martes, 30 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 4

 LA PRIMERA VEZ 

Al día siguiente nos levantamos temprano. El despertador sonaba cada día a las siete de la mañana, como me había contado Andrey. A las siete y cuarto Andrey tocó en la puerta de mi habitación.

— Arriba, princesa, es hora de levantarse.

Me levanté, me duché y bajé al piso inferior. Andrey estaba en la pequeña cocina que teníamos. Una cocina impoluta que se notaba que usaba poco, pues estaba todo perfectamente limpio y puesto en su lugar.

— Buenos días.

— Buenos días — respondió y acercándose a mí me dio un tierno beso en los labios — ¿Has dormido bien?

— Sí, muy bien — le respondí.

— Me alegro. Hoy iremos a hacer la matrícula de tus estudios y después iremos juntos al mercado. Necesitamos pasar tiempo juntos ¿no crees?

— Sí, claro — afirmé, pues era cierto, necesitábamos pasar tiempo juntos, para conocernos.

— ¿Vas a ir con eso? — me preguntó mirando mi ropa.

Me había puesto un pantalón tejano y una camiseta blanca.

— Sí, ¿por qué? ¿Está mal? A mi me parece algo perfecto para hacer lo que haremos — justifiqué.

— Porque a partir de hoy no llevarás nunca pantalones a no ser que yo así te lo indique. Te pondrás siempre faldas ¿de acuerdo? Así que sube a cambiarte — me ordenó.

Primero pensé en revelarme, en decirle que iba a ponerme lo que yo quisiera, pero después pensé en que ahora era su sumisa y lo que él esperaba de mí era precisamente que le obedeciera y me pusiera una falda, porque además estaba segura de que me lo pedía por alguna poderosa razón, aunque por el momento no supiera cual.

— Si, Señor — le respondí, subiendo inmediatamente a mi habitación.


Busqué entre mi ropa una falda que pudiera ser de su agrado, y finalmente encontré una, era corta, una minifalda, de color blanco, plisada. Cuando entré de nuevo en la cocina, la cara de Andrey mostraba satisfacción y hasta cierta malicia, que en un principio no entendí, pero más tarde sí.

— ¿Llevas ropa interior debajo? — me preguntó.

— Pues claro — le respondí.

— Pues quítatela.

— ¿Qué? — pregunté un poco confundida.

Aquello ya no me parecía tan bien como lo de la falda, ¿por qué tenía que ir sin ropa interior, por qué quería que me la quitara? Dudé y al ver que no le obedecía, repitió:

— Ya me has oído, quítate las braguitas, te quiero sin ropa interior debajo de la falda. Si quieres ser mi sumisa tienes que obedecerme.

Obedecí, y levantando levemente la falda bajé las braguitas por mis piernas despacio; mientras lo hacía busqué los ojos de Andrey, y sin dejar de mirarlo, dejé que las braguitas bajaran hasta llegar a mis pies. La saqué y cogiéndolas, me dirigí hacía Andrey y se las di, poniéndolas sobre su mano. Andrey las cogió diciendo:

— Buena chica, lo has hecho muy bien. Ahora siéntate y desayunaremos.

— Sí, Señor.

Me senté frente a él en la mesa de la cocina. Andrey cogió la cafetera y me echó café en una taza que tenía frente a mí, después cogió un cruasán de la bandeja y lo puso en mi plato y finalmente me pasó el azucarero para que me pusiera azúcar.

— ¿Quieres leche en el café? — me preguntó.

— Sí, por favor.

Me puso leche en el café y desayunamos. 

Tras el desayuno nos marchamos de nuevo hacía Manhattan, primero fuimos a la universidad. Me quede impresionada con lo grande que era aquello, el campus de la universidad, las facultades, todo, parecía una pequeña ciudad en medio de aquella gran urbe que era Nueva York. Tenía calles, y edificios, un montón de edificios, la biblioteca, la facultad de filología, la de derecho, en fin, todo. Atravesamos el jardín central del campus y nos dirigimos a la secretaría donde hicimos las inscripción, gracias a Dios que iba con Andrey y él hablaba perfectamente inglés y además sabía lo que necesitábamos para poder inscribirme, porque si hubiera ido yo sola, no me hubiera enterado de nada. Mientras yo rellenaba los papeles de pie, apoyada en el mostrador, Andrey aprovechó para meter su mano por debajo de mi falda y acariciar suavemente mis nalgas. Fue un toque suave, disimulado, pero aun así, me hizo estremecer y excitarme.


Tras la inscripción en la universidad, salimos hacía el mercado que estaba al otro lado de Manhattan, por lo que tuvimos que coger nuevamente el metro hasta allí. En el metro conseguimos encontrar un sitio donde sentarnos, a pesar de que el metro iba bastante lleno. Pero en la segunda parada subió una señora mayor a la que Andrey me hizo cederle el asiento, así pues, él y yo nos quedamos de pie junto a la puerta de entrada al vagón, momento que Andrey aprovechó para acorralarme contra esta y besarme, y mientras lo hacía, pegando su cuerpo al mío, de nuevo metió su mano bajo mi falda por detrás, y acarició mi culo y luego buscando mi sexo entre mis piernas, acaricio mis labios. Ya entendía por qué no había querido que me pusiera ropa interior. Cerré los ojos al sentir aquella caricia, Andrey estaba logrando excitarme por minutos y segundos a pesar de que estábamos rodeados de gente. En aquel momento pensé que si seguía así, cuando llegáramos a casa me echaría sobre él a la menor oportunidad. Llegamos al mercado y Andrey me llevó a toda prisa de una parada a otra, decía que teníamos que ir rápido para encontrar los mejores productos antes de que otro se los llevara. Aún a pesar de la rapidez con la que compramos, cuando nos parábamos en los puestos, Andrey aprovechaba siempre para tocarme el culo o acariciarme entre las piernas. Fue una visita al mercado muy interesante y excitante, que hizo que volviera a casa con una sonrisa en los labios y que la complicidad entre Andrey y yo creciera, y aquello me gustaba.

Llegamos al restaurante cuando ya casi era la hora de empezar a preparar las comidas, Andrey me dejó en la entrada de casa diciéndome:

— Hasta luego, me voy a trabajar un rato.

— Sí, si necesitas ayuda, solo avísame.

— No creo, por cierto, te avisaré para comer.

— Está bien.

— ¡Ah y no te cambies, ni te pongas braguitas ahora que estás en casa, eh! — me advirtió.

— No, Señor — respondí con firmeza.

El resto de aquella tercera mañana en Nueva York la pasé limpiando un poco la casa, fregué los platos del desayuno que se habían quedado en la fregadera y después barrí y pasé la fregona, y justo al terminar apareció Andrey.

— ¿Qué haces? — me preguntó al verme con la fregona en la mano.

— Nada, he estado limpiando un poco.

— Bien, he venido a buscarte, vamos a comer ya — me dijo.

Se acercó a mí y me besó, y mientras lo hacía, de nuevo, metió la mano bajo la falda para comprobar que seguía sin las braguitas, cuando rompió el beso le dije:

— Te he hecho caso.

— Así me gusta, que me obedezcas. Esta noche tenemos que hablar, cenaremos aquí solos ¿vale?

— Vale.

— Anda, vamos a comer con el personal.

— Sí, Señor.

Sonrió al oír mi respuesta y cogiéndome de la mano bajamos al restaurante. Comimos y al terminar le dije que subía a casa.

— ¿Y qué vas a hacer allí sola?

— No sé, veré la tele o me miraré los folletos y toda la información que nos han dado en la Universidad.

Se acercó a mí y susurrándome en mi oído me dijo:

— Tengo deberes para ti. Quiero que te acaricies cada media hora, durante medio minuto pensando en mí y en lo que hicimos la otra noche. ¿De acuerdo?

— Sí, Señor — le dije sonrojándome.

Luego subí las escaleras hacia el piso superior, moviendo las caderas, sabiendo que él me estaba observando y tratando de excitarle.

Me gustaba aquel juego que habíamos empezado, porque sentía que nos estaba uniendo, hacía que mis sentimientos hacía él crecieran, no solo la atracción o el cariño que tenía hacía él, sino también la complicidad, la pasión y la confianza.

Así que mientras veía la televisión, hice lo que me había ordenado. Calculaba el tiempo revisando mi reloj y cada media hora me acariciaba suavemente durante medio minuto imaginando que era él quien me acariciaba. Poco a poco, cada vez estaba más excitada y necesitaba más liberar el deseo que sentía. 

Eran casi las cinco cuando Andrey subió del restaurante, yo seguía viendo la televisión.

— Hola ¿cómo va? — me preguntó nada más entrar en el salón.

— Bien.

Se acercó a mí, me hizo levantar del sofá y me dijo:

— ¿Has hecho lo que te he ordenado?

— Sí, Señor — le respondí.

Y entonces metiendo su mano bajo mi falda, acarició nuevamente mi sexo.

— Abre las piernas — me ordenó.

Obedecí abriendo un poco las piernas y así pudo acceder un poco más fácilmente a mi entrepierna que acarició suavemente, pasó sus dedos entre los pliegues de mis labios y acarició comprobando la humedad.

— Estás muy húmeda, eso significa que sí, que has hecho lo que te ordené. Ven vamos a la habitación — me ordenó a continuación.

Obedecí, siguiéndole hasta su habitación. Allí primero me besó, luego me desnudó despacio, quitándome las prendas una por una, y luego fue él el que se desnudó mientras yo me acostaba sobre la cama.

— ¿Vamos a hacer… el amor? — le pregunté tímidamente.

— Sí, así es. ¿Tienes miedo? — me preguntó.

— Un poco.

— Pues no debes tenerlo, el sexo es algo maravilloso que hay que disfrutar y eso es lo que harás, lo que haremos, disfrutarlo. Solo debes confiar en mí.

Sus palabras, su forma de tratarme me tranquilizó, me dio confianza y pude dejarme ir desde el mismo momento en que sus manos empezaron a acariciar suavemente mi cuerpo. Y a partir de ese momento todo fue suave, romántico y dulce. Besó mi cuello, me desnudó despacio, y cuando estuve totalmente desnuda, me tumbó sobre la cama, me ató las manos por encima de mi cabeza y abriendo mis piernas se colocó entre ellas. Con sus ojos fijos en los míos, sentí como hurgaba con sus dedos en mi entrepierna, haciéndome estremecer, tratando de excitarme, y cuando ya estaba muy mojada, sentí como guiaba su pene a mi vagina y me decía:

— ¿Estás lista?

— Si — le respondí sin apartar mis ojos de los suyos.


Y sentí como me penetraba, como me hacía suya por primera vez. Luego empezó a moverse suavemente, mientras me besaba. Me envolvió en sus brazos y me sentí la mujer más deseaba y a la vez querida del mundo. Realmente me sentía feliz en aquel lugar, y podía decir que mi llegada a Nueva York estaba siendo idílica y maravillosa. Cuando ambos estuvimos saciados, Andrey me envolvió en sus brazos y nos quedamos abrazados sobre la cama.

— Gracias — le dije entonces.

— ¿Por qué? — me preguntó.

— Por todo, porque nada más llegar aquí has hecho que me sienta como en mi propia casa, me vas a pagar la carrera y además, has sido todo un caballero. No puedo pedir más.

— Y yo no podía hacer otra cosa, vas a ser mi mujer, vamos a compartir el resto de nuestras vidas, así que no podía hacer otra cosa.

Fue una primera vez maravillosa y realmente no podía pedir más. Todo desde que había llegado a Nueva York había sido maravilloso. ¿Iba a ser siempre así?

Cuando Andrey bajó de nuevo al restaurante para empezar a preparar las cenas, me quedé de nuevo sola en el piso. Me quedé un rato en la cama, luego me levanté. No sabía que hacer, pero me sentía eufórica y feliz, necesitaba contarle aquello a mis amigas, pero estaban tan lejos. Miré el reloj, eran casi las ocho, calculé que hora sería en Rusia, serían las tres de la madrugada así que no podía llamar a mis amigas, en ese momento estarían durmiendo. Tendría que esperar hasta la mañana para llamarlas.

A la mañana siguiente estaba despierta incluso antes de que Andrey llamara a mi puerta para despertarme. Aunque esta vez, en lugar de llamar solamente como hacía habitualmente, entró justo despues de llamar.

— Caray, no pensé que estuvieras ya lista — dijo al verme vestida.

— Sí, es que quiero llamar a Katia. Necesito hablar con ella, saber que hace.

— Y contarle tus cosas, supongo. Ya, las echas de menos ¿verdad?

— Sí, echo mucho de menos a Katia y Anastasia.

— Lo entiendo, cuando yo llegué aquí también echaba mucho de menos a todos, a mis padres, a mis amigos, sobre todo a Dimitri. Me costó un poco adaptarme y encontrar nuevos amigos con los que poder contar.

— Ya, imagino que no fue fácil. Además tú estabas solo, no tenías a nadie más.

— Así, es. Bueno, vamos a desayunar princesa.

Sonreí, pues me gustó que me llamara princesa. Bajamos a la cocina y mientras él desayunada, yo puse la mesa. Luego desayunamos y en cuanto terminé cogí mi teléfono móvil y llamé a casa de Katia. No estaba segura de si estaría allí, pero crucé los dedos y recé para que así fuera.

— ¿Diga? — me respondió la voz de su madre.

— Hola, soy Irina, ¿está Katia?

— Irina, hola ¿cómo estás? — me preguntó.

— Bien, ¿puedo habar con Katia?

— Sí, claro, ahora se pone.

Esperé durante unos segundos y finalmente oí la voz de Katia.

— Irinaaa — gritó — ¿Qué tal?

— Katia, bien, os echo tanto de menos.

— Ya, me imagino.

— Tenía muchas ganas de hablar contigo. Ayer Andrey y yo, lo hicimos — le confesé a mi amiga.

— Guau, felicidades, amiga. ¿Fue bien? — me preguntó ella.

— Fue fantástico. ¿Sabes?, no se lo he dicho a nadie, pero creo que me estoy enamorando de él.

— Jo, que bonito, me alegro tanto por ti. Bueno, tengo que irme, ya sabes, tengo que ir a trabajar. Llámame otro día — se despidió.

— Claro, hasta pronto — me despedí yo también.

No fue mucho lo que pudimos hablar, pero por lo menos pude compartirlo con ella y sentirme un poquito menos sola. 

sábado, 27 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 3

3. NUEVA YORK  

Al día siguiente, el despertador sonó muy temprano, teníamos que llevar a mi padre al aeropuerto. Por fin, Andrey y yo nos quedaríamos solos en la casa y en EUA, lo que nos daría más libertad. Aunque lo sucedido la noche anterior en el restaurante, me había dado una idea de como sería más o menos. Y la verdad, me había gustado, más que gustado, había disfrutado como nunca.

Desayunamos los tres juntos y después llevamos a mi padre al aeropuerto. Por supuesto, la despedida fue dura de nuevo:

— Nos veremos pronto hija, ya lo verás. Para la boda de tu hermana — me dijo mi padre tratando de tranquilizarme.

— Pero aún faltan meses para eso — me quejé.

— Bueno, igual podemos ir antes — sugirió Andrey.

— Y tú cuídala — le advirtió mi padre a Andrey.

— Descuide. La trataré como a una princesa. Se lo prometo - dijo mientras mi padre y yo nos abrazábamos.

Se hacía difícil separarnos, pero éramos conscientes que teníamos que hacerlo. Y por primera vez en mi vida iba a estar lejos de mi familia, de mis padres y de mi mundo, de todo lo que me había rodeado hasta entonces. Sabía que en cierto modo y en ciertos momentos me sentiría sola.

Tras eso, mi padre salió hacia la puerta de embarque. Andrey me abrazó tratando de reconfortarme. En ese momento sentí que terminaba una etapa para mí y empezaba otra nueva. Dejaba atrás a una niña que en unos pocos días se había convertido en una adulta. Me sentía como si estuviera dando un salto de un edificio a otro, y bajo mis pies hubiera un gran precipicio.

Tras despedirnos de mi padre, nos fuimos al restaurante.

Entramos en el restaurante cogidos de la mano, y nada más hacerlo todos me miraron. Me sentí tan observada que no pude evitar esconderme tras Andrey, generalmente no me gustaba que la gente me observara, y ser el punto de atención y en aquel momento me hizo sentir como una niña asustada, los diez o doce empleados que tenía Andrey en su restaurante me observaban con curiosidad. Andrey se dio cuenta, y llamando la atención de sus empleados, les dijo:

— Bien, os presento a Irina, mi prometida. A partir de hoy la veréis por aquí casi a diario.

— Hola, Irina — respondieron todos los empleados.

Saludé con la mano tímidamente y sonrojándome. Estaba tan nerviosa que sentía que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Quizás por eso, apreté la mano de Andrey con más fuerza.

— Bien, ahora sigan con su trabajo — ordenó Andrey a sus empleados — Ven, voy a presentarte a Mijail, él es mi mano derecha aquí — dijo mientras entrabamos de nuevo en la cocina. Nos dirigimos hacia la zona donde estaba los fogones.


Había un chico rubio, alto y casi tan grande y atractivo como Andrey.

— Este es Mijail, está es Irina, mi prometida. El chico se limpió las manos en un trapo y me tendió una de ellas que yo le estreché, mientras me miraba de arriba a abajo.

— Hola, y bienvenida — me dijo el chico.

— Gracias.

— Así que tú eres del mismo pueblo de Andrey.

— Sí — respondí tímida.

— Yo soy de Moscú. Ya verás como te adaptas rápidamente a la vida aquí, aunque poco tiene que ver con la vida en tu pequeño pueblo, eso también lo verás.

Sonreí amablemente. Vaya manera de darme ánimos tenía el chico, más bien, estaba consiguiendo el efecto contrario.

Después volvimos al comedor y yo me quedé en la barra sentada en un taburete para esperar a Karen. Mientras lo hacía, observaba todo el movimiento que había en el restaurante, como los camareros preparaban las mesas, colocando manteles, cubiertos etc. Andrey iba de un lado a otro supervisando todo el trabajo. Se le veía serio y concentrado en todo lo que tenía que hacer, parecía que se tomaba muy en serio lo que hacía, aunque supongo que era normal. Aquel era su negocio y de eso vivía.

 Media hora más tarde apareció Karen. Decidida y altiva como era ella.

— Hola, guapa, ¿qué tal? — entró en el local como un huracán y todos los hombres que había allí se la quedaron mirando.

Llevaba una minifalda estrecha, y un top que le marcaba perfectamente las tetas, por encima llevaba una chaqueta de cuero, zapatos de tacón y un bolso a juego. Iba sexy, pero con clase, con glamour, por un segundo la envidié y deseé ser como ella.

— ¿Estás lista? — me preguntó.

— Sí, totalmente.

— ¿Y tu hombre donde está? — preguntó, pero no hizo falta ni decírselo, porque enseguida apareció Andrey detrás de la barra.

— Hola, Karen — la saludó y mirándola seriamente añadió — Cuídamela, ¿quieres? Que no está acostumbrada a estar en una ciudad tan grande, ¿vale?

— Descuida, he preparado un pequeño tour por Manhattan hoy, comeremos en Central Park, así que si te apetece venir a comer con nosotras solo tienes que llamarme — le dijo Karen — pero no te preocupes, está totalmente segura conmigo.

De nuevo, hablaban entre ellos como si yo no estuviera allí o fuera una niña pequeña.

— No, no creo que pueda ir, hoy vamos a tener lío aquí en el restaurante.

— Bien, pues nos vamos ya.


Salimos del restaurante y cogimos el metro que nos llevó hasta Manhattan, primero vimos la estatua de la Libertad, que era grande y majestuosa, una preciosidad, situada en medio del mar, en una pequeña isla frente a Manhattan y Brooklyn, tuvimos que coger un ferry para poder acceder a ella. Subimos hasta la corona desde donde se veía toda la ciudad. Después fuimos a ver el museo en memoria al 11 de septiembre y finalmente al Central Park. Obviamente, para mí que casi no había salido de mi pueblo, una ciudad tan grande como aquella era como un caramelo para un niño. Todo me parecía increíble y maravilloso, las tiendas, los restaurantes, las casas, las calles, todo tenía algo y me hacía sentir pequeña, como una hormiguita en un mundo donde todo era enorme. Andrey me había enseñado como se hacían fotos con el móvil, así que hice un montón de casi todo lo que veía y me parecía curioso o divertido. Karen no hacía más que decirme que dejara de hacer fotos o llegaríamos tarde. La verdad es que como amiga era maravillosa y congeniamos muy bien desde el principio.

Como había dicho Karen, la última parada fue en Central Park. Me pareció una pasada aquel parque tan grande, ya que en mi pequeño pueblo no había ni siquiera un parque, solo las montañas a su alrededor. Primero paseamos por el parque y luego decidimos parar en una zona de acampada para comer. Karen había comprado comida para llevar en un supermercado cercano al parque.

— ¿Qué te ha parecido lo que hemos visto hoy? — me preguntó Karen mientras estábamos sentadas comiendo.

— Maravilloso. Jamás había visto un parque tan grande como este. Y la estatua de la Libertad es maravillosa, enorme, mucho más grande de lo que imaginaba.

— Ya, supongo. Y con tu prometido ¿qué tal? — me preguntó desviando el tema.

— Bien, la verdad es que bien, tenía miedo que no gustarle o de que él no me gustara a mí, pero no ha sido así, sino todo lo contrario — le dije.

— Me alegro y espero que de verdad lo vuestro funcione, porque Andrey es un gran tío y en todo este tiempo solo ha ido de flor en flor sin involucrarse con nadie. No cree en el amor ¿lo sabes? — me preguntó mientras miraba a lo lejos.

— Sí, me lo dijo ayer, pero no sé, en nuestro pueblo casi nadie se casa por amor — le dije.

— Ya, pero me parece muy triste. Vivir sin amor, no sé.

Y entonces giró su cara hacia mí, mirándome con pesar.

— No se trata de vivir sin amor, sino de vivirlo de otra manera — traté de explicarle — entre nosotros hay cariño, amistad, esa es otra forma de amor ¿no?

— Sí, supongo — afirmó dándome la razón — ¿Sabes que estuvimos juntos durante un tiempo él y yo?

— ¿Andrey y tú? — le pregunté, no lo sabía y él no me lo había contado.

— Sí, fui su sumisa ¿lo sabes, no?, que le gusta el BDSM.

— Sí, claro — le respondí poniéndome roja, era algo que sabía por lo que otros me habían contado, pero aún no lo había hablado con él.

No obstante, prefería que ella no lo supiera, no quería que me viera como una niña tonta e inocente. Aun así me incomodaba un poco hablar de aquello y supongo que ella se dio cuenta por qué cambiando de tema dijo:

— ¿Qué tal si volvemos a casa?

— Sí, será lo mejor.

Volvimos a casa con el metro. Viajar en metro me parecía también algo extraordinario; como mucho hasta ese momento había subido en un tren, pero nunca en uno que iba siempre o casi siembre bajo tierra, por debajo de la ciudad. Sin duda, Nueva York era una ciudad fascinante, o por lo menos a mí me lo parecía, aunque supongo que si en lugar de estar en Nueva York hubiera estado en cualquier otra ciudad, también me hubiera parecido fascinante.

Cuando llegamos al restaurante el turno de comidas de mediodía ya había terminado, eran casi las cuatro, así que no había casi nadie en el restaurante.

— Hola, ya estamos aquí — anunció Karen.

— Hola — respondió Andrey sacando la cabeza por la puerta que dirigía a la cocina, y al ver que éramos nosotras salió — ¿Cómo ha ido?


Se acercó a mí y me dio un tierno beso en los labios a modo de saludo.

— Fantástico, ha sido increíble — le dije yo — me encantó Central Park y la estatua de la Libertad. Hice un montón de fotos con el móvil — le expliqué.

— Me alegro. Bueno, tú y yo tenemos que hablar, jovencita — dijo Andrey abrazándome.

— Sí, y yo tengo que irme, he quedado con Fred, ha sido un día genial, Irina, otro día iremos de compras.

— Vale, gracias por todo Karen.

Nos dimos un par de besos como despedida y Karen salió del restaurante. Andrey me cogió de la mano entonces y empezó diciendo:

— Bueno, sé que desde que llegaste has pensado que trabajarías aquí conmigo — empezó, explicándome mientras me llevaba hasta una de las mesas del restaurante.

— Sí, así es — dije, mientras él apartaba una de las sillas y me ofrecía que me sentara en ella. Me senté.

— Pues no va a ser así, pero es que tu padre me dijo que tu sueño era ser fotógrafa y yo he pensado que podrías estudiar un grado de Audiovisuales en la universidad y yo te lo pagaría — se sentó en la silla que quedaba en frente de mí.

Me quedé petrificada, Andrey se estaba ofreciendo para pagar mis estudios, aquello era más de lo que jamás hubiera imaginado que haría por mí.

— ¿Lo dices en serio? — le pregunté sin acabar de creerme lo que me estaba diciendo.

— Totalmente, lo hablé con tu padre el otro día y le pareció perfecto. Vale, que en un principio él me dijo que quería pagármelo, que no aceptaría si yo no aceptaba que él me pagara aunque fuera poco a poco, pero entonces le dije que su forma de pagarme o mejor dicho la tuya sería que tú trabajarías aquí, pero no me parece justo y además, si trabajas no tendrás tiempo para estudiar, así que eso, no vas a trabajar aquí.

— Pero de todos modos, debo pagártelo de algún modo ¿no crees? — me ofrecí, pues era el pacto al que había llegado con mi padre y además tampoco quería abusar y quería ganarme las cosas por mi misma, tener que dejar de depender de todo el mundo.

— Sabía que me ibas a decir eso y he estado pensado, que puedes pagarme siendo mi sumisa — soltó así, como el que suelta un globo o no sé, el menú de la semana.

— ¿Yo, qué? — le pregunté nerviosa, incrédula, no sé, de repente me sentí como una niña que no era capaz de pensar ni discernir que estaba pasando, qué acababa de pedirme; aunque en realidad lo sabía perfectamente y esperaba que en algún momento lo hiciera, pero ese momento había llegado de una manera muy inesperada para mí.


— Quiero que seas mi sumisa, bueno, mejor dicho, que aprendas a ser mi sumisa, con eso me sentiré suficientemente pagado.

— Pero yo, no sé nada de eso, bueno, lo que he oído y leído en algún libro, pero... — traté de justificar.

— Sé que puedes hacerlo, que lo harás, anoche lo demostraste fehacientemente. Debo confesarte que la de anoche fue una de las mejores experiencias que he tenido con una sumisa inexperta, además si vamos a casarnos... no quiero que seas de otro, quiero que lo compartamos todo, absolutamente todo y eso incluye también el sexo y para eso, tienes que aprender a ser mi sumisa, porque la dominación es parte de mí — me confesó.

— No sé qué decir. Me siento... no sé. Yo también quiero compartirlo todo contigo y ser tu sumisa.

Entonces me besó como nunca antes me había besado. Sentí su lengua barriendo mi boca y su mano en mi cuello, sujetándome frente a él, haciéndome sentir protegida y querida. Jamás hubiera imaginado un principio como aquel para mi vida en Nueva York, estaba siendo muchísimo mejor de lo que había imaginado. Sobre todo, porque llena de miedos por él, y por lo que podría suceder entre nosotros, jamás hubiera imaginado que aquello tomaría el camino que estaba tomando. Había imaginado que todo sería más difícil o por lo menos, difícil, porque no solo me enfrentaba a vivir en una ciudad y además una de las ciudades más grandes del mundo, sino que también me enfrentaba a vivir con alguien que ya tenía una vida hecha y unos planes para esa vida en lo que quizás no me hubiera incluido a mí, a fin de cuentas, nos habían prometido nuestros padres cuando apenas éramos unos adolescentes.

— Mañana iremos a matricularte ¿te parece bien?

— Sí — acepté aún un poco sorprendida por todo aquello.

Y justo en ese momento apareció el chico encargado del bar. Faltaba sólo una hora para que volvieran a abrir la cocina y por tanto el restaurante para las cenas, así que el barman siempre llegaba antes para ir preparando las bebidas, las mesas, etc.

— Buenas tardes, Sr. Petrov

— Buenas tardes, Ivan — Le dijo Andrey y luego dirigiéndose a mí me dijo: — Anda sube a casa y cambiate de ropa, cenaremos aquí en menos de media hora.

— ¿Ya, tan pronto? — le pregunté sorprendida.

— Sí, claro, nosotros cenamos antes de que venga la gente a cenar, porque si lo hacemos luego, sería ya muy tarde. Y a partir de hoy, tú cenarás y comerás siempre conmigo y con todo el personal, ¿de acuerdo?

— Sí, Señor — le dije medio en broma.

Él me sonrió pícaramente y luego subí a la que ya era nuestra casa, me tomé una ducha y tras eso busqué un vestido que fuera apropiado para cenar en el restaurante con sus empleados. No quería que fuera muy formal, pero tampoco demasiado informal, al final encontré un vestido rojo de tirantes, que me quedaba como un guante y me puse una chaqueta blanca de manga tres cuartos encima.

Al verme bajando por las escaleras, Andrey se quedó anonadado, sin poder reaccionar, hasta que el barman le dio un pequeño codazo en el brazo, se acercó a la escalera y tendiéndome la mano dijo:

— Estás preciosa. Ven, la mesa ya está lista.

jueves, 25 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 2

2. SI, SEÑOR

 — ¿Qué? — me preguntó como si no me hubiera entendido, aunque yo estaba completamente segura de que me había entendido perfectamente.

— Bueno, no sé si debería preguntártelo, perdona si te ha molestado, pero me gustaría saber con cuantas chicas has estado antes que yo.

Se acercó a la cama, se sentó sobre ella, y tomó mis manos entre las suyas, poniéndome frente a él.

— Mira antes de responderte a esa pregunta, quiero decirte que por ninguna he sentido nada, de verdad, y que si estuve con ellas fue porque no quería llegar a este momento sin tener ninguna experiencia en el sexo. Además soy un hombre, y no soy de piedra — trató de justificar.

Me senté a su lado y dejando que jugara con mi mano entre las suyas, le dije:

— No, sí lo entiendo y si yo hubiera podido, quizás hubiera hecho lo mismo, pero ya sabes que allí en nuestro pueblo era casi imposible. Pero es solo por curiosidad.

— Han sido solo unas seis o siete, no más, y de alguna no recuerdo ni el nombre. —confesó finalmente — Nunca estuve más de unos meses con ellas, y con alguna no llegué ni a unas semanas.

— Está bien — le dije, acariciando su mejilla.

— Mira, no creo en el amor — dijo con dureza — por eso no me he enamorado nunca. He visto lo que hace el amor en la gente, y no es algo que quiera en mi vida, por eso acepté lo de nuestro compromiso, no quiero enamorarme y no voy a hacerlo, sí, sé que entre nosotros puede haber cariño y creo que eso será suficiente para tener un matrimonio feliz, por lo menos así ha sido el de mis padres y siguen felizmente casados y juntos, igual que los tuyos. En cambio aquí, en Estados Unidos, donde la gente se casa por amor, ¿sabes cuantos matrimonios he conocido que han roto? Más de los que puedo contar con los dedos, así que no quiero eso para nosotros. ¿Vale?

— Está bien — le respondí, tratando de asimilar su punto de vista aunque no estuviera totalmente de acuerdo con él. Pues como romántica incorregible que era, para mí el amor era lo que movía el mundo y era algo esencial en una pareja.

Y tras aquella conversación, me dejó de nuevo sola en la habitación.

Aquella noche, después de pedirle permiso a mi padre para que pudiéramos salir a solas los dos, bajamos a su restaurante. Era un restaurante pequeño de comida rusa muy coqueto. Nos prepararon una mesa en una especie de privado, donde solo estaríamos él y yo. Obviamente, me había puesto el vestido que él me había regalado. Sus ojos al verme con él puesto se iluminaron de una manera que sin duda indicaban que le gustaba y eso me agradó y me hizo pensar que quizás no todo estaba perdido. Por el momento, no le era indiferente.

Tras sentarnos en la mesa Andrey me dijo que era lo que íbamos a comer:


— He pedido que preparen primero unos Pelmeni de carne, y Kotlety y de postre Ponchik, espero que te guste. Mi ayudante es muy bueno cocinando, es un viejo compañero de la escuela de cocina, y es del mismo Moscú, lleva aquí ya muchos años.

Todo eran platos típicos de Rusia. Y estaba ansiosa por probar la comida de su restaurante.

— Seguro que estará todo muy bueno.

Nos trajeron el primer plato y mientras empezábamos a comer me dijo:

— Tengo un regalo para ti — Sacó un paquete de debajo de la mesa y me lo entregó.

— ¿Otro regalo? — exclamé.

— Sí, ábrelo, por favor.

Había un teléfono móvil, al verlo me quedé sorprendida, jamás había tenido uno.

— ¿Es para mí? — le pregunté.

— Sí, para que podamos comunicarnos y puedas llamarme cuando necesites cualquier cosa o simplemente me eches de menos. Y también para llamar a tus amigas, que seguro las echarás de menos.

— Gracias, ya las estoy echando de menos a decir verdad — le dije, lanzándome sobre él para besarle, lo que le pilló por sorpresa.

Y no sé como, pero nuestros labios se rozaron, se tocaron y entonces, me sentí envuelta en un apasionado e intenso beso que hizo que todo mi cuerpo temblara. Cuando rompió el beso respondió:

— No hay de que, tú te lo mereces todo — dijo gentilmente.

— ¿Sabes que nunca he tenido nada como esto?

— Ya lo supongo, allí de donde venimos hay muchas cosas que no teníamos y que aquí si podemos tener, por eso no quise volver al pueblo cuando terminé los estudios. Luego te enseñaré como funciona, ¿de acuerdo?

— Si, Señor — le dije y vi como todo él se tensaba.

— No me llames así, suena muy formal. Llámame por mi nombre, Andrey.

— Sí, claro, perdona.

— Cuando terminemos de cenar iremos a un pub, he quedado allí con mis amigos y quiero que los conozcas.

— Sí, claro.

Terminamos de comer y luego nos dirigimos al local que él había dicho. Estaba a las afueras de la ciudad, desde fuera parecía una discoteca normal y corriente, había un letrero de neón en la puerta que ponía "Catacumbas". Nada más entrar ya empecé a sentirme nerviosa y emocionada, pues nunca en mi vida había estado en un lugar como aquel. La música sonaba fuerte, las luces cambiaban a cada segundo de color. Y había un olor extraño que no sabía determinar que era. Andrey me llevaba de la mano y yo iba un paso detrás de él.

Vi una chicas que nos saludaban y junto a ellas había también un par de chicos, Andrey dijo:

— Mira allí están mis amigos — señalándolos.

Nos dirigimos hacia donde estaban ellos y Andrey me los presentó:

— Estos son Nikolay y Mary y ellos, Fred y Karen.

Los saludé. Nikolay era ruso como nosotros, pero Fred, Karen y Mary era evidente que no lo eran. Karen era pequeña, bajita, pero tenía muy buen cuerpo, el pelo negro y unos ojos negros preciosos. Mary era todo lo contrario, alta, rubia y delgada y Fred era alto y grande, musculado y con el pelo castaño y los ojos marrón almendra. Mary me preguntó:


— Tú también eres rusa, como ellos ¿no? — dijo indicando a Nikolay y Andrey.

— Sí, ella es del mismo pueblo que yo — apuntó Andrey.

— ¡Ah! Karen, Fred y yo somos de aquí, del mismo Nueva York — apuntó Mary.

Nos sentamos en el reservado que estaban y en cuanto lo hicimos, Andrey volvió a coger mi mano que había soltado para saludar a sus amigos y susurrando en mi oído me dijo:

— Tranquila, no me separaré de ti esta noche.

Aquello me tranquilizo un poco, porque estar en aquel lugar con gente a la que no conocía absolutamente de nada, me ponía realmente nerviosa. Todo aquello era muy diferente a lo que había conocido hasta ese momento. Y no era solo porque estuviera en un país diferente al mío, sino porque además estaba en una gran ciudad, cuando yo venía de un pequeño pueblo de Rusia.

— ¿Y qué te parece Nueva York? — me preguntó Karen.

— No sé, no he visto mucho. Aunque lo poco que he visto me parece todo grande — le dije.

Karen se rió.

— Claro, tú vienes de un pueblo pequeño, ¿verdad? Nada que ver con todo esto.

— Eso es. Pero me gustaría conocer Nueva York — apunté.

— Pues ya sabes que yo no tengo mucho tiempo, tengo que trabajar — apostilló Andrey.

— Mira yo mañana tengo el día libre ¿qué te parece si vamos a ver la Estatua de la Libertad juntas? — se ofreció Karen.

Miré a Andrey, en cierto modo, para pedirle permiso y le pregunté:

— ¿Puedo?

— Claro que puedes. Así os conoceréis mejor, Karen es muy buena amiga mía y quizás también lo podría ser tuya.

— ¿No tengo que trabajar contigo, en el restaurante? — le pregunté, pues en eso habíamos quedado desde que sabíamos que yo iría a vivir con él.

— No, mañana no, y ya hablaremos de eso — dijo Andrey — Eso sí, primero tenemos que llevar a tu padre el aeropuerto y despedirnos de él.

— Entonces, ¿qué tal si voy a buscarla a las 10? — Preguntó Karen.

— Perfecto — respondió Andrey. En aquel momento, me sentí como una niña al lado de Karen y todos los demás, y como si Andrey fuera mi padre, decidiendo por mí y dando permiso a sus amigos para que me sacaran a dar una vuelta.

Había pensado que las cosas cambiarían mucho cuando estuviera en Nueva York, pero por el momento lo único que había cambiado es que ahora en lugar de ser mi padre quien decidía por mí, lo hacía Andrey. Andrey me miró con condescendencia, al ver mi cara de decepción en aquel momento. Me apretó la mano y después me sacó a bailar a la pista de baile, pues estaban poniendo una balada. Me cogió entre sus brazos y sentí su cuerpo pegado al mío, me miró a los ojos y entonces me besó, mientras lo hacía sentí como crecía su erección y esta vez, yo también me excité al sentir sus labios. Le deseaba como nunca antes había deseado a nadie, pero…

— Cuando volvamos a casa… — dijo simplemente Andrey, pues él también había notado mi excitación.


Afirmé con la cabeza y seguimos bailando. Tenía un montón de preguntas por hacerle, pero en ese momento no me atrevía a preguntarle.

Una hora más tarde decidimos dejar la discoteca y volver a casa, ya que al día siguiente debíamos levantarnos temprano. Cuando llegamos a su casa, entramos por el restaurante, y antes de subir a la casa, Andrey quiso comprobar que sus empleados lo habían dejado todo como debían, es decir, los platos limpios y recogidos, las mesas igualmente, recogidas, y todo correctamente puesto en su lugar. Mientras comprobaba eso, yo me quedé en la zona del bar, sentada en una de las banquetas. Cuando terminó de revisar, vino hasta donde yo estaba.

— Ya podemos subir, está todo bien.

— ¿Haces esto cada noche? — le pregunté curiosa.

— Cada noche que me voy de fiesta y los dejo solos, sí. Tengo que hacerlo, si no no duermo tranquilo.

— Ya veo.

Andrey estaba frente a mí, y desde que habíamos bailado pegados en la discoteca, no había podido dejar de sentirme excitada, ni había olvidado la promesa que me había hecho de que cuando volviéramos a casa… Así que lo cogí por la cintura, tiré de él acercándolo a mí y lo besé mientras le rodeaba con mis piernas.

— No sé si es buena idea hacerlo aquí — dijo Andrey resistiéndose.

— Pues arriba no podemos subir, mi padre puede oírnos — me quejé yo.

— Tienes razón, pero, supongo que aún eres virgen y no sé, lo ideal en una primera vez sería hacerlo en una cama ¿no crees? Y no es que no tenga ganas, ¿eh?, que las tengo y muchas, desde que te vi en el aeropuerto ayer por primera vez, buff.

Así que yo también le gustaba a él, y se sentía atraído por mí, eso me hizo sentir halagada y que de verdad había valido la pena hacer todo aquel viaje hasta allí.

— Ya lo sé, tontín — le dije — pero no sé, hay otras cosas, otras maneras de hacer el amor ¿no? — me insinué, pues no tenía intención de rendirme tan pronto.

Quería sentir sus manos sobre mí, quería saber lo que se sentía cuando un hombre te acariciaba, te besaba y te poseía, hacer lo que mis amigas hacían con sus novios y que yo aún no había tenido oportunidad de probar

— Sí, es cierto.


Y entonces, tomando el mando de la situación, Andrey me hizo bajar del taburete, me puso de espaldas a él, y sentí como subía mi vestido hasta la cintura e introducía sus manos por la cinturalla de mis braguitas, hasta llegar a mi sexo. Empezó a acariciarlo suavemente, trazando círculos sobre mi clítoris, haciéndome estremecer. Todo mi cuerpo tembló. Sentí como pegaba su cuerpo al mío, y pegaba su miembro erecto a mi culo y se rozaba contra él al ritmo de las caricias de su mano sobre mi sexo. Empecé a sentir el placer, su aliento en mi oído y su cuerpo pegado al mío, dándome calor a la vez que me daba aquel placer, era maravilloso.

— ¿Es esto lo que querías, putita? — me preguntó, sorprendiéndome con el insulto y el tono que estaba usando, aunque me gustó.

— Sí — gimoteé.

— Pues a partir de hoy vas a ser mi putita — me dijo, sin dejar de acariciarme y llevarme hasta el éxtasis.

— ¡Oh, sí! — musité.

— Sí, Señor, vas a decir — añadió, dándome una palmada en mi sexo.

— Sí, Señor — obedecí, haciendo que aquello aún me excitara más y terminará alcanzando el mejor orgasmo que nunca antes hubiera tenido.

Tras eso, me sentí extraña, bien, pero extraña, había descubierto en mí y en él algo que ni siquiera había imaginado que existiera, y me había hecho sentir bien, libre, feliz.

— Vamos para arriba — musitó Andrey cuando vio que estaba ya recuperada.

— Sí, Señor — dije, y entonces sonrió.

Era la primera vez desde que había llegado, que le veía sonreír con verdadera felicidad. Me cogió de la mano y subimos por las escaleras, mientras me decía:

— Creo que vamos a entendernos muy bien, tú y yo.

martes, 23 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 1

1. LA DESPEDIDA

Las despedidas siempre son tristes y nunca me han gustado, pero despedirme de mi madre, mi hermana y mis amigas, era lo más duro a lo que me había enfrentado nunca, pero a pesar de eso, estaba dispuesta a aceptar mi destino. A fin de cuentas, era necesario aquel viaje, para que tanto yo como mi familia consiguiéramos tener un futuro mejor. Y un futuro junto al hombre que mis padres habían elegido para mí.


Nací en un pequeño pueblo de Rusia, un lugar donde ni siquiera llega internet, donde hace cuatro días que tenemos luz y donde los matrimonios se arreglan cuando la mujer cumple los 12 años. El mío fue arreglado hace ya ocho, con un chico del pueblo, en realidad era vecino, Andrey. Yo tenía doce años, como he dicho y él 17. Entonces, yo era una niña, delgada, alta, rubia, ojos azules y él también era alto, delgado y desgarbado. Lo recuerdo como un chico poco agraciado.

Tres años después de que nuestros padres nos prometieran él abandonó el pueblo, se fue a EUA, para estudiar, quería ser cocinero y puesto que sus padres se lo podían permitir, le enviaron allí; eso sí, con la promesa de que cuando volviera al terminar sus estudios, nos casaríamos. Pero en lugar de volver, decidió quedarse en Estados Unidos, primero estuvo trabajando allí como cocinero en un restaurante ruso y después cuando hubo ahorrado un poco, abrió su propio restaurante, así que llegado el momento les dijo a mis padres y a los suyos, que porque no me enviaban a mí para allá con él, que conviviríamos un tiempo juntos y si la cosa funcionaba nos casaríamos. A mí me pareció una muy buena idea, a fin de cuentas, nos veíamos poco, solo cuando él venía en verano y ya hacía un par de años que no venía, y no sabíamos si nos llevaríamos bien, si congeniaríamos, en fin, que no me parecía nada mal tener un periodo de prueba. A nuestros padres, no les gustó tanto la idea, pero poco a poco él supo ir convenciéndolos, y por eso finalmente, decidimos que yo volaría a EUA para reunirme con él. Eso sí, mi padre me acompañaría hasta allí y me dejaría con Andrey después de ver como y donde vivía, claro está. Quería asegurarse de que dejaba a su hija en buenas manos.

Tuve que despedirme también de mis amigas, Anastasia y Katia. Éramos amigas casi desde que nacimos, y éramos inseparables. El hermano de Katia, estaba prometido con mi hermana mayor Esvetlana y pronto iban a casarse, ya habían empezado los preparativos para la boda. Ella me había advertido:

— Ten cuidado con ese Casanova — decía Katia — que dicen que las tiene a todas loquitas.

Ella lo sabía porque su hermano había estado un tiempo en Estados Unidos, viviendo con Andrey. Y en ese tiempo, había estado con una media docena de chicas (Obviamente mis padres no sabían nada de eso). Según Katia, la mayoría habían sido cosa de unos días, como mucho semanas, las conocía a través de internet, quedaba con ellas un par de veces y después si te he visto no me acuerdo. Según le había contado él a Yuri, el hermano de Katia, lo hacía para ganar experiencia, pues no quería que cuando él y yo nos encontráramos, él fuera tan virgen como yo y no supiera qué hacer y como tratar a una mujer. A mi me parecía bien, y en cierto modo tenía razón, con que solo uno de nosotros fuera inexperto era suficiente.

Para mí fue duro despedirme de mis amigas, sobre todo porque además, sabía que tardaría en volver a verlas y siempre habíamos estado las tres juntas, muy unidas.

— Y llama en cuanto llegues — dijo Anastasia.

— Y siempre que puedas — añadió Katia.

— Haré lo que pueda, ya sabéis que con la diferencia horaria no será fácil, os echaré de menos — les dije yo, despidiéndome de ellas.

Las tres nos fundimos en un abrazo que me pareció que duraba una milésima de segundo. Las tres estábamos tristes porque nos separábamos por primera vez desde que éramos unas crías, y aunque todas sabíamos que era para ir a mejor, también sabíamos que nos íbamos a echar de menos.


Luego me despedí de mi hermana y de mi madre.

— Cuídate mucho, preciosa — me dijo mi madre con lágrimas en los ojos.

— Nos veremos pronto, Irina. Y tráete a ese novio tuyo, como no vengas a la boda con él... — me recriminó mi hermana mayor.

Le sonreí y nos fundimos en un cálido abrazo.

— Descuida.

— Vamos Irina, o perderemos el avión — me urgió mi padre, cogiéndome del brazo.

Nos dirigimos a la sala de embarque y tras un último adiós a los míos, subimos al avión que me llevaría hacía una nueva vida.

En el avión, yo no sabía como ponerme, estaba muy nerviosa, ya que tras las once horas de vuelo que nos esperaban iba a volver a ver a mi futuro marido. Hacía ya un par de años que no le veía, y en ese tiempo, solo habíamos hablado por teléfono una vez por semana y nos habíamos escrito alguna que otra carta.

— ¿Qué te pasa, princesa? ¿Estás nerviosa? — me preguntó mi padre.

— Sí, padre ¿y si no nos entendemos Andrey y yo, y sí no es el hombre que yo espero?

— Mira, hija, si la cosa no funciona, no os casaréis, ya está, no pasa nada, para eso vamos a EUA y te quedarás viviendo con él un tiempo. Piensa que cuando nos casamos tu madre y yo, no teníamos ni siquiera esa posibilidad y no nos ha ido tan mal, ¿no? Amo a tu madre por encima de todo, aprendimos a querernos después de habernos casado sin casi conocernos y para mí es la mujer de mi vida. Así que no te preocupes por eso.

— Está bien — respondí suspirando.

— ¿Por qué no duermes un poco?, el viaje es largo, y será mejor que descanses.

— Sí, lo intentaré.

Intenté dormir un poco, pero me costó, no podía dejar de pensar en Andrey, en como sería, en como se sentirían sus manos sobre mí, sus besos en mi boca y sin saber como, me sumergí en ese sueño. Un sueño en el que él me desnudaba despacio, descubriendo mi cuerpo desnudo, acariciando suavemente mi piel desnuda, llevando su mano hasta mi entrepierna, y acariciándola suavemente, trazando círculos sobre mi clítoris, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me hizo apoyar sobre la fría mesa de madera y siguió acariciando mi sexo, mis labios, mientras yo no dejaba de gemir sintiéndome tan y tan excitada, tan mojada. Me mordí el labio inferior cuando sentí que con su lengua alcanzaba mi clítoris y todo mi cuerpo se removía presa de un maravilloso placer que nunca antes había sentido.

— ¡Oh Andrey! — musité.

— Nena, nena, hemos llegado — sonó la voz de mi padre despertándome del agradable sueño que había tenido.

Ya estábamos en USA.

Salimos por la puerta de embarque y lo primero que vi fue aquel chico rubio, alto y más bueno que un tren. Llevaba una camiseta blanca que le marcaba perfectamente los músculos del pecho y de los brazos y un pantalón tejano que le quedaba como un guante. Y justo en ese momento mi padre dijo:

— Mira, allí está Andrey.


Y entonces me di cuenta que me estaba señalando al tío bueno y rubio que había visto nada más salir por la puerta. Casi me dio un síncope ¿aquel era Andrey? Madre mía, si parecía un dios griego. ¿Ese tío tan atractivo era mi novio? Era diez veces mejor de lo que lo recordaba.

— Bienvenidos — dijo Andrey cuando nos acercábamos a él.

Abrazó a mi padre efusivamente y después tendiéndome la mano dijo:

— Vaya, eres aún muchísimo más guapa de lo que recordaba.

— Gracias — le respondí, sintiendo que me flaqueaban las piernas. Él sí que era guapo, y había mejorado mucho en los dos últimos años que no le había visto. Me quedé petrificada observándole, parecía un dios griego tallado por Miguel Ángel.

— ¿Cómo ha ido el viaje? — preguntó Andrey

— Bien, bastante tranquilo — respondió mi padre.

— ¿Vamos a recoger las maletas?

— Sí.

Recogimos las maletas y luego Andrey nos llevó hasta su casa en su coche, un todoterreno bastante grande. Llegamos a la casa. Andrey vivía en una casa de tres plantas en el barrio ruso de Nueva York, Brighton Beach o como todo el mundo lo llamaba allí Little Odessa. En la planta inferior estaba el restaurante y en las otras dos, el gran Apartamento de Andrey. En la primera planta estaba el comedor, cocina y baño y en el tercero y último, las habitaciones. La primera después de las escaleras era la de Andrey, la siguiente sería para mí y la de mi padre que según nos dijo Andrey era la de invitados, estaba frente a la suya.

Al abrir la puerta y entrar en mi habitación me quedé alucinada. Era una habitación preciosa, decorada en tonos rosa y blancos, tenía una cama grande, la más grande que nunca antes hubiera visto. Tenía una baño y un vestidor solo para mí. Yo que siempre había compartido la habitación con mi hermana, una pequeña habitación en la que casi no cabían las dos camas, y ahora tenía una habitación grande para mí sola.

— ¿Esto es para mí? — pregunté como si no me lo creyera.

— Sí, toda para ti. Disfrútala.

Después Andrey llevó a mi padre a su habitación y al poco rato, mientras yo estaba colocando la ropa en el vestidor, Andrey llamó a la puerta de mi habitación:

— ¿Puedo entrar?

— Adelante — le dije.

Entró, y cogiéndome las manos, me llevó hasta la cama donde me hizo sentar, sentándose él frente a mí, y entonces empezó a hablar:

— Estoy contento de que ya estés aquí, he esperado este momento con ansiedad, tenía miedo de que... no sé, tenía miedo, primero de que no quisieras venir y después de que no fueras como yo esperaba. Pero ya estás aquí y eres incluso más guapa de lo que recordaba.

— Gracias.

— Espera, déjame acabar. Quiero que sepas que voy a respetarte y a respetar todos tus deseos. Qué si por lo que fuera, quisieras dejar esto en cualquier momento, yo lo respetaré. Pero me gustaría de verdad que pudiera funcionar — aclaró.

— Gracias, yo también quiero que esto funcione, aunque tengo un montón de dudas y nervios — confesé.

— ¿Qué dudas tienes? Puedes preguntarme lo que quieras. Ahora se trata de que nos conozcamos.

— Sí, claro — le respondí quedándome callada sin saber que más decirle y dudando si debía preguntarle sobre lo que me había contado mi amiga.


Nos miramos a los ojos y entonces vi un brillo especial en ellos, se acercó más a mí, me tomo por el cuello acercándome a él, y me besó. Mientras barría mi boca con su lengua, mi corazón empezó a correr a mil por hora y a la vez, sentí que me empujaba hacia la cama, haciendo que me quedara tendida sobre ella. Y él se quedó sobre mí. Pude sentir su cuerpo sobre el mío, el calor que desprendía y su erección. ¡Oh, Dios, era la primera vez que sentía y tenía a un hombre tan cerca y con una erección entre él y yo! Me sentí un poco violenta primero, pero también fue algo que me gustó, me halagó. Porque era yo la causante de aquella erección, era por mí que sentía aquello y después de todas las dudas que había tenido hasta ese momento, aquello era como una bendición.

Finalmente rompió el beso, me miró a los ojos de nuevo y luego levantándose dijo:

— Lo siento, perdona, quizás fui muy atrevido pero...

— ¡Oh, no! Me ha gustado.

— ¿De verdad? ¿No te ha molestado? — me preguntó algo preocupado.

— No, para nada. Ha sido maravilloso — le dije tratando de tranquilizarlo.

— Esta noche saldremos a cenar. Será una cena íntima en mi restaurante — me informó — solos tú y yo. ¿Te apetece?

— Sí, vale — le respondí tímidamente

— Tenemos que conocernos, ¿no?

— Sí — afirmé poniéndome roja.

— Y quiero que te pongas guapa, por eso he traído esto.

No me había dado cuenta, pero llevaba una bolsa, que había dejado sobre la silla del tocador, la cogió y me la entregó.


Nerviosa la abrí, y saqué un vestido, un precioso vestido rojo, de corte sirena, de tirantes. Lo primero que pensé fue que cuando mi padre me viera con él haría que me lo cambiara o algo así, jamás en mi vida había llevado nada tan destapado ni tan elegante y hermoso. Empezaba a sentirme apabullada por todas aquellas novedades.

— ¡Oh, muchas gracias! — le dije — pero no sé si mi padre me dejará ir con algo así.

— No te preocupes por tu padre, hay también una chaqueta que puedes ponerte para tapar todo eso que tu padre no aprobaría que se viera — dijo guiñándome un ojo.

Me pareció tan tierno y atento. Aunque por otra parte, me sentía como una niña a su lado. Él sabía un montón de cosas, de la vida, del amor, estaba segura y yo, no sabía casi nada, nadie me había besado como acababa de hacer él hasta ese momento, no había tenido ni siquiera un novio.

— Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?

— Claro, dispara — me dijo divertido.

— ¿Con cuántas chicas has estado?

En ese momento su cara era todo un poema, parecía que no creyera que le estaba preguntado eso, parecía entre desconcertado y sorprendido.

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