viernes, 30 de septiembre de 2022

CALOR Y DESEO (2)

 — ¡Hola! — dijo ella al verle.

— Hola — respondió él con desgana, pues hubiera preferido evitarla por enésima vez, pero le había sido imposible, porque tras ellos venía otro vecino y hubiera notado que pasaba algo.

— Buenos días — dijo el vecino del segundo.

Entraron todos en el ascensor y el vecino picó al botón de sus piso. Los tres se mantuvieron quietos, mirando al suelo por la incomodidad propia que causa el estar en un lugar tan reducido con gente al que apenas conoces. Cuando llegaron al segundo el vecino salió y ellos se quedaron solos. Entonces Gema le preguntó:

— ¿Cómo va? ¿Cómo han ido los exámenes? — Pensó que sería lo mejor para romper el hielo.

— Bien — respondió Fran muy nervioso y entonces pensó que lo mejor sería disculparse ante Gema.


Por eso alzó la vista, la miró a los ojos y entonces ya no pudo resistirse a los encantos de aquella mujer e inevitablemente pegó su cuerpo al de ella y la besó por sorpresa. Ella correspondió aquel beso como si tuviera sed, sus cuerpos se pegaron buscando el calor del otro. No tardaron en excitarse ambos, en desearse como hacía unos días se habían deseado, los minutos siguientes fueron una lluvia de caricias, manos enredadas en el cuerpo del otro, besos desesperados de bocas que se ansiaban, hasta que el ascensor se detuvo. También ellos se detuvieron y salieron del ascensor, fuera, volvieron a besarse, él metió su mano por debajo de la falda de vuelo que llevaba Gema y buscó la goma de las braguitas, metió un dedo y trató de llevarlo hasta el sexo de ella, mientras la tenía acorralada contra la pared y le besaba el cuello desesperadamente. Fran sintió la humedad de aquel conocido sexo que parecía llamarle a gritos para que de nuevo se lo follara.

— Espera, vamos a mi casa — musitó Gema, cuando por fin los labios de Fran la liberaron.

Fran se separó de ella y dejó que se dirigiera hacia su puerta, mientras la seguía como un corderito, observando aquel hermoso y redondo culo. Gema sacó las llaves de su bolso, aunque estaba tan nerviosa que le costó encontrarlas, sobre todo porque sentía el cuerpo de Fran pegado al suyo y la erección que este tenía creciendo contra su trasero, lo que provocaba que se excitara más y más, humedeciendo sus bragas sin remedio. Finalmente, Gema consiguió encontrar las llaves, abrió la puerta y ambos entraron, Fran cerró la puerta tras de sí y volvió a acorralar a aquella bella mujer contra la pared, besándola de nuevo, pegando su cuerpo al de ella, haciéndole sentir la erección que abultaba en sus pantalones. Gema dirigió sus manos a los pantalones del joven y trató de desabrocharlos, pero este le detuvo:

— No, espera.

Se arrodilló frente a ella, levantó la falda, escondiéndose bajo ella, y le bajó las braguitas, luego, con suavidad, le hizo abrir las piernas. Gema suspiró, sobre todo cuando sintió la lengua de él hurgando en su clítoris, se estremeció por entero y colocando las manos sobre la cabeza del joven lo apretó contra sí. Cerró los ojos y se dejó llevar.

Fran, hundido entre las piernas de Gema, lamía deliciosamente aquel sabroso sexo, recorría cada rincón suavemente, pasando la lengua primero por un labio y luego por el otro, haciendo que Gema se estremeciera y gimiera. Luego introdujo la lengua dentro de la húmeda vulva y la lamió, saboreó los deliciosos jugos que aquel sexo desprendía y mientras tanto dirigió un dedo a la raja que separaba las nalgas de Gema. Un nuevo estremecimiento la hizo temblar, sobre todo cuando sintió que aquel dedo se introducía en su agujero trasero.

— ¡Ah! — Gimió deseando más, deseando que Fran la poseyera ya.

Él también la deseaba, también estaba ansiando penetrarla, meterse dentro de ella. Por eso, tomándola por las caderas, la hizo poner de espaldas a él, cara a la pared, mientras se ponía en pie. La apartó levemente de la pared, de modo que su culito sobresaliera, se bajó la cremallera del pantalón y sacó su erecta e hirviente polla, mientras introducía un par de dedos dentro del estrecho ano de Gema.

— ¡Ah, ah! — Escaparon dos grititos más de aquella dulce voz femenina — ¿Qué vas a hacer? — Preguntó retóricamente, porque en realidad sabía de sobra lo que aquel jovencito deseaba hacerle.

— Voy a follarte ese hermoso culo — le susurró él al oído.

Gema gimió, sobre todo cuando sintió el glande apoyado en la entrada de su ano, cerró los ojos y se preparó para la embestida. Fran no tuvo compasión, llevaba semanas ansiando poseer aquel agujero y en ese momento sólo pensaba en hundirse en él, por eso apretó, empujó y finalmente logró que su glande se introdujera en aquel estrecho agujero, siguió empujando y toda su verga se hundió como un cuchillo en el pan.


Gema clamó de nuevo al sentir como aquel pene se acomodaba en su agujero trasero, sintió primero un leve dolor por la brusquedad con que había entrado, pero inmediatamente empezó a sentir el placer que le producía tenerle allí dentro. Fran la sujetó entonces por las caderas y empezó a empujar, una y otra vez, primero despacio, sintiendo como las paredes del recto aprisionaban su verga. Gema soportaba las embestidas apoyando sus manos en la pared y empujando también ella contra su adversario. Los gemidos de ambos iban en aumento con cada embestida, parecían dos animales sedientos de sexo, tratando de apagar la sed el uno con el otro. Gema sentía como aquella verga se hundía en su culo una y otra vez y como eso hacía que su placer aumentara gradualmente, también Fran sentía su placer crecía en cada embestida que daba a aquel estrecho agujero que tan fácilmente lo había acogido y no tardaron ambos en alcanzar el éxtasis. Primero fue ella, la que entre gritos, suspiros y convulsiones sintió como su ano se contraía y explotaba en un maravilloso orgasmo, al cual le siguió él expulsando su espeso y caliente semen en el interior de aquel estrecho agujero. Cuando ambos dejaron de convulsionarse se separaron y vencidos se sentaron en el suelo el uno junto al otro. Gema se subió las braguitas que tenía en los pies, buscó el rostro hermoso de Fran, lo apretó entre sus manos y mirándolo fijamente a los ojos lo besó. Cuando se separaron del beso, él musitó algo avergonzado:

— Lo siento, siento haberte rehuido los últimos días, siento haberme comportado como un maldito cobarde.

— No te preocupes, yo tampoco he actuado de la mejor manera estos días – se disculpó Gema — ¿Qué tal si nos tomamos una ducha? – Propuso ella.

— Vale ¿Juntos? — Preguntó inocentemente Fran.

Gema lo miró sonriendo, le parecía tan tierno, tan inocente a veces.

— Si tú quieres.

— Claro que quiero — respondió Fran mientras ambos se ponían de pie.

Gema se dirigió a su habitación y Fran la siguió. Allí ella se quitó el vestido y cuando Fran la vio desnuda con las braguitas y el sujetador no pudo resistirse. Tenía un cuerpo perfecto de endiabladas curvas y lechosa piel suave y dulce. La abrazó nuevamente, restregando su paquete contra sus muslos, sintiendo como su verga volvía a hincharse deseando a aquella mujer. También Gema lo sintió y se sintió muy halagada de provocar aquella reacción a un jovencito de 20 años, por eso, y ante el ímpetu que él mostraba, le dijo:

— Tranquilo, tranquilo. Ahora nos metemos en el baño y me haces lo que quieras allí.

Lo cogió de la mano y lo llevó hasta el baño. Allí Fran ya no pudo resistir más y mientras Gema se giraba hacia el espejo como solía hacer siempre que estaba en el baño, él la abrazó por detrás, pegando su cuerpo al de ella y haciéndole sentir su nueva erección entre sus hermosas nalgas, esas que había profanado hacía sólo unos minutos. Gema se dejó hacer, dejó que Fran le desabrochara el sujetador y acariciara sus senos. Fran los sobó, los manoseó, haciendo que los pezones se erizaran y se pusieran erectos como pitones de toro. Gema gemía, su cara de placer reflejada en el espejo era todo un poema y eso hacía que Fran aún se excitara más; sus labios rozaron la oreja de Gema, esta sintió como su piel se erizaba. Volvía a desear a aquel chico, a ansiar que la penetrara como fuera, allí mismo. Por eso Fran le bajó las braguitas e instaló su erecto pene entre la estrechez que quedaba entre las piernas de ella. La mujer gemía, y sentía como su sexo se humedecía cada vez más, mientras las manos de Fran acariciaban su cuerpo de arriba abajo y de abajo a arriba. Sentía el pene erecto del muchacho brincando entre sus piernas, lo que aumentaba su deseo y por eso le suplicó:

— ¡Métemela, por Dios!

Aquella súplica desesperada sonó como música celestial para Fran, que no se hizo de rogar, llevó su sexo hasta la ardiente vulva, empujó levemente y ¡zas! Logró que el glande se introdujera en aquella oscura caverna, haciendo que Gema emitiera un gritito placentero. Luego la sujetó por las caderas, llevó una de sus manos hasta el hinchado clítoris de la mujer y empezó a acariciarlo, mientras se movía suavemente, haciendo que su hinchada verga entrara y saliera de aquel húmedo paraíso. Gema, estática frente al espejo, se observaba mientras sus propias manos acariciaba sus senos suaves y erectos. El espectáculo que tenía antes sí era tan maravilloso, tan porno, tan placentero a la vez que poco a poco iba aumentando su deseo y sus ganas del llegar al éxtasis final. Veía a Fran tras de sí, con su boca pegada a su cuello, su mano hurgando en su coñíto, dentro de su clítoris y empujando hacia ella una y otra vez para hacerla gemir de placer. Ambos cuerpos se complementaban a la perfección, primero empujaba él, luego lo hacía ella, y así alternativamente. Gritos, gemidos, besos desesperados, caricias ansiadas, y aquel baño se convirtió en una batalla de placeres que ambos disfrutaban. Poco a poco, Fran fue aumentando el ritmo de las embestidas, haciendo que su sexo penetrara más profundamente a Gema, lo que hizo que aquella agradable sensación de goce aumentara paulatinamente y poco a poco se extendiera por todo su cuerpo. También él empezó a sentir que el placer aumentaba en su sexo poco a poco al notar como la femenina vagina se contraía alrededor de su verga y la estrujaba como si quisiera sacarle todo el jugo, lográndolo finalmente en un maravilloso éxtasis que ambos disfrutaron al unísono. Los gritos de la pareja llenaron el baño hasta que finalmente se calmaron y se quedaron estáticos frente al espejo. Fran besando el dulce cuello de su amante y Gema pegando su cuerpo al del muchacho tratando de sentir el calor de su piel para cerciorarse de que aquello no era un sueño. Finalmente, se separaron y Gema dijo:


— Deberíamos meternos en la ducha.

— Sí — aceptó Fran quitándose la poca ropa que le quedaba encima.

Gema se acercó a la ducha, se metió y abrió el grifo del agua, dejando que esta la mojara. Enseguida sintió como Fran se metía también con ella en la ducha, rozando su espalda. Gema se giró hacia él y lo besó. Al sentir sus pieles pegadas y aquel intenso beso surcando su boca, el chico se excitó de nuevo, lo que sorprendió a Gema, ya que en menos de una hora lo habían hecho ya dos veces.

— ¡Bufff, chiquillo, como se nota tu juventud! — Exclamó.

— Sí, pero es que me pones a mil con tus besos — se excusó el jovencito.

— ¿Por qué no te reservas esas energías para más tarde? — Le preguntó Gema.

— No puedo, quiero hacértelo ahora, otra vez, quiero volver a follarte ese precioso culito y quiero tenerte en mis brazos durante todo el día y toda la noche. No me cansó de ti y además, quiero emborracharme de ti, para no olvidarte en los próximos días. 

— ¿Y eso? — Preguntó Gema.

— Mañana me voy de vacaciones y estaré fuera unas tres semanas. Tres semanas en las que probablemente no deje de pensar en ti, pero sin poder besarte, tocarte, tenerte, por eso quiero aprovechar este momento.

— ¡Ah, vaya, ya entiendo! — Gema se quedó un poco decepcionada al oír aquello, mientras el agua de la ducha seguía cayendo sobre sus cuerpos.

Entonces se separó de Fran, cogió la esponja y le puso jabón, luego empezó a masajearse el cuerpo con ella. Fran se dio cuenta enseguida de lo seria que se había puesto. Parecía como si de repente le hubieran desaparecido las ganas y ese sexappel que tanto la atraía de ella.

— ¿Qué pasa, preciosa? ¿Por qué te pones tan seria?

— Porque me da la sensación de que para ti solo soy un pasatiempos, no sé, un juguete sexual, alguien con quien disfrutar de un sexo que nunca había tenido antes. Y temo que vuelvas a alejarte de mí. Yo…

— ¡Oh, no, para nada! — le dijo él cariñosamente —  Es cierto que  contigo he tenido la mejor experiencia sexual de mi vida, el mejor orgasmo y solo pienso en hacértelo una y otra vez, pero esa primera vez me dejó… No sé, compréndelo, tengo solo veinte años, tú tienes casi cuarenta, podrías ser mi madre y no sé, sentir que me atraías sexualmente de una manera tan animal que, desde que entré en esta casa, no pude dejar de desearte, me dejó K.O. necesitaba aclarar mis ideas, por eso te he estado esquivando los últimos días, compréndelo — suplicó Fran, abrazando a Gema por la cintura.

Esta, de nuevo, pudo sentir la erección que ella misma le provocaba a aquel joven muchacho. Pensó durante unos segundos en lo que él acababa de decirle y sabía que tenía razón. De hecho, recordando su primera vez con Antonio, hacía ya unos veinte años, ella se sintió igual y durante los días siguientes a aquella primera vez, no hizo más que esquivarlo porque se sentía extraña y confusa al darse cuenta de que un hombre veinte años mayor que ella la atraía enormemente. Por eso, miró a Fran a los ojos, acercó sus labios rojos e hinchados a los de él y lo besó apasionadamente, metiendo su lengua en la boca del chico, buscando la de él y recorriendo cada recoveco que aquella oscura cueva. Ese beso hizo que Fran se excitara aún más y Gema pudo sentir como la verga del muchacho se hinchaba entre sus cuerpos pegados. Luego, Fran la empujó por los hombros hacia abajo, enseguida Gema entendió lo que pretendía y se arrodilló frente a él, mientras este apagaba el grifo del agua. Gema arrodillada frente al sexo erecto de Fran lo tomó con una de sus manos, acercó la lengua al glande y lamió la erguida verga que se tensó y brincó como si fuera un saltamontes. Gema se sintió halagada al comprobar que a pesar de su edad podía provocar aquella reacción a un jovencito de tan solo 20. Siguió lamiendo aquel precioso mástil, mientras Fran la sujetaba por la cabeza. Saboreó cada rincón de aquel preciado instrumento y finalmente consiguió que Fran se corriera, aunque fue poco el semen que salió esta vez del preciado tesoro.

Tras eso, Gema se puso en pie, besó a su amante y saliendo de la ducha le dijo:

— Es mejor que descansemos un poco.

— Desde luego, hoy no podría resistir otro asalto — musitó Fran viendo como su preciado tesoro permanecía pequeño y arrugado entre sus piernas.

Decidieron permanecer un rato acostados en la cama descansando, y hablando, así Gema supo que Fran estaría lo que quedaba de mes en un pueblecito de la costa y que durante aquel tiempo no se verían mucho, ya que Gema había contratado un viaje para visitar toda Europa durante aquellos días.

El hambre fue lo que hizo que ambos decidieran levantarse:

— ¿Quieres comer algo? — Preguntó Gema a Fran.

— No, creo que es mejor que me vaya a mi casa antes de que alguien empiece a preguntar donde estoy.

— Bueno, entonces supongo que ya no nos veremos hasta…

— … Hasta dentro de tres semanas, pero no te preocupes, pensaré en ti, te echaré de menos y te llamaré.

Gema sonrió, no creyó demasiado en las palabras de Fran, pero le alegró saber que por lo menos de algún modo podrían estar comunicados. 

— Muy bien, nos vemos – dijo Gema acompañando a su amante hasta la puerta, donde antes de abrir la puerta, se besaron apasionadamente.

Los días pasaron, y a pesar de las distancia, se llamaban a diario, se mandaban mensajes. Todo parecía ir bien, hasta que aquel día Gema empezó a darse cuenta de que quizás… ¿Y si estaba embarazada? Llevaba ya un retraso de 15 días y eso no era normal en ella, estaba nerviosa y preocupada y por miedo, aún no se había decidido a hacerse la prueba de embarazo. Pero aquella mañana en que acababa de regresar del viaje, decidió que no dejaría pasar más tiempo y que se la haría. Fue a la farmacia a comprar el test, y una vez en casa, leyó las instrucciones e hizo lo que estás le indicaban, lamentablemente tras esperar un par de minutos, salió la rayita de color rosa que confirmaba sus sospechas. El mundo se le vino abajo en aquel momento, no podía ser, aquello no podía estar sucediendo, no podía hacerle aquello a Fran, era demasiado joven para…


La mente de Fran daba vueltas a lo sucedido en aquellos últimos seis meses, mientras su hermano Ángel, le ayudaba a anudarse la corbata.

— Aún no entiendo como has podido acostarte con ella durante todos estos meses — dijo Ángel que ya estaba elegantemente vestido para la ocasión.

— Por qué la quiero, porque es la mujer de mi vida y lo haría con ella cada segundo del día, no me canso de ella, la quiero, la amo — sentenció Fran.

En el piso de al lado Gema también estaba casi preparada, la peluquera estaba atusando su hermoso pelo rizado, mientras le colocaba el tocado. Nuevamente, sus pensamientos se perdieron en aquel momento, unos cuatro meses atrás.

Inmediatamente, envió un mensaje a Fran por el móvil: "En cuanto llegues tenemos que vernos, es algo importante". A Fran le encantaba saber que aquella hermosa mujer estaba loca por él y no veía el momento de estar nuevamente con ella, de hacerla suya de nuevo, y darle el mayor de los placeres. Por eso, en cuanto llegó de sus vacaciones, les dio una excusa a sus padres y salió hacía el piso de Gema. Nervioso llamó al timbre y ella no tardó ni medio minuto en abrir la puerta. Fran se abalanzó sobre ella, la estrechó entre sus brazos, y la besó apasionadamente. Tras el beso ella le instó:

— Tenemos que hablar, cielo, tengo algo importante que contarte.

— No, ahora, no, luego — suplicó él — tengo ganas de hacerte mía. Te he echado tanto de menos.

Y sus labios se enredaron en el cuello de ella. Gema trató de deshacerse de los brazos de Fran, necesitaba hablar con él, aclarar la situación.

— Está bien, vamos a hablar — aceptó Fran. 

Gema se sentía nerviosa, no sabía por donde empezar... Era algo difícil, porque Fran era demasiado joven y no estaba segura de su reacción, de que supiera como aceptarlo. Y porque sentía que ella no tenía derecho a hipotecar su vida por un error.  Por eso permaneció en silencio unos minutos, pensando en como decírselo.

— ¿Gema? — Preguntó Fran como si pensara que esta no le había oído.

Gema se incorporó, se sentó sobre el sofá y mirando a Fran empezó a decirle:

— Verás es que hace un par de días me hice la prueba porque... tenía un retraso de quince días ya... — Fran la miraba atento e incluso algo extrañado, como si estuviera procesando la información que Gema le estaba dando — y bueno... es que dio positivo y... estoy embarazada — soltó finalmente Gema.

— ¿Qué? Pero... ¿Estás segura? — La interrogó Fran como si aquello que acababa de oír le sonara a broma, a mentira, a... no podía ser, pensó, ahora no, pero...

 — Sí, claro que estoy segura. Yo soy muy regular y un retraso de 15 días es mucho para mí, además me hice la prueba un par de veces, yo... no quería que esto pasara pero...

Fran no sabía qué hacer, se sentía extraño. Tenía solo veinte años e iba a ser padre, y además con una mujer de 38, su mundo parecía derrumbarse poco a poco y por segundos.

— Pensé que tomabas la píldora, si lo hubiera sabido... — Adujo él.

— No, dejé de tomarla porque me daba alergia, aunque en realidad, suelo llevar un diafragma, pero ninguno de los dos días que lo hicimos me lo puse, no pensé que iba a tener sexo con un hombre y... La culpa fue mía. Pero no pretendo que te responsabilices de esto, sé que eres muy joven y aún te queda mucha vida por delante, no quiero que... yo sola puedo hacerlo, solo quiero que lo sepas, porque a fin de cuentas serás el padre y...

Fran la hizo callar colocando su dedo incide sobre los suaves labios de ella.

— No, no, este hijo será también mío, y no pienso dejarte sola. No sé como nos las apañaremos, pero lo haremos, hablaré con mis padres, se lo contaré todo y vendré a vivir contigo.

— Pero... tus estudios — dijo Gema – no puedes dejarlos, no quiero que los dejes.

— Bueno, bueno, tranquila ya hablaremos de esto con toda tranquilidad. Ahora quiero decirte que... me hace muy feliz y que te quiero — terminó Fran abrazándola con fuerza — Vamos a ser padres. 

Gema sonrió y afirmó feliz. Iban a ser padres. 

 

Gema recordaba todo aquello vestida de novia ante el espejo de su habitación. No podía creerse que a pesar de todas las dificultades, de lo difícil que se lo pusieron los padres de él porque no eran capaces de entender aquella relación, ahora estuviera ante uno de los pasos más decisivos de su vida. Iba a casarse con un jovencito de 20 años que en aquellos meses se había convertido en un adulto responsable y decidido a vencer todos los obstáculos con ella. Se sentía feliz, y mirándose en el espejo se sonrió a si misma. El vestido color azul claro, el peinado, el ramo de flores, todo estaba perfecto, pensó, y entonces sintió una patadita, era su bebé diciéndole que él también estaba feliz.

Fran en su habitación, nervioso, estaba terminando de arreglarse. A pesar de las reticencias que sus padres habían tenido, habían logrado llegar a un acuerdo con Gema, sería ella la que le pagaría los estudios hasta que terminara en un año, y la que asumiría todos los gastos, tenía un buen trabajo, un buen sueldo y podía hacerlo, para ello vivirían en el piso de ella. Ese acuerdo, idea de Gema, fue el que logró que finalmente sus padres aceptaran aquella situación por atroz que les pareciera, pues su hijo era demasiado joven para hipotecar su vida con aquella mujer que casi le doblaba la edad. Pero lo vieron tan decidido, y Gema les hizo la propuesta tan concienzuda y perfectamente, que no pudieron negarse a aceptarlo por fin, por descabellada que les pareciera toda aquella situación. Nervioso, Fran salió de su habitación, tenía ganas de ver a la novia, de estar con ella por fin, ya que en las últimas dos noches no había dormido juntos. Sus padres elegantemente vestidos le esperaban en el comedor para salir juntos hacia el juzgado.

La boda sería algo sencillo, por lo civil y con muy pocos invitados, solo los más allegados, por eso, su madre estaba allí con ella, ayudándola a vestirse, dándole consejos y sobre todo su apoyo, sabía que aquella era una situación difícil para su hija por todos los obstáculos que había tenido que vencer ante aquella relación tan desigual, por eso por  descabellada que a ella le parecía jamás se lo dijo a Gema, que radiante se abrazó a su madre antes de salir del piso rumbo al juzgado y con una sería duda que empañaba levemente su felicidad ¿Serían felices y capaces de superar todos los obstáculos que aquella relación tan desigual les depararía?


viernes, 16 de septiembre de 2022

CALOR Y DESEO (1)

Pero si es una anciana — le dijo su hermano Ángel burlonamente.

Pero para Fran, Gema no era una anciana, en realidad era una hermosa mujer que le había dado los mejores momentos de su vida.

— No es ninguna anciana, es mi mujer, y déjame ya — le pidió Fran a su hermano con fastidio.

Aún podía recordar la primera vez que vio a Gema desnuda. Era una noche de verano en la que no podía dormir, hacía ya más de un año. Él estaba desnudo sobre la cama, el calor no le dejaba dormir, así que decidió levantarse. Se acercó a la ventana abierta que daba al patio interior del edificio, entraba un agradable aire fresquito, así que se quedó allí observando. Al cabo de unos segundos vio que la luz de la habitación de enfrente, la de su vecina Gema, se encendía. La persiana estaba abierta, pero la vecina ni siquiera se molestó en cerrarla, quizás pensó que a aquellas horas de la noche los chicos de enfrente estarían ya dormidos. Pero no era así, Fran estaba despierto, aunque ahora, al ver la luz encendida, se había escondido al lado de la ventana, tras la cortina que estaba también abierta. Observaba como Gema se movía por la habitación. Vio que acababa de dejar el bolso sobre la cama y se estaba quitando los zapatos. Llevaba un vestido estrecho y corto que resaltaba su hermoso cuerpo de mujer. Fran observaba quieto, sin hacer el más mínimo ruido; no quería que ella se diera cuenta que la observaba. Poco a poco, Fran vio como Gema se iba desnudando, como se quitaba el vestido dejándolo sobre una silla, luego el sujetador, las braguitas y cuando vio aquel hermoso cuerpo, de perfectas curvas, desnudo, no pudo evitar que su sexo se excitara. Gema se acostó en la cama totalmente desnuda, apagó la luz general, aunque dejó encendida la pequeña lámpara que tenía en la mesita, lo que le daba un reflejo especial a su piel morena haciéndola más hermosa, eso aún excitó más a Fran haciendo que entre sus piernas creciera una hermosa erección, lo que le obligó a seguir observando a aquella bella mujer, a pesar de que algo en su interior le decía que no debería, porque aquello no estaba bien.


Gema empezó a acariciarse suavemente el cuerpo, necesitaba desahogarse, estaba excitada y… sus manos empezaron a rozar su piel, sus senos, su vientre, hasta que llegaron a su sexo húmedo y lleno de deseo. Fran al ver aquello aún se excitó más, y su imaginación empezó a volar, de modo que podía sentir aquella piel caliente y ardiente bajo sus labios, y aquellas delicadas manos acariciando su sexo. Ambos empezaron a masturbarse, suavemente. Fran lo hacía siguiendo el ritmo lento que Gema imprimía a sus propias caricias y no tardó mucho en correrse, y pringar parte de la pared con su espeso semen. Gema tardó un poco más en alcanzar el orgasmo, pero no mucho y la imagen que Fran vió de ella al obtenerlo, fue maravillosa, con esa expresión de felicidad, tan hermosa, dibujada en su cara.

Aquella noche fue la primera de muchas en que Gema y Fran compartieron deseo y felicidad sin que ella lo supiera. Y a partir de aquella noche, Fran empezó a soñar con poseer a aquella mujer, tenerla en sus brazos y ser suyo, pero le parecía tan inalcanzable; seguro que una mujer madura y tan guapa como ella, jamás se fijaría en él, pensaba Fran.

Gema entró en su piso frío y solitario; estaba cansada, pero no era un cansancio físico, sino más bien psicológico, acababa de cumplir treinta y ocho años y aún seguía soltera. Soltera y triste, se sentía. Por enésima vez su ligue de aquella noche no había llegado más allá de cuatro besos mal dados. Estaba harta, harta de buscar, harta de esperar al hombre de su vida y que este no llegara. Entró en su habitación; hacía un calor terrible, sentía su piel empapada y su ropa pegada, y además del calor físico, tenía otro tipo de calor, el calor producto del deseo de satisfacer sus más bajos instintos sexuales. Se acercó a la ventana y abrió las cortinas, "Total" pensó, "a estas horas todos duermen y necesito aire", ni siquiera se le ocurrió que quizás los chicos de enfrente pudieran estar despiertos una noche calurosa como aquella, solo pensaba en las ganas que tenía de desahogarse. Se desnudó despacio y con calma, quitándose las prendas una a una y, cuando por fin estuvo totalmente desnuda, se tumbó sobre la cama y empezó a acariciarse suavemente, primero las tetas, sobándolas y palpándolas; luego descendiendo hasta su sexo, y adentrando sus dedos entre los pliegues de su húmedo sexo que ansioso esperaba ya aquellas caricias. Introdujo sus dedos entre los femeninos pliegues y buscó el mágico botón del clítoris empezando a masajearlo dulcemente. Enseguida, todo su cuerpo comenzó a convulsionarse al sentir el maravilloso placer que le producían aquellas caricias, y buscó la imagen de un hombre, un hombre que la atrajera, que la hiciera soñar con el mejor polvo de su vida; y sin saber como, ni por qué apareció aquel chico, su vecino Fran, al que aquella mañana había visto en el portal sin camiseta, y al que, en ese preciso instante, había deseado, imaginándose como sería follar con él. Mientras su dedo hurgaba entre sus pliegues y le arrancaba gemidos de placer, su mente estaba con aquel muchachito, sintiendo como la follaba salvajemente, como si fuera una puta, sobre aquella misma cama. No tardó en empezar a sentir el orgasmo, llenándola, inundándola y haciéndola explotar en una felicidad extraordinaria. Tras aquel mágico momento se puso el camisón, apagó la luz y trató de dormir.


Fran se sentía feliz, feliz de poder contemplar aquel maravilloso espectáculo de vez en cuando, cada noche solía esperar a que Gema apareciera, escondido en la oscuridad de su habitación, y cuando ella llegaba, se asomaba sigilosamente a la ventana y observaba como se desnudaba, como se daba placer, como disfrutaba de los secretos de su propio cuerpo. Luego imaginaba, imaginaba que era él quien la poseía mientras ella misma se daba placer, imaginaba que algún día entraría en esa habitación y la haría suya. Imaginaba… tantas cosas, hasta que llegó aquel día, el día en que todo cambió. Aquel día se la encontró en el portal, al parecer venía de la compra e iba cargada. Él, amablemente, se ofreció a ayudarla. Ella aceptó, hacía calor y cargar con el carro ella sola hasta el primer rellano, donde estaba el ascensor, se le hacía pesado. Fran agarró el carro por detrás y Gema por delante. Y empezaron a subir. Una vez dentro del ascensor ella musitó:

— Hace calor hoy.

— Sí — respondió Fran, sin casi haberse dado cuenta de lo que decía ella, pues andaba perdido dentro de aquel maravilloso escote que tenía delante que le dejaba imaginar la redondez de aquellos perfectos senos femeninos que tantas veces había visto desnudos a lo largo de aquel verano.

— ¿Salimos? — Preguntó Gema viendo la mirada de cordero degollado que el muchachito le estaba echando — ¿O prefieres que nos lo montemos aquí dentro? — Preguntó ella descarada. En realidad Gema era así, si un hombre la miraba con deseo no le avergonzaba hacérselo notar a él.

— ¿Eh, qué? — Respondió por fin Fran avergonzado, y poniéndose rojo como un tomate.

— Que ya hemos llegado a nuestro piso.

— ¡Ah, sí, ya, perdón!

Fran abrió la puerta y salieron del ascensor.

— Gracias – dijo Gema.

— De nada — respondió Fran — ha sido un placer — y empezó a rebuscar las llaves en sus bolsillos, mientras Gema sacaba las suyas del bolso que llevaba — vaya — dijo finalmente Fran al comprobar que no las llevaba — ostras.

— ¿Qué pasa? — Preguntó Gema

— No encuentro mis llaves, creo que me las he dejado en casa y ahora no hay nadie — respondió Fran con cara de fastidio.

— Bueno, si quieres puedes esperar en mi casa hasta que vengan tus padres o tu hermano.

Fran se alegró de oír aquello, pero también se sintió nervioso porque por primera vez desde el día que la descubrió en su habitación masturbándose, iba a estar a solas con ella en su casa.

— Bueno, sí, será lo mejor — aceptó el jovencito.

Gema abrió y ambos entraron.

— Pasa y acomódate en el sofá, yo voy a dejar esto en la cocina — le indicó Gema al muchachito.

Este dejó la mochila junto a la puerta del comedor y se sentó en el sofá mientras veía como Gema se perdía por el pasillo en dirección a la cocina, arrastrando aquel cargado carro.

Unos minutos después, Gema salió al comedor. Se había cambiado y llevaba unos pantalones cortísimos que dejaba entrever el nacimiento de su culito y una camiseta muy ajustada que marcaba sus tetas y su curvas perfectamente, para Fran fue casi imposible no quedarse embobado observándola.

— ¿Quieres tomar algo? — Le preguntó

— Bueno — respondió él, tímido. Se sentía avergonzado, porque ver a aquella mujer con aquella ropa lo había excitado y había hecho que su pene se pusiera en pie de guerra.

— ¿Una coca - cola? — Le preguntó ella, viendo el evidente bulto que crecía entre sus piernas, lo que la hizo sentir halagada, por eso le sonrió. 

Y mientras iba de nuevo a la cocina, pensó Gema que aquello era como una inyección que le subía la moral, porque saber que a sus 38 años aún podía excitar a un jovencito de 20 la llenaba de orgullo. Incluso se sentía excitada, y de repente, una luz se encendió en su mente, ¿y sí probaba...? Total, no tenía nada que perder. 

Sacó una cola de la nevera y un vaso del armario y volvió al salón, dispuesta a todo. Fran seguía en el sofá, con la mano entre sus piernas, tratando de taparse la cada vez la más evidente erección que abultaba en su tejano.

— ¿Te pasa algo? — Preguntó Gema sentándose a su lado, y dejando la cola y el vaso sobre la mesa que había frente al sofá.

— No, nada, es que… tú… — trató de responder Fran, que se moría de ganas por decirle a Gema que era preciosa, pero no sabía como.

— ¿Yo, qué? — Dijo Gema acercándose a él y apoyando su mano sobre la pierna del muchacho, lo que hizo que este aún se excitara más.

— Es que tú, eres… preciosa — soltó por fin Fran.

— Vaya, gracias. Tú también eres muy guapo, seguro que tienes a todas las de tu clase rendidas a tus pies.

— No, que va, yo… no… soy un patoso con las chicas — se excusó Fran que cada vez se sentía más incómodo con aquella situación.

Quería echarse sobre Gema, hacerla suya y darle todo aquel placer que solía darse a solas en su habitación, pero a la vez se sentía intimidado por ella, por su hermosura, por su cuerpo, y no sabía como entrarle, como decirle que hacía tiempo que se moría por estar con ella.

— Venga ya, no me digas eso — dijo Gema pegándose cada vez más a él, tratando de provocarlo, de hacer que aquel deseo que había visto en sus ojos saliera por fin de su interior y se atreviera a darle aquel beso que tanto deseaba.

— Sí, yo… — Su corazón iba a cine por hora al tener la cara de aquella mujer tan pegada a la suya.


Y en realidad no supo si fue ella o él mismo o el deseo que volaba entre ambos lo que hizo que la cogiera por la nuca, acercara sus labios a los de ella y la besara apasionadamente.

Cuando Gema sintió los labios del chico quemando los suyos, empezó a sentir como su piel ardía, como crecía el deseo y como poco a poco sus manos desabrochaban el cinturón del chico y sus pantalones. Iba a por todas, estaba decidida a disfrutar de lo que aquel joven pudiera ofrecerle. 

Sus bocas se separaron e inocentemente Fran preguntó:

— ¿Qué haces?

Gema dirigió uno de sus dedos a la boca del chico y haciéndole callar le dijo:

— Nada que no quieras que haga, porque sé que lo deseas tanto como yo.

Fran suspiró a la vez que afirmaba con la cabeza lo que ella acababa de decir, dirigiendo sus manos a los firmes senos de la mujer. Hacía tiempo que deseaba tocarlos, sentirlos entre sus manos y manosearlos como estaba haciendo ahora, por encima de la camiseta. Fran no podía creérselo, estaba tocando aquellas tetas que tantas veces había visto desnudas. 

— Espera, espera — musitó Gema levantándose del sofá, tratando de serenarse. 

No quería que la primera vez con aquel joven, y sobre todo, la primera desde hacía meses que tenía sexo con alguien fuera en cualquier lugar y de cualquier manera, por eso, cogió al chico de la mano y lo llevó hasta la habitación donde tantas veces él la había visto satisfacerse. Fran no podía creerlo, después de tantas noches compartiendo aquellos momentos tan íntimos con ella, escondido tras las cortinas de su habitación, ahora sería él quien le diera aquel placer que buscaba a solas.

Una vez allí, de pie junto a la cama, Gema volvió a besarlo. Sus manos recorrieron la espalda del chico y este, nervioso y excitado, trató de corresponder aquel besos apretando a la mujer contra sí. Luego ella se sentó en la cama, haciendo que el chico quedara frente a ella, terminó de desabrocharle el pantalón y lo dejó caer al suelo. El bulto que tenía ante ella era hermoso, y parecía llamarle a gritos, incluso pudo ver la punta del glande saliendo por la goma superior del slip. Acercó su boca sedienta a aquel sexo abultado y lo mordió levemente por encima de la tela. Fran se estremeció, era la primera vez que una mujer le hacía algo así. En realidad, estaba seguro de que aquella sería la primera vez que haría muchas cosas que nunca antes había hecho, porque su experiencia sexual se limitaba a un par de encuentros con un par de amigas y a su primera experiencia con una prostituta. Gema cogió la goma del slip tirando hacia abajo, y deslizándolo por las piernas del chico, hasta que fue a parar al mismo sitio que los pantalones, a sus pies. Eso hizo que el miembro del chico apareciera tieso y altivo, apuntando a la boca de la mujer, que sin pensárselo dos veces, lo tomó con una mano, y lamió el glande con suavidad. Fran volvió a estremecerse, si seguía así, seguro que en nada se iba a correr y no podía permitir que eso pasara, por eso decidió que lo mejor sería pensar en otra cosa, distraerse quizás, pero le era imposible hacerlo teniendo aquella mujer entre sus piernas, lamiendo su pene como si fuera un helado. Gema se afanaba en dar placer al muchachito, pasando la lengua por el tronco, llegando a la base y volviendo luego al glande para metérselo en la boca y chuparlo como si fuera el más delicioso manjar. Ambos se sentían en la gloria. Ella, porque no podía creerse que estuviera en su habitación, a punto de hacerlo con un jovencito de 20 años y él porque estaba con la mujer de sus sueños, aquella que había ocupado sus más satisfactorias pajas en los últimos 20 días.

— ¡Oh, para! — Musitó Fran a punto de correrse, tirando del pelo de Gema.

Esta, apartó su boca, lo miró y le sonrió. Fran se sentía como si fuera a derretirse, aquella mujer era especial, hermosa y lo ponía a cien. Gema se puso en pie, quitándose primero la camiseta que llevaba y después el corto pantaloncito, bajo el que no llevaba absolutamente nada. Fran se quedó alucinado ante aquel bello y erótico cuerpo femenino lleno de curvas que le llamaban a gritos. Luego Gema se dio la vuelta y se puso en cuatro sobre la cama, cuando oyó como Fran suspirada y le decía:

— Estás increíble así, guau, qué culo tienes

Gema rio ante aquellas palabras que parecía le habían salido del alma al hermoso joven, y al girarse vio la enorme erección que tenía entre las piernas, aquel miembro parecía vibrar, desearla como nunca, nadie la había deseado antes y eso la hacía sentirse satisfecha.

— ¿Quieres hacérmelo así? — Preguntó la mujer a Fran, mirándolo con picardía.

— Buff, sí — musitó Fran sintiendo que se iba a cumplir una de sus más deseadas fantasías.

— Bien, pues venga — lo animó ella al ver que Fran permanecía quieto sin saber que hacer.

— ¡Oh, sí! — Dijo él arrodillándose tras ella.


Al hacerlo su sexo erecto rozó la húmeda vulva de ella y ambos se estremecieron. Luego deslizó su mano hacia aquel húmedo refugio y empezó a acariciarlo, mientras se recostaba sobre la espalda de Gema. Gema gimió al sentir aquellos dedos adentrarse en los pliegues húmedos de su vulva, y sobre todo al notar como alcanzaban el mágico tesoro que escondía su clítoris. Sintió como aquellos dedos marcaban círculos sobre él y como lo masajeaban suavemente, mientras Fran gemía en su oído y restregaba su imperial verga contra su culo. El calor iba en aumento en aquella habitación, en la misma proporción que lo hacía el deseo y la pasión que los arrastraba.

— ¡Buff, métemela ya! — Suplicó Gema sintiendo como el deseo le ardía entre las piernas. Necesitaba sentirse llena, necesitaba tener a aquel jovencito entre sus piernas fuera como fuera.

Y Fran también deseaba sentirse dentro de ella, poseerla y hacerla suya, por eso no se hizo de rogar. Se apartó ligeramente, guio su pene erecto hacia la húmeda cavidad femenina y la colocó a las puertas, luego despacio fue introduciéndola, sintiendo como aquel sexo femenino adquiría las dimensiones de su pene y lo cobijaba dándole calor y placer.

Al sentir como aquel pene la invadía, Gema empezó a moverse a la vez que gemía. Por fin se sentía llena, por fin era feliz, por fin tenía a un hombre dándole placer. Fran, aunque torpemente, también se movía empujando, tratando de penetrar a aquella hermosa mujer una y otra vez, y mientras lo hacía acariciaba sus senos y besaba su nuca. Se sentía dichoso de estar allí dándole placer, siendo él el que hacía que gimiera, que se convulsionara, que pidiera más, porque eso era lo que hacía Gema, pedía más y más, le suplicaba que no parara, que se moviera y que le diera su verga más y más profundamente y él lo hacía, empujaba una y otra vez, y otra, cada vez con más fuerza, con más ahínco, a la espera del ansiado orgasmo que no tardó en llegar. En pocos segundos, ambos empezaron a gemir cada vez más fuerte y a convulsionarse, Gema en lugar de pedir más sólo gemía que sí, sí, sí, y Fran gemía en su oído haciendo que esta se excitara aún más sintiendo como aquella hinchada verga la penetraba sin descanso y se hinchaba dentro de ella cada vez más y más y más, hasta que finalmente se descargó justo en el mismo instante en que sentía como la femenina vagina se convulsionaba alcanzando el orgasmo y Gema emitía un conocido y largo gemido de placer, que solo cesó cuando ambos dejaron de convulsionarse y vencidos de placer se echaron sobre la cama uno al lado del otro.

Durante unos segundos ambos permanecieron callados, hasta que finalmente fue él el que preguntó:

— ¿Ahora qué?

Gema lo miró.

— No sé, ahora quizás deberías irte a tu casa, seguro que ya hay alguien.

— Ya, pero… me refiero a nosotros — musitó él como si temiera hacer aquella pregunta.

— No sé, anda, vístete y vete — dijo ella, como si quisiera evitar pensar en todo lo que acababa de suceder y en lo que harían después. 

Fran prefirió no insistir, dejarla sola, quizás más tarde o al día siguiente todo estaría más claro, por eso se vistió y salió de la habitación, mientras Gema se quedaba tumbada, hecha un ovillo, y preguntándose a sí misma como había podido caer rendida a los pies de aquel jovencito.

Lo malo es que le había gustado, se había sentido feliz y querida por unos instantes y la frustración que había sentido en los últimos días había desaparecido, pero… él era tan joven y ella… ella ya no era una niña.

Pasaron los días, días en que ninguno de los dos se atrevió a ir a buscar al otro, días en los que se rehuían, ella porque sentía que todo aquello había sido una especia de locura y él porque no se atrevía a enfrentarse de nuevo a ella y decirle que había sido la mejor experiencia de su vida y que cada noche soñaba con ella, con poseerla otra vez. Pero lo inevitable sucedió, justo un día antes de que él se fuera de vacaciones se encontraron inevitablemente en el ascensor y…


martes, 13 de septiembre de 2022

ENTRE PELOTAS

Tu mano roza la mía disimuladamente, cuando pasas por mi lado, pero antes de que se abandonen, enredas tu dedo índice en mi meñique y nuestras manos se quedan unidas. Te giras hacia mí, te miro, me miras y me preguntas:

— ¿Te pasa algo, preciosa? 

Suspiro, quiero decírtelo, pero no me atrevo, hay demasiada gente alrededor, porque lo que realmente me pasa es que me muero por follar contigo, igual que hicimos la noche pasada. Miras a nuestro alrededor comprendiendo y entonces, envuelves mi cara con tus manos y me estampas un beso de esos que hacen historia, del tipo Iker Casilla a Sara Carbonero en el mundial, de esos que me dejan sin aliento. Mi corazón va a mil por hora, mientras siento tu lengua barrer mi boca. Mi cuerpo tiembla y se excita. Luego siento una especie de vértigo en el estómago. Cuando rompes el beso y vuelves a mirarme a los ojos, casi puedes sentir como tiembla mi cuerpo. Miro a nuestro alrededor para cerciorarme de que no nos ha visto nadie. Gracias a Dios el pasillo está desierto. En la pista de baloncesto se oyen a los niños botando las pelotas y corriendo.  Me coges de la mano y me llevas hasta el cuarto del material. 

Es un cuarto cerrado lleno de pelotas, conos, y algunas cosas más. Cierras la puerta y arrinconándome contra ella, vuelves a besarme y yo me deshago, tus besos me saben a fresa, a tabú, a peligro y sobre todo a aventura. Una aventura que no debía haber empezado, pero que ahora ya no podemos parar. Cuando rompes el beso me miras y yo te digo: 

— Esto es una locura, no puede ser, no debería ser. 

— Dime, ¿qué no te mueres, como yo, por tenerme en tus brazos, por repetir lo que pasó anoche? 

No puedo decírtelo, realmente no puedo, porque deseo esto tanto como tú. Cierras la puerta con la llave y vuelves a besarme mientras empiezas a sobar mi cuerpo. Eres como un pulpo que quiere abarcarlo todo. Tocas mis tetas, las aprietas, las desnudas (menos mal que es verano y llevo un sencillo y fresco vestido) siento tu boca sobre uno de mis pezones, me estremezco. 

— ¡Oh, por favor, no! — protesto. 

Me estremezco sintiendo tu boca, chuparme, lamerme. Desciendes hasta mi sexo, me quitas la braguitas, deslizándolas por mis piernas y de nuevo, me quejo, me arrepiento. 

— No, Alex. 


Pero está claro que no vas a parar, y en realidad, no quiero que lo hagas. Siento tus dedos hurgando en mi sexo, comprobando la humedad, y después tu lengua, lamiendo, chupeteando, haciéndome estremecer.  Enredo mis manos en tu pelo, empujo para que profundices más. Siento como metes tu lengua dentro de mi sexo, y estoy a punto de gritar, pero recuerdo donde estoy y trato de ahogarlo, mordiéndome el labio inferior. Te pones de pie frente a mí y me besas, tu boca sabe a mí. Gemidos, besos, suspiros, me empujas hacia abajo, sé lo que quieres y desciendo, quedándome en cuclillas frente a tu sexo. Abro la cremallera, el botón, sacó tu miembro, brillante, hermoso y erecto. Acerco mi boca y lo lamo, lo saboreo. Enredas tus manos en mi pelo y empujas, tu polla entra en mi boca casi por completo. Quiero más, necesito más, y por eso, trató de llevar mi mano hasta mi sexo. Intento tocarme, pero estoy tan concentrada en tratar de darte placer con mi boca que no puedo. Lamo, chupo, muevo mi lengua por todo tu miembro. Intento nuevamente tocarme, estoy ansiosa, deseosa, quiero más. Te das cuenta, y me haces levantar, poner en pie. Otro beso, tras el cual siento tu mano, meterse bajo mi falda, la subes, acaricias mi sexo, subes mi pierna sujetándola con tu mano, siento como acercas tu sexo. Primero juegas con él a la entrada de mi sexo, empujo hacia ti, no quiero jugar, quiero sentirte ya, dentro de mí. Me miras a los ojos, parece que me estás pidiendo paciencia, pero no la tengo. Siento tu glande entrando, y luego como te deslizas por completo dentro de mí. Cierro los ojos para poder concentrarme mejor en la sensación de sentirte por fin. Te abrazo, y tú empiezas un viaje imparable hacia el placer, entrando y saliendo de mí, haciéndome estremecer, mientras nuestras bocas se besan. Y entonces me susurras al oído: 

— ¿A qué tu marido no te folla así? 

Y eso aún dispara más mi excitación, de modo que siento que estoy a punto de correrme. Empujas con fuerza, una, dos, tres veces y finalmente estallo en un maravilloso orgasmo, que me obliga a morder tu hombro para acallar mi grito de placer. Y no tardas mucho en correrte tú también, y durante unos segundos, tal vez un minutos nos quedamos abrazados, tratando de recuperar el aliento. 

Luego poco a poco me sueltas y yo a ti. Nos recomponemos, nos vestimos y te recrimino: 

— No teníamos que haberlo hecho, esto no está bien. 

— Pero lo hemos hecho, no podemos reprimir lo que sentimos, lo que hay entre nosotros. 

Gimo resignada y después salgo del almacén. Recojo a mi hija de su entrenamiento de baloncesto y nos vamos a casa. 

Cuando llegamos, Alba, mi hija, se mete en la ducha, pues ha estado entrenando hora y media. Yo, tras ponerme más cómoda, empiezo a preparar la cena. Pongo la mesa y cuando Alba salé de la ducha llaman a la puerta. Ella va corriendo a abrir la puerta, ya que sin duda es su padre. Oigo como se saludan y después Alberto entra hasta el comedor. 

— ¡Hola hermosa! ¿Cómo ha ido el día? — me saluda Alberto. 

— Bien, ¿y a ti? — le preguntó yo. 

— Bien, hoy viene Alex a cenar, ¿no te lo ha dicho? 

— ¿Alex? — preguntó haciéndome la despistada — Sí, mi hijo Alex, ¿no te lo ha dicho? ¿O es que no le has visto cuando has ido a buscar a Mónica al entreno? 

Alex es el hijo de Alberto, entrenador de baloncesto y fruto de su primer matrimonio con Adela. El recuerdo de nuestro encuentro en la sala de material vuelve a mí y mi corazón se acelera, nerviosa respondo. 

— Bueno, sí, lo he visto, pero no me ha dicho nada, estaba ocupado entrenando a los peques — le digo mintiendo. 

Y justo en ese momento suena el timbre, Mónica va a abrir feliz, y cuando abre la puerta le dice a Alex. 

— ¡Hola hermanito! 

— Hola princesa — responde él cogiéndola en brazos. 

Salgo de la cocina para recibirlo, suelta a Mónica y se acerca a mí, y dándome un beso en cada mejilla, me susurra al oído: 

— No puedo dejar de pensar en lo que hemos hecho esta tarde. 

Mi corazón se acelera, y siento como si me temblara todo el cuerpo. Me he acostado con el hijo de mi marido.