martes, 24 de enero de 2023

ALGO DIFERENTE

 ALGO DIFERENTE.

La observo mientras fuma frente a la ventana. No es que sea una chica especial, quiero decir que no es nada del otro mundo, no es muy guapa, pero tampoco es fea. No es alta, pero tampoco es baja, es una chica normal como cualquier otra, pero yo tampoco soy nada del otro mundo, también soy normal, bastante normal. Pero que importa como seamos si lo importante es lo que pasó. Lo importante es que aquella noche no sé como, terminamos haciendo algo que jamás pensé que ella y yo acabaríamos haciendo, algo diferente a todo lo que habíamos hecho antes con otras parejas. Ni siquiera recuerdo el momento en que me fijé en ella y empecé a verla como algo más que una simple amiga.

Pero la cuestión es que acabamos en esta habitación, y... ni siquiera sé por donde empezar. Yo jamás había hecho algo como aquello, y menos con alguien como ella. No sé como surgió todo, creo que me dejé llevar, ambos nos dejamos llevar. Primero, cuando ella me sacó a bailar, la seguí y me dejé llevar por ella; luego, al sentir su cuerpo pegado al mío, y ese calor intenso que me transmitía, también me abandoné a ella, y finalmente, cuando me pidió que nos fuéramos a un lugar más tranquilo también me dejé llevar. Por eso me llevó hasta esta habitación (su habitación) y yo me dejé. Sabía que a ella le gustaban aquel tipo de numeritos, porque ella misma me lo había contado alguna noche de confesiones a la luz de las velas; y me dejé hacer, me dejé llevar por ella. Entramos en la habitación y tras cerrar la puerta, me acorraló contra esta y me besó con pasión. Sus labios rozaron los míos y el resto del mundo desapareció para mí, traté de concentrarme sólo en ella, en sus labios dulces, en sus manos que empezaban a quitarme la camiseta. Mis manos se deslizaron hasta sus hinchados senos que acaricié muy suavemente por encima de la semitransparente blusa que llevaba.

Cuando nos separamos y pude observar la habitación, me quedé de una pieza. Aquello era demasiado para mí. Había una silla en el centro, con correas en los reposabrazos y en la parte baja de la silla, a la altura de los tobillos. En un rincón, junto a la ventana, había una cama de matrimonio, y justo debajo de esta, a los pies, una mesa llena de vibradores, consoladores, esposas, arneses, etc. Gabriela se acercó a la silla, acarició uno de los reposabrazos muy suavemente con su mano izquierda y poniéndose detrás de esta, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

— Anda, siéntate.


Le miré expectante y nerviosa, mientras me acercaba y sus ojos me miraban con picardía. Me senté en la silla mientras nuestras mirada seguían fijas la una en la otra, como si quisieran escudriñar los pensamientos del contrario. Intuía lo que iba a pasar y en otras circunstancias lo hubiera rechazado, pero aquella mujer, con sus intensos ojos verdes, me atraía enormemente y por eso le obedecí. Nada en aquel momento me hubiera podido convencer de lo contrario, deseaba obedecerla, seguir su juego y jugarlo con ella. Tras sentarme, Gabriela se puso frente a mí, acercó su boca a la mía y volvió a besarme; sus labios me supieron a miel, haciéndome estremecer de deseo, luego sentí como descendían por mi torso desnudo, hasta mi pezón, que atrapó entre sus dientes y lo mordisqueó levemente. Sentí como mi cuerpo se estremecía con el contacto de sus dientes sobre mi piel y gemí cerrando los ojos. Siguió descendiendo, lamiendo mi piel con su lengua, hasta que, arrodillándose frente a mí, llegó a los pantalones. Desabrochó el cinturón, mientras su mirada pícara, chocaba con la mía excitada; estaba guapísima con aquella expresión maliciosa y traviesa, con su largo pelo rubio cayendo a un lado. Su cara era todo un poema de rimas perfectas y por primera vez la veía tan hermosa y distinta a otras veces, era como si mis ojos la miraran de otra manera. Me bajó la cremallera del pantalón, y me lo quitó, mientras yo elevaba el culo para facilitarle el trabajo.

Mi cuerpo se quedó desnudo, ya que casi nunca llevo ropa interior, solo en ocasiones especiales. Gabriela me miró con deseo y acercó sus dedos a mi sexo y lo tocó durante unos segundos, los suficientes para hacerme temblar de deseo, pero enseguida me ató las correas de los reposabrazos y luego las de los tobillos. Me quedé inmóvil, esperando que ella actuará. Yo la observaba y su cuerpo de curvas perfectas me iba llevando poco a poco al infierno de la pasión. Entonces empezó a contonearse frente a mí, quitándose la ropa sensualmente. Se desabrochó la falda de tubo que llevaba y la dejó caer al suelo, mientras sus caderas se movían de un lado a otro, haciéndome desearla más y más. Se desabotonó la blusa sin dejar de mirarme fijamente a los ojos y moviéndose como si bailara al son de una imaginaria música, se la quitó y la dejó caer a un lado con suma delicadeza. Se giró de espaldas a mí, su retaguardia era perfecta, marcada por su columna vertebral y un culito que sobresalía en una curva perfecta que me hacía desear llevar mis manos hasta él para tocarlo, acariciarlo y amasarlo, pero no podía, las ataduras me lo impedían. Acercó sus manos al corchete del sujetador y se lo aflojó, volvió a girarse de cara a mí, sujetando el sostén con las manos. Se bajó un tirante, luego el otro y finalmente, cogió el sujetador y me lo tiró a la cara y antes de que cayera sobre mis piernas pude oler su aroma de mujer. Sus pechos redondos y firmes quedaron libres, y no pude evitar lamer mis labios resecos. Deseaba a aquella mujer como nunca había deseado a ninguna otra, quería hacerle el amor, hasta que gritara de placer, hacerla mía por primera vez, pero las ataduras me impedían levantarme de la silla y eso aún aumentaba más la sensación de deseo.

Su siguiente movimiento, tan estudiado como los anteriores, fue meter un par de dedos por la goma de las braguitas y dar una vuelta sobre sí misma, mientras movía su culo como una bailarina mora al son de la danza de los velos. Se quedó de espaldas a mí, y muy suavemente se bajó las braguitas, mostrándome su redondo y hermoso culo desnudo. Yo estaba a mil, cada vez la deseaba más, ansiaba meter mi boca entre aquellos dos cachetes, llevar mi lengua hasta su vulva y lamer, sentir el sabor de su sexo en mi boca y hacerla vibrar. Totalmente desnuda ya, se giró hacia mí tapándose el sexo con las manos. Y diciendo:

—¡Tachán! — Las apartó, mostrándome su depilado sexo.

Suspiré sintiendo el deseo quemando en mi entrepierna, y la miré fijamente. Era preciosa y sólo quería que se acercara a mí y me acariciara o me hiciera algo, cualquier cosa, quería sentir su piel pegada a la mía y su aliento junto al mío. Como si leyera mis pensamientos se acercó, acarició mis rodillas, se postró frente a mí y sus manos ascendieron por mis muslos hasta llegar a mi sexo que empezó a acariciar y manosear mientras mi cuerpo se erguía, se daba a ella, se dejaba hacer. El deseo por ella era cada vez más fuerte, a pesar de que para mí aquello era algo incomprensible, jamás había sentido tanto deseo por ninguna otra mujer. Sentí su boca sobre mi sexo, su lengua lamiéndolo y un estremecimiento cruzó mi cuerpo. Me senté al borde de la silla, con las piernas abiertas, para acercar mi sexo a su boca y facilitarle el acceso. Sus labios calientes sobre mi ardiente sexo, me hacían estremecer y estuve a punto de correrme, pero ella, muy sabiamente, se apartó cuando oyó como mis gemidos se aceleraban y mi cuerpo se convulsionaba violentamente. Me desabrochó las ataduras y me dijo:

— Ven, mejor vamos a la cama.

Una vez más la obedecí y la seguí. Hubiera ido al mismísimo infierno por ella y más en aquel momento. Se tendió sobre la cama, y se acarició el cuerpo de arriba a abajo de un modo lascivo, como si quisiera atraerme hacia ella.

— Anda, dame placer, cariño —  me dijo.


Me puse sobre ella sintiendo su piel ardiente y desnuda, pegada a la mía, me sentía en la gloria. Luego la besé en los labios y fui descendiendo despacio, beso a beso, desde su boca, por su cuello, su hombro, hasta su pecho, en el que me entretuve chupeteando y lamiendo su pezón, mientras con mis mano lo estrujaba suavemente, tratando de mimarlo. Lo saboreé y lamí, como si fuera un niño pequeño tratando de sacarle todo el jugo. Ella gemía y se retorcía de placer, vi como su piel se erizaba; estaba preciosa y me emocionaba pensar que todo aquel placer se lo proporcionaba yo. Continué el camino descendente hacia su ombligo y metí en él mi húmeda lengua, Gabriela volvió a retorcerse de placer, y yo seguí lamiendo, separando sus piernas, hasta llegar a su clítoris. Lo busqué con la lengua y empecé a lamerlo suavemente, rodeando el mágico botón. Gabriela empezó a gemir, sus gritos llenaban la habitación de éxtasis, mientras yo seguía lamiendo, descendía con mi lengua hasta su vagina y la introducía sintiendo el gusto meloso de su sexo en mi boca, un delicioso sabor que sentía por primera vez en mi vida, lo que hacía que me pusiera a mil y deseara más y más cada vez. Volví a lamer su clítoris, mientras introducía un par de dedos en su vagina y empezaba a moverlos dentro y fuera como si fueran un pequeño pene. Gabriela aumentó el ritmo de sus gemidos, mientras su culito golpeaba el colchón con cada embate de mis dedos hacia el interior de su vagina. Empecé a explorar su punto g y a acariciarlo suavemente, intensificando el roce cada vez más, hasta que Gabriela se corrió entre gritos y gemidos de placer. Cuando dejó de convulsionarse se acercó a mí, y me dio un beso en la boca diciéndome:

— Ahora te toca disfrutar a ti, querida.

— Sí, quiero que me folles con uno de esos arneses — le indiqué señalándole la mesa.

— Para ser tu primera vez con una mujer tienes muy claro lo que quieres, ¿no, querida?.

La miré con ojos traviesos sin responderle. Ambas sabíamos lo que queríamos y lo que debíamos darnos en ese momento. Por eso aquel encuentro era algo diferente a lo que habíamos hecho antes, porque para ambas era la primera vez que estábamos con otra mujer.

jueves, 19 de enero de 2023

A 500 KM, DE TI CONTIGO.

 Despierto cuando los primeros rayos de sol entran por mi ventana. Me revuelvo en la cama y empiezo a sentir un calor subiendo por mi cuerpo desde mi sexo, el deseo crece poco a poco, sobre todo cuando pienso en ti y te imagino a 500 Km. de aquí, en otra cama, solo como yo, con los primeros rayos de sol entrando por tu persiana, tú también sientes ese deseo al imaginarme desnuda y deseándote.

Mis manos se pierden en busca de mi sexo, adentro un dedo en los pliegues que envuelven mi clítoris y empiezo a masajearlo suavemente. Cierro los ojos y te imagino, mi sexo empieza humedecerse.

Tu mano también se pierde en tu entrepierna erecta. Imaginarme desnuda, entre tus piernas y con mi boca a punto de atacar ese manjar, ha sido el desencadenante. Varios kilómetros nos separan físicamente, pero nuestros cuerpos están unidos en nuestra mente, imaginándonos desnudos en una cama, pegados, besando la piel del otro, sintiéndonos.

Tu cuerpo se agita al ritmo de tu mano que se mueve cadenciosa sobre tu erecto falo, y el mío lo hace al ritmo de la mía, hundida entre los pliegues de mi vulva, gimo. Pienso que es tu mano la que está acariciando mi clítoris, que es tu dedo el que lo masajea delicadamente y hace que todo mi cuerpo se estremezca, que mi piel se erice y que mi garganta jadee.

Tú imaginas que es mi boca la que atrapa tu verga, que sube desde la base al glande y desciende luego hasta la base de nuevo, que chupo todo el glande y lo saboreo, lamiendo las gotitas que salen de líquido preseminal. Mi cara de vicio te hace desear más y aceleras el ritmo de tu mano.

Yo también me siento en el cielo, imaginando como ahora es tu miembro el que me penetra, me invade cuando te colocas tras de mí. Por eso dos de mis dedos se hunden en mi vagina, y se mueven dentro y fuera, dentro y fuera. Mis gemidos aumentan y empiezo a imaginar que me susurras:

 — Te gusta como te follo ¿eh, zorrita?

 —Sí, cabrón — musito.


Sentir esas palabras en mi oído han hecho subir más la temperatura de mi cuerpo. Aprietas con fuerza tu mano contra tu sexo, empujas y empujas, imaginando que empujas hacía mi vagina, penetrándome, metiéndote en mí profundamente. Gimo, gimes y a pesar de la distancia, la unión se hace más fuerte cada vez. Te siento entrando y saliendo de mí, sudo extasiada, gimo y mis gemidos aumentan al ritmo de los tuyos.

Mis dedos siguen penetrándome al ritmo de tus embestidas, mientras tu mano se mueve al ritmo de las mías y poco a poco el orgasmo va naciendo, y en un éxtasis demoledor alcanzo el orgasmo, a quinientos kilómetros de aquí tú también te corres imaginándome satisfecha de ti. Nos abrazamos invisiblemente, nos besamos y mirando a mi alrededor me veo otra vez sola en mi habitación, desnuda sobre mi cama, pensando en ti. Sonrío por el maravilloso momento que acabas de darme. Tú también sigues allí, sobre tu cama, desnudo. Sonríes y piensas que ha sido uno de tus mejores orgasmos y que ojala hubiera estado ahí. Miras el reloj, y piensas que quizás este despierta, entonces coges el teléfono.

Oigo el ring del aparato y lo cojo:

— Diga.

— Hola Princesa.

— Hola ¿Qué tal? ¿Qué haces?  — Te pregunto.

— Pensaba en ti y he decidido llamarte.

— Yo también pensaba en ti

— ¿Y qué pensabas? — me preguntas curioso.

— En el orgasmo tan maravilloso que me has dado hace unos minutos.

— ¡Uhm, es agradable saber que pensabas en mí en ese momento, yo también lo he hecho! — Me confiesas

— ¿De veras?

— Sí.

Sonrío, me siento feliz por saber que hemos compartido la misma fantasía y te digo:

— Te quiero,

— Yo también te quiero, Princesa.

— ¡Qué lástima que estemos tan lejos! — Me lamento.

— No digas eso, preciosa, ya has visto que a veces, estamos juntos, más de lo que parece.

— Sí, te quiero — repito.

lunes, 16 de enero de 2023

A 300 POR HORA, DETRÁS DE TI

 El semáforo está rojo. A mi lado el formula uno de mi contrincante. Es la tercera carrera de la temporada en la que ambos salimos desde la primera línea. Los motores suenan fuerte y mientras espero que el semáforo se ponga verde, no puedo evitar pensar en ella. Ella y la noche que hemos compartido juntos. La mejor noche de mi vida.


El semáforo se pone naranja. Miró el coche rojo de mi rival y el semáforo se pone verde por fin. Aprieto el acelerador y ambos salimos a toda velocidad. Detrás, el resto de coches nos siguen. En cinco segundos llegamos a la primera curva y el coche rojo se pone delante de mí.

Sigo pensando en ella. Sus ojos verdes, su pelo moreno, largo, su cuerpo perfecto. ¡Qué mujer!. Para mí es la mujer perfecta, aunque muchos dicen que es sólo una más del montón. La primera vez que la vi me quedé prendado y desde entonces no puedo dejar de pensar en ella. Por eso anoche fue una noche especial, única.

— McDonalds está a 5 segundos, tienes que acelerar — la voz de mi jefe de equipo me despierta del sueño.

Miro al frente. Es verdad, se ha alejado de mí, así que acelero. En pocos segundos le tengo justo delante, a escasos metros. Mantengo la velocidad y me relajo de nuevo.

Ayer, cuando apareció por la puerta del bar en el que habíamos quedado con el resto de compañeros, estaba preciosa. Llevaba un vestido negro, anudado al cuello, con un amplio escote que dejaba su espalda completamente desnuda. Su pelo recogido marcaba los angulosos rasgos de su rostro. Y sonreía de oreja a oreja, mientras se acercaba a mí.

McDonalds se aleja de mí y vuelvo acelerar, miró por el retrovisor de mi derecha y veo el coche que va detrás de mí, es negro, deben ser Michaels o Federer.

Vuelvo a sumergirme entre sus brazos. Bailábamos tranquilos en la pista de aquella discoteca, cuando me susurró al oído:

— Vamos a un lugar más tranquilo.

La miré a los ojos, sorprendido. Una chispa saltó entre nosotros e irremediablemente nuestras bocas se unieron en un cálido beso.

— ¡Alberto, acelera de una puñetera vez! — me grita por el auricular la potente voz de Octavio.

Miro al frente. McDonalds se ha alejado nuevamente de mí. Así que aprieto el acelerador, corro hasta alcanzarle y tenerle a sólo unas milésimas de segundo. La rueda de su coche, casi roza la mía. Paso por la recta de meta y veo el letrero que me indica que aún me quedan cincuenta y tres vueltas.


Después de ese beso nos despedimos de nuestros compañeros y abandonamos la discoteca, rumbo al hotel. Al llegar allí la pasión fue imparable, justo desde el momento en que entramos en el ascensor nuestras manos buscaron el cuerpo del otro.

Acelero de nuevo al ver que McDonalds se aleja de mí. Aprieto fuertemente el acelerador, mientras recuerdo las manos de Mary recorriendo mi cuerpo, apretándome las nalgas con fuerza. El ascensor llega al último piso. Salimos al pasillo, tratando de mantener la compostura. Suelto el acelerador y freno, al llegar a la curva más peligrosa del circuito. Michaels se acerca a mí. Calculo que debe estar a unos dos segundos, por lo que al salir de la curva vuelvo a acelerar.

Llegamos a la habitación. Tras entrar, de nuevo nuestras manos recorren nuestros cuerpos. Me vuelve loco esta mujer y la velocidad también, por eso, corro tratando de alejarme de Michaels y de acercarme a McDonalds, mientras los labios rojos de Mary se dibujan en mi mente, recordando cómo se cerraban sobre mi sexo desnudo, como engullían mi pene hinchado, como resbalaban hacia abajo. Mis manos sobre su cabeza, empujando, ayudando a sus movimientos y mi garganta gimiendo de placer.

Tengo que concentrarme en la carrera, no puedo seguir pensando en ella, la erección es monumental bajo mi mono. Sí, tengo que concentrarme en McDonalds y Michaels, tengo que acelerar y adelantar a ese coche rojo antes de que acabe esta carrera, y no darle ninguna oportunidad al coche negro que me sigue. Sí, será lo mejor.

¡Pero Dios, no puedo!. Su sonrisa pícara vuelve a surgir de la nada, sus manos sobre mis huevos, masajeándolos, y su mirada de tigresa pidiéndome que enterrara mi boca entre sus piernas. Y no lo dudé dos veces, lo hice y su cuerpo se convulsionó al sentir mi lengua sobre su clítoris. Será mejor que siga corriendo y deje de pensar en eso o tendré un accidente, además Michaels se acerca peligrosamente.

Bien, en esta recta será mejor que acelere y quizás en la próxima curva pueda adelantar a McDonalds.

— Chico, es hora de repostar — me avisa Octavio.

Bien, eso me irá bien para despejarme, para olvidar a la preciosa Mary. Llego a la recta de meta y entro en boxes. Mis mecánicos están esperándome. Freno y me sitúo en mi lugar. El chico mete la manguera e inevitablemente el recuerdo de mi lengua penetrando el húmedo sexo de Mary me envuelve.

— Bien, chico, adelante — me dice el jefe de mecánicos.

Aprieto el embrague, pongo la primera y cuando el letrerito de "no brake" se levanta, salgo disparado hacia el final de la recta. Voy acelerando poco a poco y me incorporo justo detrás de Michaels, que aún no ha repostado.


El sabor de Mary sigue en mi boca. Su sexo húmedo y palpitante, se derramaba en mis labios, mientras sus gemidos se extendían por la habitación. Había alcanzado su primer orgasmo. Acaricié las curvas de su cuerpo.

Giro el volante hacia la derecha, Michaels está delante de mí y McDonalds delante de él. Ahora no puedo relajarme, seguramente en la próxima vuelta pararán a repostar, así que debo estar en la carrera con los cinco sentidos. Aunque me resulte difícil dejar de pensar en esas suaves manos de mujer, acariciando mi piel. ¡Qué manos más suaves!. Y sus labios, rojos, perfectos, ni muy gruesos, ni muy delgados.

Llegamos a la recta de meta, veo cómo Michaels y McDonalds entran en boxes, debo acelerar y tratar de pasar delante de ellos, de los dos. Acelero, corro, y la imagen de Mary vuelve a dibujarse en mi mente. Su cuerpo desnudo entre mis manos, su piel suave, su pelo largo y negro. Con mi mano reseguí sus caderas, acaricié su sexo, busqué su clítoris y lo masajeé.

McDonalds sale de boxes justo detrás de mí, y a poco segundos, Michaels le sigue. Soy primero, si mantengo el ritmo podré terminar la carrera en esta posición.

Seguro que Mary estará orgullosa de mí.

Sus labios besaban los míos, mientras mi mano exploraba su humedad. Se estremecía, gemía y se retorcía sobre la cama. Y yo me sentía afortunado por estar en brazos de una diosa. Introduje un dedo dentro de su vagina, luego otro, y ella seguía arqueándose sobre la cama. Mi sexo estaba erguido y duro, como nunca antes había estado. Deseoso de poseer a aquella bella mujer.

Vuelvo a pasar por la recta de meta. Un cartel me avisa que McDonalds y Michaels están a 5 y 7 segundos respectivamente. Acelero un poco, para poder relajarme después.

Y lo hice. Me situé entre sus piernas, guie mi erecto falo hacia su húmedo sexo y con mucha suavidad, la penetré. La miré, sus ojos brillaban de deseo y pasión, de amor. La besé y empecé a moverme despacio, dentro y fuera de ella. Sentía el calor de su piel pegada a la mía, sus manos acariciando mi espalda.

Miro por el retrovisor. McDonalds me pisa los talones. Tengo que acelerar. Aprieto el acelerador, corro. Tengo calor, veo a la gente gritando, sacudiendo sus banderas. Me encanta sentirme el vencedor, el primero, el número uno, aunque sólo sea por unos segundos. Me concentro en la carrera. Cada vez falta menos para la última vuelta.

Mi cuerpo seguía penetrando a mi dulce amor, la mujer de mis sueños. Poco a poco mis movimientos se iban acelerando y ella gemía, se estremecía, se convulsionaba. Me mordía, y me arañaba. La pasión bailaba entre nosotros.

Paso por la recta de meta, y un letrero me avisa que solo me queda una vuelta, la última vuelta, y McDonalds y Michaels siguen detrás de mí. Acelero, llego a la curva, giro el volante, freno un poco, salgo de la curva, vuelvo a acelerar.

Y su cuerpo se deshacía debajo del mío, sus besos intensos, devoraban mi boca. Mi sexo se hinchaba dentro de su vagina, que se contraía alrededor de él. Nuestros cuerpos perfectamente unidos, sobre la cama, dibujando corazones de pasión en el techo de la habitación. Su cuerpo explotó entre mis brazos, el mío le siguió unos segundos más tarde. Ambos gemimos, estremeciéndonos, y cuando, por fin, dejamos de hacerlo, nos miramos a los ojos.

— Te amo — le dije.

— Te amo — repitió ella.

Y nos abrazamos.

Alcanzo a la recta de meta, acelero y llego al fin, la bandera de cuadros hondea con fuerza. La gente grita ensordecedoramente. He ganado. Voy frenando y saludo a un lado y a otro. La gente se levanta, aplaude, grita. Estoy eufórico y el premio no puede ser mejor. Entro en boxes, McDonalds entra detrás de mí. Aparco el coche, me bajo, me quitó el casco, mientras McDonalds baja de su coche, se quita el casco y aunque su largo pelo está mojado por el sudor, está preciosa, mucho más que ayer por la noche. Me acerco a ella, la abrazo, la beso.

— Felicidades, cariño — me susurra al oído mientras los fotógrafos se acercan a nosotros.

Ya puedo ver los titulares de mañana: "Beso de campeones".

He ganado esta carrera, pero el mejor premio es haber ganado su corazón.

miércoles, 11 de enero de 2023

UN SR. BESO

 Dejó las llaves sobre la mesa llena de polvo y le vio; allí, frente a ella, estaba Lucas, apoyado en el quicio de la puerta. Carolina no podía creer que estuviera allí, hacía años que no lo veía, aunque le sorprendió que estuviera igual, que no hubiera cambiado. 

— Lucas, ¿qué haces aquí? — le preguntó con su dulce voz. 

— He venido a buscarte. 

— Pero... — trató ella de explicar, como si aún estuviera confusa, como si lo que estaba viendo le pareciera un fantasma. 


Y entonces él rompió la distancia entre ambos, la cogió por la cintura y le plantó un señor beso en la boca. Un beso que casi le dejó sin sentido, en el que la lengua de él invadió la boca de ella, e hizo que su cuerpo empezara a arder de deseo. Cuando él rompió el beso la miró profundamente a los ojos. Podía ver el deseo, la sorpresa, y casi podía ver toda su historia de amor juntos en aquella mirada. 

— Estás preciosa — le dijo y no mentía, llevaba un vestido rojo fuego de gasa, el pelo recogido en un moño bajo que realzaba sus facciones y se había pintado la justo, ni mucho, ni poco. 

— ¿Qué haces aquí? — volvió a preguntarle ella, desorientada, sorprendida. 

Pero él no le respondió esta vez, la empujó hacia la mesa donde había dejado las llaves y la puso sobre ella, incrustándose entre sus piernas. La deseaba, quería tenerla para él, y no iba a darle tregua ni siquiera para pensar. No le importaba que hiciera años que no se veían, que ni siquiera se hablaban, la deseaba, la quería. 

— Lucas, no, por favor. 

Pero él ya no se detuvo, volvió a besarla apasionadamente, mientras le desabrochaba la blusa y apretándose contra ella le hacía notar el bulto duro entre sus piernas. Ese gesto no le fue indiferente a Carolina, que también se apretó contra el bulto de él y como si despertara de un sueño volvió a musitar: 

— No, Lucas, no puedes... — trató de protestar nuevamente, pero él la hizo callar diciéndole: 

— Calla y déjate llevar. 

Y aun dudando, hizo lo que él le pedía, dejarse llevar, por eso dirigió sus manos al pantalón del hombre y lo desabrochó, en menos de dos minutos ambos estaban desnudos de cintura para abajo y Lucas estaba a punto de penetrar a su hermosa amante. Llevaba meses, semanas, soñando en aquel momento y por fin había llegado, la tenía allí delante, entre sus brazos, a punto de hacerla suya. 

— ¡Despierta idiota! — le dijo la voz de sus hermana. 

Y Carolina desapareció entre sus brazos. ¡Maldita sea, había sido un sueño!


martes, 3 de enero de 2023

DESDE SU VENTANA

 Él se acercó a mí, me acarició suavemente el culo, me besó y metió sus dedos en mi entrepierna, todo mi cuerpo tembló ante aquella caricia. Estábamos en su despacho, yo desnuda, apoyada en el cristal del gran ventanal que daba a la calle. Él aún iba vestido, con su traje y su impecable camisa. Gracias a Dios, era ya noche cerrada, y al ser invierno había poca gente en la calle, además estábamos en el piso 12 así, que ¿quién iba a levantar la vista para mirar y verme allí arriba? Quien sí podía verme, eran los empleados de las oficinas del edificio de enfrente. Aunque a aquella hora, ya quedaba poca gente allí. Pero había uno, que a oscuras en su despacho, sentado en su silla, nos observaba sin perder atención de cada uno de los movimientos de mi jefe y míos.

— Ahora métele el consolador que has dejado sobre la mesa — dijo la voz al otro lado del teléfono que mi jefe había puesto en manos libres.


Mi jefe cogió el consolador que nuestro amigo había indicado y acercándose de nuevo a mí, lo guio hasta mi húmeda vagina y lo introdujo despacio. Yo gemí al sentirlo. Me estremecí y mi jefe me susurró al oído:

— ¿Te gusta, eh, zorrita? — lo que provocó un nuevo estremecimiento en mi cuerpo.

— Mírame — dijo la voz del teléfono y yo levanté la cabeza, observando al hombre que nos observaba desde el despacho de enfrente — ahora tu jefe te va a follar mientras yo observo desde aquí.

Estaba a merced de aquellos dos hombres, mi jefe y mi Amo. Porque el hombre que nos observaba desde el edificio de enfrente era mi Amo. Hacía solo unos meses que había descubierto que mi jefe y mi Amo se conocían desde hacía mucho tiempo. Fue en una fiesta del club BDSM al cual solíamos ir mi Amo y yo de vez en cuando.

 Mi jefe se acercó a mí, se pegó a mi espalda, se bajó la cremallera del pantalón, y enseguida sentí su polla hurgando entre los pliegues de mi húmedo sexo.

— No dejes de mirarme — me advirtió mi Amo.

Yo miraba a la ventana de enfrente. Mi Amo había encendido la pequeña lámpara que tenía sobre la mesa, que iluminaba ligeramente su figura. Vi como él también metía su mano dentro del pantalón y sacaba su polla erecta. ¡Dios tenía a dos hombres deseándome, y poseyéndome a la vez! Sentí como por fin mi jefe me penetraba y un placentero gemido salió de mi garganta. Me sujetó por las caderas y empezó a moverse, dentro y fuera, dentro y fuera, mientras me susurraba al oído.

— Mira como se excita tu Amo, viendo como te follo. Mira qué grande se le ha puesto.

Y realmente era así, podía verlo al tras luz de la lamparita, moviendo su mano sobre su pene erecto, arriba y abajo, casi al mismo ritmo que Pablo, mi jefe me follaba. Y con esa imagen en mis ojos, viendo como mi Amo se retorcía de placer sobre la silla, yo también empecé a sentir el placer recorriéndome, extendiéndose por todo mi cuerpo, hasta hacerme explotar en un maravilloso orgasmo. También mi Amo se corrió enseguida y Pablo fue el último en hacerlo. Y entonces los dos, unidos aún, abrazados, nos derrumbamos sobre el suelo del despacho.

— En unos minutos estoy ahí — anunció mi Amo, mientras Pablo, deshacía el abrazo que nos había llevado hasta el suelo.

— Te has portado bien, hoy — me señaló mi jefe.

Sonreí feliz. Me gustaba ser su sumisa compartida, porque efectivamente, mi Amo y mi jefe me compartían como sumisa, para mi Amo ejercía como su sumisa cuando estábamos juntos en casa y para mi jefe lo era allí, en el trabajo. Así, entre los dos, satisfacían mi deseo de ser sumisa.

 — Vamos, vístete antes de que llegue él — me ordenó mi jefe.

— Sí, Señor — le respondí.

Me levanté, busqué mi ropa que estaba esparcida por el despacho y me la puse. Cuando me estaba poniendo la americana, oí pasos acercándose, sin duda debía ser Martín, mi Amo.

— ¿Estás lista, princesa? — me preguntó desde el quicio de la puerta.

— Sí, lista, señor.

— Bien, despídete de Amo Boss.

Obedecí y acercándome a mi jefe, le dí un tierno beso en la mejilla y le dije:

— Hasta mañana Amo Boss.

— Hasta mañana, Sumisa secretary — dijo él.

Y cogidos de la mano, Martín y yo salimos de aquel despacho.