lunes, 24 de enero de 2022

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 11

 Durante las siguientes semanas, Sara y yo fuimos afianzando nuestra amistad, hablábamos de nuestras cosas, íbamos juntas de compras o salíamos algunas tardes al cine juntas y poco a poco, empezamos a hablar de nuestros más íntimos secretos. Ella hizo que me olvidara en cierto modo de mis amigas, o por lo menos que no las echara tanto de menos.

Una tarde, justo tres semanas antes de la boda de mi hermana me acompañó a comprar el vestido para la boda. A Sara ya empezaba a notársele la barriga y la verdad que le sentaba muy bien, tenía una barriga redondita y muy mona. Dijo que ella aprovecharía también para comprarse algo, pues algunas prendas ya empezaban a irle un poco estrechas de cintura. Todavía estaba con nosotros en nuestra casa y parecía que no encontraba un piso para vivir.

— Oye ¿aún no has encontrado ningún apartamento que te guste? — le pregunté mientras revisábamos la sección de mujer en los almacenes Macy's.

— No, no encuentro nada que me satisfaga, todo es o demasiado pequeño o demasiado caro o no sé, nada me gusta. Os agradezco que me hayáis acogido en vuestra casa, pero soy consciente de que es algo temporal y no puedo estar ahí eternamente. No os preocupéis, en cuanto encuentre lo que busco os dejaré solos.

— No, si en realidad, no nos estorbas — dije tratando de que no se me notara que en realidad sí, que estorbaba un poco, pues que ella estuviera en la casa, no nos permitía hacer algunas cosas que haríamos si estuviéramos solos.

Luego tratando de desviar el tema le pregunté:

— ¿Cuándo tendrás la ecografía de los cuatro meses para saber el sexo del bebé?


— Pues muy pronto — me respondió ella — ¿Vendrás conmigo?

— Sí, claro, si quieres.

— Claro que quiero, no podría ir sola, necesito a alguien que me de apoyo — dijo.

Y entonces me acordé:

— Y los posibles padres de la criatura, ¿has hablado con ellos?

— No, no soy capaz, no sé, me da miedo — justificó.

— Ya, pero tienen que saberlo ¿no?, sea quien sea de los dos, creo que ambos deberían saber que son los posibles padres de esa criatura. A lo mejor pueden ayudarte.

— Sí, tienes razón, por lo menos deberían saberlo. Intentaré hablar con ellos — me dijo.

Finalmente aquel día compramos mi vestido para la boda. Era un vestido de manga larga, pero que tenía las mangas y parte superior del vestido, es decir, desde los hombros y hasta el escote de blonda, el resto era de raso de color vino. Yo estaba muy feliz, no solo porque había encontrado el vestido adecuado, sino también porque volvería a ver a mi familia, a mis amigas, a toda mi gente a la que tanto echaba de menos. Aquella boda me hacía mucha ilusión. Además, teníamos previsto pasar por lo menos una semana con mi familia.

Poco a poco se acercaba el día de la boda de mi hermana y con ello nuestro viaje a Rusia, y yo me iba preparando para ello. Andrey también parecía ilusionado con el viaje, pues podría volver a ver a sus padres. A falta de solo una semana para marcharnos de viaje, aquel día tuve libre la última hora de clase, pues el profesor estaba enfermo y no había sustituto, así que volví a casa antes de lo previsto, con la intención de poder preparar algunas cosas para el viaje. Sabía que cuando llegara no habría nadie en el restaurante aún, aparte de Andrey y quizás Mijaíl y por supuesto, Sara que desde que vivía con nosotros ayudaba a Andrey a preparar todo lo que necesitaba para las comidas e incluso a veces, iba al mercado con él a comprar. Al llegar, extrañamente no había nadie en el restaurante, ni siquiera Mijaíl, así que decidí subir a casa. Entré y enseguida oí ruidos, me pareció que provenían de la habitación, mientras me acercaba, oía risas y Sara y Andrey hablando. Y al abrir la puerta de la habitación lo que vi me dejó helada.


Andrey estaba sentado en la cama, vestido solo con su ropa interior y Sara estaba completamente desnuda y se estaban besando. Puesto que no se habían dado cuenta de que estaba allí, dije:

— Hola, cariño.

Ambos se giraron hacía mi al oírme. Sara se tapó inmediatamente con la camisa de Andrey que estaba a sus pies. Él se levantó apartándola a ella de un manotazo y diciendo:

— No es lo que parece, te lo aseguro — me dijo.

Y yo salí corriendo hacía el restaurante, mientras él se ponía un pantalón y bajaba tras de mí.

— Irina, por favor, escúchame, fue ella y además, yo, le he dicho que no como veinte veces.

— No sé que quieres que sea, no sé que pretendes que crea, pero sé bien lo que he visto y no creo que estuvierais desnudos para jugar al parchís — le dije.

Iba a salir a la calle cuando me choqué con Mijaíl y gracias a que él me sujetó no caí al suelo, porque con lo grande y fuerte que estaba Mijaíl lo hubiera hecho.

— ¡¿Ey, que pasa aquí?! — preguntó al vernos a Andrey y a mí.

— Este desgraciado que me estaba poniendo los cuernos con su querida Sarita — le respondí.

— Eso no es cierto, no ha sido así, puedo explicártelo, Irina — dijo Andrey intentando esclarecer lo que yo acababa de ver.

— No quiero ninguna explicación quiero que esa mujer se vaya de nuestra casa y cuanto antes mejor. Y a partir de ahora, seré tu prometida solo, pero nada más.

— ¡Maldita sea! — despotricó subiendo al piso superior visiblemente enfadado.

Diez minutos más tarde, Sara bajaba con su maletas, y sin decir nada, salió de la casa.

Aquella noche me trasladé a mi antigua habitación. Estaba colocando mis cosas en el armario cuando entró Andrey.

— Irina ¿puedo hablar contigo?

No tenía demasiadas ganas de escuchar sus explicaciones, pero en cierto modo, sabía que debía dejar que se explicara, que me diera alguna razón para explicar su desliz, después ya decidiría si le creía o no o si le perdonaba o no. De todos modos, me sentía dolida, el hombre en el que más confiaba me había traicionado o por lo menos eso parecía.

— Mira, sé que lo que viste parecía… No era mi intención molestarte, no era mi intención acostarme con ella, de hecho fue ella quien me obligó a desnudarme, quien quería… — tomó aire y siguió con la explicación — quería una última sesión, me dijo que lo echaba mucho de menos y que lo necesitaba, que sería solo una última vez, yo estaba en la habitación, me había manchado la camisa y el pantalón y me estaba cambiando para el servicio. Ella entró en la habitación con esa excusa, en el momento justo en que me encontraba en calzoncillos. Como ya he dicho, dijo que quería una última sesión, y se desnudó delante de mí, así de buenas a primeras. Me dijo que la pegara, que había sido una niña mala, en fin, ya sabes, la dinámica Amo-sumisa. Le dije que no, que saliera de la habitación, pero trató de tentarme por todos los medios, incluso me besó, momento en el que tú nos pillaste.

Le miré a los ojos, él me miró a mí, se acercó y yo me alejé un paso de él. Suspiré, suspiró y se tocó el pelo echándolo hacia atrás.

— Bien, no sé si realmente la culpa la tiene ella, o la tienes tú. Ya hasta me da igual, la cuestión es que me he sentido traicionada cuando te he encontrado en la habitación con ella. No sé ni siquiera si te lo pensante aunque fuera un segundo, ni siquiera quiero saberlo, solo sé que veros allí semidesnudos, me ha dolido — le dije.

— Lo sé y lo siento, y sé que probablemente necesitas tiempo para volver a confiar en mí, incluso lo entenderé si quieres que rompamos nuestro compromiso.

— No lo sé, Andrey, ahora mismo no sé lo que quiero.

— Está bien — dijo abatido y salió de la habitación.

¿Qué debía hacer? ¿Debía creerle? ¿Debía perdonarle? ¿Debía dejarle y volver a casa con mi familia? No sabía qué hacer. EE. UU. era un país maravilloso, me había acogido con los brazos abiertos, había descubierto su cara más amable y la verdad es que me gustaba, me encantaba todo lo que tenía allí y todo lo que había descubierto. Dejar a Andrey significaba dejar todas la comodidades que allí tenía, dejar la carrera que había empezado a estudiar y que realmente me gustaba, significaba dejar la posibilidad de ser una buena fotógrafa y todo lo que allí estaba aprendiendo y además dejar a Alex también.

Alex, de repente, le vi echándome la bronca y diciéndome que ya me lo había dicho él, que aquella tía venía a robarme a mi hombre, que sus intenciones no era buenas y que aquel incidente no hacía más que demostrarlo. Mi pobre Alex.

— Ves, te lo dije, ¿lo recuerdas? Te dije que esa tía no tenía buenas intenciones, y probablemente Andrey tenga razón y todo fuera un plan urdido por esa arpía. Pero tú no me hiciste caso, tú la metiste en tu casa — me sermoneó Alex cuando se lo conté todo al día siguiente.

— Sí, tenías razón y no te hice caso ¿contento? — le dije aunque en aquel momento lo que menos necesitaba era un sermón y menos de Alex.


A fin de cuentas él era mi mejor amigo allí, y yo lo que quería era un poco de comprensión e incluso un consejo sobre que podía o debía hacer. Pero supongo que Alex no veía las cosas como yo, primero porque era un hombre, segundo porque era estadounidense y por último, porque él no estaba en mi piel, es decir, en mi situación. Para él las cosas eran diferentes, más sencillas, pero yo estaba a miles de kilómetros de mi casa, lejos de mi familia y de mis amigas y debía tomar una decisión importante, una decisión que marcaría mi vida y mi futuro. ¿Qué tenía que hacer?

— Yo de ti lo dejaría — me soltó así de golpe y porrazo a pesar de que no le había preguntado.

— Alex, no es tan fácil. Yo aquí soy una extranjera, mi casa no está aquí, mi familia tampoco. Aquí solo le tengo a él y a nadie más, si le dejo, probablemente tenga que volver a mi país, a mi pueblo, a mi casa y dejar todo esto, la carrera, a los amigos que he hecho aquí, todo — sentencié.