jueves, 29 de julio de 2021

MUSICA PARA MIS OIDOS CAPITULO 3 MELODIA DESAFINADA


Despierto junto a él, el hombre de mi vida. Él aún está dormido, tiene una expresión de paz que me encanta. Sus labios perfectos, tan rojos como una fresa, me invitan a besarlo, y lo hago, sonríe, abre los ojos, me coge entre sus brazos y rodamos sobre la cama, de manera que yo quedo debajo de él. Me rio, se ríe. Abre mis piernas, baja, despacio besando mi cuello, y después trazando suaves besos sobre mi pecho, hasta mi ombligo, desciende un poco más, hasta llegar a mi sexo y allí sí, se hunde entre mis piernas haciéndome perder el norte. Su lengua se mueve sinuosa por mi sexo, lame, chupa, hace que todo mi cuerpo se estremezca. Gimo, mientras empujo su cabeza entre mis piernas para que se hunda más, porque quiero más, más y más. Gimo, y con cada lametón un nuevo suspiro, un nuevo gemido escapan de mi garganta, hasta que ya no puedo más y me corro en un maravilloso orgasmo. 
Tras un breve descanso me levanto de la cama para dirigirme a la ducha: 
— ¿Dónde vas preciosa? — me pregunta Carlos. 
— He quedado con las chicas en media hora para conocer al novio de Marta.
— Vaya, que bien ¿no?, ¿y yo no puedo ir? — me pregunta curioso. 
— ¿No tenías que ir a hacer no sé que  fotos a una galería de arte? — le recuerdo. 
— ¡Oh sí, ostras! Casi me había olvidado, gracias por recordármelo, preciosa. 
Se levanta de la cama y yo me meto en el baño. Soy feliz, me siento feliz, porque tengo al mejor marido del mundo. No podría vivir sin él. Y mientras me meto bajo el agua pienso que ojala Andrea y Marta  tuvieran la misma suerte que yo y encontraran a un hombre igual de maravilloso. En el caso de Marta, quizás lo descubramos hoy, cuando conozcamos a su guapo y nuevo novio. 



— Oye ¿tú sabes como se llama el jefe de Andrea? — me preguntó Marta aquella mañana. Habíamos quedado para conocer a su novio, ese que la tenía tan loquita que en los últimos dos meses casi ni la habíamos visto. 
— No, la verdad es que no, nunca nos ha dicho su nombre. Ya sabes como es ella, cuenta sus aventuras y desventuras sexuales, pero nunca el nombre de los hombres con los que se acuesta, yo creo que ni ella lo sabe. 

— Ya, pero con este lleva ya varios meses, ¿no? 
— Pues sí, es casi con el que lleva más tiempo, es verdad. Supongo que tarde o temprano nos lo dirá, y si no, pues ¿qué más da? Bueno, ¿y tu churri cuando llegará? 
— Supongo que no tardará. 
Pero llegó primero Andrea, tan feliz como siempre últimamente. 
— Hola, preciosas — saludó. 
— Hola. 
— ¿Qué aún no ha venido tu novio? — preguntó. 
— No, pero no tardará. 
— Bueno,  tengo curiosidad por saber quien y como es ese fantástico hombre que te tiene tan ocupada últimamente — dijo Andrea. 
Andrea pidió un té y se puso sus gafas de sol, después de revisar su móvil por si había recibido algún mensaje. 
Estábamos hablando las tres de nuestras cosas cuando Marta dijo:
— Mirad, por allí viene. 
Nos giramos las dos, tanto Andrea como yo hacia donde estaba Marta observando y Andrea dijo:
—Es ese de la camiseta de Metallíca?
— Sí, ¿por qué? 
— Porque me va a oír el muy cabrón — dijo Andrea. 
Marta y yo no entendíamos nada, pero cuando llegó a la mesa, la cara de sorpresa y de no saber donde meterse del chico lo decía todo. 
— Este cabrón es mi jefe ¿lo sabías Marta?, si, ese que me folla cuando le apetece, y luego me dice que no puede tener una relación como Dios manda conmigo porque tiene novia y no puede dejarla. Este es Félix. 
— No, este es Antonio — dijo Marta un poco perdida aún — ¿Se puede saber que significa esto? — le preguntó directamente al chico. 
— Veréis puedo explicarlo, yo... 
— Pues venga, explícate — le instó Andrea cada vez más cabreada — porque no sé yo si de verdad tiene esto otra explicación que no sea la de que nos has engañado a ambas. 
— No, yo... bueno, sí, claro, eso es lo que parece, pero yo... no era mi intención. 
Estaba claro que el tal Félix o Antonio, según se mire, no sabía como justificar lo que estaba pasando,  y como salir de aquella situación. 
— ¡Ah claro, no era tu intención salir conmigo y follarte a mi amiga, ¿no?! No, claro, ahora entiendo por qué siempre me dabas largas cuando quería follar contigo, porque venías harto de haber estado con mi amiga — lo regañó Marta.
— Yo, lo siento, Marta, yo... 
— Tú eres un imbécil, y ni Marta ni yo te queremos en mi vida, ¿verdad? Así que vete. No queremos verte más — sentenció Andrea. 
— Pero Andrea, tu trabajo, tu carrera, el recital — le dije yo, tratando de que pensara un poco en lo que estaba haciendo, aunque en el fondo lo entendía. 
— ¡A la mierda con todo eso! Me buscaré otra escuela de música y otro profesor que pueda ayudarme, seguro que los hay mejores que este insensato. 
Y así fue como Marta y Andrea terminaron su relación con aquel hombre, al que gracias a Dios no volvimos a ver. 




lunes, 19 de julio de 2021

MUSICA PARA MIS OIDOS CAPITULO 2 CUANDO LA MELODIA NO SUENA

Alonso siempre llegaba tarde, siempre tenía que llamarle porque se entretenía en la academia haciendo números o cuadrando las clases del día siguiente, su academia de música era lo más importante para él, y era así desde que lo había conocido hacía ya dos meses. Así que poco a poco había aprendido que tenía que aceptarlo, su academia siempre sería lo primero. Por eso, armada de paciencia hacía lo único que podía hacer, cuando veía que iba a llegar demasiado tarde, le llamaba y él, solícito como buen novio se disculpaba y enseguida acudía a mi llamada. La verdad es que era un hombre maravilloso que exceptuando su preciosa academia de música, se deshacía en atenciones para conmigo y estaba siempre pendiente de mí. 


— A ver cuando conocemos a ese noviete tuyo que te tiene tan ocupada — me dijo Maria a  través del teléfono 

— ¿Noviete? Pero si yo no tengo ningún noviete — le mentí por enésima vez, ni siquiera sabía por qué le mentía si nunca desde que nos conocíamos le había mentido. Ella y Andrea, lo sabían todo de mí, absolutamente todo. 

Pero ahora, me resistía a contarles lo mejor que me había pasado en la vida ¿por qué? Quizás era porque en el fondo, tenía miedo de romper el hechizo que nos envolvía a Alonso y a mí al contárselo. Qué al hacerlo real para ellas, se pudiera estropear. O quizás era algo tan bonito que prefería guardármelo para mí sola. Aun así, Maria me conocía muy bien, y sabía que mis silencios y mis ausencias tenía mucho que ver con ese "noviete" que ella decía. 

— Bueno, te dejo que me muero de sueño — le mentí para colgar, pues solo faltaban unos pocos minutos para que llegara Alonso.

— Está bien, pero no de mañana no pasa que nos cuentes a mí y a Andrea quien es ese hombre que te hace suspirar. 

— Buenas noches. 

Colgué y enseguida sonó el timbre, Alonso ya estaba allí. No tardé ni dos segundos en abrirle la puerta. Y allí estaba, el hombre más atractivo que jamás hubiera conocido. Y traía un ramo de rosas rojas. 

— Hola, mi amor — saludó entregándome el ramo que cogí. 

— Gracias, que detallista eres — le dije. 

Nos dimos un beso en los labios, suave y tierno y le hice pasar. Cerré la puerta tras de mí. Tenía ganas de echarme sobre él, de desnudarlo y de hacerle el amor allí mismo, pero él era más convencional y no le gustaban ese tipo de cosas. Así que entré, me dirigí a la cocina, busqué un jarrón que tenía, lo llegué con agua y puse las flores. Alonso se sentó en el sofá. Con las flores volví al salón y las dejé sobre la mesita y luego me senté junto a él. Lo besé y él se dejó hacer, mientras nos besábamos mis manos se perdieron por su cuerpo acariciándolo, iba a ponerme sobre su regazo cuando me dijo: 

— Lo siento, nena, pero estoy agotado, no tengo ganas de... 

Eso era lo único malo de él, que en cuanto al sexo, era un muermo, nunca tenía ganas. A veces me preguntaba si de verdad le gustaba yo como mujer y dudaba ¿y si lo que le gustaban eran los hombres? Pero en cuanto me hacía cuatro carantoñas y me decía que yo era la mujer de su vida, se me olvidaba por completo las veces que me había rechazado. Envidiaba a Andrea, que según ella, su jefe en la académica donde impartía clases música, la tenía muy satisfecha, porque según ella, follaban a todas horas y en todas partes. Andrea era concertista de piano, y de las buenas. A veces me preguntaba si no se conocerían ella y Alonso, ya que compartían la misma profesión. Y seguro que no había tantas academias de música en la ciudad como para que no se conocieran, ¿no?

— Nunca tienes ganas — me quejé. 

— Uhm bueno, quizás pueda hacer algo — dijo, hincándose de rodillas en el suelo y abriéndome las piernas. 


No podía negarlo, comía el coño como nadie así que a falta de pan... Tiró de mis piernas, para situarme al borde del sofá, me quitó las braguitas y no tardó en zambullirse en mi entrepierna y empezar a lamer mi sexo con verdadera exquisitez. Sentí su lengua pasar por todos y cada uno de los rincones de mi sexo, por mi clítoris, por mis labios vaginales e incluso introducirse en mi oscuro agujero, mientras yo gemía y me estremecía con cada una de aquellas caricias bucales. No tardó en lograr que me corriera y alcanzara un demoledor éxtasis que me dejó completamente satisfecha. Tras eso, Alonso me cogió en brazos y me llevó hasta la cama, depositándome sobre ella con cuidado. Luego me dio un tierno beso en los labios y dijo: 

— Buenas noches, princesa. 

No sé cuando se fue, porque creo que me dormí enseguida, pero cuando desperté por la mañana, él ya no estaba allí. A veces me sentía como cenicienta, cuando se hacía de día el hechizo se rompía. Pero como cada mañana tenía un mensaje de buenos días en el móvil y un ramo de rosas junto al periódico que llegaba cada mañana a las ocho en punto. Y justo en ese momento sonó el timbre como era habitual. 

Abrí la puerta diciéndole al mensajero que traía las flores: 

— Buenos días, Antonio. 

— Buenos días, Señorita, sus flores. 

— Gracias. 

— Y el periódico. 

Firmé el albarán y cerré la puerta. Cogí la tarjeta de las flores aunque sabía de sobras que diría: "Lo siento, nena, te prometo que te lo compensaré esta noche". 




martes, 13 de julio de 2021

MUSICA PARA MIS OIDOS. CAPITULO 1 EL PROFESOR Y LA ALUMNA.


Me levanté de la cama donde Félix y yo acabábamos de hacer el amor. Él se había dormido hacía rato ya, pero yo, acalorada, sudada y agobiada no podía. Por eso, desnuda como estaba me levanté. Aún era temprano, a penas las once de la noche, así que me dirigí al salón. Me senté frente al piano, muchas noches en que no podía dormir, lo hacía. Era una forma de relajarme, así que aquella noche también lo hice. Empecé a  tocar las teclas, busqué una melodía que había aprendido hacía ya muchos años y empecé a tocarla. Me encantaba tocar el piano, quizás por eso, me había convertido en una gran concertista de piano. A veces, tocar desnuda el piano, hacía que me excitara y aquella noche, en que además, mientras tocaba, recordaba lo sucedido con Félix unos minutos antes, no iba a ser menos. No tardé en sentirme húmeda y en desear que apareciera Félix para hacerme el amor frente al piano. Nunca lo habíamos hecho allí, pero quizás si él se despertaba... 
Félix era mi profesor de piano, bueno, ahora más que profesor, era mi entrenador. Pasábamos horas interpretando piezas, tratando de buscar la perfección en cada nota, lo que hacía que nuestra relación poco a poco se hiciera más estrecha. Así había empezado nuestro affair, clase  tras clase, pieza tras pieza, mientras me enseñaba como ejecutar los movimientos de cada melodía, nos habíamos ¿enamorado? Bueno, no puedo atestiguar a ciencia cierta que aquello fuera amor, sí, teníamos sexo, casi a diario, y era el mejor sexo que hubiera tenido en mi vida, pero ¿amor?, ¿era aquello amor? No estaba segura de eso. Félix me gustaba y mucho, y cada vez que quedábamos para tener un encuentro erótico mi corazón daba un brinco, pero él estaba comprometido. 
— ¡Preciosa melodía! — oí su voz a mi espalda.
Me detuve y me giré hacía él. Iba desnudo al igual que yo. Admiré su cuerpo perfecto, sus hombros esculpidos, su vientre tipo tableta de chocolate y al detenerme en su sexo, noté como nacía una hermosa erección. Sonreí al darme cuenta, y entonces él se acercó a mí. Yo seguía sentada en el taburete que usaba para tocar el piano. Me levanté, y le rodeé con mis brazos, nos besamos con pasión, mientras sus manos acariciaban mi culo. Se giró sobre sí mismo, arrastrándome con él, y se sentó sobre el taburete, quedándome yo  ahorcajas sobre sus piernas. Suspiré cuando sentí su sexo rozar el mío y empujé con urgencia hacía él, que se apartó sabiamente diciendo: 
— Tranquila, pequeña fiera, sabes que soy yo quien controlo. 

Me mordí el labio inferior, mientras él restregaba su sexo contra el mío nuevamente, pero al ritmo que él deseaba. Me tuvo así un rato, deseándolo y sin dejarme traspasar la línea.  Hasta que decidió que ya era el momento, entonces me puso sobre el piano, me penetró incrustándose en mis piernas y empezó un maravilloso viaje hacía el orgasmo, mientras yo le rodeaba con mis piernas y le empujaba contra mí. Sin duda, Félix era el mejor amante que jamás hubiera tenido. Me hacía ver las estrellas cada vez que lo hacíamos, me transportaba al paraíso del placer y siempre me dejaba con ganas de más. Era todo un seductor y sabía como atraparme entre sus redes, igual que hace una araña. Gemí, me convulsioné, me estremecí y alcancé el éxtasis en pocos minutos, tras lo cual, él me siguió imparable también hacía su propio éxtasis. Exhaustos, acostados en el suelo sin poder levantarnos, su móvil empezó a sonar. 
— ¡Oh, Dios, tengo que cogerlo! — se quejó. 
Seguro que era la pesada de su novia. Porque pesada era un rato, lo llamaba cada cinco minutos, a veces, sobre todo cuando quedaban y él se retrasaba. Supongo que en cierto modo, era lógico, pero para mí era un auténtico fastidio, aquella mujer me lo quitaba. Aunque en realidad, yo nunca lo había tenido para mi. Desde que habíamos empezado yo sabía que tenía novia y que yo era solo su segundo plato, que la otra tenía el título y todos los derechos, yo solo la migajas. 
Se puso en pie, cogió el móvil que estaba sobre la mesa de comedor y respondió a la llamada: 
— Sí, ahora voy, cierro la academia y voy, lo siento, estaba haciendo números y no me di cuenta de la hora — se excusó. 
Me incorporé, mientras él buscaba los pantalones y me decía: 
— Tengo que irme. 
— Ya. Nos vemos mañana — le dije, resignándome. 
— Sí, recuerda que tienes que dar clase a los de primero de solfeo a las cinco. 
— Sí, Señor. 
Vestido y arreglado salió por la puerta tras lanzarme un beso, dejándome como siempre sola...










lunes, 5 de julio de 2021

INFIEL

Sé que no debía haberlo echo, que debo serte fiel, pero no lo pude evitar, de verdad. No sé como pudo suceder, sólo sé que no era yo, que algo o alguien me influyó, trató de controlarme y lo logró. Quizás fue aquel tío, el que trató de controlar mi mente y me llevó a ponerte los cuernos, cariño. No sé. Ya sé que no me vas a creer, diga lo que diga, pero fue así.

Le conocí una noche en que tú estabas en uno de tus famosos viajes de negocios. Yo volvía a casa, después de haber cenado en casa de mi madre. Conducía mi blanco y viejo coche con tranquilidad, por las semioscuras calles de la ciudad y al llegar a aquel cruce, lo vi. Un coche rojo y nuevo acababa de saltarse el stop. Frené con rapidez, igual que el coche rojo al verme, pero inevitablemente chocamos. "¡Maldito desgraciado!" pensé desabrochándome el cinturón. Cogí los papeles de la guantera y me bajé. Y entonces como una aparición, le vi. Era alto, moreno, ojos marrones, pelo rizado y guapísimo.

Lo siento, de verdad — fue lo primero que me dijo disculpándose  iba distraído.

Ya, bueno  le dije enfadada, ya que me había roto el piloto derecho de mi coche.

Venga mujer, si no has sido nada  dijo él tratando de apaciguar mis ánimos esbozando una amplia sonrisa juguetona.

Respiré hondo y le dije:

Vale, vamos a hacer el parte.

Le sonreí, su mirada intensa y penetrante me tenía embrujada y casi hasta me impedía mirarle directamente a los ojos. Rellenamos los papeles y así supe que se llamaba Sebastián y que vivía cerca de donde estábamos. Cuando terminamos me preguntó:

¿Puedo invitarte a tomar algo?

Le miré de nuevo a los ojos. Su intensa mirada me hizo sentir desnuda. Bajé los ojos al suelo y tímidamente le contesté:

Vale.


Algo dentro de mí me decía que no lo hiciera, que debía regresar a casa inmediatamente, pero su intensa mirada me suplicaba que le siguiera hasta el pub que había unos metros más allá de donde habíamos aparcado nuestros coches para llenar el parte. Así que nos dirigimos hacía el pub. Era un local no muy grande, semioscuro, con una gran barra, algunas mesas esparcidas junto a la pared y una pequeña pista de baile en medio.

¿Qué quieres tomar?  me preguntó cuando estuvimos en la barra.

Una cerveza.

La camarera se acercó a nosotros y él le pidió las cervezas.

Siento lo del coche, de verdad  me dijo, mirándome con cara inocente, mientras esperábamos la bebida.

No te preocupes, son cosas que pasan  le dije, quitándole importancia al asunto.

Nuestros ojos volvieron a chocar y en mi mente se dibujaron nuestros cuerpos desnudos en una cama, acariciándose. Traté de apartar aquella imagen de mis pensamientos, por lo que miré hacía la pista de baile. Había sólo unas pocas personas bailando. La camarera dejó los vasos ante nosotros y yo cogí el mío y bebí, evitando mirar aquel guapo moreno que tenía enfrente.

¿Te gusta bailar?  me preguntó.


Ineludiblemente tuve que volver a mirarle a los ojos.

 le respondí, imaginando sus rojos y carnosos labios sobre mi cuello.

¿Quieres bailar?  me propuso, mientras en mi mente sus labios estaban ya sobre mi hombro desnudo y sus manos quitándome el sujetador.

Bueno  acepté cerrando los ojos, tratando de despejar mi mente.

En ese momento empezó a sonar una canción lenta. Andamos los tres pasos que nos separaban de la pista y entonces, él me tomó por la cintura y me abrazó contra él. Empezamos a bailar, yo trataba de mirar a otro lado, pero al sentir su cuerpo pegado al mío, de nuevo la imagen de ambos desnudos sobre la cama, besándonos, apareció en mi cabeza.

Sentí su mano descender por mi espalda y apretarla, y sus labios besando mi cuello. Aquello me asustó y pensé: "No, soy una mujer casada", pero no podía apartarme de él, su sexo erecto crecía entre ambos, lo sentía sobre mi vientre y algo me decía que yo también le deseaba. Pero te juro que no era yo, alguien, quizás él, me controlaba, de verdad.

Continuamos bailando, y él se afanaba en la labor de amasar mis nalgas, cuando sentí sus labios sobre mi cuello, lo que hizo que mi piel se erizara. Ya sabes como me pongo cuando me besan ahí. Fue entonces, cuando pude tomar las riendas de mis actos y tratar de apartarme de él. Pero Sebas me lo impidió sujetándome con fuerza.

¡Vamos, nena, no te hagas la estrecha, que se nota a la legua que te gusta!  me susurró al oído, y sujetando mi cara por la barbilla me hizo mirarle a los ojos y me besó.

Primero traté de resistirme, de verdad, te lo prometo. Pero luego algo me decía interiormente: "Déjate llevar y disfrútalo". Así que me dejé llevar y le correspondí el beso (aunque te juro que yo no quería, que no era yo la que estaba actuando así, alguien me controlaba, de verdad), nuestros labios se fundieron el uno en el otro y nuestras lenguas empezaron a saborearse mutuamente. Mis manos, como si no las controlara yo, empezaron a acariciar su espalda y mi sexo, inevitablemente, empezó a humedecerse.

Cuando nos separamos, me cogió de la mano y me dijo:

Ven.

Me llevó hasta uno de los reservados que había en el rincón más oscuro de la sala. Eran pequeños departamentos, cerrados, con un cómodo sofá y una mesita. Nada más entrar quise escapar de allí, pero de nuevo algo me lo impidió, y modosa, me senté en el sofá. Sebas se sentó a mi lado, pasando su brazo por detrás de mis hombros. Se pegó a mí y empezó a besarme, mientras una de sus manos ascendía por mi pierna y se perdía dentro de mi corta falda. Correspondí a sus besos, como llevada por una fuerza superior que me obligara a hacer aquello, y acaricié su torso por encima de la suave camisa que llevaba. Su mano estaba ya a las puertas de mi sexo, lo acarició suavemente por encima de la tela de las bragas. Mi sexo estaba húmedo, y aunque por una parte deseaba salir de allí, por otra deseaba que siguiera, por eso bajé mi mano hasta su sexo y lo apreté con suavidad por encima del pantalón.


"No, no sigas" me decía mi corazón, pero en mi cerebro sonaba otra voz diciendo: "Sigue, sigue y disfrútalo". Le bajé la cremallera del pantalón, introduje mi mano y busqué el erecto sexo, lo extraje y empecé a masajearlo. Mientras, mi amante, había apartado la tela de las bragas y hurgaba buscando mi clítoris. Yo seguía masajeando su pene de arriba abajo, sin dejar de besar su boca.

En mi mente no dejaba de pensar que aquello no estaba bien, era una mujer casada. Pero algo me impulsaba a continuar. Los gemidos de Sebastián, la humedad de mi sexo, la excitación de ambos, me hacían desear que aquello siguiera.

Sebastián introdujo un dedo dentro de mi vagina, y mi cuerpo se erizó excitado, mis manos corrían libres sobre su erecto falo, masajeándolo y jugueteando con sus huevos. Le deseaba, deseaba sentirle dentro de mí.

Repentinamente, el chico, sacó sus manos de entre mis piernas, se arrodilló frente a mí, me subió la corta falda hasta la cintura. Cogió mis bragas por la goma y muy despacio, me las quitó. Luego me hizo abrir las piernas y tirando de mis muslos, hizo que me quedara con el culo casi en el borde del sofá. Tras eso, hundió su cara entre mis piernas y sentí su lengua dar un fuerte lametón a mi clítoris, a continuación lo mordió y chupó, haciendo que mi cuerpo se estremeciera. Siguió dándome placer, haciendo que su lengua recorriera mis labios vaginales, introduciéndola dentro de mi vagina y sacándola y metiéndola como si fuera un pequeño pene. Mi cuerpo ardía de deseo y placer, estremeciéndose en un imparable viaje hacía la más tórrida sensualidad. Gemía excitada al ritmo de sus lamidas sobre mi sexo. Levantó su cara y me miró a los ojos, vi fuego en ellos y algo que me pareció imposible, su cara era la cara del mismísimo diablo. Guapo, atractivo, pícaro, seductor, persuasivo. Quería apartarle de allí, pero a la vez quería quemarme en su fuego, arder en su infierno. Volvió a concentrarse en la labor de lamer mi sexo, mientras mi corazón latía a cien por hora, pidiéndome que saliera de allí corriendo. Pero mi mente, recordando su intensa mirada me decía: "No, deja que siga". Y dejé que siguiera, hasta que mi sexo húmedo alcanzó el primer orgasmo. Sebastián se sentó, entonces a mi lado, tras desabrocharse el pantalón y darle más libertad a su erecto sexo.

¡Ven, zorrita!  me indicó con cierta maldad, haciéndome sentar sobre su erecto falo.

Lo guié, erguido hacía mi húmedo sexo, observando los brillantes ojos de Sebas, y descendí, haciendo que el aparato entrara en mí con suma facilidad. Apoyando mis manos sobre sus hombros empecé a cabalgar, mirándole a los ojos, haciendo que su sexo entrara y saliera de mí una y otra vez, que resbalara por mi vagina y rozara mi punto G. Mi cuerpo se estremecío y el suyo, también, se acercó a mi, me abrazó, me besó en el cuello y me susurró al oído:

Te gusta ¿eh?, zorrita.

Sííí.... contesté en un gemido ahogado por el placer.

Claro que me gustaba, me hacía sentir en el cielo y a la vez en el más ardiente infierno.

Sus manos se movieron hacia mis nalgas, las atraparon, mientras yo me balanceaba sobre su erecta verga, sintiéndola hincharse. Introdujo su dedo anular en mi agujero trasero y un dulce escalofrío atravesó mi cuerpo.

Ya no existía nadie más que él y yo en mi mundo, en mi mente controlada por el deseo.

Nuestros cuerpos unidos empujaban el uno hacía el otro, en su afán por darse placer. Sus labios chupaban mi cuello y mi cuerpo ardía cada vez con más fuerza. Cabalgué veloz sobre aquel masculino sexo que se hinchaba imparable dentro de mí, hasta que sentí el ardoroso orgasmo haciendo que las paredes de mi vagina se convulsionaran sobre el hinchado pene, que finalmente se vació dentro de mí.

Cuando dejamos de estremecernos, mi amante se apoyó en el respaldo del sofá y caí abrazada a él. Fue el mejor polvo de mi vida y además con el mismísimo diablo. Lo pensé un instante y me asusté, así que me deshice de su abrazo, me puse en pie. Busqué mis bragas que estaban sobre el sofá. Las cogí, me las puse, mientras él guardaba su sexo y se abrochaba los pantalones.

¡Adiós!  me despedí con urgencia de él y salí corriendo del local, hasta mi coche.

Entré y me encerré en él. Metí la llave en el contacto, arranqué y salí corriendo hacía casa.

Miré por el retrovisor antes de perder de vista el pub y me pareció ver su cara endiablada, sonriendo con maldad, en el asiento trasero. Giré la cabeza. Pero no, no había nadie. Y empecé a sentirme culpable.