miércoles, 22 de septiembre de 2021

COMPROMETIDOS. PARTE 2

Después de que Bruno se fuera, yo no podía quitármelo de la cabeza, pensaba constantemente en él y cada vez que en el trabajo sonaba el teléfono ansiaba oír su voz.

Pero no me llamó, ni siquiera por el trabajo, quizás sí, que lo único que buscaba era un buen polvo, acabé pensando. Con Cris, la cosa fue a peor, porque poco a poco se fueron haciendo más frecuentes sus ausencias nocturnas, y, además, algunas de ellas se convirtieron en fines de semana de viajes de negocios, lo que fue deteriorando nuestra relación. Yo sabía que no eran negocios lo que tenía los fines de semana, ni juergas nocturnas con sus amigos lo que le impedía venir a dormir a casa, pero tampoco me importaba demasiado. Vivía inmersa en mi propio mundo, pensando y soñando con un reencuentro con Bruno.

Poco a poco, Bruno y yo volvimos a trabajar juntos, aunque todo lo hacíamos por email, y tardó un par de meses en volver a llamarme y cuando lo hizo fue solo para hablar de trabajo. Nunca hablábamos de nosotros o de lo que había pasado aquella noche en el baño de mi casa. Pero yo sabía que tarde o temprano volveríamos a encontrarnos, a vernos. Y así fue, él tenía que venir a pasar una semana, para que pudiéramos discutir y solucionar algunos de los problemas surgidos con el último libro que teníamos entre manos.

Aquel día en realidad, empezó muy mal para mí. Cris llegó a las ocho de la mañana de una de sus "noches de juerga" y tuvimos una nueva bronca en la que él me dijo lo que yo llevaba días esperando oír:

— Está bien, a partir de mañana empezaré a buscar un piso y me iré de aquí.

Tras eso dio un sonoro golpe con la puerta del baño y se encerró allí.

Yo terminé de desayunar y me fui a trabajar. Más que nunca aquel día necesitaba oír la voz de Bruno, saber que podría verle y hablar con él cara a cara. Y eso me tranquilizaba y a la vez me ponía nerviosa. Estuve tentada de llamarlo para hablar con él e iba a hacerlo cuando sonó mi móvil, lo cogí y sobre la pantalla salió su nombre dibujado. Descolgué.

— ¡Hola, preciosa! — me dijo, como si hiciera solo unas horas que no nos veíamos. 

— ¡Hola! ¿Ya has llegado? — le pregunté, no quería empezar una discusión a través del teléfono, ya tendría tiempo de hacerlo más tarde. 

— Sí, ya estoy en el hotel. — me dijo, supuse que él mismo había hecho la reserva, obviamente sin decirme nada — ¿Qué tal si comemos juntos?

Me parecía tan extraña toda aquella situación, no hablábamos desde hacía semana, no me había llamado ni siquiera para decirme que venía, se había limitado a enviarme un email para hacerlo y ahora ¿me invitaba a comer?

Me quedé muda, no sabía que decirle, como debía reaccionar, quizás por eso, fué él quien dijo:

— Tenemos que hablar, ¿no crees? 

— Sí, desde luego. 

— Entonces, paso a recogerte sobre la una  y media por la editorial ¿te parece bien? — dijo resuelto. 

— Vale. 

Eran ya las doce, así que me pasé el resto de la mañana muy nerviosa, esperando que llegara el momento deseado.


A la una y media le vi salir del ascensor, estaba guapísimo y casi me da un infarto.  Se había cambiado el peinado y ahora lo llevaba todo hacia atrás, además vestía un  traje gris que le quedaba de miedo. La verdad es que siempre me han gustado los hombres con traje así que si el que lo llevaba era él pues ya ni te cuento.

Se acercó hasta donde yo estaba, venía con una sonrisa en los labios, alegre y feliz. Al llegar a mí, me dio un beso en cada mejilla.  

¿Cómo ha ido el viaje? — Le pregunté. 

— Bien, ¿y tú, cómo estás?

— Bien, bueno, vamos a comer no — dije cogiendo el bolso. 

— Sí, claro. Vamos. 

Salimos del edificio y cuando llegamos al vestíbulo le pregunté: 

— ¿Dónde vamos a comer? 

— En el hotel, tienen un buen restaurante — dijo — y además paga la editorial. 

Fuimos caminando hasta el hotel, que estaba a un par de calles de la editorial, y al llegar entramos en el restaurante y Bruno dijo que había reservado una mesa, así que nos sentamos en una de las mesas. El camarero nos trajo la carta y mientras la observábamos entretenidos empezó a decirme: 

— Siento haberme ido de esa manera, pero creí que era lo mejor. No sé, toda aquella situación me pilló en un momento en que yo no estaba bien porque acababa de dejar a Rosario y tú, no sé, me pareció que debía darte espacio, no era momento ni por tu parte ni por la mía para liarnos. 

— No sé, quizás tengas razón, no lo sé, pero me dejaste un poco descolocada — le dije, cuando el camarero se acercó a nosotros libreta en mano. 

— ¿Han decidido ya?

— Sí, yo comeré el entrecot al vino tinto y la señora, el cordero al horno — pidió Bruno.

Yo me quedé un poco sorprendida al ver que había pedido por mí sin preguntarme (aunque realmente había acertado al elegir el plato que yo deseaba), pero en ese momento no dije nada porque pensé que quizás deseaba que el camarero nos dejara a solas para seguir hablando. 


— He dejado a Cris — le confesé en ese momento — bueno, más bien nos hemos dejado mutuamente. 

— Bueno, supongo que eso era lo que tenía que pasar. ¿No?, a fin de cuentas lo vuestro hace tiempo que estaba acabado. 

— Sí, claro, pero no ha sido fácil — sentencié viendo como el camarero se acercaba ya con los platos. 

— Ya, bueno, no sé si preguntarte esto, pero ¿querrías seguir donde lo dejamos? — me preguntó. 

— Pero si casi no hicimos nada — exclamé — solo un polvo en el baño de mi casa. 

— Por eso, me refería a seguir, hacer algo más, no sé. 

— Mira, eres muy críptico ¿no crees?, si quieres que follemos, follamos, me lo dices y listo, no te estoy pidiendo que seamos pareja, solo te he dicho que lo he dejado con Cris, y que tú me gustas, ya está — dije resuelta. 

— Tienes razón. Tú también me gustas mucho, y tienes razón, aquella noche en tu baño nos lo pasamos bien y me encantaría poder repetirlo. Pero creo que ahora mismo ambos necesitamos tiempo para pensar en que es lo que queremos ¿no crees? 

— Sí, pero deja de comerte el coco -le dije, porque lo conocía y sabía que eso era lo que le pasaba, le estaba dando demasiadas vueltas a toda aquella situación cuando podíamos hacer que fuera algo sencillo. 

Terminamos de comer y entonces me preguntó:

— ¿Quieres que subamos a mi habitación? 

— Vale  — le respondí, pues realmente me apetecía. 

Subimos  y mientras subíamos en el ascensor, Bruno me envolvió en sus brazos y me besó. Había deseado aquel beso desde que le había visto entrar en la editorial, por eso me sumergí en el sabor de sus labios, y cerré los ojos sintiendo como su labios se comían los míos. 

Llegamos a la habitación, él sacó la llave, abrió y entramos. Era una habitación más de hotel, con cama de matrimonio y una decoración bastante austera y moderna. Sobre un banco estaba su maleta abierta. Bruno se dirigió hacia la ventana para abrir la cortina oscura, para que entrara un poco de luz. Yo me quedé junto a la cama, expectante. Cuando Bruno se dió la vuelta, me miró con lascivia y dijo:

— Bueno, desnúdate.

— ¿Qué? — pregunté algo sorprendida ante aquella orden. Tenía ganas de hacer el amor con él, pero aquello me parecía demasiado rápido.

— Ya me has oído, quiero que te desnudes — Repitió sentándose en una de las dos sillas que había en la habitación, que estaba junto a la maleta.

Obedecí y empecé a quitarme la ropa tratando de imaginar cuáles serían las intenciones de Bruno. Me quité la blusa y el pantalón dejándome puestas las bragas y el sujetador.

— Completamente — Sentenció Bruno.

A lo que obedecí quedándome completamente desnuda ante él y esperando su siguiente orden o movimiento, pensé que quizás se levantaría, pero en lugar de eso siguió diciéndome:

— Bien, ahora quiero que te sientes en esa silla que tienes al lado con las piernas bien abiertas y mostrándome tu coñito.


La miré un poco extrañada, como si no entendiera que pretendía a lo que él me exigió:

— Vamos, hazlo. 

Seguí su orden y me senté en la silla con las piernas abiertas mostrándole mi sexo que estaba más húmedo que nunca.

— Ahora quiero que empieces a acariciarte los senos y que disfrutes con las caricias.

Comencé a hacerlo, manoseando mis senos suavemente, pellizcándolos con un par de dedos.

— Muy bien, ahora acaríciate el sexo.

Dirigí una de mis manos hacía mi sexo, mientras con la otra seguía acariciando mis senos.

Y empecé a hurgar en mi sexo, acariciando primero mi clítoris con suavidad y dirigiendo luego mis dedos hacía mis labios vaginales para humedecerlos con mis jugos. Bruno me observaba, disfrutaba del espectáculo que le estaba dando. 

— Perfecto, métete un dedo en el coñito, cielo.

De nuevo obedecí introduciéndome el dedo anular. Un pequeño gemido escapó de mi garganta. Estaba disfrutando de aquellas caricias, y él lo sabía, podía verlo en mi cara. También él disfrutaba viéndome gozar. Empecé a gemir y suspirar cada vez más deprisa cuando Bruno me dijo:

— Ahora ponte de rodillas sobre la silla, dándome la espalda. Quiero ver tu culito.

De nuevo hice lo que me pedía. Sin saber por qué me gustaba que me guiara, que me gobernara en aquel juego que estábamos jugando. 

— Y ahora quiero que te folles el culo con uno de tus dedos.

Nunca antes había practicado el sexo anal, pero era algo que me llamaba la atención y por probar no pasaba nada, así que lo hice, empecé a acariciarme suavemente las nalgas y poco a poco fui deslizando uno de mis dedos hasta mi agujero anal y me lo introduje despacio. Luego empecé a moverlo dentro y fuera y en pocos segundos la excitación se concentraba en aquel punto de mi anatomía.

— Muy bien, preciosa, disfrútalo — dijo él, con la voz ronca. 

Traté de observarlo y pude ver que estaba acariciando por encima del pantalón. Seguí acariciándome el ano, metiendo y sacando mi dedo, mientras él se acercaba a mí. Sentí su mano sobando una de mis nalgas y su boca junto a mi oído susurrándome:

— Te gusta, ¿eh, putita?.

— Sí – Gimoteé justo en el momento en que lograba correrme.

— Lo has hecho muy bien, cariño. — Me dijo él, y agarrándome por los pelos me dio un salvaje beso en los labios.

Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba totalmente desnudo y con el miembro tieso y duro como un palo. Me bajé de la silla y nos abrazamos y besamos apasionadamente. Tras separarnos, él se sentó sobre la cama y me ordenó:

— Ahora chúpamela, cariño.


Me arrodillé entre sus piernas, mientras él se tumbaba. Cogí el miembro con ambas manos y acerqué mi boca a su punta. La lamí suavemente y luego me introduje el glande y empecé a chuparlo, primero despacio y después acelerando el ritmo. Lo saboreé, sintiendo como mi sexo estaba cada vez más húmedo y más deseoso de ser poseído. Empecé a chupar cada vez con más vehemencia, pues sentía mi cuerpo encendido y ansiaba que Bruno me pidiera que lo montara para dejar correr el fuego de la pasión. Su verga cada vez estaba más hinchada y sus manos apretaban con fuerza mi pelo. Hasta que me ordenó:

— Ven aquí, fóllame.

Me subí sobre él sentándome sobre su sexo que me introduje de un solo empujón. Al sentirme llena de él fue como si el tiempo se detuviera, como si no hubiera nadie más que él y yo en el mundo y aquel momento, nada más. Comencé a cabalgarle despacio, sintiendo su pene entrando y saliendo de mí con mucha suavidad. Él me miraba mientras me sujetaba por las caderas. Acerqué mi boca a la suya y nos besamos. Seguí cabalgándole y él se incorporó. Me abrazó y sentí como chupaba uno de mis pezones, lo que aún me excitó más e hizo que acelerara mis pausados movimientos. Ambos nos movíamos como animales salvajes en busca del placer.

Bruno volvió a recostarse y entonces yo me acosté sobre su pecho y seguí cabalgándole, mientras nuestros labios se fundían en un apasionado beso. Por fin estábamos de nuevo juntos, el uno con el otro, sintiéndonos, amándonos.

Empecé a sentir el inconfundible cosquilleo del placer concentrándose en mi sexo y el pene de Bruno hinchándose dentro de mí. En ese instante nuestros ojos se cruzaron, nuestras miradas se clavaron la una en la otra y supe que no sólo quería un polvo de vez en cuando con él, quería algo más, quería, por lo menos, intentarlo. Sentí como me llenaba con su leche y como mi cuerpo se convulsionaba. Cuando el orgasmo terminó, nos abrazamos. Luego me dejé caer rendida su lado. Bruno me miró y acariciando mi mejilla me dijo:

— ¿Por qué no lo intentamos? 

— ¿El que? — le pregunté un poco desorientada. 

— Lo nuestro, ahora los dos somos libres y nos gustamos. 

— Bueno, podemos intentarlo como dices, aunque no va a ser fácil viviendo cada uno en una ciudad. 

— Bueno, ya hablaremos de eso. 

— Tengo que irme — dije levantándome de la cama. 

— ¿Ya? 

—  Sí, es tarde — me vestí y al terminar le dije: 

— Bueno, entonces nos veremos mañana en la oficina

— Claro. Buenas noches, princesa. Por cierto, no te pongas ropa interior mañana. ¿Por qué? — le pregunté extrañada. 

— Ya lo verás, y a partir de ahora, llámame Señor siempre que practiquemos sexo. 

Sonreí pícaramente, a la vez que afirmaba con la cabeza. Recogí mi bolso y salí de la habitación.


No hay comentarios:

Publicar un comentario