jueves, 29 de abril de 2021

UN SIMPLE MORTAL


 (No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.

Canción: la tortura. Shakira y Alejandro Sanz)

Gina, sabes perfectamente lo que debes hacer, no dejes que todo ese odio te queme el alma, porque sabes que no puedes seguir así toda la eternidad.

Mathew tenía razón, no podía seguir como un alma en pena por todos los rincones, sólo porque aquel mortal me había abandonado por su Julieta. Yo sabía perfectamente cual era la venganza que debía ejecutar.

No debes ser compasiva con los mortales y menos con los que te hacen daño, lo sabes.

Lo sé  le dije, me acerqué a él y le abracé.

Mi dulce Mathew, siempre había estado conmigo, desde el principio. Aunque ahora sólo fuéramos amigos, no podíamos vivir el uno sin el otro. Él me convirtió en lo que ahora soy, y creó este lazo indestructible que nos une eternamente. Pase lo que pase, Mathew siempre estará aquí conmigo, a mi lado. Y sé que él tiene razón cuando me dice que, o olvido a ese simple mortal o le sirvo la venganza en un plato muy frío.

Pero tendrás que ayudarme  le dije.

Lo sé, y sabes que lo haré, mi dulce Princesa.

Me encantaba que me llamara así, cuando esa palabra salía de su boca, sentía que nada podía separarme de él.

Entonces lo haremos esta noche.  le anuncié.

¿Estás segura?.

Completamente. Quiero que este fuego deje de quemarme el alma, quiero dejar de sentirme triste y desolada, quiero recuperar mis fuerzas, por eso tiene que ser esta noche, no quiero demorarlo más.

Entonces será esta noche  sentenció mi amado Mathew.

Le conté cual era mi plan y tras eso salimos a buscarle.

El mortal estaba cenando con su Julieta en un romántico restaurante del centro de la ciudad. Reían felices y ajenos a lo que les esperaba. Mathew y yo entramos en el restaurante. El mortal me reconoció nada más verme. Como no iba a hacerlo, hasta hacía un par de semanas habíamos compartido la misma cama varias noches. Me había susurrado al oído que me amaba, que yo era única y especial. Pero ahora estaba en aquella mesa, acariciando la mano de aquella Julieta, diciéndole que la amaba más que a nada en el mundo. Y mi corazón se quemaba oyendo aquello.

Tranquila.  me susurró Mathew al oído, al ver que aquellas palabras me corroían.

Nos sentamos en una mesa, cercana a la de ellos. Mathew se puso dándoles la espalda, frente a mí. Yo podía verles perfectamente desde mi sitio. Un camarero se acercó a nosotros y nos dio la carta.

¿Desean tomar algo?

Dos cafés, muy calientes  pidió Mathew. Evidentemente no nos los tomaríamos, pero debíamos tratar de aparentar la máxima normalidad posible.

Mathew abrió la carta y empezó a leerla (en realidad no la leía, trataba de escuchar y sentir los pensamientos del mortal y su Julieta), yo hice lo mismo.

Cuando nos trajeron los cafés, el mortal pidió la cuenta. El camarero nos preguntó que íbamos a cenar.

Todavía no lo tenemos decidido  dijo Mathew  ¿verdad, querida?

Afirmé con la cabeza, y el camarero abandonó nuestra mesa.

El mortal dejó el dinero en la bandejita que el camarero le había traído la cuenta, y él y la chica se levantaron de la mesa. Mathew y yo esperamos a que salieran del local, entonces también nosotros abandonamos el local.

Les seguimos, hasta que al llegar a una oscura y solitaria calle le dije a Mathew:

Ahora.

Ambos empezamos a volar a gran velocidad, en cinco segundos los atrapamos. Yo cogí a la chica, rodeándola con mis brazos por la cintura. Mathew cogió a Othello (mi dulce mortal), aunque este intentó zafarse de sus brazos, pero sin éxito. Mathew se situó frente a mí, con Othello delante de él, sujetándolo fuertemente por el cuello.


Yo, sin soltar a Julieta, incliné su cabeza hacía la derecha, y con furia clavé mis dientes en su cuello.

¡Noooooooooo!  gritó Othello en un aullido ensordecedor.

Empecé a succionar con fuerza. Y la vi a ella en la cama, con mi dulce Othello entre sus piernas, desnudos ambos, él bombeando contra ella, sudorosos los dos. Les vi jurándose amor eterno.

Miré a Othello, sus ojos vidriosos parecían mirarme con odio, mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentí su dolor y el mío, y no puede evitar sentirme triste. Seguí succionando, quitándole la vida a Julieta, para llenarme con esa vida. Sentí las calientes lágrimas de sangre saliendo de mis ojos. Aquello era una locura, pero era mi locura, estaba loca de amor por aquel mortal.

Sentí el último suspiro de vida de Julieta, pasando a través de mis venas y la solté, dejándola caer al suelo, ya moribunda. Me abalancé sobre mi amado Othello y clavé mis dientes en su cuello. Mathew le soltó. Othello trató de apartarme sin conseguirlo, mientras gritaba:

¡Noooo! ¡Noooo! ¡Déjame!.

Pero no le hice caso, succioné su sangre igual que había hecho con la de Julieta, y de nuevo la vi a ella, pero también me vi a mí, y a él. Los dos en la misma cama, amándonos, su sexo dentro del mío, sus manos acariciando mis senos, sus labios besando los míos y su voz susurrándome al oído: "Te amo". Le solté en ese instante, me mordí la muñeca y la acerqué a sus labios:

¡Bebe!  le ordené.

¡No, Gina, no me hagas esto!  suplicó él, mirándome con compasión.

¡Bebe, condenado mortal!  grité enfurecida, poniéndole mi muñeca sobre sus labios para obligarle a succionar.

Bebió hasta que aparté la muñeca de sus labios. Tras eso, Othello cayó al suelo retorciéndose, sintiendo como su cuerpo moría para volver a renacer como un inmortal. Mathew se acercó a mí y me susurró al oído:

Muy bien Princesa, muy bien.  Su mano acarició una de mis nalgas. Sus labios besaron mi cuello desnudo y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo.

El deseo empezó a surgir en mi, así que arrastré a Mathew hacía la pared, él se dejó arrastrar por mí, sabía perfectamente lo que quería de él. Sabía que necesitaba aquello y se dejó hacer. Cuando mi cuerpo se pegó al suyo, su sexo ya estaba totalmente erecto. Así que con suma rapidez ambos nos desnudamos.

¡Gina!  gritó Othello.

Pero no le escuché, ya no podía escucharle. Mi corazón ya no le pertenecía, ahora era de Mathew, mi dulce Mathew, mi oscuro príncipe. Su sexo erecto, expuesto ante mi, parecía pedirme que lo devorara, así que acerqué mi boca a él. Mathew puso sus manos sobre mi cabeza, mientras su mirada se perdía sobre Othello.

¡La has perdido, condenado imbécil! ¡Las has perdido a ambas! ¡Te advertí que no le hicieras daño a mi princesa o lo pagarías caro! ¡Ja, ja, ja, ja! – su risa sonó como un estruendo en mis oídos, mientras mi boca se cerraba sobre su erecto pene y empezaba a succionar.

Mis colmillos se deslizaron suavemente sobre la caliente carne, y Mathew se estremeció. Seguía riendo, mientras yo podía comprobar que dejaba de sentir los pensamientos de Othello; ya era un vampiro casi por completo, y sus pensamientos se cerraban para mí, su creadora.

Me concentré en darle placer a Mathew, acaricié sus huevos, mamé su polla y la saboreé.

¡Ven Princesa!  me pidió Mathew, haciéndome poner en pie.

Me cogió por la cintura, me elevó frente a él, aupándome, y me dejó caer sobre su pene erecto, altivo, llenándome por completo. No abrazamos. Sus labios se posaron sobre mi cuello y los míos sobre el suyo. Comencé a moverme sobre su falo erguido, mientras él me sujetaba por las nalgas, ayudándome a subir y bajar. Yo me apretaba contra él una y otra vez, sintiéndole, llenándome de él. Mi cuerpo estaba ansioso de sentirle, de amarle como hacía mucho tiempo que no le amaba. Nos miramos a los ojos. Y él me dijo:

Te amo, Princesa, te amo.

Te amo, mi oscuro Príncipe  le correspondí.

Ambos nos habíamos olvidado ya de Othello, que estaba sentado en un banco, dándonos la espalda, a unos metros de nosotros.


Me sentía llena, y amada, mientras ambos gemíamos y nos estremecíamos de placer, sintiendo la pasión que destilaban nuestros cuerpos. Una pasión única, que sólo podíamos sentir con alguien de nuestra especie.

¡Noooooo!  gritó Othello desde el banco, probablemente estaba sintiendo la pasión que había entre Mathew y yo en ese momento, descubriendo que mi amor por él estaba muriendo dentro de mí y quemándole su corazón.

Yo seguía cabalgando sobre el erecto falo de mi amado Mathew, el fuego de la pasión recorría nuestros cuerpos y nos quemaba dentro. Sentí como su pene se hinchaba dentro de mí, mientras mi vagina le estrujaba. Nuestros movimientos se hicieron vertiginosos y en pocos segundos su esencia se derramó en mi, a la vez que mi cuerpo estallaba en un demoledor orgasmo. Cuando dejamos de convulsionarnos, él me posó sobre el suelo, nos abrazamos y mirándonos a los ojos nos dijimos al unísono:

Te amo.

No vestimos, y entonces, Othello, sentado y abatido sobre el banco, me preguntó:

¿Por qué? ¿Por qué me has hecho esto?

Porque quitarle la vida a ella y condenarte a ti a la vida eterna era el mejor castigo para reparar el daño que me has hecho.

Sabes que no lo hice queriendo.- se justificó.

Si, pero te advertí que amar a un vampiro es duro. Que debía ser para siempre o no podría ser.

Lo sé, pero no podía amarte eternamente. Lo sabes.

Lo sé, en el fondo la culpa es mía. No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.

Ambos nos echamos a llorar. Mathew que estaba junto a mí, me cogió de la mano y me dijo:

Vamos, vámonos de aquí.

¿Y él? — le pregunté — Sabes que sin nosotros no podrá sobrevivir.

Mathew se acercó a Othello y le tendió la mano.

Anda, vamos, tienes muchas cosas que aprender y seguro que pronto encuentras alguna mortal que te ame eternamente.

Othello se levantó, Mathew volvió junto a mí, pasó su brazo por detrás de mis hombros y empezamos a caminar, unos pasos más atrás Othello nos seguía, abatido, mirando el cuerpo inerte de Julieta. Mathew me miró, adivinando lo que estaba pensando (él no podía leer mis pensamientos por ser mi creador) y el cuerpo empezó a arder, desvaneciéndose en pocos segundos. Y juntos los tres nos perdimos en la oscura noche.

lunes, 26 de abril de 2021

CRISTALES ROTOS

 El suelo está lleno de cristales, rastros de la batalla que ella empezó. Aún me preguntó por qué lo hice, por qué dañé su corazón, porque fui tan vil que solo pude hacerle daño cuando ella es... es lo mejor de mi vida. Y ahora esta habitación vacía me parece un témpano helado sin ella, sin su olor, sin su ropa, sin sus pasos caminando y resonando sobre suelo. Y la cama es solo un nido vacío, vacío de ella, vacío de sus gemidos, esos que me hacían sentir el más dichoso de los hombres por tenerla solo para mí. Y ahora ella se ha ido, precisamente porque mancillé nuestro nido de amor cometiendo una locura, la mayor locura de mi vida. En el fondo me lo merezco, sí, solo yo soy el culpable de que ella haya salido huyendo de mi vida como un gato herido. Sé que no debí hacerlo, pero la debilidad humana es más fuerte que la razón, a veces.


Aquella noche, los ojos negros de aquella mujer me hechizaron, y como empujado por el deseo me acerqué a ella, la invité a una copa y después de la primera vino la segunda y luego la tercera y al llegar a la cuarta ella me invitó a buscar un lugar más privado y yo me perdí en sus ojos negros. La invité entonces a venir a mi casa, estaba solo y no pensé que Jennifer volviera aquella noche, esa fue mi mayor locura, mi peor error. Caminamos medio embriagados por el alcohol por las estrechas calles que llevaban a mi casa, llegamos a mi bloque y tras subir al ascensor, el primer beso estalló entre nosotros. Tras el beso, le siguieron las caricias y al llegar a mi piso ambos estábamos ya medio desnudos. Ebrios de deseo entramos en el piso. Las prendas fueron cayendo al suelo una tras otra, mientras los besos y las caricias se sucedían y como podíamos avanzábamos hasta la habitación. Caímos ya desnudos sobre la cama, mi sexo ardía, el suyo quemaba, éramos dos cuerpos sedientos de sexo. Sentí la humedad de su entrepierna cuando mi verga choco con su vulva, me introduje entre sus piernas, todo su cuerpo se estremeció al sentir como rozaba sus labios y ya no pude parar, aunque algo dentro de mí me decía que aquello no estaba bien, ya solo pensaba en terminar, en derramarme en su interior, en dejar que mi deseo se desbocara sobre aquel hermoso cuerpo de mujer, a veces creo que era el diablo que vino a tentarme. Luego ella se colocó sobre mí y cabalgó como una experta amazona, dándome el placer que yo deseaba, haciéndome sentir su humedad y la mía, su deseo y el mío. Y así, ambos calmamos el ansia que teníamos por poseernos mutuamente, y estallamos casi al unísono en un maravilloso orgasmo. Y fue justo después, cuando nuestros cuerpos empezaban a calmarse tras el orgasmo cuando la vi. Allí, plantada en la puerta estaba Jenny, mi dulce ángel, observándome con los ojos llenos de lágrimas y odio, de tristeza y asco y no se me ocurrió otra cosa que decir la tan socorrida frase de: "Jenny, esto no es lo que piensas" pero si lo era, claro que lo era, le había engañado con otra mujer, había buscado sus besos y sus deseos en el cuerpo de otra mujer y había mancillado nuestro nido. 

Después de eso, ya nada fue igual, tardé una semana en saber algo de ella y cuando la vi, le pedí perdón, y no sé por qué razón, supongo que por amor, ella me perdonó, pero ya nada fue igual; la traición estaba ahí, y sus miedos aumentaban día a día. Cada vez que nos amábamos sobre nuestro nido de amor, una extraña mirada de dolor se dibujaba en sus ojos, hasta que hoy todo el dolor estalló entre sus manos. Gritó, me preguntó por qué, y no supe que responderle, solo supe decirle que la amaba.

— ¿Amor?, tú ni siquiera sabes lo que es el amor — me dijo simplemente ella. Y tras eso hizo la maleta y se marchó.

Y ahora mi corazón llora por ella, sufre por ella, porque sé que no va a volver, que ya no hay vuelta atrás y que la he perdido por una estupidez, por un deseo que quemó mi alma en una noche de locura.

miércoles, 21 de abril de 2021

AMOR A DOS BANDAS.

 Sonia pensaba. Llevaba varios minutos pensando porque no podía amar a dos hombres a la vez, si amaba a sus padres por igual o a sus dos hermanos; porque la sociedad, el mundo, no podían concebir que pudiera amar a dos hombres por igual. Su corazón estaba dividido y no podía hacer nada. Sólo dejarse llevar por los sentimientos.

No sabía como había sucedido, como había empezado a sentir aquello por Alberto, pero ya no podía echarse atrás, lo amaba.

Como también amaba a José. Se había casado con José hacía ya nueve años, totalmente enamorada de él y sentía que seguía amándolo, pero sin saber como, se había enamorado de Alberto. Lo conoció por casualidad, en el grupo de teatro del barrio en el que ambos participaban. Y nada más conocerle empezó a sentirse atraída por él. Poco a poco fueron conociéndose, y dándose cuenta que tenían un montón de cosas en común. Y así fue como fueron enamorándose el uno del otro.

Al principio Sonia tenía miedo de reconocer lo que sentía. Sentía que necesitaba hablar con él, verle. Su corazón se ponía a mil cuando le tenía cerca, se ponía nerviosa y hasta le temblaba la voz. En cambio cuando no sabía nada de él, cuando no podía verle, lo añoraba, deseaba que llegara el momento de volver a verlo, lo echaba de menos. Era consciente de lo que sentía por él, pero le costaba reconocerlo, porque le daba miedo. Hasta que un día en que ya de noche, y tras el ensayo de la obra que iban a representar en Navidad, Alberto se ofreció a acompañarla a casa, ya que era tarde y prefería no dejarla sola. Sonia estaba nerviosa, quería decirle a Alberto lo que sentía por él, pero no se atrevía. Caminaban uno junto al otro Hasta que Alberto empezó a decir:

Sonia, tenemos que hablar — era el momento, no podía demorarlo más.

¿Si?

Tengo algo que decirte, algo muy importante.

Dime — le suplicó ella.

— Verás, es que desde que te conocí, creo que siento algo por ti, que muy pocas veces he sentido. Sé que eres una mujer casada y que lo que voy a decir quizás te moleste y te suene extraño, pero.....te amo.

Sonia se quedó callada, con la mirada perdida en el horizonte. Instintivamente llevó su mano hasta la de Alberto y la cogió. Era una situación difícil, pero no podía negar lo que sentía su corazón y sintió que tenía que decírselo, que Alberto tenía derecho a saber que el sentimiento era mutuo.

Yo también te amo  le dijo por fin, armándose de valor  Hace tiempo que siento esto por ti, y no me atrevía a decírtelo, porque me aterra, porque soy una mujer casada y no tengo derecho a sentir esto, ni a hacerte esto, porque quiero a mi marido y no voy a dejarlo, pero te amo.

Alberto se quedó helado tras la confesión de Sonia, no podía creer que sus sentimientos fueran correspondidos. Entonces se detuvo, poniéndose frente a ella, le acarició la mejilla y acercó sus labios a los de Sonia. Se abrazaron con pasión, mientras sus lenguas jugaban a buscarse y sus bocas se devoraban. Cuando se separaron, se miraron a los ojos.

Te amo  dijo Alberto — aunque suene extraño.

Yo también te amo  repitió Sonia.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de ambos. Se cogieron la mano, Alberto al coger la mano de Sonia la acarició suavemente y ella se estremeció.

Se abrazaron y Alberto le susurró a Sonia:

Te deseo — le confesó, deseando ir más allá pero con el  temor de que ella no lo deseara como él.


Luego con sus labios descendió por el cuello de la muchacha, besándolo, lamiéndolo, lo que hizo que esta se estremeciera y cerrara los ojos dejándose llevar. Alberto trataba de comprobar si ella también le deseaba como él, sí quería ir más allá de ese simple beso que se habían dado. Aquello era un locura, pensaba Sonia, pero claro que quería más, hacía semanas que soñaba con aquello, que se imaginaba a Alberto poseyéndola de mil y una maneras.

Alberto, hazme el amor  le suplicó murmurando en su oído para que él pudiera comprobar que ella también le deseaba, que querían lo mismo.

¿Ahora, aquí?  preguntó él algo sorprendido.

Si, lo necesito — respondió ella valiente, convencida.

Unos pasos más allá de ellos había un banco, Alberto la llevó hasta este, se sentó en él haciendo que ella se sentara sobre sus piernas. Empezaron a besarse, abrazándose, recorriendo sus cuerpos con las manos por encima de la ropa. Las manos de Sonia, buscaron el cinturón de Alberto, lo desabrochó, le bajo la cremallera, y sacó el erecto sexo, que palpitaba deseoso. Sonia lo acarició dándole un agradable masaje con la mano, moviéndolo arriba y abajo. Mientras sus bocas se besaban despegándose sólo para respirar.

Las manos de Alberto, se metieron bajo la falda de Sonia, acariciando primero sus piernas y ascendiendo hasta sus nalgas, que sobó con ansia. El fuego del amor recorría sus pieles, llenaba el ambiente y se esparcía a su alrededor.

Te amo  dijo Sonia.

Te amo  repitió él, mientras se miraban a los ojos.

La mano de Sonia no dejaba de acariciar el masculino sexo, mientras las de Alberto, seguían sobre las nalgas de ella, pero ahora bajo las bragas, acariciando el ano y buscando la húmeda vagina que palpitaba de deseo.

Sonia deseando sentir a Alberto, dirigió el erecto pene hacía su húmeda vagina y ayudada por él, que apartó las bragas, descendió sobre este. La unión se completó, y el amor vibró entre ellos como nunca antes lo había hecho. Se abrazaron, se besaron y Sonia empezó a cabalgar sobre el masculino sexo, sintiéndose llena de aquel amor. Mientras Alberto le acariciaba las nalgas y besaba su cuello desnudo. La excitación era máxima, Sonia se estremecía sintiendo el pene resbalando por las paredes de su vagina. Alberto, metió uno de sus dedos en el ano de la mujer y esta volvió a convulsionarse. Se miraron tiernamente el uno al otro y Sonia dijo:

Te amo.

Te amo, princesa – murmuró él.


Sonia, cual sirena de mar, se movía hábilmente acoplando su cuerpo al de Alberto. Ambos sudaban, respiraban aceleradamente y Sonia gritaba de placer. Ambos sentían la humedad de sus sexos, sus carnes mojadas, por la agitación desesperada de sentirse el uno al otro. La muchacha subía y bajaba sobre la erecta polla, sintiendo como el cosquilleo inconfundible del placer, empezaba a extenderse por su cuerpo. El amor, la pasión recorría sus cuerpos.

Los pechos de Sonia se aplastaban contra el masculino pecho, lo que hacía que Alberto se excitara aún más, y este empujara contra ella. Alberto besó a Sonia en el cuello, otra vez, desabrochó un par de botones de la blusa que ella llevaba y descendiendo por su cuello, alcanzó uno de los senos lamiéndolo por encima del sujetador. Sonia seguía cabalgando, cada vez más velozmente. Ambos estaban a mil, apunto de alcanzar el ansiado éxtasis, empujaban el uno contra el otro, tratando de sentirse, sintiendo todo aquel amor que se derramaba entre ambos.

Sonia empezó a correrse, sintiendo como las paredes de su vagina se contraían alrededor del masculino pene, que se hinchaba poco a poco, apunto también de alcanzar el éxtasis. Hasta que ambos estallaron, convulsionados, abrazándose, en un demoledor orgasmo. Cuando sus cuerpos se calmaron, Sonia besó a Alberto.

— ¡Qué maravilloso! Te quiero – indicó él

— Y yo a tí, pero esto es una locura – dijo ella, sintiendo cierto arrepentimiento.

— Pero una locura maravillosa – exclamó él.

Se separaron y se quedaron sentados en el banco, uno junto al otro abrazados. Sonia pensaba, con la mirada perdida en el suelo, trataba de dilucidar que era lo que realmente sentía por Alberto y por José. Trataba de buscar alguna diferencia entre ambos sentimientos, pero no podía, no la había. Miró el reloj.

Tenemos que irnos, mi marido estará preocupado — dijo levantándose.

— Sí, vamos – Alberto se puso en pie, tras arreglarse la ropa y la cogió de la mano.

El resto del camino ambos permanecieron en silencio. No querían romper el encanto de aquel momento, tenían miedo que la realidad les golpeara en la cara. Cuando llegaron frente al portal Sonia dijo:

Hemos llegado.

Alberto la abrazó por la cintura, y la besó.

¿Se lo vas a decir? — le preguntó Alberto

— No lo sé, hoy no, quizás más adelante, pero no lo sé.

Buenas noches, princesa – murmuró triste, porque estaba claro que por ahora no lo elegía a él.

Pero es que Sonia no podía elegir, estaba atrapada entre dos hombres y si por ella fuera, se quedaría con ambos.

Buenas noches.

Se separaron lentamente, como si no quisieran hacerlo. Tratando de retenerse el mayor tiempo posible el uno junto al otro, hasta que las yemas de sus dedos dejaron de tocarse suavemente y ella, se giró hacía la puerta y entró. La puerta se cerró frente a Alberto y este suspiró, empezó a andar lentamente, como si le pesaran los pies y el corazón le doliera tanto que no pudiera con él.

Sonia entró en el ascensor, despacio, como si no quisiera entrar; esperó unos segundos, tratando de retener el sabor de los besos de Alberto y el olor de su piel. Recordó como los brazos de Alberto la habían abrazado, como su sexo se había llenado de él y un par de lágrimas escaparon de sus ojos. Le dolía el corazón, porque amaba a dos hombres a la vez y no podía elegir. El ascensor llegó a su piso, se secó las lágrimas antes de salir. Suspiró hondamente, se arregló la ropa y sacó las llaves del bolso. Abrió la puerta:

¡Hola, cariño!  saludó, tratando de disimular el desanimo que sentía.

¡Hola!  le respondió José.

Dejó el bolso y la chaqueta en el armario del recibidor y entró hasta el comedor.

Se os ha hecho tarde hoy — le indicó su marido.

Sí, es que había algunas escenas que hemos tenido que ensayar a fondo  se excusó.

Te he preparado la cena.

¿Has cenado ya? – le preguntó a José.

Si. Tenía hambre y no podía esperar más, lo siento — se disculpó.

Voy a cambiarme.

Sonia entró en su habitación y se cambió de ropa. Se sentía triste y deseaba escapar de allí, que su vida no fuera aquella sino otra, diferente. Una vida en la que ella fuera libre y pudiera amar a Alberto sin barreras, y también a José. Pero la realidad de la habitación, le golpeó en la cara cuando abrió los ojos para mirar a su alrededor.

Se dirigió a la cocina. José miraba el televisor en el salón. Calentó el pescado, que su marido había preparado, en el microondas. Comió casi sin ganas, y sin dejar de recrear el momento vivido con Alberto. Cuando terminó, fregó los platos. Al terminar se sentía cansada, así que le dijo a su marido:

Me voy a dormir, estoy agotada.

Ahora voy yo, en cuanto acabé esta película.

Se acostó y le costó dormirse, no dejaba de pensar en Alberto, en sus besos, en sus caricias, en sus abrazos. Le amaba, indudablemente, le amaba y no podía dejar de hacerlo.


Por la mañana se despertó nerviosa y pensando en Alberto. Miró el reloj, eran las siete y media. Era sábado, lo que significaba que no tenía que ir a trabajar. Empezó a dar vueltas en la cama, hasta que José se despertó.

¿Qué te pasa, cariño?  le preguntó él pegándose a la espalda de ella.

Nada — respondió ella.

José dirigió su mano hacía el pecho de Sonia, acariciándolo suavemente.

Estáte quieto  protestó ella – ahora no tengo ganas.

Mmmmm, venga, cariño  le suplicó él, descendiendo por el femenino vientre, por encima del camisón, hasta alcanzar el sexo, que acarició con suavidad por encima de la tela.

Sonia cerró los ojos, trató de imaginar, de pensar en Alberto, de sentir que aquellas manos eran las de Alberto. Sintió los labios de José en su oído, y la lengua acariciándole el cuello. Su piel se erizó. Sus pensamientos estaban lejos, muy lejos de aquella cama. Con los ojos cerrados, trataba de concentrarse sólo en lo que sentía, mientras las manos de José, le levantaban despacio el camisón. Entreabrió las piernas, y la masculina mano se coló entre ambos muslos, acariciando el sexo femenino. Sonia se concentraba en la dulce imagen de su amado Alberto y José, buscaba el clítoris, empezando a acariciarlo con suavidad. El placer empezó a inundar su sexo y un gemido escapó de su garganta.

Te quiero – le susurró José en su oído, lo que hizo que despertara de sus sueños y perdiera la concentración.

Yo también – musitó ella, y era cierto, le amaba, igual que amaba a Alberto.

Su marido introdujo un dedo en su vagina y Sonia se convulsionó, cerró de nuevo los ojos, tratando de recuperar la concentración. Sus pensamientos volvieron a la imagen de Alberto. Comenzó a suspirar, excitada, dejando que el placer se extendiera por su cuerpo. Dirigió su mano hacía el erecto pene de José, que estaba apoyado sobre sus nalgas, lo acarició con delicadeza. Lo llevó hasta su sexo y lo atrapó con ambas piernas, y restregó sus labios vaginales sobre él. Deseaba ser penetrada por aquella polla, pues en su imaginación, era Alberto quien estaba en aquella cama con ella. José dirigió el pene hacía la húmeda entrada femenina y con suavidad, la penetró. Cuando el falo estuvo totalmente en su interior, Sonia suspiró, estaba excitada y se sentía llena. Sintió como la mano de José, acariciaba su clítoris, y como este empezaba a moverse, penetrándola, una y otra vez. Gemía excitada, sintiéndose llena, empujaba hacía José, tratando de sentir el pene introduciéndose una y otra vez, dándole placer. La excitación subía, ambos gemían y se convulsionaban. El pene de José se iba hinchando dentro de la femenina cueva, mientras las húmedas paredes de esta, lo estrujaban. Se sentían el uno al otro, pero para Sonia, era a Alberto quien le estaba haciendo el amor. Eso precipitó su orgasmo, que la hizo estremecerse. Unos segundos más tarde, y tras un par de embestidas más, también José alcanzó el éxtasis.

Se quedaron acostados un rato, Sonia se giró hacía su marido y le dio un suave beso en los labios, y dijo:

Te quiero.

Tras eso se quedó acostada un rato, de espaldas a José. Sentía una gran tristeza, porque añoraba a Alberto y sus caricias, porque en su mente había engañado a José y....

Durante el resto del día no dejó de pensar en lo que sentía, tratando de aclarar si lo que sentía por ambos hombres era lo mismo o era un sentimiento diferente. Pero no podía, los amaba a los dos.

Estaba haciendo la comida cuando José se acercó a la cocina.

¿Qué vamos a comer?  le preguntó a su mujer desde la puerta.

Macarrones  le respondió Sonia, girándose hacía él.

Lo miró y pensó que era el hombre más guapo que había conocido y el único capaz de darle el amor que necesitaba. Lo amaba, indudablemente, lo amaba. No podía tirar por la borda todos aquellos años junto a él, porque él le había apoyado en todo lo que había hecho. Le había dado la vida que quería y ahora tenía, no podía dejarlo.

Pero también estaba Alberto, que le había dado pasión y también amor. Un amor incondicional, un amor al que poco le importaban las barreras que los separaban. Amor de verdad. Sentía su pulso acelerado cuando le tenía cerca, como cuando tenía 15 años. Sentía que le faltaba el aire, cuando estaba lejos de él. Sabía que si Alberto le pedía que dejara a José, sería capaz de hacerlo, a pesar de arriesgar todo lo que tenía, sería capaz de hacerlo, sólo por estar con Alberto.


No podía decidirse por uno de los dos. Su amor era un amor a dos bandas, amaba a ambos y no podía dejar de hacerlo, les necesitaba a ambos, porque ambos le daban cosas diferentes, un amor diferente y necesitaba ambos amores. No podía elegir.

Por eso decidió que lo mejor era irse, irse lejos de allí, dejar todo aquello, dejar a ambos y buscar otra vida, otro amor. Si la sociedad no podía comprender ni aceptar que amara a ambos hombres a la vez, prefería dejar de amarlos a ambos. Subió a su coche, después de haber metido las maletas en él. Arrancó y salió rumbo hacía ningún lugar.