domingo, 27 de junio de 2021

DIPTONGO E HIATO

 Hace días que no publico nada sobre ortografía y la verdad es que si te dedicas a escribir, es bueno, refrescar la memoria sobre algunos conceptos que a veces olvidamos. 


Así que hoy vamos a refrescar como funcionan los diptongos e hiatos. Aunque primero definiremos que es un diptongo y un hiato. 

Diptongo: es un grupo de dos vocales distintas y contiguas que se pronuncian en una sola sílaba. 

Hiato: encuentro de dos vocales contiguas que no forman diptongo y por tanto, se pronuncia en distintas sílabas. 

Y ahora veamos cuando hay diptongo en una palabra y que tipos de diptongo existen: 

DIPTONGO - SE JUNTAN LAS VOCALES. 

Las vocales pueden ser cerradas, es decir la vocal débil: I, U o Abiertas, la vocal fuerte: A, E, O

Es la secuencia de 2 vocales en una misma sílaba. Ej: Ciudad---- Ciu - dad.

1. Una vocal cerrada + una vocal cerrada. Ej.: Ciudad, viudo, ruido, incluida. 

2. Una vocal abierta + una vocal cerrada. Ej.: aire, jaula, reino, deuda. 

3. Una vocal cerrada + una vocal abierta. Ej.: viaje, nieve, abuelo, monstruo.

HIATO - SE SEPARAN LAS VOCALES. 

Es la secuencia de 2 vocales en distintas sílabas. Ej: Teatro---- te-a-tro.

1. Una vocal abierta + vocal abierta. Ej.: Caer, teatro, correo, toalla. 

2. Una vocal abierta + una vocal cerrada. Ej.: raíz, baúl, freír, egoísta. 

3. Una vocal cerrada + una vocal abierta. Ej.: Sandía, grúa, frío, flúor. 

Nota: La h intercalada no interfiere en la formación de un diptongo o un hiato. 

Diptongo: Ahumado---- ahu- ma-do.

Hiato: Bahía ---- ba- hi-a.


lunes, 21 de junio de 2021

LABIOS DE FRESA


Labios de fresa que todavía sueño, todavía recuerdo. Tus labios de fresa que hace años que no siento y que tanto añoro, tus labios de fresa besándome. Aún los recuerdo, tan rojos, tan hinchados, tan brillantes, tan tuyos y de nadie más. Desde que te fuiste he tenido más amantes y amores, pero no he vuelto a encontrar unos labios de fresa como los tuyos, y a veces los añoro tanto. Deseo tenerlos sobre mi piel, y entonces cierro los ojos y trato de imaginarte, sueño que tus labios me besan de nuevo, tus labios de fresa sobre mis labios, mordiéndose, besándose. Tus labios hinchados recorriendo mi piel, deslizándose por mi cuello, y luego por mi cuerpo desnudo hasta mis senos erectos. Tus labios besando mis pezones, tu lengua lamiendo mi piel y tu boca alrededor de la punta de mi seno.


Tus labios rojos descendiendo por mi vientre muy despacio, haciendo que mi cuerpo se estremezca y mi sexo se humedezca. Tus labios hinchados, llegando a mi sexo, mientras mi cuerpo descansa sobre la cama, y siento como besan mi pubis y exploran mi sexo. Abro la piernas, y siento esos labios rozando mi clítoris, y tu lengua húmeda y caliente lamiéndolo con suavidad, mi cuerpo se estremece de placer y deseo.

Tus labios calientes, rojos, hermosos, húmedos, hinchados, recorren mi sexo, desde mi vagina hasta mi clítoris, desde mi clítoris hasta mi vagina. Tu lengua introduciéndose en mi vagina y un suspiro se escapa de mi garganta, mi cuerpo se estremece mientras siento todas esas sensaciones que tus labios de fresa me causan.

Decides apartarte de mi sexo, te pones sobre mí y siento tu sexo introduciéndose en mí, despacio. Tus labios se dibujan frente a mí, rojos, hinchados y brillantes. Acerco mi boca a ellos, quiero sentirlos en mi boca eternamente, para siempre. Los saboreo, los aprieto y los muerdo, los repaso con mi lengua. Tu cuerpo unido al mío en una sinfonía de amor y deseo. Tus labios unidos a los míos, en una sonata de ensueño. Besos, caricias, deseo, suena el disco de Ana Belén de fondo.

Nuestros cuerpos sobre la cama, te empujo hacia la derecha y unidos nos giramos, vuelvo a empujar, y me pongo sobre ti. Sigo besando tus labios de fresa; nunca dejaría de besarlos, aunque llegaran a escocerme tanto que me hiciesen daño. Porque ese dolor, viniendo de tus labios, sería maravilloso.


Cabalgo sobre tu cuerpo, despacio, marcando el ritmo, llevando las riendas de la situación. A parto mis labios de los tuyos, te observo, tus ojos negros mi miran. He deseado tanto todo esto, que quiero retenerlo para siempre en mi retina. Tus manos acarician mis nalgas, ni dedo acaricia tu labio inferior y no puedo dejar de desearlos. Acerco mi boca a tus labios, vuelvo a besarlos, mientras tus manos acarician mis senos ahora. Tus manos calientes, suaves, sobre mi piel ardiente. Te deseo más que nunca y más que nunca te poseo, porque nunca antes te he poseído. Tus labios besan ahora mis senos que se muestran ante ti anhelantes. Tus labios, chupan, muerden y lamen mis pezones. Un nuevo suspiro escapa de mi garganta.

Detengo el ritmo, cojo tu cara con mis manos y llevo tus labios hasta los míos y te beso, introduzco mi lengua en tu boca, y busco tu lengua. Me sumerjo en el beso, hace siglos que no siento tu lengua bailando con la mía y por eso la saboreo, porque sé que tardaré mucho en volver a bailar con ella. Terminó besando tus labios rojos, hinchados. Esos labios que tantas veces soñé, que tantas besas deseé volver a tener sobre mi piel.

Y sobre mi piel se mueven tus labios, descendiendo por mi cuello, provocándome esa sensación de placer que remueve mis entrañas. Y vuelvo a cabalgar sobre ti, la sensación se intensifica, cada vez siento más placer, el placer de tus besos y el placer de mi cuerpo. Eléctrica sensación que se esparce por mi cuerpo, tu sexo se tensa eléctricamente en mí. Y estallamos al unísono en un último arrebato de pasión que quema nuestros cuerpos irremediablemente.

Y abro los ojos y tus labios rojos ya no están. Ya no siento su calor sobre mi piel. Se han ido, se han perdido en el baúl de mis recuerdos. Los añoro como nunca y como nunca los deseo. Tus labios de fresa, rojos, hinchados, perfectos.

sábado, 12 de junio de 2021

ASUNTOS SUCIOS 2

Hace unos días, os hablé de una novela que había terminado, pero resulta que la estoy reescribiendo, porque me enteré que en Wattpad se van a celebrar los premios  Wattys 2021 y he decidido presentar mi novela "ASUNTOS SUCIOS". 

Bueno, la historia  trata de una chica que se enamora del dueño de una discoteca, y que por algunas cosas que pasan ella cree que es un mafioso. Y para redondearlo, aparece el amigo que está superbueno del chico y... Hasta ahí puedo leer.

Así que hablemos de los personajes. Ella se llama Nerea y es periodista, que trabaja en una revista tipo "Cosmopolitan" junto a sus amigas: Rocío (una cotilla de cuidado) y Sofía (la más madura de las tres). Nerea es una romántica empedernida. Y el personaje de ella está inspirado en Valeria, de la serie "Valeria" que es una adaptación del personaje de la Saga Valeria de Elisabet Benavent.



El protagonista masculino es Aitor: dueño de varias discotecas, reservado y algo egocéntrico, que se enamora locamente de Nerea. Este personaje está basado en Michelle Morrone o mejor en el Michele Morrone de "365 días". O sea Massimo.




El otro protagonista masculino es italiano, se llama Fabrizio y es el mejor amigo de Aitor, trabaja para él en Italia, llevando la discoteca que Aitor tiene en Nápoles. Y el personaje está basado en el Maxi Iglesias de "Valeria" o sea Víctor.


¿Os imagináis a estos dos buenorros en una misma historia? Pues eso es lo que pasa en "Asuntos Sucios".

Debo decir, que esta es una de las historias en la que más me he documentado, ya que hay cambios de localización, pues una parte de la historia sucede en Barcelona, pero otra en Nápoles y Capri.

Por supuesto, hay escenas tórridas y eróticas y además con ambos protagonistas masculinos.

En los próximos días ya os iré contando más cosas, que aún me quedan algunos capítulos para terminar la historia y sobre todo me faltan unas 3000 palabras, ya que el mínimo de palabras para participar son 40.000. En cuanto la tenga terminada y empiece a subirla a Wattpad, os aviso. Espero que os guste.

martes, 8 de junio de 2021

IMAGENES 1 (EL CASTIGO)


 Me excita verte en esa postura y no puedo dejar de mirarte. Estática, quieta ante mí, esperando a mi próxima orden. Tus manos posadas en el borde de la barra del bar, tratando de aguantar el peso de tu cuerpo, la blusita semitransparente que te regalé, el cinturón de eslabones que te compraste hace medio año y los zapatos de tacón; las piernas dobladas hacia afuera, para que pueda observar ese magnífico culo que abierto, se muestra ante mí.

Mi sexo está a mil, totalmente erecto. El silencio reina en la habitación y solo se oye el ruido de mis pasos y tu respiración pausada. Me acerco a ti, y con el látigo, que llevo en la mano, acaricio la raja de tu culo. Te estremeces, y me siento triunfante por lograr ese efecto en ti.

Julio, por favor, me duelen los brazos y las rodillas  suplicas.

Ya lo sé, pero eso forma parte del castigo, si te hubieras portado bien ahora no estarías así  contesto a tu súplica con dureza.

Suspiras al comprobar que tu ruego no obtiene resultado. Me arrodillo tras de ti, y colando mi mano por entre tus nalgas alcanzo tu sexo y empiezo a acariciarlo, mientras te susurro al oído:

 Ni se te ocurra gemir o excitarte.

Afirmas con la cabeza tratando de controlar tus emociones. Estás excitada, y en realidad, deseas que te penetre ya, que te haga mía, pero sabes que no lo voy a hacer, aún no. Te muerdes el labio inferior porque deseas gemir, pero no puedes; mis dedos hurgan en tu sexo y se introducen en tu agujero vaginal. Suspiras acallando un gemido y yo muevo mis dedos dentro y fuera, una y otra vez, acelerando cada vez más el ritmo para comprobar hasta donde eres capaz de soportar. Mueves tu cabeza hacia adelante y atrás, suspiras cada vez más rápidamente. Sé que te estás excitando y que tratas de luchar contra ello, pero no puedes y menos cuando mis labios se posan sobre tu cuello y con la lengua lo acaricio. Toda tu piel se eriza y finalmente:

 ¡Ah!  Un gemido escapa de tu garganta.

 ¿Qué te he dicho, zorrita?

 Que no gimiera ni me excitara. Señor  respondes como una gatita obediente.

Muy bien  me pongo en pie y doy un latigazo en el suelo, muy cerca de tu hermoso culo.

Al sentir el aire que el látigo hace, te revuelves; seguidamente tiro de tu pelo obligándote a echar la cabeza hacia atrás. Me bajo la cremallera del pantalón, saco mi sexo erecto y te ordeno:

 ¡Chúpalo!

Tú, obediente, sacas tu lengua, acerco mi verga y empiezas a lamer. Sé que la postura es incómoda, que hace que te duelan las cervicales, y que el dolor de mi mano tirando de tu pelo también es molesto, pero me gusta torturarte de esta manera. Suelto tu pelo, ya que solo alcanzas a lamer un poco el tronco y eso no me satisface lo suficiente.

De nuevo me arrodillo junto a ti, y cogiendo el látigo lo paso por entre tus piernas, lo sujeto por cada extremo, lo coloco de modo que pase por entre tus labios vaginales y roce tu clítoris, y seguidamente empiezo a moverlo; primero despacio, luego aumento el ritmo adelante y atrás, oigo como empiezas a gemir. Cuando te das cuenta, intentas acallar tus gemidos resoplando y suspirando. Me detengo y te pregunto:

 ¿Te excita esto, cariño?

 Sí  musitas inevitablemente.

 Bien  añado con picardía, mientras sigo moviendo el látigo hacia delante y hacia atrás.

Oigo que te quejas por lo incómodo de la postura y finalmente te ordeno:

 Anda ponte en pie, pero con la cabeza apoyada junto a tus manos en la barra.

Obedeces y me muestras tu culo y tu sexo en primer plano, lo que hace que mi pene aún se tense más. En realidad, deseo follarte ahora mismo, pero no puedo, no debo hacerlo, tengo que mantener el castigo para excitarte hasta que no puedas soportar más y me supliques que te folle. Ese es mi objetivo, que te excites y me pidas que te lo haga.

Vuelvo a coger el látigo y de nuevo lo coloco entre tus piernas. Lo muevo suavemente durante unos segundos, después aumento el ritmo, hasta conseguir que gimas, y entonces te pregunto:

 Dime, como te excita más, así…  hago una pequeña pausa mientras muevo el látigo despacio  …o así…  y vuelvo a moverlo, pero está vez más rápidamente.

 Ah!  gimes  por favor Julio, fóllame ya  suplicas excitada.

 ¿Quieres que te folle?  Te pregunto orgulloso y feliz de ver que he conseguido lo que deseaba.

 Sí, Señor  musitas excitada.

Sacó el látigo entre tus piernas y me preparo poniéndome detrás de ti. Te sujeto por las caderas, y dando un fuerte empujón te penetro con ímpetu, permanezco inmóvil y me recuesto sobre tu espalda. Acerco mi boca a tu oído y te interrogo con voz sensual:

 ¿Es esto lo que quieres?

 Sí  respondes enajenada, excitada, envuelta en sudor.

Pero antes de que te des cuenta, saco mi sexo de ti con el mismo ímpetu que he utilizado para penetrarte. Gimes al sentirlo, y pareces decepcionada.

Me encanta verte así, ansiosa por sentirme y desesperada porque no te dejo llegar al éxtasis. Tus mejillas se sonrojan y tu piel se eriza, estás preciosa. Repito la operación y te penetro bruscamente, de nuevo gimes, y esta vez doy tres fuertes embestidas que te hacen gemir más aún. Nuevamente retiro mi sexo del tuyo. Y otra vez siento en tu gemido la desilusión que mi actitud te causa. Espero unos segundos y vuelvo de nuevo a penetrarte, doy otras tres fuertes embestidas y abandono tu sexo.

 Por favor, Señor  suplicas desesperada, y a mí me encanta oír la desesperación en tu voz, oír tus súplicas, sentir que me necesitas, que me quieres, que me deseas.

 ¿Quieres más? ¿Quieres que termine?  Te pregunto.

 Sí  aúllas

 Bien, puedes levantarte  te ordeno.

Me obedeces y te incorporas agradeciendo la nueva postura, ya que tenias los riñones adoloridos.

 Bien, vamos  te digo tomándote del brazo y llevándote casi en volandas hasta nuestra habitación.

Por el camino observo tu culo redondo y prominente. Me pone a mil con solo mirarlo, y siento como mi sexo se alza erecto, ansioso por darte ese placer que tanto deseas. Llegamos a la habitación y te ordeno:

 Ponte en cuatro sobre la cama, en el borde a ser posible.

Tú obedeces y te sitúas a gatas, con las rodillas en el borde de la cama. Por fin decido liberarme de mis pantalones, bajo los que no llevo nada. El resto de la ropa me la dejo puesta, porque sé como te gusta hacerlo cuando estoy semidesnudo. Me acerco a ti y acaricio tu sexo suavemente con un par de dedos, todo tu cuerpo se eriza al sentirlos, luego los deslizo hasta tu clítoris y lo masajeo. Gimes de placer, sé que tienes los ojos cerrados y que deseas que te lleve al máximo placer, pero finalmente dejo de acariciarte.

Empiezo nuevamente el juego de penetrarte con rudeza, arremetiendo unas tres o cuatro veces y abandonando luego tu sexo. Repito la operación mientras oigo como gimes, sé que estás excitada, muy excitada, tanto que en cualquier momento serías capaz de correrte, lo sé. Y esta vez, en lugar de sacar mi sexo de ti me detengo y te pregunto:

 ¿Es esto lo que querías, zorrita?

 Sí  gimes  sigue, por favor, Señor  suplicas

 Está bien  acepto.

Vuelvo a penetrarte con fuerza, tanta que te echo sobre la cama, y nos quedamos así, tumbados, yo sobre ti, tú debajo, piel contra piel en una unión perfecta. Doy tres fuertes embestidas y me detengo. Beso tu cuello, tú gimes, vuelvo a dar tres embestidas más y de nuevo me detengo. Me quedo inmóvil un rato, sé que tú estás a mil, siento como tu sexo se contrae en torno a mi verga y entonces empiezas a gemir, noto como tu vagina estruja mi verga, te estás corriendo y sin que yo haga nada. Es tal tu grado de excitación que no puedes remediarlo. Gimes alcanzando el orgasmo y entonces empiezo a empujar con fuerza y rapidez para correrme también, y no tardo mucho en hacerlo, ya que estoy casi tan excitado como tú. Gimo y me convulsiono sobre ti, hasta llenarte con mi semen. Cuando dejo de agitarme, me acuesto a tu lado. El juego ha terminado. Te acercas a mí y me besas apasionadamente, luego apoyada sobre mi pecho y mirándome a los ojos me dices:

 Ha sido increíble, has logrado que me corriera sin hacer casi nada.

Ya me he dado cuenta.

 Me has excitado tanto… Esto tenemos que repetirlo  me susurras.

 Cuando tú quieras, Princesa.

Me sonríes pícaramente, parece que estés pensando en el próximo juego que inventaremos.

martes, 1 de junio de 2021

DOLOR Y PLACER

  ¡Hola, mis niñas! - Nos saludó nada más entrar en la habitación.


Sonia y yo estábamos sentadas sobre la cama, desnudas ambas, una junto a la otra. Como a él le gustaba. Ambas llevábamos el pelo recogido en un par de coletas a lado y lado de la cabeza, anudadas con lazos rojos. Era parte del juego. Un juego que había empezado hacía ya tiempo y que a ambas nos encantaba.

Elías cogió una silla y la puso frente a nosotras, sentándose en ella. Llevaba la fusta en su mano y mirándonos con severidad dijo:

— Me han dicho por ahí, que hoy habéis sido un poco malas.

Ambas con cara de inocencia nos encogimos de hombros.

— ¡Bien, esos culitos!

Las dos nos pusimos de pie dándole la espalda e inclinándonos para mostrarle nuestro trasero. Sonia fue la primera en recibir el golpe de la fusta, que sonó en el aire y la hizo tensar todos sus músculos. ¡Zas! El siguiente cayó sobre mis tiernas nalgas, haciéndome templar los músculos y cerrar los ojos al sentir el dolor. Pero en lugar de desagradarnos aquel dolor nos excitaba, sentí como mi sexo se humedecía y miré a Sonia, que me miró sonriéndome pícaramente.

Un nuevo golpe de fusta cayó sobre nuestras nalgas, pero esta ven en ambas a la vez. Y el deseo se tornó incontenible para ambas, pero debíamos seguir en aquella posición, esperando las órdenes de Elías.

— Bien, niñas, veo que el castigo surte efecto. Ya sabéis cuál es la siguiente parte del castigo.

Ambas nos colocamos las manos sobre los cachetes del culo, abriendo al máximo nuestras nalgas y exponiendo nuestro agujero trasero. Elías se acercó a nosotras y sin ningún tipo de estimulación previa, me penetró con fuerza y de un solo golpe. Grité levemente al sentir el dolor que me causaba aquella penetración, luego dió tres fuertes embestidas y sacó su sexo de mí. Se dirigió hacía Sonia y repitió la operación con ella. También Sonia se quejó, la miré y vi como apretaba los labios tratando de soportar el suplicio.

Tras eso se alejó un poco de nosotras y un nuevo golpe de fusta cayó sobre nuestras espaldas.

— ¡Ays! — Nos quejamos ambas, que seguíamos con las manos sobre nuestros culos, aguantando los cachetes.

Seguidamente se dirigió hacía el cajón de la cómoda, que estaba detrás de nosotras. Volvió a acercarse a nosotras, y entonces oímos el inconfundible zumbido de un par de vibradores. Nuevamente y sin previa estimulación sentí como me introducía el vibrador por el ano. Solté mis nalgas y empecé a sentir el cosquilleo en mi interior. Traté de controlar mis impulsos, pues aquella vibración me causaba un agradable placer y sabía que no debía dejarme llevar. Entretanto, Elías colocó el otro vibrador dentro del ano de Sonia, que gimió al sentirlo. A continuación Elías comenzó a pegarnos con la fusta en las nalgas de manera alternativa, primero a mí y luego a Sonia. Aquellos golpes unidos a la vibración de los aparatos empezaron a excitarnos. Ambas gemíamos.

— ¡Niñas! — Gritó Elías — ¡Ya sabéis que no está permitido el placer!


Efectivamente, el juego consistía en sentir el dolor y disfrutarlo, pero evitando corrernos y dejarnos llevar por el placer supremo. Así que traté de concentrarme, pensar solo en la fusta que golpeaba mis posaderas y en el dolor que allí sentía, el enrojecimiento de la piel, el calor que se agolpaba en esa parte de mi anatomía; mientras el consolador seguía vibrando en mi interior. Estaba concentrada en todas esas sensaciones cuando oí como Sonia gemía y al mirarla vi que se estremecía de placer sintiendo un orgasmo.

Elías dejó de golpearme, sacó el vibrador de mi culo. Y dirigiéndose a Sonia la recriminó:

— ¿No te he dicho mil veces que no debes correrte hasta que yo te dé permiso? ¡Maldita zorra!

Un fuerte golpe de fusta cayó sobre su culo. Yo me incorporé. Elías se acercó a mí, me besó y me dijo:

— Siéntate en la cama mientras me ocupo de ella. Lo has hecho muy bien. 

Me senté sobre la cama observándoles, mientras él sacaba el vibrador del culo de Sonia. Volvió a la cómoda y sacó unas cuantas pinzas de madera, se acercó a Sonia y colocó una pinza en su pezón derecho, luego en el izquierdo, se puso tras ella y colocó otra pinza en su labio vaginal derecho y luego en el izquierdo. Sonia me miró con cara de dolor. Aquel castigo no le gustaba mucho, me lo había confesado varias veces, pero debía soportarlo por haber desobedecido.

Acto seguido, empezó a pegarle con la fusta en el culo. Los ojos de Sonia empezaron a ponerse rojos de rabia. Me miraba como suplicándome que la salvara, pero yo no podía, las reglas del juego lo impedían, debía quedarme quieta esperando a la siguiente orden de Elías.

Él dejó de pegarla y sin previo aviso la penetró salvajemente. Sonia gimió al sentir el dolor y un par de lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Elías empezó a moverse y con cada embestida, las pinzas se clavaban en sus labios vaginales y Sonia se quejaba, pero él en lugar de detenerse, continuaba. Sonia lloraba y sudaba a la vez, mientras yo, aún a pesar de desear abrazarla y calmarla, seguía sentada en la cama observándolos.

Miré a Elías y vi su cara de placer, mientras penetraba a Sonia una y otra vez, con fuerza. Mi compañera, me miraba de vez en cuando, como pidiéndome que la salvara, pero yo debía mantenerme quieta, observando.

Nuestro Amo se dobló sobre Sonia y le mordió el cuello, esta se quejó:

— ¡Ay!.

Pero la expresión de su rostro pareció relajarse un poco, cuando Elías le quitó las pinzas de los pezones. Aunque enseguida volvió a tornarse angustiosa, al sentir los dedos del Amo pellizcándole los senos con fuerza. Sonia no dejaba de llorar.

— ¿Quieres que termine el castigo, preciosa? — le preguntó Elías, susurrando en su oído.

Pero Sonia no contestó. Sabía que no debía, que no era ella la que decidía aquello.

Nuestro amo le quitó entonces, las pinzas de sus labios vaginales, se incorporó, le dio un par de cachetes en las nalgas y sacó su sexo de ella.

Sonia se relajó por fin, pero no se atrevió a moverse hasta que Elías le ordenó:

— Acuéstate en la cama, niña. Y tú, cálmala – me ordenó a mí.

Él volvió a sentarse en la silla, mientras Sonia se acostaba en la cama y yo junto a ella, empecé lamerle las mejillas bebiéndome sus saladas lágrimas.

— Muy bien, Ana, veo que eres una buena alumna. — Me dijo él.

Besé a Sonia y sentí como sus brazos rodeaban mi cuello. Mi lengua se hundió en su boca y sentí un golpe en mis nalgas.

— ¡Ya, vale! — Gritó Elías.

Así que dejé de besar a Sonia, y seguí lamiendo su cuello, descendiendo por su antepecho. Me puse de rodillas sobre ella y seguí lamiendo hasta llegar a sus senos. Tenía los pezones enrojecidos y con cada lametón que le aplicaba se convulsionaba adolorida, así que yo trataba de lamerla lo más dulcemente que podía.

— ¡Toma! — Oí que me decía Elías.

Levanté la vista y vi que me tendía una cubitera. La dejé sobre la mesita y cogí un par de cubitos. Besé el pecho izquierdo de Sonia y luego pasé los cubitos por su pezón. Ella se estremeció al sentir el frío hielo sobre su caliente pezón. La miré, ella me miró con agradecimiento y seguidamente llevé los cubitos al pezón derecho. Volvió a estremecerse.

De repente, sentí una presión sobre mi pezón derecho. Nuestro amo me había colocado una pinza. Me incorporé y dejé que me pusiera otra en el pezón izquierdo.

— Buena chica — me dijo acercando su boca a la mía.

Nos besamos y sentí sus dedos entre mis piernas, buscando mi clítoris, que pellizcó fuertemente. Pero yo ni siquiera me quejé. Para mí era más fácil que para Sonia soportar el dolor y Elías lo sabía, por eso se reservaba la peor parte del castigo para mí.

Nuestro amo volvió a sentarse en la silla y yo me puse los cubitos medio derretidos en la boca. Me incliné de nuevo sobre los pechos de Sonia y los besé, dejando que los cubitos salieran un poco de mi boca, rozando su piel con ellos.

Bajé hacía su vientre y proseguí el camino hacía su sexo. Lo besé y lo abrí con mis dedos. Estaba enrojecido, incluso tenía un poco de sangre en uno de los labios, lo lamí para limpiársela, me alargué hasta la mesita y cogí un par más de cubitos. Volví a su entrepierna y pasé los cubitos por su sexo, con mucha suavidad. Sonia se estremeció, pero al mirarla noté en sus ojos un gesto de agradecimiento. Yo notaba que el dolor que las pinzas me causaban sobre los pezones se intensificaba, pero no me importaba, podía soportarlo. Seguí restregando los cubitos por el sexo de Sonia hasta que se fundieron. Continué lamiendo su sexo, con suavidad, introduciendo mi lengua en su vagina, y Sonia empezó a estremecerse, arqueando la espalda, gimiendo. Estaba a punto de lograr un nuevo orgasmo, lo sabía, lo notaba por las contracciones de su vagina sobre mi lengua, así que dejé de lamerla. Acerqué mi boca a la suya y la besé.

— Muy bien, Ana, lo has hecho muy bien. Ven aquí — me ordenó Elías.

Me acerqué a él, mientras Sonia se quedaba en la cama acurrucada.

Elías me quitó las pinzas de los pezones con cuidado.

— Pon las manos en la espalda – me pidió luego nuestro Amo con tono autoritario.


Obedecí y entonces vi la cuerda que llevaba en las manos. Se levantó de la silla y poniéndose a mi espalda, me ató las manos, pasó la cuerda por la raja de mi culo, y luego por mi sexo, llevándola hasta mi seno derecho, que lo rodeó con ella dejándolo apresado, lo llevó hasta el otro pecho e hizo lo mismo, y finalmente terminó atando el cabo a mis muñecas con fuerza. La presión que la cuerda ejercía sobre mis senos hacía que estos me dolieran, y también me hacían sentir la cuerda apretando mi coño, y clavándose en mi clítoris y mi ano. Pero ni una sola expresión de dolor salió de mi rostro.

Sonia, se levantó de la cama y se dirigió al sofá que había tras ella al otro lado de la habitación, sentándose en él.

— ¡Vamos, agáchate sobre la cama y enséñame el culito! — Me ordenó Elías con autoridad.

Le obedecí, posando la parte superior de mi cuerpo sobre la cama, mostrándole mis posaderas y abriendo las piernas.

Vi como nuestro Amo cogía el cinturón de sus pantalones y se acercaba a mí. Levantó el brazo con el que sujetaba el cinturón y con fuerza me sacudió en las nalgas, pero yo resistí el golpe. Además en aquel momento, me dolían más las cuerdas alrededor de mis senos que cualquier azote. Un nuevo golpe cayó sobre mis nalgas, y luego otro y otro, y cada vez me azotaba más rápidamente, los azotes caían sobre mí uno tras otro, haciendo estremecer mis nalgas y en consecuencia todo mi cuerpo, lo que hacía que la cuerda rozara mi sexo con cada golpe y estrujase mis senos con fuerza. Yo trataba de resistir el dolor a la vez que sentía como el placer recorría cada poro de mi piel. Mientras los embates seguían castigando mi culo que sentía cada vez más caliente.

De repente Elías dejó de pegarme. Me sentí extasiada. Mi amo me levantó. Me besó en la boca y empezó a desatar la cuerda. Liberó mis tetas y me las acarició con cuidado, haciendo que la sangre volviera a circular por ellas. Sentí un agradable cosquilleo. Siguió desatando la cuerda y sentí que mi sexo era liberado de la presión que esta ejercía sobre él. La mano de Elías se perdió entre mis piernas tras quitar la cuerda, e introdujo dos de sus dedos en mi vagina. Mi cuerpo se estremeció

— ¡Uhm, que zorrita eres! — Me susurró al oído.

Seguidamente me empujó sobre la cama y me dijo:

— Ahora te vas a masturbar para mí. Pero ya sabes, sin correrte. ¡Venga, zorrita!

Me acomodé sobre la cama. Elías ató mis tobillos a los barrotes inferiores, dejando mis piernas bien abiertas y se quedó allí, al final de la cama, de pie, observándome.

Dirigí mi mano a mi entrepierna y mientras le miraba desafiante, busqué mi clítoris y empecé a restregármelo con un par de dedos. Con la otra mano empecé a acariciarme los senos aún un poco lacerados. Movía mis dedos sobre mi clítoris marcando círculos, dejando que el placer me recorriera y me liberara. Mientras Elías me miraba con deseo y se acariciaba el sexo. Ambos nos deseábamos, pero a la vez nos desafiábamos para ver quien soportaba más. Mi sexo empezaba a palpitar deseoso, dirigí mis dedos a mi vagina e introduje un par acariciándome, frotando mis jugos para extenderlos por todo mi sexo. Mi cuerpo empezó a estremecerse. Elías me miraba expectante, sabiendo que el orgasmo estaba cerca, pero entonces empecé a mover mis dedos muy despacio, con gran lentitud. Aquella batalla no iba a ganarla él, esta vez no. Mis dedos seguían acariciando mi clítoris con suavidad, el orgasmo estaba casi a punto de aparecer, cuando me ordenó:

— ¡Vale, zorrita! ¡Por hoy es suficiente!.

Aparté las manos de mi sexo y respiré hondo, tratando de recuperar la compostura. Mi amo me desató los tobillos. Y se acercó a mí, situándose entre mis piernas. Sentí el pene de Elías erecto, rozando la entrada de mi sexo. Le miré retadora y entonces de un fuerte empujón me penetró. Por fin, estaba dentro de mí. Mi amo empezó a arremeter contra mí, y dejándome llevar, cerré los ojos.

Estaba concentrada en las sensaciones y en tratar de no dejarme llevar por el placer, cuando sentí algo apretando mi pezón derecho. Abrí los ojos. Elías había puesto una pinza de metal sobre él, el dolor era más intenso que el producido por las de madera. Vi como acercaba otra de aquellas pinzas a mi pezón izquierdo y lo apresaba con ella. El placer que sentía en mi entrepierna desapareció y sentí solo aquel dolor, punzante, opresivo. Mientras seguía bombeando con fuerza mi amo, retorcía las pinzas, haciéndome gemir de dolor, haciendo que me retorciera y el tormento se uniera al placer.

Sonia desde el sofá me miraba con cara de angustia. Estaba asustada, podía verlo en sus ojos, temía que Elías me hiciera más daño del que podía soportar, pero se mantenía quieta abrazada a sus piernas, mordiéndose la rodilla.


De repente, Elías se detuvo. Quitó las pinzas con brusquedad y un pequeño quejido escapó de mi garganta. Nuestros ojos desafiantes se cruzaron un instante. Luego él, sin sacar su sexo de mí, abrió el cajón de la mesilla y sacó el consolador que Sonia y yo solíamos usar cuando estábamos a solas. Tenía el mismo tamaño que su polla, aproximadamente, lo acercó a mi boca y lo chupé. Cuando creyó que ya estaba convenientemente húmedo lo dirigió hacía mi sexo y sin sacar su pene, empezó a introducírmelo, apretando con él hacía mi interior.

— ¡AAAAAYYY! — Gemí al sentir aquella presión en mi sexo. Me dolía y a la vez sentía mi agujero abriéndose, tensándose para recibir aquel aparato.

Era la primera vez que Elías me penetraba con el vibrador, a la vez que tenía su sexo dentro de mí. Mi cuerpo se tensó, mientras el dolor recorría todos mis poros. Cuando por fin lo tuve dentro, Elías lo puso en marcha. Empecé a sentir la vibración y poco a poco el dolor fue dejando paso al placer. Cuando mi cuerpo comenzó a estremecerse pidiendo más, Elías reemprendió sus movimientos penetrándome una y otra vez, haciéndome sentir como tanto su sexo como el vibrador entraban en mí, una y otra vez. Abrí los ojos que hasta ese momento había mantenido cerrados y le vi mirándome con expresión de placer. Acercó sus labios a los míos y me besó, mientras acariciaba mi mejilla. Entonces, sentí como sacaba el vibrador y lo llevaba hasta mi ano, me penetró con él por mi agujero trasero y siguió moviéndose lenta y pausadamente, mientras yo le rodeaba con mis piernas. A partir de ese momento el juego había terminado y ahora solo éramos dos amantes dándose placer el uno al otro. Nuestros cuerpos se acompasaban, se sentían el uno al otro. En pocos segundos mi vagina empezó a tensarse alrededor de su sexo, a la vez que este se hinchaba dentro de mí. Nos abrazamos con fuerza y nuestros cuerpos explotaron en un demoledor orgasmo simultáneo. Cuando ambos dejamos de estremecernos. Elías se acostó a mi lado, yo miré a Sonia, seguía sentada en el sofá con las piernas abrazadas. Me miró, sus ojos estaban llorosos, yo sabía que deseaba acercarse y abrazarme, pero que no osaba hacerlo por la presencia de Elías a mi lado.

Transcurridos unos segundos, Elías se levantó, se vistió y tras recoger todas las cosas que había usado, se acercó a mí, me dio un beso en la boca y luego salió de la habitación sin decir nada.

Sonia se acercó a mí entonces, tumbándose a mi lado. La abracé y nos quedamos así durante un rato, como solíamos hacer tras cada sesión de castigo de nuestro Amo.