martes, 29 de noviembre de 2022

ENTRE MIS PIERNAS - MARTES DE RELATO HOT

 Su mano se desliza entre mis piernas, y acaricia mi muslo. Lo miro y sonrío, luego, apartando su


mano, le recrimino: 

— Atento a la carretera.

Él sonríe y obedece centrándose en la carretera. Sigo pensando que todo esto es una locura, pero es tan difícil alejarme de él y renunciar a todo esto. Sobre todo desde que sé que Alberto me pone los cuernos con su secretaria. Después de 10 años de matrimonio, después de una hija y de que tuviera que casarme con él, aún en contra de los consejos y la voluntad de mis padres. 

Alex conduce, nos dirigimos a la casa de la montaña. Ya que Alberto y la niña se han ido de acampada el fin de semana, para pasar algo de tiempo juntos. 

— ¿Has hablado con mi padre? — me pregunta Alex.

— No, no sé como enfrentarlo, ¿qué le digo? ¿Qué sé que está con esa niñata, que me pone los cuernos? 

— Por ejemplo — me dice Alex. 

— No es fácil, y además está Mónica. 

— Ya, sí, eso sí.

Llegamos a la casa. Y antes de bajar, se acerca a mí y me besa. Mientras lo hace, de nuevo, mete su mano entre mis piernas, y las separa ligeramente. Cuando rompe el beso le digo:

 — Aquí no, por favor.

Se aparta justificándose: 

— Es que no puedo esperar más, hace una semana que…

Sonrío. 

— Ya lo sé. 

Bajamos del coche, abro el maletero y sacamos las bolsas, busco la llave de la casa en mi bolso y abro la puerta. Entramos. Enciendo la luz en el cuadro de luces, mientras Alex cierra la puerta, y tras dejar las bolsas en el suelo, Alex me coge por la cintura y me lleva hasta la mesa del pequeño comedor, dejándome sentada sobre ella. Ni siquiera nos hemos quitado los abrigos, pero las manos de Alex son hábiles, y tras quitarme a mí el mío, se quita él el suyo.  

— Alex, hace frío, nos vamos a congelar, ¿no puedes esperar?

— No, te tengo demasiadas ganas. Ya verás como cogemos el calor enseguida. 

Sonrío, y nos besamos, casi nos devoramos, como si hiciera siglos que no lo hacemos. Luego él abandona mi boca y desciende besando mi cuello, llevo mis manos a sus pantalones y se los desabrocho, mientras él me desabrocha a mí la blusa. Introduzco mis manos en su slip, pero entonces se aparta un poco diciendo: 

— Espera. 


Saca un condón del bolsillo trasero del pantalón, lo lleva hasta su miembro erecto y altivo ante mí y se lo coloca. Después se acerca de nuevo a mí, aparta las braguitas, roza mi humedad con sus dedos. Gimo. Guía su erecto falo y me penetra, me posee, me hace suya y yo le recibo sintiendo como se hunde en mí. Le abrazo, me pego a él. Estamos unidos como nunca antes hemos estado. Y de nuevo me posee, me hace suya, me penetra, lo siento tan dentro de mí. Siento su respiración, cada uno de sus latidos, sus gemidos de placer y como nuestras respiraciones se acompasan al ritmo de las embestidas. Somos uno y siento como me diluyo en él, y como me diluyo en el placer que él me hace sentir, y justo inmediatamente es él que se diluye en mí, conmigo y nos quedamos abrazados durante un rato. 

— ¿Qué tal si deshacemos las “maletas” y nos instalamos? — le propongo. 

— Vale — acepta. 

Nos instalamos y después de preparar la comida, comimos e hicimos la siesta. Por la tarde dimos un paseo y justo antes de la cena decidí llamar a Alberto para saber como les iba a él y a Mónica, pero no me respondió. Me extrañó un poco, pero pensé que quizás estaban en una zona donde no hubiera muchos cobertura, así que decidí esperar un poco. 

Volví a llamar tras la cena, cuando nos sentamos en el sofá para ver la televisión un rato antes de irnos a dormir. Tampoco esta vez me cogió el teléfono Alberto. En realidad, fue como si no tuviera cobertura. 

— ¿Qué pasa, no te contesta? —preguntó Alex cuando vio que dejaba el móvil sobre la mesa de centro. 

— No, no sé, será que no tiene cobertura — me dije a mi misma, tratando de autoconvencerme.

—Seguro — afirmó él. 

Me acurruqué en sus brazos y al cabo de un rato sentí que empezaba a dormirme, así que Alex me cogió en brazos y me llevó hasta la cama. 


jueves, 24 de noviembre de 2022

¿QUE ES UNA SUBTRAMA Y PARA QUE SIRVE?

 Debo confesar que las subtramas es algo que siempre me ha costado añadir en mis historias. Aunque buscando información para este artículo me he dado cuenta de que, en realidad, ya las estaba usando, pero sin darme cuenta. Así que, en realidad, no me cuesta tanto. 

Pero veamos que es una subtrama y para qué sirve, y quizás os deis cuenta que os pasa lo mismo. 


¿Qué es una subtrama? 

Una subtrama es una historia secundaría dentro de la historia principal que el autor nos está contado, es decir, es una historia dentro de la historia. Esta historia secundaría debe ayudar a enganchar al lector, además de realzar y reforzar la historia principal. Es una parte más de la novela y puede conectarse a la trama principal, ya sea en tiempo y lugar o en significado. 

Las subtramas suelen ser más breves que la trama principal y puede que haya varias dentro de esa historia. No es obligatorio usarlas y es una parte más de la historia, es decir, es un argumento complementario. 

Una subtrama sigue la misma estructura que la historia principal, o sea, tiene un planteamiento de conflicto, un nudo y un desenlace. 

¿Cuál es la función de una subtrama? 

Toda subtrama tiene una función dentro de la historia principal, es la de aumentar la tensión e intriga de la historia, lo que ayuda a crear un mundo completo y complejo, en cierto modo, explora el tema principal de la historia y profundiza en los personajes. A veces también ayuda a complicar la trama principal o bien funciona como un espejo de la misma. Otra de las funciones de la subtrama es avivar la acción. 

Una subtrama puede añadir variedad y cambiar el tono y el ritmo de la historia. Por ejemplo, en un tema serio se puede añadir una subtrama cómica y eso le daría un toque diferente a la historia. 

Otra de las funciones de la subtrama es darle realismo a la historia. 

Conclusiones

Bueno, pues de todo esto yo extraigo algunas conclusiones: 

- No es necesario que la subtrama sea de otro personaje. Puede ser algo relacionado con el o los protagonistas. En una historia de romance, por ejemplo, puede ser que los objetivos de él no sean los mismos que los de ella, o que aparezcan otros personajes (exnovios o pretendientes) para liar a los protagonistas, eso ya son subtramas, aunque no nos lo parezcan. Por lo que sin darnos cuentas hemos creado una o dos o tres subtramas.

Y os daré una idea para crear subtramas más fácilmente, y es escribir la historia desde diferentes puntos de vista. Así es fácil añadir diferentes subtramas. 

martes, 22 de noviembre de 2022

FRUTA PROHIBIDA 2 - MARTES DE RELATO HOT

  Anda siéntate aquí a mi lado  me pediste.

 En el próximo semáforo  te dije.

Y así fue, en el siguiente semáforo donde paraste, me senté junto a ti en el asiento del copiloto. Me diste un beso profundo y con lengua, y no perdiste el tiempo para aventurar tu mano por mi entrepierna desnuda y buscar mi húmedo sexo. Me excité cuando tus dedos alcanzaron mi clítoris y a pesar de que al arrancar tuviste que quitar la mano para cambiar de marcha, luego volviste a regalarme aquellas caricias, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Cada vez deseaba más que llegáramos a tu casa y me hicieras otra vez tuya.

 

Cuando llegamos, y tras aparcar el coche, me besaste apasionadamente primero, y luego desnudaste uno de mis senos, mientras de nuevo, adentrabas tu mano por mi entrepierna. Mordiste mi pezón, y lo chupeteaste, entretanto tu mano acariciaba los pliegues de mi sexo haciéndome estremecer.

 ¡Aaaah, Pedro, vamos arriba, no aguanto más!  te supliqué.




No te hiciste de rogar mucho y tras recomponer el vestido, me ayudaste a bajar del coche. Subimos a tu piso, comiéndonos a besos en el ascensor y sin dejar de acariciar nuestros cuerpos por encima de la ropa. La lujuria nos tenía enfebrecidos y no podíamos obviarla. Llegamos a tu piso, y tras entrar, cerraste la puerta y te abalanzaste sobre mí, pegaste mi cuerpo al tuyo, me besaste profundamente. Yo subí una de mis piernas hasta tu cadera y con ella te empujé hacia mí, sentí tu erección pegada a mi pelvis, volvías a estar duro, a desearme. Luego tu mano se deslizó por mis pliegues vaginales. Besaste mi cuello, y descendiste por mi escote hasta mis senos, que de nuevo sacaste del escote, dejándolos apretados a tu vista. Los mordiste y saboreaste a tu antojo, pellizcándolos y apretándolos. Luego seguiste tu camino descendente hasta mi entrepierna, subiste la falda hasta mi cintura y sentí tu lengua, acariciar mi clítoris, adentrándose en mis pliegues y lamiendo cada centímetro de mi vulva. Empecé a gemir excitada, deseando sentir más, ansiando que  penetraras en mi agujero vaginal y lo hiciste, metiste la punta de tu lengua en mi vagina, y todo mi cuerpo se estremeció. Pero repentinamente tu boca abandonó mi sexo, y me hiciste poner de espaldas a ti. Acariciaste mis nalgas con suavidad y separándolas con ambas manos, adentraste tu lengua en mi agujero trasero. Un fuerte gemido escapó de mi garganta y todo mi cuerpo se tensó. Tus dedos jugueteaban con mi clítoris, mientras tu lengua y tu boca veneraban mi agujero trasero, era el juego previo a lo que en unos minutos me harías y solo con pensarlo, me ponía a cien, haciendo que todo mi sexo se humedeciera, llenando tus dedos con mis jugos. Te pusiste en pie detrás de mí, y mientras restregabas tu sexo erecto por mis jugos, acariciaste mis senos y besaste mi nuca. Ambos estábamos a cien, y nada nos iba a detener. Tus manos cubrieron mis senos, tu sexo rozó mi culo, lo colocaste entre mis nalgas y lo restregaste excitándome aún más. Luego con tus manos abriste mis posaderas, llevaste tu sexo hasta mi agujero trasero y muy despacio para no hacerme daño, me penetraste.

 ¡Uhmmm, como me gusta este agujerito mío!  Me susurraste al oído.

Tuyo, sí, solo tuyo, porque solo tú tenías el privilegio de follarme por ese agujero, esa era la única parte de mi cuerpo, que era solo tuya y de nadie más.

Poco a poco fuiste adentrando tu sexo en mi ano, hasta que estuvo completamente enterrado él. Entonces empezaste a moverte muy despacio, mientras una de tus manos acariciaba mi clítoris con mucha suavidad. Los gemidos y la pasión llenaban aquella casa tiñéndola de color rojo. Pausadamente fuiste aumentando el ritmo, del mismo modo que se fue incrementando mi placer, haciendo que mi ano se estremeciera y estrujara tu verga entre sus paredes. Hasta que ninguno de los dos pudo detenerse y empecé a estremecerme, alcanzando el segundo orgasmo de la noche. Parecía que tú también ibas a correrte, podía sentir tu pene hinchándose en mi culo, pero repentinamente, al comprobar que yo ya había alcanzado el éxtasis, lo sacaste de ese cálido refugio. Me hiciste girar de nuevo hacia ti. Me diste un apasionado beso en la boca y reteniendo mi cara entre tus manos me preguntaste:

 ¿Aún no has cenado, verdad, preciosa?

No  respondí.

 Pues vamos a la cocina a ver que encontramos.

Entramos en la cocina, y tú abriste la nevera, sacaste el bote de spray de nata y me miraste con picardía. Enseguida adiviné lo que deseabas. Me arrodillé frente a ti, y abrí el cinturón y el botón del pantalón, deslizándolo por tus piernas. Hice lo mismo con tu slip, liberando tu sexo erecto. Tú me quitaste el vestido y el sujetador.  Acerqué mi boca y antes de que empezara a lamer lo embadurnaste con la nata. Lamí comiendo aquel manjar dulce mezclado con el salado sabor de tu verga, hasta dejarla limpia. Lo saqué de mi boca y volviste a untarlo con nata. Repetí la operación, lamiendo y saboreando tu sexo. Sin saber como, volvía a sentirme excitada y deseaba otra vez tenerte dentro. Te miré traviesa a los ojos, mientras tú observabas como lamía tu sexo. Estabas a mil, podía verlo en tus ojos. Enredaste tus manos en mi pelo y empujaste mi cabeza para que siguiera lamiendo tu verga, que a buen ritmo entraba y salía de mi boca sin parar. Sentí como empezaba a hincharse y como gemías excitado y en pocos segundos sentí tu amargo sabor llenando mi boca. Tragué tu espeso semen, y cuando terminaste de correrte, seguí lamiendo el glande y el tronco dejándolos bien limpios. Al terminar me puse en pie y te besé.

 

 ¿Vamos al comedor y descansamos un rato para el siguiente asalto? – Propuse.

 Vale  aceptaste.

Desnudos como estábamos nos dirigimos al comedor y nos acostamos juntos en el sofá. Tú pegado al respaldo y yo delante, dándote la espalda.

 ¿Qué has hecho estos tres días sin mí?  Me preguntaste.

 Echarte de menos, ¿y tú?

 Lo mismo, además de ir de una reunión a otra.

Sentí tus labios sobre mi hombro desnudo.  Cerré los ojos y dejé que el sueño me venciera. Las caricias de tu mano sobre mi hombro y tus besos en mi nuca me despertaron. Abrí los ojos:

 ¡Buenos días, princesa!

 ¿Qué hora es?  Te pregunté.

 Aún es temprano, sólo son las dos de la madrugada.

 ¡Uhm, hace calor!  Murmuré sintiendo todo mi cuerpo húmedo y sudoroso  ¿Qué tal si tomamos un baño?  Te propuse.

 Vale.

Me levanté del sofá y tú me seguiste. Parecía que no querías separarte de mí, pues mientras andaba tu mano seguía posada en mi cadera, como un nexo de unión entre ambos. A medio camino, me hiciste detener y me abrazaste con fuerza diciendo:

 ¡Qué buena estas!

 ¿Ah, sí?  Sentí tu cuerpo pegado al mío y tu erección creciendo de nuevo entre tus piernas.

 Creo que no llegaremos al baño.

 ¡Ah, no!  Dije traviesa.


Me giraste hacia ti, pegando mi espalda a la pared. Nuestros cuerpos estaban unidos piel contra piel.

 No, creo que voy a hacértelo otra vez aquí, de pie, como me gusta.

 ¡Uhm!  Musité restregando mi cuerpo contra el tuyo. Me encantaban tus locuras, tus arranques de pasión y tus múltiples ideas para hacerme el amor de mil y una maneras. Todo lo contrario a lo que hacía con mi marido.

Besaste mi cuello y todo mi cuerpo se estremeció. Mi respiración se aceleró. No podía creerme que estuviera otra vez encendida. Tu sexo ansioso chocaba con el mío. Se notaba que habías pasado hambre de sexo en los tres últimos días. Acariciaste mis senos y los chupeteaste, mordiste y lamiste. Estaba a cien, y no podía creer que a pesar de haber tenido ya cuatro orgasmos, aún tuviera ganas de repetir y sentirte dentro de mí. Descendiste besando mis senos, luego mi vientre, hasta llegar a mi monte de Venus. Sentí tu lengua acariciando suavemente mi clítoris, chupeteándolo, disfrutando del sabor de mi sexo. Tu lengua se enredó en él y todo mi cuerpo se estremeció. Sentía como adentrabas tu boca en mi sexo y como intentabas llegar a lo más profundo de él con tu lengua, haciéndome estremecer y desear más. Enredé mis manos en tu pelo y apreté tu cabeza contra mi sexo. Sentirte entre mis piernas era una sensación maravillosa. El colofón vino cuando introdujiste uno de tus dedos en mi húmedo sexo y luego otro y empezaste a moverlos dentro y fuera de mí, como si fueran un pequeño pene. Aquellas caricias, unidas a las producidas por tu lengua sobre mi clítoris, hacían que mis piernas flaquearan, por eso te pusiste en pie. Me aupaste, apoyando mi espalda en la pared, y muy despacio me hiciste descender sobre tu erecto pene, hasta quedar ambos encajados el uno en el otro. Me sentí llena de ti de nuevo, y ayudada por ti, empecé a moverme subiendo y bajando sobre tu erecto pene, apreciando como se adentraba en mí una y otra vez. Mi respiración se tornó entrecortada y de mi garganta los gemidos de placer se repetían continuamente. Tú también gemías, haciéndome escuchar tus gemidos en mi oído. El placer iba aumentando poco a poco dentro de mí, y no tardé en alcanzar de nuevo el éxtasis, justo después de ti. Me bajaste al suelo, y volviste a besarme, las piernas me temblaban y pensé que en cualquier momento caería al suelo. Pero tú me tenías bien sujeta. 

Vamos a la cama – te pedí – necesito descansar. 

Me cogiste en brazos y me llevaste hasta la cama. Donde cuidadosamente me depositaste, luego te acostaste a mi lado y enseguida el sueño nos venció. 

 


Desperté muy temprano, cuando los primeros rayos de sol entraban por las rendijas que dejaba la persiana. Tu cuerpo desnudo se veía tan hermoso… Acerqué mi boca a tu hombro desnudo y lo besé. Me parecía un sueño haber pasado la noche contigo. Miré el despertador que había en tu mesita, marcaba las seis, pensé que aún teníamos tiempo de un último asalto. Así que pegándome a ti, empecé a acariciar suavemente tus huevos, mientras besaba tu hombro. Poco a poco fuiste despertando. Cuando abriste los ojos, me miraste y dijiste:

 Pensé que había soñado todo lo que hemos hecho esta noche.

 No, ha sido todo real  añadí yo. Nos besamos apasionadamente, y al comprobar que tu sexo había crecido lo suficiente, me puse sobre ti

Tus manos recorrieron todo mi cuerpo desnudo hasta alcanzar mi sexo y concentrarse solo en él, produciéndome un agradable placer, que hizo que enseguida se inundara todo mi sexo de jugos. Tu sexo entre mis piernas pujaba por poseerme y no tardaste en colocarlo a la entrada de mi vulva y penetrarme de un solo empujón. Empecé a cabalgar enloquecida sobre ti, mientras tus manos atrapaban mis senos y los masajeabas y pellizcabas aumentando mi satisfacción. Los gemidos y jadeos inundaban la habitación y el fuego de aquella pasión nos quemaba a ambos por igual. Te incorporaste para abrazarme, lo que hizo que tu sexo se hundiera más en mí y la sensación se intensificara. Acercaste tus labios a los míos y no pude evitar caer en la tentación de morderlos y succionarlos. Nos besamos, mientras sentía como te hundías en mí, y como tu sexo salía y entraba del mío hinchándose cada vez más; hasta que ambos alcanzamos el orgasmo al unísono. Nos derrumbamos sobre la cama y nos quedamos abrazados un rato.

Luego nos hemos separado y tú te has dormido de nuevo. Yo me he quedado un rato quieta a tu lado, hasta que me he levantado y me he sentado en la silla para observarte, hermoso y dulce, como la fruta prohibida.  Mis pensamientos vagan y divagan sobre sí, debería decírselo a Juan y dejar de engañarle de una vez por todas o seguir escondiéndole esta relación que cada vez está más arraigada en mí. Me visto despacio. Tengo que ir a por mis hijos.

Me acerco a ti y beso tu mejilla suavemente, pero el beso te despierta, abres los ojos y susurras:

 ¿Ya te vas?

 Sí, ha sido una noche maravillosa. Nos vemos.

 Por supuesto, preciosa.

Nos besamos en los labios y salgo de la habitación.

Cuando llego a casa de mi madre, ella me está esperando.

 Buenos días, hija. ¿Qué tal has pasado la noche? ¿Con Pedro, supongo?

 Efectivamente, madre, y ha sido una noche maravillosa.

 Ya te dije que tener un amante le daría aliciente a tu aburrida vida de ama de casa. Pero que este sea el mejor amigo de tu marido…  dice mamá con desconfianza.

 ¡Mamá!

 Yo solo te aviso, estás tentando a la suerte, hija.

En ese preciso instante suena mi móvil. Es Juan, preguntándome por nuestro hijo y diciéndome que en un rato vendrá a buscarnos.

Nada más colgar, mi padre sale de su habitación y se acerca a mí.

 ¡Buenos días, hija! ¿Y Juan?

 Está abajo buscando aparcamiento, ahora sube  miento.

Mi madre y yo entramos en la habitación de los niños y antes de despertarlos me susurra al oído:

 Recuerda que hoy es mi tarde con Alberto y no podré ir a buscar a los niños.

 Sí, mamá, ya lo sé. Aún no entiendo como después de tantos años, papá aún no se ha enterado de que lleva unos cuernos más grandes que los de un ciervo.

Ambas nos reímos.

martes, 15 de noviembre de 2022

FRUTA PROHIBIDA 1 - MARTES DE RELATO HOT

 Sé que eres fruta prohibida para mí y que no debería tomarte, pero tus dulces besos llenan de sabor mi boca y me hacen desear siempre más. Fruta prohibida que no debería comer. Fruta madura que endulza mis labios. No lo puedo remediar, me gustas demasiado y por ti he pecado, pero que más da si tú me haces feliz, pienso mientras te observo desnudo sobre la cama, boca abajo, con la sábana tapándote solo ese culito que me gusta tanto. Ha sido una larga noche. Noche de pasión, de caricias y secretos, de amores y besos. Aún no me lo puedo creer, aún no entiendo como pudimos esquivar a todos y salir de aquella fiesta. Pero lo hicimos y ha valido la pena, ya lo creo que la ha valido, sobre todo por esta, nuestra primera noche juntos. Aunque mi marido pueda descubrir la verdad. Creo que llega la hora de regresar junto a él y abandonar este paraíso de pasión, pero antes, sentada en esta silla, desnuda y libre frente a ti, quiero recordar, revivir minuto a minuto esta maravillosa noche de dulce sabor a fruta prohibida. Otras veces lo hemos hecho, pero siempre deprisa y corriendo a escondidas de mi marido, en cinco minutos o diez a lo sumo, pero esta vez… Esta vez te propusiste tenerme para ti toda la noche. Y no fue fácil conseguirlo. La fiesta estaba en su momento álgido cuando llegaste tú y enseguida te encaminaste hacia nosotros, que estábamos en la barra. 

Ya en ese momento en tu mirada divisé un halo de misterio y picardía. Escondías algo, sin duda.

— ¡Cómo está esto! — Exclamaste chocando tu mano con la de Juan. 

Juan, tu mejor amigo, mi marido y el punto de unión entre tú y yo. 

— Empiezo a arrepentirme de haber venido — añadiste. Yo, en cambio, me sentía feliz, sobre todo porque tú estabas allí.

 


— ¿Bailamos? — Te pregunté mirándote directamente a los ojos.

 — Por supuesto, preciosa. Seguro que el soso de tu marido aún no te ha sacado ni a dar un paso. 

— No, ya sabes como es y cuanto odia bailar. 

 

Me cogiste de la mano y me llevaste hasta el centro de la pista. Mientras Juan se quedaba en la barra observándonos. Empezaba a sonar una canción lenta: «You’re beautiful» de James Blunt. Pegaste tu cuerpo al mío y pude sentir tu erección, luego tu boca en mi oído diciéndome:

 — Estás preciosa. 

Yo llevaba un vestido en blanco con bordados dorados, estrecho que se adaptaba perfectamente a mi figura, con un escote que dejaba ver el nacimiento de mis pechos, cosa en la que mi marido ni se había fijado, pero tú sí. 

— Gracias — me sentía un poco incómoda porque Juan nos miraba, aunque tampoco era extraño que me viera bailar contigo. De hecho siempre bailaba contigo porque con él no podía, ya que no le gustaba. Pero el miedo a que descubriera nuestra relación me atenazaba. No sé como, pero lograste llevarme hasta el lugar más recóndito del salón. Aquel al que los ojos de mi marido no podían llegar y aprovechaste ese momento para besarme apasionadamente. 

— ¡¡¡¡Pedro, estás loco!!!! — Exclamé algo enfadada.

 — Sí, por ti. 

Me llevaste hasta la puerta y salimos al rellano. Allí volviste a darme uno de esos apasionados besos que tanto me gustan. Tus labios rozaron los míos, los míos engulleron los tuyos, tu lengua buscó la mía y la mía rozó la tuya. Tus manos acariciaron todo mi cuerpo. Y al separarte de mí, me cogiste de la mano y dijiste: 

— Anda, vamos. 

— ¿Dónde vamos? ¿Y Juan? — te pregunté entre sorprendida y asustada.

— Olvídate de él. Esta noche, vas a ser mía toda la noche. 

— Pero tú estás loco — protesté — Juan me buscará. 

— Ya te lo he dicho. Olvídate de él. Luego le das cualquier excusa y ya está, pero esta noche te quiero para mí. 

 Pero no podía olvidarle. En cuanto se diera cuenta de nuestra desaparición, Juan empezaría a llamar desesperado para saber donde estábamos y descubriría todo, pensé. Busqué el móvil en mi bolso, mientras tú me arrastrabas a la calle. Cuando viste que tenía el móvil en la mano, me lo quitaste diciendo: 

— Tú estás loca. No vas a decirle nada y si lo haces será mañana por la mañana, cuando haya hecho contigo todo eso que tengo tantas ganas de hacerte — dijiste, abrazándome con fuerza y dándome un apasionado beso en los labios. 

Estábamos ya frente a tu coche y me apoyaste sobre él. Tu lengua se introdujo en mi boca, mientras tu mano subía la falda del vestido que llevaba, muy despacio. Justo en ese momento sonó mi móvil que habías guardado en tu bolsillo del pantalón. Lo sacaste y miraste la pantallita. 

— Es tu marido. 

— Ya te dije que me buscaría. 

— Bueno, luego le contestas — dijiste cínicamente. 

 


Y volviste a guardar el móvil en tu bolsillo. Volviste a besarme, pegando tu cuerpo al mío y haciéndome sentir la erección que crecía entre tus piernas. Habías logrado subirme la falda hasta mi culo y con tu mano apretabas indecentemente mi nalga. Entonces el que sonó fue tu móvil. Lo buscaste en el bolsillo, sin soltar mi nalga. De nuevo miraste la pantallita. 

— Otra vez él — dijiste — le haremos sufrir un poquito más. Lo apagaste y seguiste con el trabajo, metiendo tu mano entre mis bragas, buscando mi húmedo sexo. Me estremecí al sentir tus dedos sobre el mágico botón y gemí. Acercaste tu boca a mi oído, lo lamiste y descendiste hasta mi cuello para lamerlo y chuparlo. Todo mi cuerpo vibraba de deseo. En unos segundos habías conseguido ponerme a mil. Mi móvil volvió a sonar, pero no le hiciste caso, solo metiste tu mano en el bolsillo y lo apagaste, porque dejó de sonar repentinamente. Cogiste mi pierna derecha y la subiste hasta tu cadera. Nuestras bocas seguían unidas en un intenso y largo beso. Oí que te bajabas la cremallera del pantalón, estabas dispuesto a hacérmelo allí mismo, pero protesté: 

— Aquí no, Pedro; podría vernos cualquiera, incluso mi marido si sale a buscarme a la calle. 

— Esta bien, preciosa — aceptaste, abriendo la puerta trasera del coche y haciéndome entrar. 

Tú entraste justo detrás de mí y antes de que pudiera acomodarme. Me abriste de piernas y me quitaste las bragas. Seguidamente empezaste a acariciar y lamer mi sexo lampiño. Tu lengua se movía como una serpiente sobre los pliegues de mi vulva y no podía dejar de gemir y sentirme cada vez más caliente, olvidando todo lo demás, incluso a mi marido. Y cuando tu lengua se introdujo en mi agujero vaginal, todo mi cuerpo se estremeció; me miraste directamente a los ojos y me dijiste:

 — Anda, ven aquí, hermosa. Que tres días sin follarte es mucho tiempo y ya no aguanto más. 

Me senté sobre tus piernas, mientras tú sacabas tu miembro erecto de su cálido refugió. Surgió brillante e hinchado, así que me puse sobre él, con maestría, lo dirigiste hacía mi agujero y descendí sintiendo como me penetraba. El momento de sentirme una contigo siempre era sublime y ese no lo fue menos. Inmediatamente, empecé a cabalgar, pues como acababas de decir, tres días de sequía eran mucho para nuestros cuerpos acostumbrados a tenerse casi a diario. Tus manos acariciaron mis senos por encima de la tela del vestido, abriste el escote y los sacaste para tener una mejor visión de ellos y poder sobarlos y lamerlos a tu antojo, como a ti te gustaba. 

— ¡Ah! — Gemí al sentir tu boca devorando mis pezones. 

 

Mi cuerpo se balanceaba sobre tu miembro, sintiendo como entraba y salía de mí, como me daba ese maravilloso placer que tanto había deseado. Cuando repentinamente dijiste:

 — Espera, espera, quédate quieta. Creo que tu marido está ahí. Me detuve y dejé que miraras por encima de mi hombro, sin atreverme a hacerlo yo por miedo a ser descubierta. 

— Sí, es él y creo que está llamando por el móvil. Espera — cogiste tu móvil y lo encendiste. 

— ¿Qué vas a hacer? — Me asuste al adivinar lo que pretendías 

— No — protesté. Pero enseguida sonó el timbre del teléfono y lo cogiste: 

— ¿Sí? 

— ¿Pedro? ¿Dónde os habéis metido? ¿Está Alicia contigo? — Oí que te preguntaba mi marido

 — No, ¿por qué? Me dijo que tenía que ir al baño. Luego me encontré con una vieja amiga, y decidimos ir a recordar viejos tiempos — mentiste a mi marido, mientras me animabas a que siguiera cabalgándote, empujando con tu pubis hacia mí — ¿No estará en el lavabo? 

— No, ya lo he mirado — pude oír que te contestaba Juan. 

— No te preocupes, seguro que está bien, y que en cuanto pueda te llama — trataste de tranquilizarlo, mientras yo me excitaba sintiendo como tu pene entraba y salía de mí, entretanto hablabas con mi marido por el teléfono.

La situación no podía ser más morbosa, lo que me excitaba enormemente haciéndome gemir. Para acallar mis gemidos metiste un par de dedos en mi boca, obligándome a lamértelos y chuparlos, mientras seguía cabalgándote y el cosquilleo del placer iba aumentando gradualmente. 

— No sé, la he llamado al móvil y lo tiene apagado. 

— No te preocupes, seguro que pronto dará señales de vida. Te dejo que estoy ocupado — te excusaste finalmente, sacando tus dedos de mi boca y dejando que gimiera para que Juan me oyera. 

— Sí, claro, lo siento — se excusó él sin saber que los gemidos que acababa de oír eran de su mujer. Dejaste el móvil sobre el asiento y me abrazaste diciendo:

—Me he puesto a mil con la llamada. 

— Yo también ¿Sigue ahí?

 

— No, ha entrado en el portal.


Entonces volví a cabalgarte, pero esta vez dejándome ir por completo, pues estaba muy excitada y sólo deseaba llegar al final, liberarme y liberar mi orgasmo. Nos abrazamos y tu cara quedó hundida entre mis senos que lamiste y chupeteaste, hasta que ambos llegamos al orgasmos y sentí como te clavabas por completo en mí, llenándome con tu semen.

Descansamos unos segundos, abrazados en el asiento trasero del coche y luego diciendo:

— Ahora nos vamos a mi casita, porque te juro que esta noche te lo haré de todas las maneras posibles — te sentaste al volante del coche.

Yo me quedé en el asiento trasero, y después de pedirte mi móvil, llamé a Juan, para excusarme:

— ¿Cielo?

— ¿Dónde estás? — Preguntó muy preocupado.

— No te preocupes, estoy bien. Paquito ( que era nuestro hijo pequeño) se ha puesto muy pesado y he tenido que ir a casa de mamá – mentí, en realidad, nuestros hijos estaban en casa de mi madre perfectamente atendidos por ella – pero no te preocupes, sólo tiene un poco de fiebre. Me quedaré aquí con ellos a pasar la noche y ya mañana iré para casa ¿vale?

— Como tú quieras, cielo — me respondió mi marido sin sospechar que le estaba mintiendo. 

— Bien, hasta mañana — me despedí.

Seguidamente, marqué el número de mi madre.

— ¿Mamá?

— Sí, hija.

— Necesito que me hagas un favor. Si llama Juan, le dices que Paquito está mejor y que yo estoy ahí, con él ¿vale?

— Si, hija, ¿pero no estás con él en la fiesta? — Me preguntó curiosa.

— No, mamá, ahora no. Mañana te cuento.

— Esta bien, hija. Hasta mañana.

Colgué y busqué mis braguitas por el asiento trasero, pero al no encontrarlas te pregunté:

— ¿Y mis braguitas?

— Las tengo yo, bien guardaditas — dijiste tocándote el bolsillo del pantalón — y no te las devolveré hasta haberte hecho todo lo que estoy pensando.

Había un aire de perversidad en tu semblante, estaba claro que la noche iba a ser larga.