miércoles, 21 de diciembre de 2022

CAPITULO 1. ¿UN GIGOLÓ?

 


Todo empezó con una llamada, una simple llamada de mi madre. Era a finales de noviembre, sería un día 20, 0 21, no sé, según mi madre, solo faltaba un mes para Navidad aproximadamente y recuerdo que me dijo:

— Tu amiga Rosa se va a casar

— ¿Qué?

— Te ha enviado una invitación de boda aquí, dice que se casa el día 26 de diciembre.

Me quedé sorprendida, tratando de procesar la noticia. Y es que Rosa y yo éramos las últimas que quedábamos solteras del grupo de amigas que éramos. Bueno, ahora yo sería la única.

— ¿Vendrás con tu novio, no? Os venís a pasar la navidad aquí, vais a la boda y así lo conocemos — dejó ir mi madre.

— ¿Qué? ¡Mamá! — Traté de recriminarla.

— ¡Hija, pero si ya lleváis unos seis meses juntos, ¿no?

— Si, mamá pero no sé. Igual él prefiere celebrarlo con su familia — repuse.

— Venga hija, que te vean tus amigas con ese chico tan guapo que según tú tienes por novio.

Me maldije a mí misma, preguntándome por qué había sido tan idiota, porque le había dicho a mi madre esa mentira de que tenía novio. Una mentira que llamada a llamada y día a día había crecido de tal manera que ahora ya no podía echarme atrás.

— Bueno, mamá, yo… No sé, se lo consultaré a Marco, igual no puede.

— Pues haz que pueda — me dijo mi madre — Porque quiero verte aquí el día 25 con él sentando en la mesa con toda la familia. ¿Vale?

— Vale. Haré lo que pueda — le respondí, pensando de donde iba yo a sacar un novio a esas alturas, que fuera italiano, guapo y se llamara Marco.

En menudo lío me había metido y qué idiota había sido al mentirle a mi madre de aquella manera.

—¿De dónde saco yo ahora un novio? — les pregunté a mis amigas que me miraron con cara de no saber qué decirme.

La cosas no estaba fácil. Primero porque no tenía novio, segundo porque ni siquiera sabia donde podría encontrar un chico italiano que quisiera viajar conmigo a España para Navidad para conocer a mis padres. Y eso que estando en Italia, no podía decir que fuera difícil encontrar a un chico italiano. Lo difícil, más bien, sería que quisiera venir conmigo a España para pasar las navidades con mi familia.

— ¿Y si contratas a alguien? — me propuso Chiara, mi mejor amiga y compañera de piso.

— ¿Contratar a alguien, cómo? — pregunté sin entender a qué se refería.

— No sé, que busques un chico y le pagues por pasar esos días contigo. Quizás un gigoló, o un chico de compañía, ¿no? — me aclaró.

— ¿Tú estás loca? ¿Cómo va a pagar un gigoló para que se haga pasar por su novio? — dijo Fiorella.


Chiara y Fiorella eran mis amigas casi desde que llegué a Italia. Las conocí al segundo día de estar aquí, en el museo, donde ahora trabajo como guía turístico para españoles. Chiara era guía como yo, y Fiorella vigilante de sala.

— Pues no me parece tan mala idea — dije yo.

Ambas y sobre todo Fiorella, me miró como si realmente estuviera loca.

— A ver, buscamos uno que sea guapo, inteligente, culto, y le pago por los días que vamos a estar juntos, le pago el viaje, y todos los gastos que tengamos allí, además de los honorarios y diseño un guion sobre lo que tenemos que hacer y decir para que mis padres se lo crean — le expliqué.

— No sé, vosotras lo veis muy fácil, pero no sé yo — señaló Fiorella.

Ella siempre era la más insegura de todas nosotras y para hacer o decidir cualquier cosa se lo tenía que pensar mucho. Pero Chiara y yo éramos más resueltas, enseguida tratábamos de ponerle solución a cualquier problema que tuviéramos.

Así que ambas nos pusimos a buscar. Buscamos en Internet alguna página donde se anunciaran ese tipo de servicio y no tardamos en encontrarlo. Además, en la página web ponía los precios, y no nos pareció nada caro, serían 600 euros al día, aunque luego haciendo cuentas y suponiendo que estaríamos en Barcelona 10 días la cosa acababa saliendo a unos 6.000 euros.

— Madre mía, ¿no tengo ese dinero? — me quejé — por lo menos aquí.

— ¿Y cuánto tienes? Quizás puedas pedir un microcrédito que esos que ofrecen los bancos para comprar una moto o esas cosas — Propuso Chiara como solución.

— No sé, tengo unos 3.000 euros ahorrados, quizás pueda utilizar algo de lo que me devolvió Cristian cuando vendimos el piso.

Cristian era mi novio, habíamos roto hacía un año, cuando después de irme a Italia él empezó a salir con otras chicas y se enamoró de una de ellas. Hasta ese momento, habíamos hecho planes para casarnos, incluso habíamos comprado un piso juntos, que tuvimos que vender. Y así me quedé de nuevo, sola y sin novio.

Y me acercaba a los treinta, edad en que heredaría las acciones de la empresa familiar que me permitirían dejar mi trabajo y poder viajar por el mundo sin tener que preocuparme por el dinero. Porque mi abuelo al morir había dejado un número determinado de acciones para cada uno de sus nietos, yo era la más pequeña de los tres y para recibir esas acciones el día que cumpliera los 30, tenía que o bien estar casada o como mínimo tener novio. Y justo después de Navidad, un mes más tarde cumpliría los 30, por eso les había dicho a mis padres que tenía novio. No quería perder las acciones, no quería ser la única de la familia que no consiguiera tener su parte de la herencia y en consecuencia, su parte del negocio familiar: Unos grandes almacenes que por el momento manejaba mi padre como presidente de la compañía y que algún día pasaría a manos de mi hermano mayor.

Finalmente, decidí llamar a uno de los gigolós que habíamos encontrado en la página web. El chico no tardó en contestarme.

— Marco Moldoni al habla.

— He visto tu anuncio en un página web y es que estoy buscando algo que quizás tú me puedas ayudar — le dije.

— Bueno, depende de lo que quieras — dijo él.

— ¿Podríamos quedar y hablar de ello? Es que prefiero verte la carta, conocerte y ver si es posible lo que quiero — le propuse.

— Claro, que te parece si nos vemos esta tarde a las seis. En el restaurante Tre Scalini de la plaza Navona, ¿te parece bien? — me propuso él.

— Me parece perfecto. A las seis, allí estaré.

— Bien.

Chiara me miraba expectante cuando colgué.

— Hemos quedado esta tarde, en la plaza Navona. Buff, madre mía. Espero que salga todo bien.

— Tranquila, estaremos allí para apoyarte — me animó Chiara dándole un codazo a Fiorella para que también ella me animara.


Aquella tarde, a las cinco, estábamos Chiara y yo en el piso, buscando lo que me pondría. Estaba nerviosa, bastante nerviosa, primero porque había quedado con un chico guapo, bastante guapo. Porque no se puede negar que los gigolós, son guapos, por lo menos la mayoría y Marco no era menos. Guapo y atractivo, moreno, alto, pelo negro y con un cuerpo de infarto.

— ¿Qué tal si te pones este? — me preguntó Chiara sacando un vestido rojo del armario.

— Yo creo que mejor este negro — le enseñé poniéndomelo encima. Era un vestido negro de manga larga, con la falda de vuelo.

— Perfecto.

Fiorella llegó cuando yo casi estaba lista.

— Hola preciosas, quería desearte mucha suerte. No apruebo lo que quieres hacer, aunque lo entiendo. De verdad, espero que te vaya muy bien.

Me gustó que, en ese momento, se olvidara de sus prejuicios y me apoyara. Es lo que hace una amiga de verdad, y sin duda ella lo era, igual que Chiara. Ambas me acompañaron hasta la plaza Navona y una vez vieron a Marco dejaron que fuera yo sola quien me acercara a él, de todos modos y por seguridad, se quedaron cerca, observando.

Cuando llegamos a la plaza buscamos a Marco en la terraza del restaurante “Tre Scalini” como él me había indicado y no tardamos en verlo. Estaba sentado en una de las mesas y llevaba un traje azul oscuro con una camisa blanca debajo, con el primer boton desabrochado que dejaba ver el nacimiento de sus pectorales. No pude evitar emitir un suspiro de aprobación, el chico estaba como un queso. Mis amigas me dijeron que me esperaban sentadas en la fuente y que desde allí me vigilarían, yo me acerqué hasta él.

— Hola — saludé a Marco, cuando estuve delante de él. — Soy Carla.

— Hola, un placer — me saludó Marco educadamente, levantándose y tendiéndome la mano que le apreté, sintiendo un calor que me atravesó y me hizo temblar. — Siéntate.

Me senté frente a él en la mesa que él había elegido. Y entonces me preguntó:

— ¿Eres española?

Supuse que se había dado cuenta por mi acento al hablar.

— Sí — le respondí.

— Precioso país — me dijo.

— ¿Has estado? — le pregunté yo sin saber donde mirarle, porque todo él era digno de admirar.

— Sí, hace un par de años, de vacaciones. ¿Y cómo es que estás aquí, que vives aquí? — me preguntó él curioso.

— Bueno, estoy aquí por el trabajo, y porque vine a hacer un master de diseño de joyas que es mi pasión.

— Vaya, eso suena interesante.

— Y lo es realmente. ¿Y tú, puedo preguntarte que estudios tienes?

— Claro que puedes. Soy ingeniero en Telecomunicaciones — me contó.

— ¿Y no has ejercido nunca como tal? — le pregunté nerviosa.

Y en ese instante nuestros ojos se cruzaron, él sonrió y al bajar mi mirada a sus labios, y un nuevo escalofrío me atravesó.

— Pues no, empecé a trabajar como gigoló para pagarme la carrera, y a pesar de haber terminado la carrera, ahí sigo, trabajando como gigoló — me explicó.

— Vaya, bueno, ¿qué tal si te cuento que es lo que quiero? ¿Por qué hemos quedado? — le pregunté.

— Bien, me parece perfecto — me respondió con una dulce sonrisa en los labios.

La verdad era que con solo una sonrisa, era capaz de enamorar a cualquiera, pensé en ese momento. Por lo menos a mí me gustaba cada vez más y en especial cada vez que me sonreía. No sabía por donde empezar y como contarle que lo que necesitaba de él era un novio. Así que primero decidí preguntarle:

— Bueno, antes que nada quiero saber ¿estás libre estas navidades?

— Sí, en principio si, en realidad, no tengo familia. Fui un niño huérfano y crecí en un orfanato, así que no tengo a nadie con quien celebrar esas fiestas, más que un par de amigos — me explicó.

— Vaya, lo siento. Es que lo que necesito es un novio para estas navidades — le solté.

— ¿Qué? — preguntó sorprendido.

— Déjame que te explique.

Le conté la historia de que necesitaba un novio para presentárselo a mis padres y toda la historia, lo de las acciones, lo de recorrer el mundo y no tener que preocuparme más por trabajar, etc.

— Por supuesto, te pagaré lo que corresponda y los gastos del viaje, avión y todo eso. — le dije — Bueno, estancia no, porque probablemente mis padres querrán que nos quedemos en su casa.

Terminamos de hablar sobre lo que yo necesitaba y lo que haríamos y al final, quedamos en vernos en los siguientes días para ir determinando y hablando sobre lo que haríamos, y como lo haríamos para que mis padres no se dieran cuenta de que todo era mentira, y para conocernos un poco mejor el uno al otro.

Empezaba una nueva aventura para ambos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario