martes, 22 de marzo de 2022

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 14

CAPITULO 14. LA CABAÑA

 Empezamos a andar hacia el bosque, pues mis padres vivían a solo un par de calles de la salida del pueblo. Fue algo instintivo por parte de ambos, o quizás es que ambos teníamos el mismo pensamiento y las mismas ganas de encontrar un lugar apartado y privado, lejos de la vista de los demás. Andrey me cogió de la mano tras los primeros pasos.


Empezamos a hablar mientras caminábamos. Fue él el primero en hacerlo:

— Creo que ya es hora de cortar con esta especie de tregua ¿no crees? Creo que ambos tenemos claro lo que sentimos el uno por el otro y soy consciente que con mi actitud respecto a Sara te hice daño. ¿Pero no crees que ya he aprendido la lección y que esta especie de separación ahora nos hace más mal que bien?

— Sí, la verdad es que sí, y que además nuestros cuerpos o lo que sea, nos piden algo que ambos necesitamos y deseamos — reafirmé yo — Y sí, tienes toda la razón, no puedo estar eternamente enfadada contigo y castigándote por aquello, porque en cierto modo, también me castigo a mi misma y te deseo tanto. Deseo estar en tus brazos, abrazarte, besarte, sentirte.

— Ya, yo deseo lo mismo y no sabes como. Esta mañana en el baño he tenido que controlarme mucho para no echarte en el suelo y hacerte el amor allí mismo.

Nos miramos a los ojos, mientras seguíamos caminando.

— Ya lo sé.

Habíamos llegado ya al límite, donde terminaba el pueblo y empezaba el bosque y entonces Andrey me dijo:

— ¿Te he dicho alguna vez que ahí dentro del bosque, no muy lejos, mis amigos y yo teníamos una cabaña?

— Pues no.

— Sí, cuando éramos unos críos, esta mañana Dimitri y yo hemos estado buscándola — me confesó.

— ¿Y la habéis encontrado?

Caminábamos con cuidado por un pequeño camino boscoso, en el que había piedras y ramas. Andrey iba delante de mí, sin soltarme la mano y vigilando que no me tropezara.

— Sí, está a unos pocos metros, ven, ya verás.


Descendimos por una pequeña ladera y al llegar al final la vimos. Metida entre tres o cuatro árboles estaba la cabaña. En realidad, no era tan pequeña como yo había pensado que sería, desde fuera podía ver que íbamos a caber ambos de pie, seguro. Nos acercamos, yo iba un poco temerosa de que pudiera caernos encima cuando entráramos, pero Andrey me dijo:

— Dimitri y yo la hemos estado comprobando y está genial, todo sigue en pie, y sin peligro de que se caiga. Hemos estado bebiendo ahí dentro.

— ¿Por eso venías borracho?

— Por eso y porque hemos estado hablando de todo y ni me he fijado de cuanto bebíamos, cuando me he dado cuenta ya nos habíamos acabado toda la botella de vodka entre ambos.

— ¡Vaya por Dios! — exclamé mientras entrabamos en la cabaña.

La verdad era que estaba bastante bien y como él había dicho, bastante grande.


Entramos y Andrey me cogió por la cintura, girándome hacía él que estaba detrás de mí. Me abrazó contra él y me besó suavemente, entonces dijo:

— Te quiero, te quiero más de lo que puedo expresar. No creí que esto pudiera llegar a pasarme y tú bien sabes que yo no creo en el amor, pero juro por Dios que me he enamorado de ti, sin quererlo ni planearlo y casi sin darme cuenta.

Sonreí y entonces fui yo quien le besé, estrechándole entre mis brazos, pegándole a mí. Me sentía tan feliz, tan llena que no puede evitar suplicarle:

— Andrey, hazme tuya, no puedo esperar más.

Sus manos viajaron por mi culo, que lo estrujó con ambas. Después, me subió la falda y metió un dedo en mi entrepierna comprobando la humedad, mientras yo le desabrochaba la camisa, quería ver su perfecto pecho desnudo. Suspiré, casi gemí, igual que hizo él. Nuestros cuerpo pedían a grito sentirse, amarse. Me mordí el labio inferior y después fue él quien intentó hacerlo, mientras mis manos se perdían dentro de su pantalón buscando su sexo.

— No, espera — me dijo al sentir como mi mano alcanzaba su sexo ya erecto.

Me hizo sacar las manos del refugio y cogiendo un pañuelo de cuello que llevaba, me las puso en las espalda y las ató.

— No, por favor — protesté, aunque sabía que de poco iban a servir mis protestas.

Volvió a besarme y me dijo susurrando en mi oído:

— ¿Qué dicen las niñas buenas?

— Señor — le respondí inocentemente.

Luego se arrodilló frente a mí, haciéndome abrir las piernas y no tardé en sentir su lengua lamiendo mis jugos, pasando por los recovecos de mis labios suavemente como si estuviera lamiendo el néctar de una flor. Gemí, incluso me retorcí de placer, necesitaba aquello como agua de mayo y hasta aquel momento ni siquiera me había dado cuenta. Sus manos amasaban mi culo y yo solo sentía que quería más, que le necesitaba. Gemí, y le pedí más, y entonces me dijo:

— Ven, siéntate sobre mí.

Y yo obedecí, dejando que él guiara su miembro dentro de mí, me senté sobre él y noté como me penetraba, como se metía dentro de mí. Fue como una catarsis de emociones, por fin me sentía segura, y liberada además de suya. Fueron muchas emociones juntas en un momento corto pero intenso. Luego él puso sus manos en mi cintura y empezó a moverme arriba y abajo sobre él. Busqué su boca para besarle y él también buscó la mía y nos besamos profundamente en un beso único, un beso que nos devolvía al sentimiento que ambos teníamos por el otro. Amaba a aquel hombres por encima de todo, lo amaba desde la primera vez que le había visto a pesar de tener solo años y seguía amándole ahora igual que aquella primera vez, o quizás más. Y perdida en esos sentimientos, sentí como él empujaba dentro de mí con fuerza y yo me derretía sobre él en un maravilloso éxtasis, y justo unos pocos minutos después, también él llegaba al éxtasis. Durante unos minutos nos quedamos así, abrazados yo sobre él. Hasta que sentí sus labios sobre mi cuello besandolo y me separé levemente de él.

— Deberiamos volver a casa, seguro que mi madre ya tiene la comida hecha.

— Sí — aceptó desabrochandome el pañuelo con que me había atado las manos.

Luego sin soltarme aún, y mirandome profundamente a los ojos dijo:

— Te quiero. Hoy me has hecho inmensamente feliz con esto.

Sonreí sintiéndome satisfecha.

— Yo también te quiero, prométeme que nunca más volveremos a pelearnos así.

Me puse en pie ayudada por él mientras él me decía:

— Te lo prometo, nunca más. No voy a dejar que nadie más se interponga entre nosotros, te lo prometo.

Nos besamos apasionadamente, y tras arreglarnos la ropa salimos de la cabaña para volver a casa.


Aquella tarde después de comer Andrey nos llevó a Moscú, íbamos a buscar el vestido de novia de Esvetlana. Antes de que nos lo lleváramos, Esvetlana se lo probó así que pude verla con el puesto por primera vez. Estaba preciosa con el vestido blanco, el velo, estaba tan guapa, que me sentí orgullosa de ser su hermana. Y sin saber por qué empecé a llorar, me emocionaba ver a mi hermana a un paso del altar y verla feliz.

— ¿Irina, por qué lloras? — me preguntó mi madre al darse cuenta.

— Porque está preciosa, mamá, es la novia más guapa que haya visto jamás y me siento tan orgullosa de ella, mamá.

Andrey a mi lado, me cogió la mano tratando de consolarme. Le miré y él me miró y ambos sonreímos y entonces dijo:

— Pronto tú también llevarás un vestido como ese y serás la novia más guapa del mundo.

— Si, pero os casaréis aquí o no os lo perdonaré jamás — amenazó mi madre.

— Claro que sí, Sra. Sokolov — trató de tranquilizarla Andrey.

Volvimos a casa con el vestido. Mi madre estaba especialmente contenta y feliz, porque Andrey le había prometido que nos casaríamos en el pueblo. A veces no se necesitaba mucho para hacer feliz a mi madre. A ella también la había echado mucho de menos aquellos meses.

Aquella noche celebramos las despedidas de solteros. Andrey me prometió que se portaría bien y yo también se lo prometí a él. En realidad, tampoco hicimos nada del otro mundo. Aunque después de lo que habíamos hecho en la cabaña y la promesa que nos habíamos hecho, estaba claro que ambos nos íbamos a portar bien aquella noche. La despedida que hicimos las chicas consistía en una cena y después fuimos a un karaoke para cantar y pasárnoslo bien. Terminamos de madrugada, sobre las dos o las tres Esvetlana y yo volvimos a casa.

— ¡Shhuuu! No hagas ruido o despertaremos a papá y mamá — le pedí a mi hermana, que iba un poco contentilla e iba cantando.

Trató de callarse, pero le era casi imposible, la alegría que sentía, el subidón se lo impedían.

— ¿Dónde van las señoritas a estas horas de la noche? — preguntó una voz detrás de nosotras.

Mi hermana subió las manos por encima de su cabeza como si fuera la policía que acababa de detenerla, yo en cambio, enseguida reconocí la voz sería de Andrey.

— Andrey, no asustes a mi hermana — le recriminé.

Esvetlana bajó las manos sintiéndose avergonzada por haber caído en la trampa, estaba roja como un tomate.

— ¿Cómo ha ido la fiesta, chicas? — preguntó.

— Pues bastante bien, ¿y la vuestra? — pregunté yo.

— También bien.

Entramos en la casa y subimos sigilosamente hasta las habitaciones. Esvetlana, se metió en la nuestras, tirándose sobre su cama, mientras Andrey y yo permanecíamos en el pasillo un rato más. Queríamos despedirnos.

— ¿Te lo has pasado bien? — me preguntó Andrey, mientras acariciaba mi mano suavemente.

— Sí, la verdad es que sí ¿y tú?

— También, aunque me lo hubiera pasado mejor contigo. Oye mañana no tenemos nada importante que hacer ¿verdad?

— No, creo que no ¿por qué? — le pregunté.

Puso sus manos en mi cintura, me rodeó con ellas y me pegó a él.

— Porque he pensado que podríamos ir a pasar el día a Moscú, con Dimitri, Katia y Anastasia. ¿Qué te parece? Sé que tienes ganas de estar con ellas y a mí me apetece mucho estar con Dimitri.

— Bien, la verdad es que sí, nos iría bien tener un día para nosotras, pero ¿con vosotros?

— Bueno, no tienes por qué ser con nosotros, vosotras podéis ir por vuestra parte y nosotros por la nuestra y al final quedar en un lugar para volver aquí todos juntos. ¿Qué te parece?

— Bien, me parece muy bien.

Y entonces acercó sus labios a los mios y me besó larga y profundamente. Después mirandome a los ojos me dijo:

— Te he echado mucho de menos estos días, y me moría de ganas por volver a besarte, abrazarte, en fin, que soy feliz teniendote a mi lado.

— Yo también te he echado de menos. Te quiero.

Volvió a besarme y estaba vez sentí como su miembro crecia entre ambos. Me separé de él la romper el beso y le dije:

— Será mejor que nos vayamos a dormir. Mañana será otro día.

— Si, tienes razón — Aceptó él — buenas noches,

— Buenas noches.

viernes, 18 de marzo de 2022

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 13

 TE NECESITO

Cuando desperté por la mañana se me hizo extraño encontrarme en mi cama de toda la vida, pero también me resultó al sumamente familiar. Me levanté, me duché y me vestí dejando a mi hermana en su cama, ya que ella era bastante más dormilona que yo. Al llegar al salón solo estaba Andrey, sentado en el sofá. Se le veía pensativo y cabizbajo. Me acerqué a él y me senté a su lado.

— Buenos días.

— Buenos días — me respondió — tu madre está en la cocina haciendo el desayuno.

— ¿Y tú que haces aquí tan pensativo? — le pregunté.

Por primera vez en muchos días, verle triste y cabizbajo me dolía en el corazón. Yo no quería que mi Andrey estuviera triste, aunque entendía perfectamente que lo estuviera en ese momento.

— Te he echado de menos esta noche, y todas las noches desde que… te fuiste de nuestra habitación.

— Ya lo sé, yo también te he echado de menos.

— ¿Cuándo me vas a perdonar por ese desliz? — me preguntó cogiendo una de mis manos.

— En realidad, ya te he perdonado, pero necesito sentir que puedo volver a confiar en ti.


Andrey cerró los ojos, acercó su nariz a mi cuello y me olió como hacía muchas veces, decía que le gustaba mi olor, que lo ponía a cien olerme. Yo me dejé, en realidad en los últimos días había echado mucho de menos aquel tipo de gestos.

— Podría pasarme toda la eternidad oliéndote — dijo.

Sonreí ante su confesión y girándome hacía su boca, le besé. Sí, fui yo quien le besé, era algo que el cuerpo me estaba pidiendo desde hacía unos días, y aquel me pareció el momento idóneo para hacerlo, así que lo hice. A él pareció pillarle un poco desprevenido aquel beso, pero después, se acomodó girándose hacía mi, puso su mano sobre mi nuca y me comió los labios, luego introdujo su lengua en mi boca e inmediatamente, sentí un agradable cosquilleo entre mis piernas. Oí pasos y luego la voz de mi madre diciendo:

— ¿Queréis desayunar, tortolitos?

Nos separamos casi como si nos hubiéramos quemado y ambos respondimos al unísono:

— Sí.

Mientras desayunábamos mi hermana me pidió:

— ¿Me acompañarás a buscar el vestido de novia?

— Por supuesto — le dije — ¿Cuándo tienes que ir?

— Esta tarde. ¿Nos puedes llevar tú? — Le preguntó a Andrey.

— Claro — aceptó él.

Yo había terminado de desayunar ya, así que me levanté de la silla diciendo:

— Bueno, ahora me voy a ver a Katia y a Anastasia.

— ¿Quieres que te acompañe? — se ofreció Andrey.

— No, no hace falta. Además tenemos un montón de cosas que contarnos.

— Entonces iré a pasar la mañana con mis padres.

— Muy bien.

Le di un suave beso en los labios y me despedí de todos.

—¡Irinaaaa! — gritó Anastasia al verme.


Por fin estábamos de nuevo juntas, felices las tres. Nos abrazamos en un abrazo de esos de grupo, las tres. Yo estaba emocionada, muy emocionada. Todos aquellos meses separadas, lejos de ellas, sin poder contarles mis cosas, habían sido duros.

— Pero que guapa estás — dijo Katia mirándome de arriba a abajo.

— Te sienta bien Nueva York — Añadió Anastasia.

— Y ese novio tan guapo que tienes también ¿no? — repuso Katia.

— Bueno, ahora mismo estamos en un momento un poco difícil — les confesé.

— ¿Cómo, por qué? ¿Qué ha pasado? — preguntó Katia.

Les conté toda la historia de lo sucedido con Sara y Andrey unos días atrás y tras hacerlo me sentí mejor, más tranquila, y más capaz de enfrentarme a lo que venía ahora, la reconciliación, el perdón.

— ¿Quieres decir, que le vas a perdonar y que seguirás con él? — me preguntó Anastasia.

— Claro, yo le quiero y sé que él también a mí, y ella misma reconoció que le había tendido una trampa. Y además, yo no quiero volver a este pueblo, de verdad. Quizás vosotras no lo entendáis, pero Nueva York y mi vida allí son la libertad, algo que nunca he tenido y que sé que no podré tener si vuelvo a aquí. Pero allí, con él, soy feliz y me gusta, me gusta él, me gusta lo que tengo gracias a él y me gusta quien soy cuando estoy con él.

Anastasia me abrazo entonces, ella siempre había sido la más sensible de todas nosotras.

— Pues si eso es lo que quieres, yo no voy a decir nada más — dijo.

— Bueno, yo tampoco, ya me conoces. Ya eres mayorcita.

— Y vosotras y vuestros pichurris, ¿qué? — les pregunté.

Al igual que yo, ellas también habían sido prometidas a los 12 años con sendos chicos del pueblo. Anastasia con Bogdan, un chico muy guapo y fuerte. Sus padres eran los dueños de la panadería del pueblo y Katia con Konstantin, el hijo del alcalde del pueblo, precisamente y que según todos decían también tenía un muy buen futuro en la política, era rubio de intensos ojos azules y muy divertido.

— Bogdan, pues como siempre, con sus panes y sus magdalenas, cada día me trae una docena, estoy hasta el gorro de las magdalenas — se quejó Anastasia.

— ¿Y qué quieres que haga? Además es un gesto precioso. ¿O te crees que Andrey me lleva de restaurantes cada día?

— ¿Comes en su restaurante cada día? — preguntó Katia con cierta inocencia.

— Cada día y con sus empleados, justo antes de cada servicio — les informé.

— Y como es eso del… — Anastasia se calló, avergonzada.

— ¿Del BDSM y el sexo con Andrey? — terminé la pregunta por ella.

— Jolín, realmente Estados Unidos te está cambiando — señaló Katia.

— Ya te lo he dicho, allí me siento libre. Andrey me ha dado libertad sobre todo.

— Y realmente te has enamorado de él — sentenció Anastasia.

— Sí, por eso no puedo, no quiero dejarlo ir. No quiero que él vuelva a Estados Unidos y yo tenga que quedarme aquí. No quiero separarme de él.

— ¿Se lo has dicho a él? — me preguntó Katia.

— Pues no, pero supongo que tendré que hacerlo. Pero de momento, creo que voy a dejar que sufra un poquito más.

— ¡Qué mala eres! — se quejó Anastasia.

Y entonces nos reímos las tres. Y me sentí feliz, esas eran mis chicas, y por un segundo pensé que si pudiera llevármelas a EUA, todo sería perfecto. Pero lamentablemente eso no era posible.

— Creo que será mejor que vuelva a casa, seguro que Andrey empieza a preguntarse donde estoy.

— Despellejándole estas — bromeó Katia, riéndose a carcajadas.

Me despedí de ellas y volví a casa. Andrey aún no había vuelto de su visita a sus padres. Supuse que tenía mucho que contarles. Pero al cabo de media hora, apareció por la esquina de mi calle, acompañado de Dimitri, su mejor amigo allí en Rusia. Dimitri y Andrey eran amigos casi desde el día en que nacieron, porque curiosamente nacieron el mismo día. Vi que ambos venían contentos, cantando y como si hubieran bebido. Se despidieron justo en frente de mi casa y Andrey llamó al timbre. Fui yo misma a abrir la puerta y en cuanto le vi y sobre todo le olí, efectivamente iba bebido.

— Andrey has bebido — le reprendí.

— Solo un poquito — dijo arrastrando las palabras.

— Por favor, yo diría que ha sido más que un poquito. Anda vamos a la ducha — le dije.

Lo llevé como pude hasta el baño, lo desnudé de cintura para arriba mientras él me iba diciendo que había estado hablando con Dimitri, y que se había prometido que nunca más volvería a fallarme. Estaba tan tierno, borracho y hablando por los codos (cosa poco común en él, ya que era bastante callado).


Encendí el agua fría y lo puse debajo del chorro, grito y me pidió que le dejara salir, pero no lo hice, no podía dejar que mi familia lo viera en aquel estado. Logré que se quedara callado y quieto finalmente hasta que me dijo:

— Para, ya, ya está bien, ya estoy bien.

Le dejé salir de debajo de la ducha, aunque ayudándole. De nuevo me pidió perdón, y mirándome profundamente a los ojos, acercó su boca a la mía y nos besamos. Fue un beso profundo, largo, apasionado. Sentí su cuerpo pegándose al mío, sus brazos rodeándome y apretándome contra él y su sexo creciendo entre los dos, lo que hizo que se me erizara la piel y sintiera un conocido cosquilleo entre mis piernas. Cuando rompió el beso cogiendo mi cara entre sus manos y apoyando su frente en la mía dijo:

— ¡Dios como te deseo!

Cerré los ojos tratando de controlarme, porque yo también lo deseaba, pero aquel no era lugar ni momento para ponerse cariñosos. Seguro que en cualquier momento cualquier miembro de mi familia podría aparecer y pillarnos en plena faena.

— Ahora no podemos, mi familia llegará en cualquier momento para comer.

— Lo sé. Anda deja que me vista, ya buscaremos otro momento y otro lugar más adecuados.

— Está bien.

Salí del baño, excitada y nerviosa, pensando que yo también tendría que haberme metido debajo del agua fría después de que él saliera. Entré en mi habitación y me cambié de ropa, pues con el abrazo mi ropa también se había mojado. Al quitarme la ropa, de nuevo, el recuerdo de todo lo que Andrey y yo hacíamos en las sesiones, y el deseo que sentía por él, aparecieron. Sentía mi entrepierna húmeda y pidiendo a gritos un desahogo. Y es que llevaba ya más de una semana sin sexo, sin tocarle, sin que él me tocara y además ni siquiera me había desahogado a solas, me parecía una traición a Andrey y pensaba que aunque estuviéramos enfadados, debía serle lo más fiel posible.

Una vez cambiada, bajé a la cocina, llené la cafetera con agua y café y la puse sobre el fuego. A los pocos minutos bajó Andrey.

— Estoy haciendo café, te sentará bien — le dije.

— Gracias. Lo siento Irina, sé que últimamente me estoy comportando como un imbécil, pero es que toda esta situación me tiene completamente loco, no puedo vivir sin ti, te necesito y necesito que resolvamos esto lo antes posible, de verdad.

— Lo sé, yo también necesito que lo resolvamos — le dije — pero no sé, no puedo dejar de pensar y ver a Sara desnuda y…


Y entonces Andrey se acercó a mí, de nuevo tomó mi cara entre sus manos y me besó. Y de nuevo, sentí el calor subiendo por todo mi cuerpo, junto a una nueva erección de él. Y justo en ese momento oí a mi madre saludando desde la puerta de la cocina:

— Ya estamos aquí, tórtolitos.

Nos separamos inmediatamente, y oí que el café ya subia, por lo que saqué la cafetera del fuego.

— ¿Para quien es el café? — preguntó mi madre, mientras dejaba las bolsas de la compra sobre la mesa de la cocina.

— Para mí — respondió Andrey — aún estoy medio dormido y le pedí a Irina que me preparara un poco.

— Bien, voy a hacer la comida ya, ¿por qué no vais a dar un paseo juntos? Desde que estais aquí, estais todo el día arrimados y no habeis estado ni un minutos solos. Seguro que tenéis mucho que deciros y muchos arrumacos que daros. Venga, salid a pasear Nos ordenó mi madre, a lo que obviamente Andrey y yo hicimos caso.

martes, 1 de marzo de 2022

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 12

FAMILIAS Y MENTIRAS 

 — Por favor, ya sé que ahora no quieres saber nada de mí, pero déjame que te expliqué — me abordó Sara en la calle, cuando Andrey y yo estábamos cargando las maletas en el taxi que nos llevaría al aeropuerto.

— Tú lo has dicho — le dije — no quiero saber nada de ti, no quiero volver a verte.

— Sara, es mejor que nos dejes en paz, por favor — le pidió Andrey amablemente.

— Lo sé y lo entiendo. Pero solo quiero decirte que toda la culpa fue mía, que no tienes que castigar a Andrey por algo de lo que yo soy la única responsable. Lo puse entre la espada y la pared, lo engañé, le tendí una trampa y él solo hizo lo que pudo para rechazarme, pero yo… no sé, estaba cegada. De verdad, no lo culpes a él, toda la culpa es mía. Solo quería decirte eso.

Y tras eso, se fue por donde había venido. Andrey y yo ya habíamos terminado de cargar las maletas en el taxi, subimos y nos fuimos hacia el aeropuerto. Sentados en el asiento trasero del taxi, a un metro de distancia el uno del otro, Andrey intentó acercar su mano a la mía, que la tenía descansando sobre el asiento, intentó acariciarla suavemente, por primera vez en los últimos días no había apartado la mano, e incluso dejé que la cogiera entre las suyas.

— Irina, yo te quiero, de verdad y solo deseo que solucionemos todo esto — me dijo.

— Yo también te quiero — le dije — pero necesito tiempo.

— Lo sé. Lo siento — se disculpó por enésima vez, cosa que en los últimos días se había convertido en algo frecuente.

Estaba tan arrepentido de lo sucedido, que no dejaba de disculparse una vez tras otra.

Habíamos decidido que durante el tiempo que durara nuestro viaje a Rusia trataríamos de que todo fuera lo más normal posible, que nos trataríamos como si nada hubiera pasado, como si todo fuera bien entre nosotros. Nuestros padres no tenían por qué saber que algo no iba bien y que nos estábamos replanteando si seguir o dejar la relación. Bueno, en realidad, era yo quien se lo estaba replanteando. Andrey apostaba todavía por lo nuestro, pues él sabía y se sentía inocente de lo sucedido, con lo que tenía la esperanza de que en algún momento le perdonara. Quizás en algún momento sería así, pero en ese momento necesitaba tiempo, necesitaba pensar, necesitaba saber que sentía.

— Andrey, no sé que va a pasar en este viaje, porque vamos a pasar una semana con nuestras familias y tendremos que fingir delante de ellos, pero sé que lo que siento por ti es sincero y que por ahora es lo único que tengo claro y de momento es la única razón por la que no quiero dejarte.

— Lo sé.


Tras un vuelo tranquilo llegamos a Moscú. En el aeropuerto nos esperaba mi padre. Se le veía feliz y radiante porque de nuevo me tenía junto a ellos, y además su hija mayor se iba a casar. Andrey me cogió de la mano, yo respiré profundo y con una sonrisa me dirigí hacía mi padre.

— Hija, por fin, que ganas tenía de verte. ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata tu prometido? — me preguntó.

— Muy bien, papá.

— Venga, tengo el coche fuera. Vamos chicos.

Nos dirigimos al coche, cargamos las maletas y nos fuimos hacia el pueblo. Dos horas más tarde habíamos llegado a casa. Primero decidimos ir a mi casa, después ya iríamos a casa de Andrey.

— Ya estamos en casa — vociferó mi padre.

Y enseguida salieron mi hermana, mi madre y hasta mi abuela a recibirme.

— Hijaaa, — mi madre me abrazó como si hiciera siglos que no me veía, luego fue mi abuela y finalmente mi hermana. Realmente me sentía en casa.

— Mírala, que carita tienes, ¿nos has echado de menos? — preguntó mi abuela.

— Pues claro que os he echado de menos.

— Un montón — aclaró Andrey.

— ¿Y este como te trata? — preguntó nuevamente mi abuela.

— Muy bien, abuela, la verdad es que es todo un caballero — le dije.

Y en realidad, así había sido hasta el famoso incidente con Sara. Bueno, entonces también había sido un caballero, tanto conmigo como con ella.

— Me alegro.

— ¿Os quedaréis aquí, verdad? — preguntó mi madre.

— No sé, habíamos pensado en coger una habitación en el hostal, bueno, dos — dije yo.

— Nada de eso, te he preparado tu cama en vuestra habitación y para ti Andrey, la habitación de invitados — nos explicó mi madre.

En realidad, la habitación de invitados era un habitación pequeña en el último piso, con una cama pequeña e incómoda y una silla. Mi habitación era la que siempre había compartido con mi hermana mayor. Así que por unos días, estaría bien poder compartirla con ella nuevamente. Nos acomodamos en casa de mis padres, y estaba deshaciendo mi maleta y guardando mis vestidos en mi antiguo armario cuando entró mi hermana:

— Tienes mucho que contarme, señorita.

— ¿Qué quieres que te cuente? — le pregunté haciéndome la interesante.

— Ya lo sabes. ¿Cómo es en la cama? ¿Cómo es eso de ser sumisa? En fin, todo eso.

Sonreí mirando al suelo un poco avergonzada y pregunté:

— ¿Los detalles más escabrosos?

— Con pelos y señales — afirmó ella.

— Bueno, esta noche te los cuento ¿de acuerdo? Porque cuando termine con esto tendremos que ir a ver a sus padres.

— Ya, imagino. ¿Cómo va todo por la gran manzana? — me preguntó.

Me había preparado la respuesta un montón de veces y me la había estudiado, pero en aquel momento, casi me pilló por sorpresa. Respiré hondo y le respondí:


— Bien, muy bien, ya te dije que es un lugar maravilloso. Tan diferente de todo esto. Me gusta, la verdad, porque puedo ir por la calle y nadie me reconoce, ni me saluda.

— Lo entiendo, te da anonimato.

— Sí.

Y entonces alguien llamó a la puerta.

— ¿Sí?

Andrey asomó la cabeza y me preguntó:

— ¿Estás lista?, tenemos que ir a ver a mis padres antes de que anochezca.

— Sí, claro, me visto y vamos. Dame un par de minutos.

— De acuerdo, te espero en el salón.

Andrey cerró la puerta y pasados unos segundos, mi hermana me preguntó:

— ¿Pasa algo entre vosotros?

En ese momento el corazón me dio un vuelco, mi hermana lo había notado.

— No, nada, tuvimos una pequeña pelea antes de llegar, pero nada importante — le mentí rezando para que se lo tragara.

— Pues haz las paces con él cuanto antes. Sois una pareja maravillosa y yo creo que estáis hechos el uno para el otro — me dijo mi hermana.

Y parte de razón tenía. Era lo que había sentido hasta aquel fatídico día en que lo encontré con Sara, que estábamos hechos el uno para el otro, que él me complementaba y yo le complementaba a él. Pero justo en el momento en que lo vi allí desnudo con ella, todo se rompió como si fuera un cristal, y los pedazos cayeron a mis pies. Ahora trataba de recomponerlo lo mejor que podía. Me cambié el vestido que llevaba y salí al salón.

— Ya podemos irnos — le dije a Andrey que me estaba esperando sentado en el sofá.

— ¿Dónde vais? — quiso saber mi madre.

— A ver a sus padres — le informé.

— No tardéis, la cena estará lista a las ocho.

— Bien, estaremos aquí a esa hora — dijo Andrey.

Decidimos ir dando un paseo, pues la casa de Andrey estaba a solo un par de calles de la mía. Andrey me tomó de la mano y está vez, al contrario que la mayoría de veces que lo había hecho en los últimos días, no aparté mi mano. Estábamos en nuestro pueblo y allí debíamos mantener la compostura. Íbamos caminando y al ver que estábamos solos y no había nadie alrededor le comenté:

— Tendremos que mejorar nuestras técnicas de actuación.

— ¿Por qué lo dices?

— Mi hermana ha notado que pasaba algo entre nosotros y me ha preguntado.

— ¿Y qué le has dicho? — me preguntó curioso.

— Que hemos tenido una pequeña pelea antes de llegar, pero nada importante.

— ¿Se lo ha tragado?

— Sí, creo que sí.

— Bien.

— Por cierto, tienes que llamar a Mijail — le recordé.

— Sí, pues será mejor que lo haga ahora, ¿no?

— O mejor cuando salgamos de casa de tus padres — le sugerí yo.

Llegamos a casa de sus padres y poco antes de que tocaramos al timbre, la puerta ya se había abierto y su madre salió con la ilusión dibujada en su cara.

— Hijo, por fin estais aquí.

Lo abrazó con todas sus fuerzas y después me abrazó a mí:

— Hola, preciosa. Pero que guapa estás, sin duda, Nueva York te sienta bien.

Sonreí ante aquel comentario.

— Sí, supongo.

Su madre nos hizo entrar y enseguida aparecieron todos sus familiares. Su padre, su hermano mayor, su cuñada, su hermana pequeña, sus abuelos y todos lo abrazaron con gran alegría, al igual que a mí. Después entramos en el salón comedor y se pusieron a hablar. Le preguntaron como iba el restaurante, aunque se daban cuenta por el dinero que enviaba cada mes que debía ir bien, obviamente. Luego hablaron de como iba todo por allí y finalmente llegó la temida pregunta:

— ¿Y entre vosotros, qué tal? ¿Cómo va la cosa? — preguntó su padres.

— Bien, muy bien, Irina se ha adaptado muy bien a la vida en Nueva York ¿verdad cariño?

— Sí — afirmé yo — es una ciudad maravillosa.

— Ya, pero no es eso lo que os pregunto — dijo su padre.

Y ambos nos pusimos rígidos. Aunque de todos modos, era lógico que nos preguntaran aquello, además ellos eran totalmente ajenos al dichoso incidente, sobre todo porque ambos, tanto Andrey como yo, habíamos decidido no comentarles nada. El problema era nuestros y nosotros lo resolveríamos. Porque ambos estábamos decididos a resolverlo.

— Bien, papá, entre nosotros va todo muy bien — acabó confesando Andrey — ¿verdad cariño? — me preguntó mirándome directamente a los ojos.

— Sí, mi amor — le respondí yo, terminando la frase con un beso en la boca.


— Entonces tendremos boda pronto — dijo su madre.

— Bueno, en unos meses, para primavera ¿no? — dijo Andrey mirándome.

— Sí — afirmé yo.

Tras eso seguimos hablando, sobre todo de mi hermana y de su boda. Y finalmente nos despedimos de todos y volvimos a mi casa para cenar.

— Bueno, cuéntame ya qué tal con Andrey, ¿cómo es en la cama? — me preguntó mi hermana en cuanto nos acostamos en la cama.

— Bueno, muy bueno — le dije simplemente.

— Ya, pero vamos, dime algo más no sé — me pidió mi hermana.

— Bueno, como ya sabes, le gusta el BDSM y sí, soy su sumisa.

— ¿Y que tal? — me preguntó.

— Pues es algo diferente, pero muy excitante. La verdad es que he descubierto partes de mí y cosas que me gustan que jamás pensé que me podrían gustar. Y él me hace sentir tan segura siempre.

— Vaya, ¿sabes una cosa? Te envidio, porque en tus palabras se nota, o se siente que le amas, que lo vuestro es algo diferente y verdadero.

— ¿Qué pasa? ¿Acaso lo tuyo no lo es? — le pregunté yo.

— Bueno, sí, pero no sé, es diferente.

— Quizá es diferente porque vosotros estais aquí, teneis a la familia. Nosotros solo nos tenemos el uno al otro al estar tan lejos de la familia y hemos tenido que aprender a confiar el uno en el otro.

Y quizás por eso, su traición me había dolido tanto, pensé.