lunes, 21 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASIÓN- 1er capitulo

 - Ve para allá. – Me dijo Moisés. – Ya nos encontraremos allí en cuanto termine con esta clienta.

Era la tercera vez aquella semana que Moisés me dejaba "plantada" por culpa de uno de sus clientes. Pero lo que más me molestaba era que la fiesta a la que teníamos de acudir estaba organizada por su jefe, el Sr. Márquez, un prestigioso abogado de nuestra ciudad. La fiesta se celebraba en su casa, un gran ático en uno de los edificios más modernos, caros y exclusivos de la ciudad.

Y allí estaba yo, con mi vestido nuevo, una copa en la mano y más sola que la una, esperando que Moisés apareciera. En lugar de eso, el que apareció fue un guapo moreno de intensos ojos negros que no dejaba de mirarme. Era un chico moreno, alto, y muy guapo. No sé porqué, pero en el preciso instante en que nuestras miradas se cruzaron sentí un extraño cosquilleo en mi entrepierna.

- ¡Hola! ¿qué tal? – Me preguntó Ángela, esposa de uno de los compañeros de trabajo de Moisés.

- ¡Hola!

Empezamos a hablar de nuestras cosas, de lo que nos había pasado en nuestras vidas desde la última vez que nos vimos, etc. Entre tanto el chico moreno seguía observándome.

- Ese chico lleva un buen rato mirándote. – Me indicó Angela.

- Sí, ya me he dado cuenta. Bueno, voy a tener que llamar a Moisés – me disculpé - hace rato que tendría que haber llegado.

- Ok.

Me dirigí hacía la gran terraza para huir del bullicioso ruido de la fiesta. Saqué el móvil de mi bolso y marqué el número.

- ¡Hola cariño! – Me saludó Moisés.

- ¡Hola! ¿Se puede saber cuándo demonios vendrás?

- Ya me falta poco, cariño, ten paciencia.

Mientras hablaba por el teléfono oí unos pasos acercándose a mí por detrás.

- Está bien, pero no tardes. Me aburro.

Colgué y entonces una voz masculina dijo:

- ¿Quién es ese insensato que deja plantada y aburrida a una preciosidad como tú?

Se puso a mi lado, apoyándose en la baranda y me miró fijamente a los ojos. Era el chico moreno que no había parado de mirarme en toda la noche.

- Mi marido – Le contesté.

- Pues comete un grave error. Me llamo Francisco – Se presentó tendiéndome la mano.

- Yo, Elisa. – Le dije estrechándosela. – Y supongo que tienes razón, es la tercera vez esta semana que me deja plantada.

- ¡Válgame Dios! Si yo fuera él no te dejaría ni a sol ni a sombra.


No supe que decir ante aquella galantería y me quedé callada. Luego él dijo:

- A veces los silencios dicen más que mil palabras.

- Supongo – Dije suspirando.

- Yo sería capaz de cometer una locura por ti – Añadió él.

Sonreí y le pregunté:

- ¿Y por que no la cometes?

- Creo que por el miedo al rechazo, eres una mujer casada.

- Bueno, si no lo intentas, no sabrás si hay rechazo o no - le dije yo atrevida. 

- Es cierto.

Ambos nos quedamos callados durante unos segundos, mirando el horizonte hasta que dije:

- Se ve hermosa la ciudad a estas horas, con tantas luces.

- Sí, muy hermosa. ¿Vives por aquí cerca?

- No. Vivo al otro lado, en aquella dirección. – Le indiqué manteniendo el brazo y el dedo estirados en la dirección señalada.

Entonces se situó tras de mí, pegando su cuerpo al mío, llevó su brazo hacía el mío y poniendo su barbilla sobre mi hombro dijo:

- ¿Allí, donde aquellos edificios rojos? – Oír su voz junto a mi oído me hizo estremecer y sin poderlo evitar, le rocé suavemente haciendo que también él se estremeciera

- Sí – Respondí algo nerviosa, pero deseosa de que hiciera algo más, de que cometiera la locura que había declarado unos segundos antes que sería capaz de cometer por mí.

Y entonces sentí sus manos sobre mis caderas y de nuevo su susurro en mi oído diciéndome:

- Tienes un cuerpo precioso.

Me estremecí y sus manos siguieron acariciando mis caderas y muy despacito fue subiéndome la falda del vestido por encima de mi culo desnudo, ya que no llevaba bragas, pues con las gomas y las costuras me salían rozaduras.

- Vaya, vaya, eres una niña mala – Dijo al acariciar mi piel desnuda y notar que no llevaba ropa interior.

Sonreí traviesa, mientras sus dedos sabios se enredaban en mi pelo púbico empezando a excitarme. Apreté mi cuerpo contra él suyo para sentir su dura verga entre mis nalgas y apoyé mi cabeza sobre su hombro. El deseo bailaba entre nosotros, y yo cada vez me alegraba más de que él hubiera decidido cometer la locura, y que mi marido se estuviera retrasando.


Sentí como aquellos dedos masajeaban mi clítoris, y un leve gemido escapó de mi garganta. Francisco sabía como tocarme y lo hacía con gran destreza, rozando mi vulva, introduciéndose en ella con suavidad, mientras besaba mi cuello suavemente. Sentía la pasión creciendo poco a poco en mí y cada vez deseaba más y más. Deslicé mis manos hasta la cremallera de su pantalón y traté de bajarla, pero me resultó dificultoso.

- Tranquila, preciosa. – Me dijo alejándose de mí. 

- Creo que ya hemos ido suficientemente lejos. 

Sacó sus manos de mi cuerpo, pero siguió pegado a mí. Sentía su respiración en mi cuello, cerca de mi oído, erizandome la piel. Mi respiración sonaba entrecortada.

Ambos suspiramos. Me giré hacía él, le miré a los ojos, eran de un verde esmeralda precioso. Luego miré sus labios sonrosados que parecían llamarme a gritos, así que acerqué mi boca a la suya y nos besamos. Sentí como mi corazón saltaba de emoción y como su sexo crecía aún más al sentir aquel beso y mi cuerpo pegado al suyo. 

Al separarnos, la imagen de Moisés se dibujó en mi mente y empecé a sentirme culpable porque acababa de traicionarle, por eso me separé rápidamente de Francisco, y casi sin mirarle empecé a caminar hacía el interior del ático, tras decirle:

- Lo siento, pero esto no debía de haber ocurrido.

- Pero ha ocurrido – Dijo él – No te arrepientas ahora.

Bajé mi vista al suelo, no sabía que decir ni que hacer.

- Tengo que volver a la fiesta, supongo que mi marido no tardará en llegar.

- ¿Volveremos a vernos? – Me preguntó mientras yo me dirigía a la puerta.

No sabía que responderle, pero dentro de mí sentía que sí, que necesitaba volver a verle.

- Supongo que sí.

- ¿Cuándo? – Oí su voz detrás de mí, preguntándome a sólo unos centimetros.

- No sé – Abrí mi bolso y saqué una de mis tarjetas con mi número de teléfono – Llámame - se la dí, cuando nuestros dedos se rozaron una corriente eléctrica nos recorrió. 

- Ok. Mañana mismo lo haré.

No dije nada más, volví a entrar al interior del piso y busqué a Ángela. Pero en lugar de a ella, ví a mi marido entrando por la puerta junto a su jefe. Corrí hacía él como si hiciera siglos que no le veía y le abracé con todas mis fuerzas.

- Vaya, veo que me has echado de menos.

- Sí, mucho, me aburro como una ostra – Mentí.

Inmediatamente vi como Francisco se acercaba a nosotros y entonces el jefe de mi marido dijo:

- Moisés, quiero presentarte a mi hijo Francisco, acaba de llegar de París, donde ha estado haciendo un Master, creo que ya te lo conté.


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