sábado, 4 de diciembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 6

 PÍCNIC EN CENTRAL PARK

— Venga, cuéntame — me instó Alex. Estábamos sentados bajo la sombra de un árbol en los jardines del campus — Qué el otro día me dejaste intrigado, venga, que ahora tenemos tiempo. ¿Cómo es posible que estés prometida desde los 12 años?

Desde que nos habíamos conocido hacía solo un par de días, Alex y yo nos habíamos hecho amigos y casi inseparables. Siempre que teníamos un rato libre entre una clase y otra, nos encontrábamos en el campus, y hablábamos de nosotros, de nuestras cosas. Pero aun así, todavía no le había contado por qué me había prometido a los 12 años.

— Bueno, prometerse a los 12 en mi pueblo es algo normal, ¿sabes?

— ¡Ah sí, ¿y por qué?!

— Bueno, nuestros padres deciden quien va a ser nuestro prometido y por tanto el padre de nuestros hijos casi cuando nacemos.

— ¿Y por qué se hace así, y tan pronto, no sé? Además, ¿cómo puedes estar con alguien a quien no quieres?


— Bueno, allí es así, no sé. Aunque mis padres no se casaran por amor, te aseguro que realmente se quieren mucho. Yo creo que poco a poco, conociéndose el uno al otro, aprenden a quererse. — le expliqué.

— No sé, y ¿si no es así? ¿Y si tus padres te prometen con alguien con quien no congenias, o te llevas a matar? A ver, tus padres te prometieron con alguien a quien casi no has visto en los últimos 5 años. Imagínate que ahora, mientras tratas de conocerle, descubres que no tenéis nada en común, que él no es el hombre de tu vida y que más que quererle, le odias, le detestas, no te gusta nada de él. ¿Te vas a casar con él?

— No, por supuesto que no, además para eso estoy aquí, ya te lo dije, he venido a conocerle. Así que si resulta que lo detesto, que es un asesino y que no es el hombre de mi vida, puedo volver a casa y ya está — le conté.

Alex pareció más conforme con esa versión, pero aun así me di cuenta de que había algo en todo aquello que no le convencía.

— No sé, no lo veo yo tan fácil eso. Pero en fin, son tus costumbres, supongo — dijo resignándose.

— Sí, son mis costumbre, sé que pueden ser difíciles de entender, pero...

— Ya, bueno, creo que es hora de volver a clase — dijo con desgana.

— Sí, vamos.

En la última clase Alex y yo coincidimos, así que al terminar salimos juntos. Aquel día Andrey me había dicho que pasaría a buscarme, ya que era su día libre y pensó que podríamos pasarlo juntos.

— ¿Vas en metro? — me preguntó Alex.

— No, hoy no — le dije — hoy viene Andrey a buscarme, es su día libre y vamos a comer juntos.

— ¡Ah, bien, entonces nos vemos mañana!

— Hasta mañana — me despedí y justo en ese momento vi el coche de Andrey aparcado a unos metros.

— Hasta mañana — se despidió Alex y al hacerlo, rozó mi hombro con su mano.

Me acerqué al coche de Andrey y subí.

— Hola preciosa ¿cómo ha ido?

— Bien.

— ¿Quién era ese? — me preguntó curioso, supuse se refería a Alex, ya que me había visto con él.

— Un amigo, le conocí el primer día y desde entonces hemos hablado unas cuantas veces.

— Bien, me alegro de que hagas amigos — me indicó Andrey.

— ¿A dónde vamos?

— A central park — me respondió — he preparado un pícnic, comeremos allí y luego pasearemos un poco, si te parece bien.

— Me parece perfecto — le dije, mientras sentía su mano adentrándose entre mis piernas.



Estábamos en un semáforo y me revolví cuando sentí sus dedos alcanzar mi sexo. Sentí un hormigueo en mi estómago, que bajaba hasta mi entrepierna, señal inequívoca que empezaba a excitarme. Cuando el semáforo se puso verde su mano abandonó el refugio de mis piernas. Gemí frustrada. Lamentablemente no hubo más semáforos y enseguida llegamos a Central Park. Andrey aparcó, bajamos del coche y él cogió la cesta del pícnic que había preparado. Entramos en el parque y buscamos una zona donde pudiéramos sentarnos a comer. Recién habíamos encontrado el lugar, o mejor dicho, fue Andrey quien lo encontró, cuando sonó su móvil. Lo sacó del bolsillo, miró la pantalla y le dio al botón de rechazar llamada.

Nos sentamos en la hierba y mientras él abría la cesta y sacaba todas las cosas le pregunté:

— ¿Quién era?

— Nadie — contestó con hastío.

No quise insistir, así que me concentré en ayudarle a preparar la comida. Comimos tranquilamente, disfrutando del momento y del buen tiempo que hacía en Nueva York.

— ¿Qué te parece si luego vamos a la playa? Porque tú nunca has estado en la playa ¿verdad?

— No, nunca, me parece genial.

— Bien — afirmó sonriendo — Anda ven — Me indicó para que me acercara a él y así acomodarnos, sentándose él sobre la hierba y yo sobre él entre sus piernas.

— ¡Qué bien se está aquí! — dije.

— ¿A que sí? Es una de las cosas que más me gusta de este país y de esta ciudad, puedes ir a comer al parque y tumbarte en la hierba y disfrutar viendo la gente pasar, sintiendo el aire fresco en la cara y tomando el sol. En nuestro pueblo no hay nada de esto.

— No, allí todo es muy gris — apunté.

— ¿Tú crees?

— Sí, no sé, siempre hacemos lo mismo, siempre vamos a los mismos sitios tristes y grises, nunca hacemos nada diferente. El viernes a las seis de la tarde, mis amigas y yo vamos al cine, aquel pequeño cine con cuatro sillas, en aquel local del ayuntamiento, ya sabes, ese tan gris y oscuro. ¿Lo recuerdas?

— ¿Todavía se utiliza como cine aquel local? — me preguntó.

— Sí, ¿no te lo he contado nunca? — le pregunté yo.

— No, la verdad es que últimamente me contabas pocas cosas por teléfono, no sé, creo que estos cinco años sin vernos no fueron nada buenos para nuestra relación, por eso quise que vinieras. Quería pasar tiempo contigo, que nuestros lazos se intensificaran, que volvieras a confiar en mí y a contarme tus cosas. Al principio me lo contabas casi todo, lo que hacías durante el día, sobre todo en tus cartas que me encantaba leer. Después dejaste de escribirme con tanta frecuencia y cuando te llamaba me contestabas cada vez con más monosílabos. No sé, la distancia realmente nos distanció — se explicó con tristeza.

— Sí, supongo que tienes razón. Oye ¿por qué no volviste al pueblo, por qué te quedaste aquí? — quise saber.

— Pues justamente por lo que tú dices, nuestro pueblo es tan gris, tan triste, no hay mucho que hacer allí y aquí mira todo lo que tengo, mi restaurante, mi casa, mis amigos. Discotecas y locales a los que ir el fin de semana a pasar un buen rato, cines, centros comerciales, mercados de abasto, parques tan enormes como este para pasear, jugar. ¿Te imaginas a nuestros hijos jugando aquí cualquier domingo por la mañana, con su pelota o su patinete? ¿No te parece algo maravilloso?

— Sí, la verdad es que sí, es como un sueño.

Y entonces, en la confianza que estábamos creando, besó mi cuello y acarició suavemente mis piernas. Parecía que en unas pocas horas, en unos pocos días, nuestra relación iba increscendo, de ser casi desconocidos o simples conocidos que se hablaban y contaban lo justo, nos estábamos convirtiendo en amigos de aquellos que se lo cuentan todo. Y entonces me susurró al oído:


— ¿Sabes que me gustas mucho?

Sonreí al oír esa confesión y girándome hacía él busqué su boca y nos besamos. Mientras lo hacíamos sus manos sobaron mis pechos, haciendo que sintiera mi sexo estremecerse, no sabía como lo lograba, pero con cualquier simple caricia me excitaba en menos de un segundo. Cuando rompió el beso le respondí:

— Tú también me gustas mucho.

Y justo en ese momento sonó su móvil. Lo tenía sobre el mantel que habíamos usado para comer, y al oír que sonaba ambos lo miramos, así que pude ver el nombre de una chica escrito en la pantalla "Sara". Andrey lo cogió tan rápidamente como pudo y le dio al botón de rechazar llamada. En los últimos días, había recibido un par de llamadas como esa, que él siempre rechazaba al menos un par de veces al día, y empezaba a preguntarme, quien sería aquella "Sara", pero no quise preguntarle. Seguro que en su momento él mismo me lo contaría.

— ¿Qué tal si recogemos y nos vamos a la playa? — propuso.

— Está bien.

Recogimos todo y mientras lo hacíamos una voz de mujer saludó:

— ¡Ey, Andrey, ¿cuánto tiempo?!

Levanté la vista hacia la voz, era una chica de la misma edad que Andrey, calculé, rubia, de ojos azules y con un envidiable cuerpo de mujer sobre el que llevaba un estrecho vestido que marcaba ajustadamente sus caderas y sus pechos, que parecían dos balones de vóley, perfectamente redondos.

Andrey se levantó para saludarla, dándole dos besos, uno en cada mejilla y luego me tendió la mano para que yo también me levantara.

— ¡Hola, ¿qué tal?! Mira, esta es mi prometida, Irina — me presentó.

— Hola — la saludé tendiéndole la mano.

— Hola, preciosa — me saludó ella tomándola cortésmente.

— Esta es Alice, una antigua amiga — me dijo Andrey.

— Así que esta es tu famosa prometida. Por fin pudiste traerla aquí — manifestó la chica.

— Sí, hace unas semanas que está aquí — apuntó él.

— Me alegro por ti, se te ve mejor, más... no sé, contento quizás, o feliz, no sabría decirlo, aunque viendo lo guapa que es tu prometida no me extraña.

— Gracias — le dije cortésmente.

— Sí, la verdad es que ahora que ella está aquí me siento mejor, más tranquilo y sereno. ¿Y tú qué tal, que es de tu vida? — le preguntó él.

— Bueno, pues casi sigue igual, sigo soltera y sin pareja, aunque tengo muy buenos amigos para esos ratos que tú ya sabes — dijo como hablando en clave, aunque entendí perfectamente a que se estaba refiriendo — y en lo demás, pues eso, todo sigue igual.

— Me alegro.

— Bueno, me voy, o llegaré tarde al trabajo — dijo ella — Ha sido un placer encontrarte, nos vemos.

Se despidió de nosotros, siguiendo su camino. Así que nosotros, también terminamos de recoger y volvimos al coche, mientras nos íbamos hacía allí le pregunté:

— ¿Fue una de tus sumisas esas chica?

— Sí, una de las primeras — me respondió con total sinceridad.

Subimos al coche y volvimos a nuestro barrio bajando hasta la playa. Al llegar aparcamos en un gran aparcamiento que había junto al paseo y salimos directamente al paseo marítimo. Era un paseo muy ancho con el suelo de madera y que al atravesarlo se llegaba directamente a la arena de la playa. Había algunos restaurantes a todo lo largo del paseo, casi todos rusos. Estaba el Tatiana Grill, el Volna, en fin, muchos. Me quedé maravillada al admirar toda aquella agua frente a mí y toda la gente que estaba tomando el sol, y también toda la que paseaba por el paseo marítimo o llenaba las terrazas de los restaurantes. Le pedí a Andrey que si podíamos bajar a la playa y disfrutar un poco del sol. Me dijo que sí, pero que solo un poco, ya que ninguno de los dos teníamos bañador.


— Para la próxima vez tendremos que comprarte uno — señaló.

— Sí.

Y justo en aquel momento volvió a recibir una llamada. Sacó el móvil del bolsillo y le dio al botón de rechazar llamada. Estaba segura de haber visto de nuevo el nombre de la chica, "Sara".

— ¿Quién es esa "Sara" que te llama con tanta insistencia? — le pregunté.

— Nadie — me respondió tratando de evitar el tema y guardando el móvil en su bolsillo de nuevo.

— Bueno alguien será cuando la tienes en tus contactos y llama tan insistentemente — le señalé.



No hay comentarios:

Publicar un comentario