miércoles, 30 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASION 5º CAPITULO

 Me despertó el incesante sonido de mi móvil, y en cuanto me dí cuenta de donde estaba, enseguida me dí cuenta de que seguramente era Moisés. Miré el reloj, eran casi las ocho de la tarde. Cogí el móvil, y efectivamente era Moisés. Descolgué excusándose: 


  • Lo siento, nos hemos liado Susy y yo, en media hora estoy ahí. 

  • Bien, tengo hambre y no tengo ganas de cenar tarde - dijo levemente enfadado. Parecía que sólo me quisiera para eso, para hacerle las cosas. 

Desperté a Fran que también se había quedado dormido. 

  • Fran, tengo que irme. 

  • ¿Qué hora es? 

  • Las ocho. ¿Puedes llevarme a casa, por favor? - le pedí. 

  • Por supuesto. 

Nos vestimos deprisa y en menos de media hora estábamos llegando a mi casa. Le pedí que me dejara un par de calles más abajo, y antes de salir del coche me dijo:

  • Tenemos que volver a vernos, tenemos que hablar. 

  • Sí, ya lo haremos. Hasta pronto. 

Bajé del coche y mientras me dirigía hacía mi casa, de nuevo el sentimiento de culpa me inundó. Me sentía una mala esposa, engañando a mi marido con su compañero de  trabajo. Al entrar en casa, me encontré a Moisés sentado en el sofá viendo la televisión. 

  • Hola - lo saludé.

  • Ya era hora. Cuando estás con tus amigas te olvidas de todo. Venga, que me muero de hambre - protestó. 

  • Te podía haber espabilado tú solo, ¿no? tienes dos preciosas manos y todo lo necesario para hacerte la cena tú solito - le recriminé. 

  • Sí, pero eres tú quien debe hacerlo. 

  • ¿Ah, sí, dónde está eso escrito? 

  • !Eres mi mujer, es tu deber¡ - vociferó

  • ¿Y el tuyo cual es, ponerme los cuernos con tu secretaria? - le espeté arrepintiéndome al segundo.

  • ¡Ya está bien, hasta aquí hemos llegado! - dijo, cogiendo su chaqueta y añadió: - me voy a cenar tranquilo por ahí. 

Cerró la puerta dando un sonoro portazo y me quedé sola. Había sido nuestra enésima discusión y como siempre él había acabado huyendo. Me enervaba aquella actitud suya, huyendo siempre del problema, además de tratarme de un modo tan machista. 

Y entonces decidí coger el teléfono y llamar a Fran. 

  • ¡Hey, ¿ya me estás echando de menos? - me preguntó nada más coger la llamada.

  • Sí, más o menos. Oye, que tal si quedamos para comer mañana, sino te va mal, y así podemos hablar y quien sabe…

  • Bien, pasaré a recogerte a tu oficina sobre las dos ¿vale? 

  • Perfecto - le dije. 

  • ¿Ha pasado algo? - me preguntó. 

  • Nada, que he discutido por enésima vez con Moisés y se ha largado, como hace siempre. Estoy harta. 

  • Bueno, mañana hablamos de esto y de todo ¿te parece bien? Ahora tengo que dejarte, acaban de llamar a la puerta. 

  • Bien, hasta mañana. 

Colgué, preparé algo para cenar y me fuí a dormir. No sé a que hora volvió Moisés y la verdad tampoco me importó. Me levanté, me duché y me vestí para irme a trabajar media hora antes de lo que lo hacía habitualmente para no coincidir con él, y cuando estuve lista me marché. Como tenía tiempo decidí ir andando al trabajo en lugar de coger el metro como hacía habitualmente, total eran sólo un par de paradas, o sea, como mucho la media hora que me sobraba. 

Cuando llegué a la oficina Susana no tardó en acercarse a mí y preguntarme: 

  • ¿Qué pasó ayer? ¿Qué tal te fue con Francisco? 

  • Bien, fuimos a su casa y…

  • ¿Y qué? - me preguntó impaciente. 

  • Lo hicimos - le respondí. 

  • Bien. Me alegro mucho, te lo mereces. 

Y antes de que pudiera contarle nada más, apareció nuestro jefe y tuvimos que ponernos a trabajar. 

A las dos en punto, recogí todas mis cosas y bajé a la recepción donde me esperaba Francisco. 

  • Hola preciosa ¿cómo va? - me saludó nada más verme. 

  • Bien. 

  • He visto un restaurante muy coqueto y discreto a un par de calles de aquí - me indicó. 

  • Bien, vamos. 

Fuimos andando hasta el restaurante, cogidos de la mano. Junto a él me sentía como una adolescente con su primer novio, ilusionada y feliz. En el restaurante, Fran pidió una mesa en un lugar tranquilo y discreto. Pedimos y cuando nos trajeron los platos. Fran empezó a hablar. 

  • Sé que lo de ayer, quizás te sorprendió un poco, pero yo soy así. Me gusta el BDSM y lo práctico activamente con mis parejas. Me pareció que te gustaba y por eso no paré aunque intuyo que nunca lo has practicado ¿verdad? 

  • Así es - le dije - jamás había hecho algo como lo de ayer, pero sí, me gustó. Me sentí… no sé, me sorprendió sentirme excitada cuando me...pegaste. No sabía que tendría esa reacción. Y me gustó. 

  • Yo puedo enseñarte todo lo necesario para que seas mi sumisa - me dijo - y realmente me encantaría recorrer ese camino contigo. Eres una mujer maravillosa y te mereces lo mejor. Por cierto, ¿que pasó anoche entre tu marido y tú? 

  • Nada, que discutimos como hacemos día sí, día también desde hace unos meses. 

  • ¿Y por qué no te separas? - me preguntó. 

  • Pues no sé, en realidad, es algo que llevo un tiempo pensando, que debería hacer, pero no sé, creo que en el fondo me da miedo quedarme sola. 

  • Pero eso no tienen porque ser así, eres joven y guapa. Y ahora me tienes a mí - dijo suavemente, haciendo que las palabras vibraran en su voz. 


Terminamos de comer, Fran pidió la cuenta y antes de marchar me dijo: 

  • Necesito tenerte otra vez, jugar contigo, ¿cuando podremos hacerlo?

  • No lo sé - le respondí sinceramente - Pronto. 

  • ¿Podemos vernos luego? 

  • No estoy segura. Tal y como están las cosas con Moisés, de momento no quiero tentar a la suerte. Y creo que debería hablar con él. 

  • Sí, tienes razón. Está bien. Seré paciente y esperaré por tí. Es lo mínimo que puedo hacer. 




domingo, 27 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASIÓN 4º CAPITULO

 Y me besó suavemente, mientras me abrazaba acercándome más a él. Llevó sus manos hasta mi espalda y susurrando en mi oído dijo:

  • Te deseo tanto, desde que te he llamado esta mañana que he estado soñando con esto. 

Bajó la cremallera de mi vestido, (llevaba un vestido recto de color rojo que me encantaba) me lo quitó despacio, haciéndome poner en pie. Lo bajó, dejando al descubierto mi sujetador y luego, con la misma lentitud, lo deslizó por mis piernas hasta el suelo, dejando a la vista mis braguitas blancas. 

  • Eres perfecta - me dijo, poniéndose de pie junto a mí. Volvió a besarme, pero esta vez, fue un beso duro, urgente y me tomó en brazos, diciéndome - te mereces que lo hagamos como Dios manda. 

Crucé mis piernas por detrás de su espalda, asiéndome a sus caderas con ellas, y abrazándolo por el cuello, mientras él caminaba hacía la habitación. All llegar me tiró sobre la cama, echándose él sobre mí también y empezamos a besarnos y acariciarnos como si no hubiera otra cosa en el mundo que nuestros cuerpos y nuestro deseo. Se quitó la corbata y entonces empecé a desabrocharle la camisa, pero él cogió mis manos, las puso juntas por encima de mi cabeza y las ató con la corbata. 

  • ¿Qué haces? - pregunté. 

  • Atarte, espero que no te importe, es como me gusta hacerlo a mí. Quiero tenerte a mi merced, a mi entera disposición. 


Gemí levemente ante la perspectiva de estar a su merced como él proponía. Me besó otra vez, luego descendió por mi cuello beso a beso, hasta coronar mis pezones, tras apartar el sujetador,  haciendo que me estremeciera. Luego bajó por mi estomago, hasta el nacimiento de mi pubis, me quitó las braguitas suavemente y sentí su aliento tan cerca de mi clítoris, que no pude evitar estremecerme de nuevo. 

  • Oh, por favor, Fran - le dije, deseando que se adentrara entre mis piernas. 

Pero en lugar de eso, me miró travieso y siguió descendiendo, besando mis piernas. Llegó a mi empeine, y volvió a subir beso a beso por mi pierna. Yo estaba ardiendo de deseo, quería más, quería mucho más. Llevaba mucho tiempo sin sentirme como me sentía, sin tener tantas ganas de ser poseída por un hombre. Pero parecía que él quisiera que lo deseara aún más. Y entonces, me dió la vuelta, poniéndome boca abajo, tomándome por las caderas, elevó mi culo y me dijo: 

  • Así es como me gusta follar a mis amantes - y plantó un beso en mi nalga, luego me dió una cachetada. 

  • ¡Ay! - me quejé, aunque en realidad casi no me había dolido. 

  • Verás, antes de que sigamos, te diré que me gusta calentarlas hasta que están tan calientes que sólo desean que las folle, ¿y sabes como las caliento?

  • No - respondí moviendo mi cabeza a la vez en sentido negativo. 

  • Así - y sentí como su mano caía sobre mi culo una y otra vez, propinándome diversas cachetadas que en lugar de dolerme o cabrearme por lo que hacía, me estaban poniendo a mil, realmente me estaban calentando, haciendo que le deseara. 

  • Dime ¿te gusta esto? 


  • Sí - casi gemí. 

  • Di, sí Señor. ¿Te calienta? 

  • Sí, Señor - repetí sintiendo como mi cuerpo se convulsionaba deseoso de algo más. 

  • Dime, ¿quieres mi polla, la deseas? 

  • Sí, Señor. 

  • Bien, tienes el culo rojo, de un rojo encantador - dijo entonces, acariciando mis nalgas que me quemaban. 

Y entonces sentí sus dedos adentrándose en los pliegues húmedos de mi sexo, acariciándolos, y haciendo que de nuevo me convulsionara. 

  • Creo que ya estás lista - dijo, situándose tras de mí. 

  • Dime ¿te ha follado así tu marido alguna vez? 

  • No, Señor - le respondí. 

  • Claro, apuesto que del misionero y de tu encima de él no pasáis. 

No quise responder a eso, me hacía sentir incomoda que en un momento tan erótico como aquel, en el que me estaba sintiendo como una Diosa del sexo, él se pusiera a hablar de mi marido. 

Beso mi hombro suavemente, y oí como se bajaba la cremallera del pantalón, pues seguía vestido. Sentí entonces su glande, restregándose en mi humedad. Gemí, tragué saliva, íbamos a hacerlo, iba a poseerme. 

  • No, espera - protesté - el condón. 

  • Ya me lo he puesto - dijo, había sido tan rápido que ni me había dado cuenta, pero cuando deslizó su sexo dentro de mí efectivamente, sentí que estaba protegido. 

  • ¡Ah, sí! - Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel momento de intimidad. 

Sentí sus brazos alrededor de mi cintura, su aliento en mi oído, su cuerpo descansando sobre mi espalda y cuando menos lo esperaba, un embiste. Gemí al sentir como entraba y salía de mí. Luego se incorporó y sujetándome por las caderas empezó a moverse. Sentí como me poseía, como me hacía suya y me sentí libre, liberada, amada y deseada. Y no tardamos en llegar ambos al orgasmo casi al unísono. Fue una sensación liberadora. Luego nos derrumbamos sobre la cama, y Fran me desató las manos. Me abrazó contra él y me quedé dormida.


viernes, 25 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASIÓN. 3er CAPITULO

 Cuando desperté por la mañana Moises ya se había ido. Me levanté y me vestí, desayuné y salí hacia el trabajo. Allí no pude concentrarme en todo el rato, pues no dejaba de pensar en Francisco y en sus manos acariciando mi cuerpo, haciéndome estremecer. Deseaba volver a sentir esa sensación pero… De repente, inmersa en esos pensamientos el teléfono me despertó, era un número desconocido, pero aún así, lo cogí:

  • ¡Hola preciosa! - mi corazón empezó a latir a cien por hora, era Francisco. 

  • Pero ¿qué haces? ¿Cómo has encontrado este número? 

  • Fácil, en la agenda de tu marido. Necesito verte, hablar contigo, no dejo de pensar en tí.

  • No, lo que pasó ayer fue una locura y no debería volver a suceder. 

  • ¿De verdad? Dime que no sentiste nada y te dejaré en paz si es lo que quieres.

Me quedé callada, no podía decirle que no había sentido nada, no podía decirle que sus manos no me habían hecho estremecer y desear más. 


  • ¿Qué sentiste? - me preguntó al ver que no le respondía. 

  • Yo, no sé. 

  • ¿Me deseaste? 

  • Sí, sí, deseé más y no he dejado de pensar en ti desde entonces - le confesé por fin. 

  • Entonces, déjame verte otra vez, hablemos, dejemos que el tiempo decida, déjate llevar ¿cuanto hace que no te dejas llevar por lo que sientes? 

  • Esta bien - acepté por fin, pues era cierto, hacía mucho que no me dejaba llevar por lo que sentía. 

  • ¿Qué te parece si paso cuando termines de trabajar y tomamos algo? Sólo será una copa, hablaremos un poco y luego serás tú quien decida si quieres volver a verme o no. ¿Vale? 

  • Vale - acepté. 

  • ¿A que hora sales? 

  • A las seis - le respondí. 

Tras colgar a los cinco minutos ya me estaba arrepintiendo de haberle dicho que sí. Pero él tenía razón, debía dejarme llevar. Y todo lo sucedido la noche anterior había pasado porque yo lo había querido. Pasé el resto del día muy nerviosa tanto que Susana, mi mejor amiga y compañera, no tardó en darse cuenta y a la hora de la comida me preguntó:

  • ¿Se puede saber que te pasa hoy? Estas muy nerviosa y distraída. 

  • Es que… ayer conocí a un chico, en la fiesta del trabajo de Moises. 

  • ¿Sí? y…

  • Fue mientras esperaba que Moises llegara, nos besamos y tuvimos… bueno, me pidió el teléfono y hoy me ha llamado. Nos veremos luego, a la hora de la salida. No se si debería.

  • Claro que debes ir. Total, sólo os disteis un beso ¿no? Y además, ¿no te está poniendo los cuernos el cabrón de Moisés? - me preguntó mi amiga 

  • Bueno, no lo sé seguro, pero es lo que sospecho, tú lo sabes. 

  • Te los pone, ya te lo digo yo, con su secretaria, sino porque se queda siempre en la oficina hasta las tantas. Así que tú irás a esa cita con ese guapo chico. 

  • ¿Pero es que es el hijo del jefe de Moisés y además trabajan juntos? 

  • Ya ¿y…? Mira, tú te tomas una copa con él y luego ya verás que haces, ¿no? 

  • Sí.

A las seis en punto, recogí mi mesa y nerviosa, cogí mi bolso y bajé a la recepción donde había quedado con Francisco. Mientras bajaba en el ascensor, le envié un mensaje a Moisés diciéndole que llegaría un poco más tarde a casa, pues iría a tomar algo con Susana. 

Al llegar a la recepción, vi a Francisco caminando nervioso de un lado a otro. Me acerqué a él y al verme me sonrió. 

  • Hola preciosa ¿cómo ha ido el día? 

Me gustó que me preguntara aquello, pues evidenciaba que le importada de algún modo. Moisés llevaba ya mucho tiempo sin preguntarme ni un sólo dia, como me había ido el día. 

  • Hola, bien. ¿Vamos?

  • Sí, he visto una cafetería un poco más abajo. 

  • Ya, no sé, allí me conocen y no sé, si me ven contigo… - alegué. 

  • Sí, tienes razón. Bueno, pues… - pensó durante unos segundos y finalmente dijo - tengo una idea. Anda vamos a mi coche. 

Subimos a su coche y antes de que arrancara le pregunté:

  • ¿A dónde vamos? 

  • A mi casa, allí no podrá verte nadie y podremos tomar un café tranquilos. 

Tampoco aquella me parecía la mejor de las ideas, pero… sin duda era mejor que el café de al lado de mi oficina. Y tenía razón, allí nadie nos molestaría. 

Durante casi todo el trayecto permanecimos en silencio, pues yo no hacía más que pensar que aquella no había sido una buena idea. Quedar con él, ir a su casa… sin duda, todo aquello me llevaba más allá de lo que hasta ese momento había pasado entre nosotros, pues él me gustaba y yo era evidente que le gustaba a él. En sus brazos me había sentido deseada, admirada.

  • ¿Qué piensas? - me preguntó cuando ya estábamos llegando y bajábamos por la rampa del parking. 

  • Nada - le respondí. 

  • Sé que no es fácil, que seguramente te estás enfrentando a un montón de sentimientos contradictorios ahora mismo, pero no voy a negar que tú me gustas y que ayer noche lo que hice, lo que hicimos, me gustó, y creo que a tí también y que ambos queremos más. Bajé mi mirada al suelo, tenía razón. Yo quería más, quería dejarme llevar por él, dejarme hacer lo que él quisiera y sentirme de nuevo, deseada. 

    • Sí, es verdad - le dije. 

    Francisco aparcó el coche, y me ayudó a bajar de él, ofreciéndome su mano. Luego, sin soltarme me llevó hasta el ascensor y subimos hasta el ático. Francisco vivía en el mismo edificio que su padre y al ver que subiamos al ático temí que fuera en el mismo piso incluso, pero no fué así. Al llegar, en lugar de dirigirnos hacía la puerta que quedaba enfrente nos dirigimos a otra que quedaba a la derecha. 

    • No, no vivo con mis padres. Pero tanto yo como mi hermano, tenemos un ático aquí. Yo el de la derecha y él el de la izquierda, así mi padre nos puede tener controlados hasta cierto punto - me indicó Francisco mientras llegábamos frente a su puerta. 


    Entramos en el piso, era casi tan grande como el de sus padres y tenía también una gran terraza. Francisco cogió mi bolso y mi chaqueta y los dejó en un perchero que había en el recibidor. Entramos en un gran salón presidido por un par de sofás de tres plazas, frente a los que había una mesa baja y en la pared un televisor de gran tamaño. Al otro lado había una mesa redonda con cuatro sillas. 

    • Bienvenida a mi casa ¿que quieres tomar? - me preguntó ofreciéndome sentar en uno de los sofás. 

    • Un café está bien - le dije. 

    • Perfecto, ponte cómoda, vuelvo enseguida - me dijo dirigiéndose a la cocina que estaba a la izquierda del salón. 

    Tenía ganas de curiosear, pero no me atrevía, así que dudé un poco entre levantarme e ir a curiosear por la casa o quedarme allí sentada, cuando enseguida apareció Francisco con una bandeja, con un par de cafés y todo lo necesario para servirlos. Se sentó a mi lado y puso uno de los cafés enfrente de mí. Me preguntó si quería leche, cuánto azúcar quería y finalmente una vez servidos los cafés, nos quedamos mirándonos a los ojos. Entonces, Francisco deslizó su mano hacía mi rodilla y la acarició suavemente. Suspiré. Me gustaba sentir sus manos sobre mi cuerpo. Subió con su mano por mi pierna mientras decía:

    • Sino quieres que siga solo tienes que decírmelo y pararé. Pero creo que ambos sabemos lo que va a pasar ahora. 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASIÓN 2º CAPITULO

 Me quedé de una pieza al descubrir que Francisco era el hijo del jefe de mi marido. Quería morirme, pero traté de mantener la compostura.

- Este es Moisés, uno de mis mejores abogados, a partir de mañana quiero que trabajéis juntos. – Le dijo el jefe de mi marido a su hijo.

- Encantado – Dijo Francisco tendiéndole la mano a Moisés y mirándome a mí.

Moisés le estrechó la mano y dijo:

- Encantado, esta es mi esposa, Elisa.

Francisco estrechó mi mano con total indiferencia, como si nada hubiera sucedido unos minutos antes entre nosotros.

- Mucho gusto, señora.

Luego él y Moisés se pusieron a hablar. Yo cada vez me sentía más incómoda y tenía más ganas de salir de allí, hasta que Moisés lo notó y tras disculparse con Francisco y despedirse de su jefe, nos fuimos a casa.

Durante todo el trayecto en coche hasta casa, no hice más que pensar, tratar de analizar los porques.

¿Por qué me sentía tan atraída por Francisco? ¿Por qué me había dejado llevar por la pasión y la locura? ¿Por qué había dejado que Francisco me besara y acariciara en aquella terraza? ¿Por qué por unos minutos me olvidé por completo de mi marido? Todas esas preguntas daban vueltas y más vueltas en mi cabeza, mientras a la vez, pensaba en que Moisés cada vez le dedicaba más tiempo a su trabajo y menos a mí, que cada vez me escuchaba menos cuando le contaba mis problemas y que cada vez me aburría más a su lado, sentía como si nuestra forma de ver la vida cada vez se alejara más. Como si él quisiera irse por un camino y yo por otro.

Cuando entramos en el ascensor Moisés, me preguntó:

- ¿Te pasa algo, cariño?

- No, nada.

Le miré a los ojos y luego le abracé con todas mis fuerzas.

Al entrar en casa, lo llevé corriendo hasta la habitación, no quería perder el tiempo. Sentía la imperiosa necesidad de sentirle dentro de mí, de quitarme el sentimiento de culpa que me embargaba. Empezamos a besarnos y desnudarnos mutuamente.

- ¡Me encanta este vestido, te hace tan sexy! – Me dijo mientras desabrochaba la cremallera.

Yo trataba de desabrocharle sus pantalones. Él deslizó mi vestido hacía abajo, dejándolo caer al suelo. Sin dejar de besarme, empujó el tirante del sujetador por mi hombro, mientras sus labios bajaban también por mi cuello. Yo en ese momento, estaba entretenida en quitarle la camisa, que también dejé caer al suelo. Sus labios descendían por mi piel, hasta llegar a mi seno. Apartó la copa del sujetador y besó mi pezón, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. La sensación de su boca sobre mi piel en lugar de hacerme olvidar lo sucedido en aquella terraza lograba el efecto contrario. Acarició mis senos y siguió descendiendo por mi piel hasta llegar a mi sexo. Mientras mi mente se perdía en un lugar paradisiaco donde Francisco era el que besaba cada centímetro de mi piel. Pero oí la voz de Moisés diciéndome:

- ¡Qué hermosa eres! – Esas palabras me despertaron de mi sueño romántico volviéndome a la realidad. Aquel que me besaba no era Francisco, sino Moisés, mi marido.

Entonces me hizo poner de espaldas a la cama, besó mi vientre y adentrando sus dedos entre mis piernas comprobó la humedad de mí sexo.


- Tienes ganas ¿eh?

- Sí – Musité. Aunque no de él especialmente.

- Yo también. Anda, túmbate. – Me pidió.

Obedecí tumbándome sobre la cama con las piernas abiertas y enseguida sentí su respiración sobre mi sexo y luego su lengua buscando mi clítoris. Empezó a chupetearlo y en pocos segundos ya me tenía a mil, gimiendo excitada, mientras sentía aquellas dulces caricias sobre mi sexo.

Moisés movía su lengua muy diestramente de mi clítoris a mi vagina e introduciéndose en ella de vez en cuando. Pero yo no sentía nada, trataba de excitarme, imaginando a Francisco haciéndome aquello, pero no lograba excitarme. Por eso le supliqué:

- ¡Para, o me voy a correr!

Entonces levantó su cabeza y mirándome a los ojos me dijo travieso:

- ¿Quieres que te la meta?

- Sí. – Musité.

Moisés se puso en pie y se quitó el slip. Me hizo tumbar sobre la cama y poniéndose sobre mí, dirigió su sexo hasta el mío y muy suavemente me penetró. Cuando ya estaba completamente en mí, se quedó un rato inmóvil.

Luego empezó a moverse lentamente sobre mí. Y poco a poco fue aumentando el ritmo con suavidad, logrando que me excitara. Pero esta vez yo me sentía muy lejos de él y de aquel lugar, mis pensamientos, mis sentimientos, mis besos, estaban con otra persona.


Después de un rato, cabalgando sobre mí, sentí como todo su cuerpo se contraía y como descargaba en mi interior, mientras yo trataba de disimular que también estaba llegando al orgasmo.

Tras eso se separó de mí, me dio un tierno beso en los labios y dijo:

- Buenas noches, cariño. - Y se giró dándome la espalda.

Apagué la luz y como él, también me giré dándole la espalda y empecé a pensar y a recordar lo sucedido aquella noche con aquel hombre que no era mi marido. Aquella noche dormí poco y mal, pensando sólo en Francisco.