jueves, 2 de diciembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 5

5. ANDREY Y SU MUNDO

 Durante los siguientes días, me fui adaptando poco a poco a mi vida en Nueva York, y a mi papel de sumisa para Andrey. Aprendí como tenía que presentarme ante él, como debía tratarle, que debía hacer y lo que le gustaba que hiciera para él, porque eso era lo principal y más importante, lo que a él le gustaba. Qué generalmente era ordenarme cosas que debía hacer a lo largo del día para él. Poco a poco me iba metiendo en ese papel de sumisa y la verdad era que me gustaba. Y no solo eso, también notaba que la confianza entre Andrey y yo iba creciendo, y por supuesto, mi amor por él. Cada vez me sentía más a gusto con él y en su casa, y realmente parecíamos un matrimonio, nos compenetrábamos muy bien juntos, aunque él no dejaba de insistir que no creía en el amor y que eso jamás existiría entre nosotros. Recuerdo un día que le pregunté:

— ¿Y si algún día te enamoras de alguien? No sé, imagina que estamos en el restaurante y entra una chica, la miras, te mira y te enamoras perdidamente de ella.


Acabábamos de comer y nos habíamos quedado solos en la mesa, mientras el resto de trabajadores se dedicaban a preparar el comedor para la llegada de los clientes de mediodía.

— Eso no puede pasar, es totalmente imposible y si pasa, la mandaré a paseo — me respondió con total seguridad.

— ¿A la chica? ¿Y si ella es la mujer de tu vida, vas a dejarla escapar solo por qué estarás casado conmigo?

— Sí, porque la mujer de mi vida eres tú. Ya te lo he dicho, no creo en el amor, y no voy a enamorarme perdidamente de nadie, no lo he hecho hasta ahora y no voy a hacerlo nunca — justificó él.

Y en ese momento llegó Karen interrumpiendo nuestra conversación.

— ¿Estás lista? — me preguntó nada más entrar por la puerta del restaurante.

—¿Lista para qué? — le preguntó Andrey.

— Para ir de compras, tu querida mujercita necesita ropa nueva para empezar el curso con buen pie.

— No es mi mujer aún — se quejó Andrey.

— Pero lo será, y además lo pareceis, ahí los dos sentaditos en plan parejita, en fin, que nos vamos de compras.

— Sí, voy a por mi bolso, vuelvo enseguida.

Subí al piso, cogí mi bolso y volví a bajar. Karen y Andrey hablaban. Ambos estaban muy serios y parecía que hablaban de algo serio.

— ¿Pasa algo? — pregunté.

— No, ¿por qué? — preguntó Karen.

— No sé, parece que habléis de algo muy serio, no sé, y tú tienes cara de preocupación — le indiqué a Andrey

— Uh, ya empieza a conocerte, ¿eh? — indicó Karen tratando de desviar el tema.

— Bah, no es nada — dijo Andrey, quitándole importancia — venga, iros ya, que aquí tenemos trabajo.

— Sí, señor — dije bromeando.

A lo que Andrey me miró como si tratara de regañarme, le di un tierno beso en los labios y él se marchó hacia la cocina.

Karen me cogió de la mano y salimos del restaurante en dirección a la zona de las tiendas. De nuevo nos fuimos a Manhattan, a los almacenes Macy's, donde había de todo y a muy buen precio.

Nuevamente para mí, estaba viviendo una nueva experiencia, algo que nunca antes había hecho pues en mi pequeño pueblo no había grandes almacenes para comprar, solo unas pocas tiendas de ropa, una de zapatos, en fin, nada comparable con aquella gigantesca tienda en la que podías encontrar de todo. A Karen le gustaba eso, para ella verme yendo a esos lugares que nunca había visto era como ir con un niño a una tienda de caramelos. Los ojos se me encendían y disfrutaba de todas y cada una de aquellas experiencias y eso hacía que ella también las disfrutara. Karen y yo íbamos afianzando poco a poco nuestra relación a través de aquellas visitas juntas, y se estaba convirtiendo en mi mejor amiga. Por eso, cuando me estaba probando una de las prendas que había elegido, le pregunté:

— ¿De qué hablabais tú y Andrey antes?

— Nada, cosas nuestras, además creo que no debo ser yo quien te lo cuente.

— Es algo serio, ¿verdad? Algo que le preocupa a Andrey.

— Sí, pero tú no tienes por qué preocuparte. No es nada que tenga que ver contigo — aclaró ella al ver mi preocupación.

— Ya, pero no me gusta verle preocupado.


— Ya lo sé, pero tranquila, todo se solucionará. — dijo y luego cambiando de tema, añadió, mientras me enseñaba unos pantalones —¿Qué te parecen estos pantalones?

Pasamos gran parte de la tarde buscando y comprando ropa para mí, pues según ella, la ropa que yo tenía era muy mojigata y necesitaba algo más actual, más acorde con aquella ciudad y con las chicas de mi edad que vivían en Nueva York y que iban a la universidad. 

Volvimos poco antes de que empezara el servicio de cenas en el restaurante, justo a tiempo para que pudiera cenar con Andrey y sus compañeros de trabajo.

— ¿Habéis comprado muchas cosas? — preguntó Andrey observando las bolsas que llevábamos.

— Pues sí, pero no te preocupes, que no te hemos arruinado — dijo Karen.

— Luego me haces un pase de modelos — me pidió Andrey.

Yo me reí y Karen me guiñó el ojo. Luego se despidió y Andrey y yo nos pusimos a cenar.

Al día siguiente estaba lista para mi primer día de clase, con la ropa adecuada o sea con alguna de las prendas que habíamos comprado el día anterior Karen y yo. Un tejano tipo pitillo y una camiseta blanca de tirantes. Y encima cogí una cazadora tejana.

Cuando Andrey me vio con aquel atuendo, su mirada se iluminó y me pareció ver un halo de deseo.

Andrey y yo desayunamos juntos como cada mañana, yo estaba bastante nerviosa.

— ¿Cómo estás? ¿Nerviosa?

— Sí, la verdad es que si — le confesé.

— Entiendo, no es fácil, ¿verdad?, una ciudad nueva, un idioma diferente, ir a la universidad por primera vez…

— Sí, todo es nuevo y diferente para mí y no sé si encajaré en ese ambiente.

— No te preocupes, tú solo sé tú y nada más, estate atenta en clase, eso también, claro y poco más — trató de aminarme — Día a día iras descubriendo lo que hay que hacer, seguro que te adaptarás enseguida.

— Eso espero.

— ¿Has terminado con el desayuno? — me preguntó cuando vio que había apartado el plato.

— Sí, no puedo comer más.

— Entonces vámonos.

— Sí.

Por primera vez desde que vivía en Nueva York, Andrey iba a llevarme a la Universidad en coche, es decir, sería la primera vez que iría a Manhattan en coche, pues hasta ese momento siempre había ido en metro.


Cuando llegamos a la Universidad, me dejó frente a la puerta de entrada de mi facultad. Me dio un beso tierno y bajé del coche. Miré el plano buscando donde debía ir. Luego subí las escalera que llevaban hacia el interior, atravesé las puertas y de nuevo, volví a mirar el mapa, pero para mí aquello parecía un galimatías, no era capaz de dilucidar a que aula debía ir.

— ¿Estás perdida? — oí la voz de un chico preguntando y al alzar la vista hacía él vi a un chico moreno, con los ojos negros y bastante atractivo ante mí.

— Pues sí, la verdad, no me aclaro con el mapa y busco el aula de "Historia de la comunicación".

— Es la 101, sigue este pasillo hasta el final, luego tuerces a la derecha y la segunda puerta de la derecha — me indicó el chico acercandose bastante a mí.

— Gracias — le dije amablemente.

— De nada.

Seguí el camino que me había indicado el chico y llegué al aula. Primera clase, primer día, me armé de valor y entré. Busqué un sitio que no estuviera ni muy lejos ni muy cerca de la pizarra, y me senté. Saqué la libreta y un boli y me dispuse a escuchar al profesor.

Gracias a Dios, la clase fue bien, no tuve demasiados problemas, y el resto de clases también fueron bien. Incluso conocí a una chica, Meryl, que me ayudó con algunas palabras técnicas que no entendía. A media mañana decidí buscar el bar, pues tenía sed y un poco de hambre. Busqué y esta vez no me costó demasiado encontrarlo. Aunque las indicaciones realmente ayudaban. Después de pedir una botella de agua y un bocadillo, una voz ya conocida me pregunto:

— ¿Esta vez sí que lo has encontrado?

Me giré hacía él, y de nuevo, era el chico que me había ayudado a encontrar el aula.

— Sí, pero esta vez ha sido más fácil. Y gracias porque pude encontrar el aula.

— Me alegro — me dijo el chico — me llamo Alex.

—Yo soy Irina — me presenté.

— Mucho gusto, ¿eres rusa?

— Sí, acabo de llegar hace poco más de un mes.

— Entonces todo es nuevo para ti ¿no?

— Si y muy distinto a lo que estoy acostumbrada.

— Imagino.

— ¿Tú eres de aquí? — le pregunté.

— Bueno, soy de New jersey.

Me resultó divertido el modo en que lo había dicho, pues parecía como si estuviera muy lejos, cuando estaba casi al lado de Nueva York.

Nos sentamos en una de las mesas que había libres y me preguntó:

— ¿Hace mucho que vives aquí?

— Apenas un par meses — le respondí.

— Vaya ¿Y qué te ha traído por aquí?

— Pues conocer mejor a mi prometido.

— ¿No lo conocías lo suficiente? — me preguntó cómo si le pareciera extraño todo aquello, aunque supongo que era normal, en su cultura todo era diferente.

— Si, bueno, pues no del todo, nos prometimos hace cinco años y desde entonces nos hemos visto muy poco y sobre todo, hace como dos o tres años que no nos vemos.

— ¿Cinco años? ¿Lleváis cinco años prometidos?

— Sí, bueno, nos comprometimos cuando yo tenía 12 años.

— ¿12 años? — preguntó, más sorprendido aún.

Y entonces me di cuenta de que tenía que contarle toda la historia, pero no teníamos demasiado tiempo, teníamos que volver a clase, así que le propuse:

— ¿Qué tal si te lo cuento otro día? Ahora tengo que volver a clase.

— Está bien — aceptó él y nos fuimos cada uno al aula que nos correspondía con la promesa que nos veríamos más tarde o en otro momento para seguir contándole la historia.

Cuando las clases terminaron, pasado ya el mediodía, volví a casa. Andrey me había explicado detalladamente en que estación debía coger el metro, y en cuál debía bajar para llegar a casa.

Llegué justo cuando empezaban a servir las comidas en el restaurante. Andrey me saludó con un simple hola y el beso de rigor en los labios. Cuando trabajaba estaba totalmente concentrado en eso, así que con el tiempo estaba aprendiendo que incluso aunque fuera yo, trataba de que nada lo distrajera, ya que para él, su trabajo y su restaurante eran lo más importante del mundo. Me dijo que podía sentarme en la barra y que allí me serviría la comida. Comí y después subí al piso. Me puse a revisar los apuntes que había tomado durante las clases y al cabo de un rato apareció Andrey.

Yo estaba sentada en la mesa del comedor, así que no le vi entrar por la puerta y estaba tan concentrada en mis apuntes que tampoco le oí acercarse a mí, por lo que hasta que besó mi nuca no me percaté de que estaba detrás de mí. Toda mi piel se erizó al sentir sus labios en mi piel, e incluso me estremecí. Luego sentí el aire que soltaba al preguntarme:

— ¿Cómo ha ido tu primer día?

— Bien, muy bien, incluso he hecho un amigo.

— Me alegro. ¿Y eso? ¿Son tus apuntes? — preguntó señalando los papeles que tenía sobre la mesa.

— Sí, mis primeros apuntes.

— Vaya, me siento orgulloso de ti — dijo rodeándome con sus brazos.


Me dio un beso en la mejilla, luego puso sus manos sobre mis pechos y los sobó. Y susurrándome al oído me dijo:

— ¿Sabes que me apetece ahora?

— Puedo imaginármelo — le respondí, pues aunque hacía poco que estábamos juntos ya empezaba a conocerle y sabía que cuando se ponía cariñoso conmigo era porque le apetecía que tuviéramos sexo y jugáramos a ser Amo y Sumisa.

Obviamente en esos momentos yo aceptaba, pues a mí también me apetecía y cuanto más sabía de aquel mundo y de lo que le gustaba a Andrey, más me gustaba y me apetecía a mí también. Y eso hacía que poco a poco me fuera enamorando de Andrey y su mundo.

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