martes, 30 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 4

 LA PRIMERA VEZ 

Al día siguiente nos levantamos temprano. El despertador sonaba cada día a las siete de la mañana, como me había contado Andrey. A las siete y cuarto Andrey tocó en la puerta de mi habitación.

— Arriba, princesa, es hora de levantarse.

Me levanté, me duché y bajé al piso inferior. Andrey estaba en la pequeña cocina que teníamos. Una cocina impoluta que se notaba que usaba poco, pues estaba todo perfectamente limpio y puesto en su lugar.

— Buenos días.

— Buenos días — respondió y acercándose a mí me dio un tierno beso en los labios — ¿Has dormido bien?

— Sí, muy bien — le respondí.

— Me alegro. Hoy iremos a hacer la matrícula de tus estudios y después iremos juntos al mercado. Necesitamos pasar tiempo juntos ¿no crees?

— Sí, claro — afirmé, pues era cierto, necesitábamos pasar tiempo juntos, para conocernos.

— ¿Vas a ir con eso? — me preguntó mirando mi ropa.

Me había puesto un pantalón tejano y una camiseta blanca.

— Sí, ¿por qué? ¿Está mal? A mi me parece algo perfecto para hacer lo que haremos — justifiqué.

— Porque a partir de hoy no llevarás nunca pantalones a no ser que yo así te lo indique. Te pondrás siempre faldas ¿de acuerdo? Así que sube a cambiarte — me ordenó.

Primero pensé en revelarme, en decirle que iba a ponerme lo que yo quisiera, pero después pensé en que ahora era su sumisa y lo que él esperaba de mí era precisamente que le obedeciera y me pusiera una falda, porque además estaba segura de que me lo pedía por alguna poderosa razón, aunque por el momento no supiera cual.

— Si, Señor — le respondí, subiendo inmediatamente a mi habitación.


Busqué entre mi ropa una falda que pudiera ser de su agrado, y finalmente encontré una, era corta, una minifalda, de color blanco, plisada. Cuando entré de nuevo en la cocina, la cara de Andrey mostraba satisfacción y hasta cierta malicia, que en un principio no entendí, pero más tarde sí.

— ¿Llevas ropa interior debajo? — me preguntó.

— Pues claro — le respondí.

— Pues quítatela.

— ¿Qué? — pregunté un poco confundida.

Aquello ya no me parecía tan bien como lo de la falda, ¿por qué tenía que ir sin ropa interior, por qué quería que me la quitara? Dudé y al ver que no le obedecía, repitió:

— Ya me has oído, quítate las braguitas, te quiero sin ropa interior debajo de la falda. Si quieres ser mi sumisa tienes que obedecerme.

Obedecí, y levantando levemente la falda bajé las braguitas por mis piernas despacio; mientras lo hacía busqué los ojos de Andrey, y sin dejar de mirarlo, dejé que las braguitas bajaran hasta llegar a mis pies. La saqué y cogiéndolas, me dirigí hacía Andrey y se las di, poniéndolas sobre su mano. Andrey las cogió diciendo:

— Buena chica, lo has hecho muy bien. Ahora siéntate y desayunaremos.

— Sí, Señor.

Me senté frente a él en la mesa de la cocina. Andrey cogió la cafetera y me echó café en una taza que tenía frente a mí, después cogió un cruasán de la bandeja y lo puso en mi plato y finalmente me pasó el azucarero para que me pusiera azúcar.

— ¿Quieres leche en el café? — me preguntó.

— Sí, por favor.

Me puso leche en el café y desayunamos. 

Tras el desayuno nos marchamos de nuevo hacía Manhattan, primero fuimos a la universidad. Me quede impresionada con lo grande que era aquello, el campus de la universidad, las facultades, todo, parecía una pequeña ciudad en medio de aquella gran urbe que era Nueva York. Tenía calles, y edificios, un montón de edificios, la biblioteca, la facultad de filología, la de derecho, en fin, todo. Atravesamos el jardín central del campus y nos dirigimos a la secretaría donde hicimos las inscripción, gracias a Dios que iba con Andrey y él hablaba perfectamente inglés y además sabía lo que necesitábamos para poder inscribirme, porque si hubiera ido yo sola, no me hubiera enterado de nada. Mientras yo rellenaba los papeles de pie, apoyada en el mostrador, Andrey aprovechó para meter su mano por debajo de mi falda y acariciar suavemente mis nalgas. Fue un toque suave, disimulado, pero aun así, me hizo estremecer y excitarme.


Tras la inscripción en la universidad, salimos hacía el mercado que estaba al otro lado de Manhattan, por lo que tuvimos que coger nuevamente el metro hasta allí. En el metro conseguimos encontrar un sitio donde sentarnos, a pesar de que el metro iba bastante lleno. Pero en la segunda parada subió una señora mayor a la que Andrey me hizo cederle el asiento, así pues, él y yo nos quedamos de pie junto a la puerta de entrada al vagón, momento que Andrey aprovechó para acorralarme contra esta y besarme, y mientras lo hacía, pegando su cuerpo al mío, de nuevo metió su mano bajo mi falda por detrás, y acarició mi culo y luego buscando mi sexo entre mis piernas, acaricio mis labios. Ya entendía por qué no había querido que me pusiera ropa interior. Cerré los ojos al sentir aquella caricia, Andrey estaba logrando excitarme por minutos y segundos a pesar de que estábamos rodeados de gente. En aquel momento pensé que si seguía así, cuando llegáramos a casa me echaría sobre él a la menor oportunidad. Llegamos al mercado y Andrey me llevó a toda prisa de una parada a otra, decía que teníamos que ir rápido para encontrar los mejores productos antes de que otro se los llevara. Aún a pesar de la rapidez con la que compramos, cuando nos parábamos en los puestos, Andrey aprovechaba siempre para tocarme el culo o acariciarme entre las piernas. Fue una visita al mercado muy interesante y excitante, que hizo que volviera a casa con una sonrisa en los labios y que la complicidad entre Andrey y yo creciera, y aquello me gustaba.

Llegamos al restaurante cuando ya casi era la hora de empezar a preparar las comidas, Andrey me dejó en la entrada de casa diciéndome:

— Hasta luego, me voy a trabajar un rato.

— Sí, si necesitas ayuda, solo avísame.

— No creo, por cierto, te avisaré para comer.

— Está bien.

— ¡Ah y no te cambies, ni te pongas braguitas ahora que estás en casa, eh! — me advirtió.

— No, Señor — respondí con firmeza.

El resto de aquella tercera mañana en Nueva York la pasé limpiando un poco la casa, fregué los platos del desayuno que se habían quedado en la fregadera y después barrí y pasé la fregona, y justo al terminar apareció Andrey.

— ¿Qué haces? — me preguntó al verme con la fregona en la mano.

— Nada, he estado limpiando un poco.

— Bien, he venido a buscarte, vamos a comer ya — me dijo.

Se acercó a mí y me besó, y mientras lo hacía, de nuevo, metió la mano bajo la falda para comprobar que seguía sin las braguitas, cuando rompió el beso le dije:

— Te he hecho caso.

— Así me gusta, que me obedezcas. Esta noche tenemos que hablar, cenaremos aquí solos ¿vale?

— Vale.

— Anda, vamos a comer con el personal.

— Sí, Señor.

Sonrió al oír mi respuesta y cogiéndome de la mano bajamos al restaurante. Comimos y al terminar le dije que subía a casa.

— ¿Y qué vas a hacer allí sola?

— No sé, veré la tele o me miraré los folletos y toda la información que nos han dado en la Universidad.

Se acercó a mí y susurrándome en mi oído me dijo:

— Tengo deberes para ti. Quiero que te acaricies cada media hora, durante medio minuto pensando en mí y en lo que hicimos la otra noche. ¿De acuerdo?

— Sí, Señor — le dije sonrojándome.

Luego subí las escaleras hacia el piso superior, moviendo las caderas, sabiendo que él me estaba observando y tratando de excitarle.

Me gustaba aquel juego que habíamos empezado, porque sentía que nos estaba uniendo, hacía que mis sentimientos hacía él crecieran, no solo la atracción o el cariño que tenía hacía él, sino también la complicidad, la pasión y la confianza.

Así que mientras veía la televisión, hice lo que me había ordenado. Calculaba el tiempo revisando mi reloj y cada media hora me acariciaba suavemente durante medio minuto imaginando que era él quien me acariciaba. Poco a poco, cada vez estaba más excitada y necesitaba más liberar el deseo que sentía. 

Eran casi las cinco cuando Andrey subió del restaurante, yo seguía viendo la televisión.

— Hola ¿cómo va? — me preguntó nada más entrar en el salón.

— Bien.

Se acercó a mí, me hizo levantar del sofá y me dijo:

— ¿Has hecho lo que te he ordenado?

— Sí, Señor — le respondí.

Y entonces metiendo su mano bajo mi falda, acarició nuevamente mi sexo.

— Abre las piernas — me ordenó.

Obedecí abriendo un poco las piernas y así pudo acceder un poco más fácilmente a mi entrepierna que acarició suavemente, pasó sus dedos entre los pliegues de mis labios y acarició comprobando la humedad.

— Estás muy húmeda, eso significa que sí, que has hecho lo que te ordené. Ven vamos a la habitación — me ordenó a continuación.

Obedecí, siguiéndole hasta su habitación. Allí primero me besó, luego me desnudó despacio, quitándome las prendas una por una, y luego fue él el que se desnudó mientras yo me acostaba sobre la cama.

— ¿Vamos a hacer… el amor? — le pregunté tímidamente.

— Sí, así es. ¿Tienes miedo? — me preguntó.

— Un poco.

— Pues no debes tenerlo, el sexo es algo maravilloso que hay que disfrutar y eso es lo que harás, lo que haremos, disfrutarlo. Solo debes confiar en mí.

Sus palabras, su forma de tratarme me tranquilizó, me dio confianza y pude dejarme ir desde el mismo momento en que sus manos empezaron a acariciar suavemente mi cuerpo. Y a partir de ese momento todo fue suave, romántico y dulce. Besó mi cuello, me desnudó despacio, y cuando estuve totalmente desnuda, me tumbó sobre la cama, me ató las manos por encima de mi cabeza y abriendo mis piernas se colocó entre ellas. Con sus ojos fijos en los míos, sentí como hurgaba con sus dedos en mi entrepierna, haciéndome estremecer, tratando de excitarme, y cuando ya estaba muy mojada, sentí como guiaba su pene a mi vagina y me decía:

— ¿Estás lista?

— Si — le respondí sin apartar mis ojos de los suyos.


Y sentí como me penetraba, como me hacía suya por primera vez. Luego empezó a moverse suavemente, mientras me besaba. Me envolvió en sus brazos y me sentí la mujer más deseaba y a la vez querida del mundo. Realmente me sentía feliz en aquel lugar, y podía decir que mi llegada a Nueva York estaba siendo idílica y maravillosa. Cuando ambos estuvimos saciados, Andrey me envolvió en sus brazos y nos quedamos abrazados sobre la cama.

— Gracias — le dije entonces.

— ¿Por qué? — me preguntó.

— Por todo, porque nada más llegar aquí has hecho que me sienta como en mi propia casa, me vas a pagar la carrera y además, has sido todo un caballero. No puedo pedir más.

— Y yo no podía hacer otra cosa, vas a ser mi mujer, vamos a compartir el resto de nuestras vidas, así que no podía hacer otra cosa.

Fue una primera vez maravillosa y realmente no podía pedir más. Todo desde que había llegado a Nueva York había sido maravilloso. ¿Iba a ser siempre así?

Cuando Andrey bajó de nuevo al restaurante para empezar a preparar las cenas, me quedé de nuevo sola en el piso. Me quedé un rato en la cama, luego me levanté. No sabía que hacer, pero me sentía eufórica y feliz, necesitaba contarle aquello a mis amigas, pero estaban tan lejos. Miré el reloj, eran casi las ocho, calculé que hora sería en Rusia, serían las tres de la madrugada así que no podía llamar a mis amigas, en ese momento estarían durmiendo. Tendría que esperar hasta la mañana para llamarlas.

A la mañana siguiente estaba despierta incluso antes de que Andrey llamara a mi puerta para despertarme. Aunque esta vez, en lugar de llamar solamente como hacía habitualmente, entró justo despues de llamar.

— Caray, no pensé que estuvieras ya lista — dijo al verme vestida.

— Sí, es que quiero llamar a Katia. Necesito hablar con ella, saber que hace.

— Y contarle tus cosas, supongo. Ya, las echas de menos ¿verdad?

— Sí, echo mucho de menos a Katia y Anastasia.

— Lo entiendo, cuando yo llegué aquí también echaba mucho de menos a todos, a mis padres, a mis amigos, sobre todo a Dimitri. Me costó un poco adaptarme y encontrar nuevos amigos con los que poder contar.

— Ya, imagino que no fue fácil. Además tú estabas solo, no tenías a nadie más.

— Así, es. Bueno, vamos a desayunar princesa.

Sonreí, pues me gustó que me llamara princesa. Bajamos a la cocina y mientras él desayunada, yo puse la mesa. Luego desayunamos y en cuanto terminé cogí mi teléfono móvil y llamé a casa de Katia. No estaba segura de si estaría allí, pero crucé los dedos y recé para que así fuera.

— ¿Diga? — me respondió la voz de su madre.

— Hola, soy Irina, ¿está Katia?

— Irina, hola ¿cómo estás? — me preguntó.

— Bien, ¿puedo habar con Katia?

— Sí, claro, ahora se pone.

Esperé durante unos segundos y finalmente oí la voz de Katia.

— Irinaaa — gritó — ¿Qué tal?

— Katia, bien, os echo tanto de menos.

— Ya, me imagino.

— Tenía muchas ganas de hablar contigo. Ayer Andrey y yo, lo hicimos — le confesé a mi amiga.

— Guau, felicidades, amiga. ¿Fue bien? — me preguntó ella.

— Fue fantástico. ¿Sabes?, no se lo he dicho a nadie, pero creo que me estoy enamorando de él.

— Jo, que bonito, me alegro tanto por ti. Bueno, tengo que irme, ya sabes, tengo que ir a trabajar. Llámame otro día — se despidió.

— Claro, hasta pronto — me despedí yo también.

No fue mucho lo que pudimos hablar, pero por lo menos pude compartirlo con ella y sentirme un poquito menos sola. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario