban mi seno desnudo y me arrancaban un gemido de placer. El fuego del deseo nos quemaba las entrañas a ambos.
Cuando sentí el calor de su mano alrededor de mi sexo, mi cuerpo se estremeció. Por fin, mi deseo se estaba haciendo realidad. Aquella hermosa mujer, aquella diosa del Olimpo, sería mía, solo mía, aunque fuera solo por un segundo. Deslicé mi mano hasta su sexo, lo palpé por encima de sus braguitas, después las aparté y rocé el mágico botón del deseo. Ella se agitó excitada, acercó su boca a mi cuello y me mordió salvajemente, luego lo chupeteó.
Sus dedos acariciando mi clítoris hicieron que mi sexo se deshiciera en mil humedades. Le deseaba. Necesitaba sentirle dentro. Sus dedos se deslizaron desde mi clítoris a mis labios vaginales, los acarició y luego hundió uno de sus dedos en mi agujero. Gemí, y me convulsiones, sentí otro dedo penetrando en mi y el deseo ardiendo entre mis piernas. Yo seguía masajéando su sexo que saltaba en mi mano, crecía, se hinchaba y se excitaba. Me miró a los ojos y me dijo:
- Te deseo tanto. – El fuego de la pasión brillaba en ellos.
Se puso de rodillas ante mí, yo me situé al borde del sillón con las piernas abiertas.
Le quité las bragas, las deslicé por sus piernas con lentitud. Su sexo húmedo y palpitante se asomó entre sus piernas. Me acerqué a ella, guié mi sexo hasta el suyo y muy suavemente lo empujé dentro de aquel cálido agujero. Sus piernas se cruzaron detrás de mi culo, al igual que sus brazos alrededor de mi cuello, se apretó contra mí y empezó a moverse sobre mi erecto falo. Era mía, mía por fin, sólo mía. Su cuerpo y el mío estaban unidos al fin en una fusión perfecta. También yo empecé a empujar hacía ella, sintiendo su húmeda y cálida vagina alrededor de mi sexo.
Le sentí dentro de mí, llenándome, y empecé a moverme sobre el instrumento. Nos besamos, mientras nuestros cuerpos bailaban al mismo compás, uno dentro del otro, dándose placer. Cerré los ojos y dejé que las sensaciones me colmaran. Su sexo se hinchaba dentro de mí, mientras sus manos apretaban mis nalgas y me empujaba hacía él en un constante frenesí. El placer supremo empezaba a surgir de mis entrañas, extendiéndose poco a poco por todo mi sexo, explotando al final en un enardecido orgasmo.
Noté las convulsiones de su vagina alrededor de mi sexo. Empecé a empujar hacía ella, cada vez con más rapidez, mientras oía sus gemidos en mi oído. Mi sexo estaba a punto de llegar al orgasmo. Embestí una y otra vez, sintiendo su vagina alrededor de mi sexo, sintiendo su humedad, su placer, y en pocos segundos el semen empezó a salir de mi pene, llenando su vagina, vaciándome en ella. Cuando dejé de convulsionarme, la miré a los ojos, nos besamos y le susurré:
- Te amo.
Ella me respondió con más firmeza:
- Te amo.
Y el amor se derramó entre nosotros.


domingo, 15 de marzo de 2020

CAROLINA, 18 AÑOS DE VICIO Y EL DESCARO DE UNA PUTA.

"La dulce niña Carolina, no tiene edad para hacer el amor". La canción de M-Clan da vueltas en mi cabeza, pero es que es perfecta para esta situación, incluso lleva su nombre. Carolina, "la dulce niña Carolina". 18 años de vicio, más guapa que ninguna y el descaro de una puta, así es Carolina, la perdición de cualquier hombre como yo. Mi perdición.
"Su madre la estará esperando, eso es lo que creo yo". Sí, y lo peor, es que su madre es mi mejor amiga. Hace mucho tiempo, antes de que ella se casara con Andrés, fuimos novios, entonces teníamos 18 años. Luego todo se torció, lo dejamos y cuatro años más tarde, con 22, ella se casó con Andrés, mi mejor amigo, con lo cual ella se convirtió en mi mejor amiga. Tuvo a Carolina, de la que me hicieron padrino, y luego nació Pablo. Ahora han pasado ya, 18 años, yo tengo 37 y sigo soltero.
Hace unos días, la dulce Carolina se presentó aquí, diciéndome que se había peleado con sus padres y que necesitaba mi ayuda. No pude negarme, me lo dijo con aquella vocecita:
- ¡Por favor, padrino, déjame quedar contigo unos días!
Así que aquí está. Lleva unos días por aquí y cada vez me resulta más difícil mantener la compostura.
"Carolina trátame bien, o si no te tendré que comer". No sé si podré resistirlo más tiempo. Se pasea por la casa en braguitas y sujetador, sin ningún tipo de pudor y debo reconocer que tiene un buen cuerpo, casi perfecto, sus pechos no son ni grandes ni pequeños, sus caderas están perfectamente delineadas, su culito es redondito y prieto, parece pedirme a gritos que lo muerda... es algo irresistible. Y además, camina y se mueve con una sensualidad apasionante, de modo que los malos pensamientos me nublan la razón y cuando consigo aclararla un poco, sólo me dejan pensar en que debería echarla. "Esa va a ser mi ruina, pequeña Carolina, vete por favor". Y constantemente me tienta, me incita, me provoca cual "Lolita" de Navokov.
Por ejemplo, si estoy en la cocina preparando el desayuno, ella parece semi-desnuda, sólo con las braguitas (que además son tipo tanga) y una corta camiseta que deja perfectamente a la vista su precioso ombligo, se pone a mi lado, con el codo apoyado en el mármol y su culito en pompa, mientras me observa y se mueve como si siguiera el compás de una canción, moviendo su trasero a lado y lado. Otras veces, cuando vemos la televisión, se pega a mí, obligándome a abrazarla, pasando mi brazo por detrás de sus hombros y entonces, disimuladamente, pone su mano sobre mi rodilla y poco a poco, la hace ascender hasta llegar a mi sexo, que aprieta con disimulo. Otro de sus juegos favoritos para incitarme es dejar la puerta del baño semi-abierta mientras se está duchando, y mostrarme su desnudo y húmedo cuerpo. ¿Cómo voy a resistirme a algo así?. Me cuesta mucho hacerlo, y sé que en cualquier momento caeré en esa dulce tentación que se llama Carolina.
Anoche su provocación fue más allá de cualquier límite. Yo estaba en mi cama, leyendo tranquilamente, como hago cada noche antes de dormir. Llevaba puesto sólo el slip, pues no me gusta dormir con ropa, y normalmente lo hago desnudo, pero desde que está Carolina aquí, lo hago con el slip. Ella llamó a la puerta y dijo:
- Padrino, no puedo dormir, ¿puedo entrar para hablar contigo un ratito?.
Pensé que hablar no podía hacernos ningún mal y así podría hablarle de su atrevido comportamiento.
- Bueno, pasa. – La animé.
La puerta se abrió y la sorpresa para mí fue enorme. Como casi siempre, iba sólo en bragas y sujetador y al entrar, me miró fijamente a los ojos con una insinuante mirada de diablo, y se acercó moviendo sus caderas descaradamente.
"Carolina trátame bien, o si no te tendré que comer." La canción empezó a dar vueltas en mi cabeza, mientras Carolina se sentaba junto a mí en la cama, y posaba su mano adolescente sobre mi pierna, cubierta por la sábana. Dejé el libro sobre la mesita y traté de mirar a los ojos a aquella preciosidad, pero no podía, me sentía enormemente incómodo.
- Tenemos que hablar. – Le dije, clavando mi mirada en sus precioso senos.
- Sí, por eso he venido. – Dijo ella con la mayor de las inocencias.
- No, me refiero a hablar seriamente de algo que....
Y entonces acercó sus labios a los míos y me besó. Primero con suavidad, y luego tratando de introducir su lengua en mi boca. Yo traté de resistirme, de apartarla de mí, pero el deseo podía más que yo. Y acabé cediendo y buscando su lengua para juguetear con ella, lamerla y sentirla dentro de mi boca. Sentí su mano moverse desde mi pierna hasta mi entrepierna, y acariciar mi sexo que ya empezaba a crecer.
- Carolina, no deberíamos..... – Traté de decirle cuando nuestras bocas se separaron.
- Shhhh – me hizo callar metiéndose en la cama junto a mí.
"Después se mete en mi cama, eso es mucho para mí.
Esa va a ser mi ruina, pequeña Carolina, vete por favor."
Su mano se metió entonces por dentro de la goma del slip en busca de su objetivo, mientras su boca volvía a besar mis labios. Un intenso calor ardía dentro de mí, y resistirme a aquella belleza se me hacía cada vez más difícil, sobre todo porque ella lo ponía cada vez más difícil. Salté al sentir el contacto de su delicada mano sobre mi erecta verga, y en ese momento supe que ya nada podría pararme, que el objetivo a alcanzar aquella noche sería poseer a aquella hermosa criatura. Y me dejé llevar.
Nos acostamos en la cama, y finalmente, me atreví a abrazarla contra mí. Deslicé mis manos hasta el cierre del sujetador y lo desabroché. Se lo quité cuidadosamente y pude observar la belleza de aquellos pequeños senos. La acosté boca abajo y los observé, los acaricié cuidadosamente. Acerqué mi boca y los besé, los lamí y devoré como si hiciera meses o años que no hacía aquello. Carolina gemía excitada mientras trataba de quitarme el slip, lográndolo por fin. Mi boca se deleitaba con el sabor que aquel tierno cuerpo. Deslicé mi mano derecha hasta su sexo, aparté las braguitas y pude comprobar que su sexo estaba húmedo, así que seguí acariciando aquel jardín secreto, pasé mi dedo por sus labios vaginales, busqué el clítoris y empecé aplicando un movimiento rotatorio sobre él. Carolina gemía y ronroneaba excitada, lo que hacía que yo me excitara cada vez más, deseándola sin remedio y olvidándome por completo de su madre, de la amistad que nos unía y de lo que aquello podría llegar a significar para nuestra relación.
- Espera padrino – me dijo Carolina con voz dulce.
Y la vi desaparecer bajo las sábanas. Noté entonces su aliento frente a mi sexo y su mano tomándolo con delicadeza. Seguidamente sentí como besaba mi glande, como lo lamía con su húmeda y caliente lengua, y como lo engullía y empezaba a chuparlo como el más sabroso de los helados. A pesar de su juventud, Carolina parecía una experta chupando pollas, era evidente que no era la primera vez que hacía algo así. Sentir su boca caliente y húmeda alrededor de mi pene me llevó casi al borde del orgasmo, pero la hice parar y le pedí que se acostara sobre la cama.
Era mi turno, así que me perdí entre sus piernas, le quité las braguitas, y apareció ante mí, un sexo totalmente depilado y húmedo. Carolina abrió sus piernas, dejándome acceder más fácilmente a su sexo. Acerqué mi boca y empecé a lamer suavemente sus labios vaginales, busqué el clítoris y empecé a lamerlo, a chuparlo y a succionarlo, deleitándome con aquel dulce sabor de mujer joven que apenas ha dejado de ser niña. Carolina gemía y se estremecía presa del placer. Mi pene estaba cada vez más duro, más deseoso de entrar en el húmedo sexo femenino, incluso empezaba a dolerme. Así que me puse sobre mi dulce Carolina entre su cálidas piernas, la miré fijamente a los ojos y le pregunté:
- ¿Eres virgen?
- No, padrino, hace unos meses que dejé de serlo.
Me sentí más aliviado al oír aquellas palabras, pero también celoso al saber que yo no era el primero. Aún así mi deseo era más fuerte que cualquier otra cosa. Me puse un condón, (por lo menos para eso aún mantenía mi cordura) y dirigí mi pene hasta la femenina vulva, y muy despacio la penetré, introduciéndome en ella poco a poco. Empecé a moverme también lentamente, mientras Carolina me rodeaba con sus piernas y me apretaba contra sí. A partir de aquel momento sólo existimos ella y yo. Sus labios besando los míos, sus manos acariciando mi torso, su lengua enredándose con la mía, su piel pegada a la mía, su dulce sonrisa, y su voz gimiendo sin descanso en cada embestida que yo le imprimía. Nuestros cuerpos enredándose en una locura, porque aquello no dejaba de ser una locura. Pero el deseo y el placer del momento no me dejaban dilucidar la locura que estaba cometiendo.
Sentí que iba a correrme, por lo que empecé a empujar con más fuerza y en pocos segundos, también ella empezó a correrse, gimiendo y arañándome la espalda. Entonces me dejé ir y terminé corriéndome yo también.
Me separé de ella, y me acosté a su lado quitándome el condón. Carolina recostó su cabeza en mi hombro y nos quedamos dormidos. Cuando sonó el despertador, Carolina seguía a mi lado, abrazada a mí, y creo que fue en ese momento cuando recuperé la cordura. Había cometido una de las mayores locuras de mi vida.
Desperté suavemente a Carolina y al abrir los ojos lo primero que hizo fue abrazarme, pero yo me deshice de sus brazos y le dije:
- Carolina esto no puede ser, es una locura. Creo que será mejor que vuelvas a tu casa.
- Pero padrino, yo te quiero y nosotros....
- Nosotros no podemos tener un futuro. Eres guapa Carolina, muy guapa y además anoche te comportaste como una mujer, pero yo soy tu padrino y el mejor amigo de tus padres, y precisamente por ellos esto no puede ser. Así que haz las maletas que te llevo a tu casa.
Carolina se levantó de la cama viendo que mis palabras eran ciertas, que no había vuelta atrás y que por el bien de ambos, pero sobre todo por el suyo, lo mejor era olvidar aquella noche.
Y así fue como aquel espejismo se desvaneció.
Ahora mientras la llevo en el coche a su casa, no puedo evitar mirar sus piernas de niña, tan hermosas y pensar que he estado entre ellas. ¿Cómo voy a mirar a su madre a la cara cuando la deje allí?

miércoles, 4 de marzo de 2020

NOVEVADES LITERATURA ERÓTICA AMAZON MARZO 2020

Además de escribir también hay que leer, pues leyendo se aprende a escribir también, así que cada mes pondré las ultimas novedades de literatura erótica para que tengáis la ocasión de leer y aprender. Hoy empezamos con las novedades de erótica en Amazon, que si tenéis un kindle podéis descargarlo y leerlo gratis en vuestro kindle a través de kindle unlimited.

Os dejo algunas de esas novedades con enlace para que os lo podáis bajar:




Mi jefe es un Highlander