miércoles, 20 de septiembre de 2023

A MI MANERA

 A MI MANERA

Levanté la vista del contrato que estaba leyendo para admirarle, allí estaba él, mi guapo jefe. Alto, moreno, de intensos ojos negros, pelo negro y bien recortado, un cuerpo de infarto. Lástima que además de guapo sea un cabrón. Porque todo lo guapo que tiene se te olvida cuando descubres lo antipático que es, no es capaz de decir un palabra bonita a nadie, ni de dar las gracias, ni de hacer un comentario agradable, sino todo lo contrario. 

Sin ir más lejos, aquella mañana pasó junto a mí, sin ni siquiera saludar, a pesar de que yo sí le di el obligado: 

— Buenos días, Sr. Palacios. 


Pareció contestar emitiendo un gruñido, pero nada más. Entró en su despacho y cerró la puerta de un sonoro portazo. 

Alba mi compañera de despacho, me miró circunspecta desde su mesa, por encima de sus gafas de pasta rojas. Según ella, el continuo mal humor de Alberto Palacios se debía a que no follaba como Dios manda. 

— Srta. Ojeda, venga inmediatamente a mi despacho — me gritó por el interfono. 

Me levanté, puse el contrato en un portafolios y entré en el despacho del Sr. Palacios. Cerré la puerta tras de mí al entrar, y caminé los cuatro pasos que me separaban de su mesa. Le dejé el contrato frente a él cuidadosamente, diciéndole: 

— El contrato está terminado y firmado por el Sr. Álvarez. 

— Bien, siéntate, te dictaré un carta. 

— Si, Señor. 

Sentí como se removía cuando le respondí de aquella manera, en realidad, hacía unas semanas que notaba que cada vez que le respondía con un “Señor”, él se revolvía o se ponía tieso o no sé, era como si aquella palabra le hiciera sentir algo. 

Empezó a dictarme la carta, mientras yo escribía en la tablet que llevaba, lo que me iba dictando. Al terminar, me ordenó: 

— Pásela a limpio y me la enseña. 

— Sí, Señor — le respondí. 

Volví a mi mesa y pasé la carta a limpio mientras oía como él en su despacho hablaba con alguien por teléfono, y lo hacía visiblemente enfadado. Al terminar de pasar la carta, la imprimí y cuando oí que la conversación telefónica del Sr. Palacios había terminado, llamé a la puerta. 

— ¡¿Qué?! — respondió aún enfadado el Sr. Palacios. 

— Ya he terminado de pasar la carta — dije abriendo la puerta.

— ¡A ver, trae, joder! 

Entré entregándole la carta, pues estaba de pie, frente a su mesa, caminando de lado a lado del despacho. Él tiró del papel quitándomelo de las manos. Empezó a leer, mientras yo me mantenía de pie junto a la puerta. Cuando terminó de leer me miró de arriba a abajo. 

— ¡¿Te crees que esto es normal?! Repítela, hay un par de faltas. 

— Lo siento, Señor — me disculpé. 

— ¡No basta con sentirlo, tienes que hacerlo perfecto, y lo sabes! 

— Sí, Señor. 

— ¡Y deja de llamarme, Señor, me pones nervioso con tanto formalismo! 

— Lo siento — repetí saliendo del despacho, antes de que volviera a gritarme por llamarle Señor. 

Volví a pasar la carta, corrigiendo los dos errores que mi jefe decía, uno era un acento y el otro, una coma que no había puesto. Y justo antes de llevarle la carta decidí ir al baño, pues ya no podía aguantar más. Cuando salí del baño, volví a mi mesa, cogí la carta y al ir a llamar a la puerta, me tropecé con el Sr. Palacios, de modo, que ambos caímos al suelo, el uno encima del otro. Y entonces lo noté, cuando su cuerpo se pegó al mío debido a la caída, su polla estaba dura como una piedra. ¿Se había excitado por tenerme encima de él?, ¿o eran imaginaciones mías? 


— Srta. Ojeda ¡¿Qué coño está haciendo?! ¡Por Dios, no hay nadie más patoso que usted sobre la faz de la tierra! 

Me levanté tan deprisa como pude, pidiéndole perdón, avergonzada y roja como un tomate. Él también se levantó a toda prisa, arreglándose el traje que llevaba, mientras oíamos como medio despacho se reía de la situación. 

— ¡Entre dentro Srta. Ojeda! ¡Y ustedes, dejen de reírse ya! 

Todos se callaron al oír sus gritos y yo avergonzada entré en el despacho deseando desaparecer. 

— ¡Maldita sea! ¡¿Usted cree que es normal el espectáculo que hemos dado delante de todo el personal?! — Me gritó mirándome con cara de perro rabioso. 

Tragué saliva y solo pude emitir un suave: 

— Lo siento, Señor. 

— ¡Te he dicho antes que dejaras de llamarme, Señor! — me riñó nuevamente, poniéndose frente a mí, a pocos centímetros de mi cuerpo. 

Y sin saber por qué, sentí el deseo recorrerme por completo, nuestros ojos se miraban fijamente y noté que él también sentía aquel deseo, bajé avergonzada mis ojos al suelo y lo vi. De nuevo, su miembro estaba erecto y formaba una graciosa montaña en el centro de sus impolutos pantalones. Me atrajo hacia él, abrazándome por la cintura y me besó. Fue un beso duro, apasionado, salvaje y hambriento, en el cual él pegó su cuerpo al mío haciéndome sentir su erección en mi estómago. E inmediatamente, cuando rompió el beso, me subió la falda, mientras se bajaba la bragueta del pantalón, sin duda, íbamos a follar, porque era algo que ambos deseábamos, ambos queríamos. Me llevó hasta la mesa, haciéndome apoyar el culo en ella, y volvió a besarme, mientras sentía su mano entre mis piernas, pujando por entrar bajo mis braguitas y acariciar mi sexo que ya estaba completamente húmedo. 

Y entonces se detuvo. Sacó su mano de mi entrepierna y suspiró. 

— No deberíamos hacer esto, pero… — musitó. 

— Ambos lo deseamos — repliqué. 

Pom, pom, pom, unos golpes en la puerta nos despertaron de aquel sueño de deseo en el que estábamos sumidos. Mi jefe se incorporó y arreglándose la ropa me ordenó: 

— Recompóngase, Srta. Ojeda. 

Obedecí, recolocándome la ropa. Y poniéndome en pie. Cuando ambos estuvimos visibles, el Sr. Palacios dijo: 

— Adelante. 

— Disculpa, hijo mío, tengo que consultarte un par de cosas. 

— Sí, claro, la Srta. Ojeda, ya se iba — Y dirigiéndose a mí me dijo: — Ya puede enviarle la carta al Sr. Maroto. 

— Sí, Señor. 

Salí del despacho, azorada y roja como un tomate, temiendo que el Sr. Antonio Palacios, el padre de mi jefe, se diera cuenta de lo que acababa de pasar entre él y yo en aquel despacho. 

El resto del día ambos estuvimos muy distantes, él no volvió a pedirme que entrara en su despacho y si me pedía que hiciera algo, lo hizo a través del interfono o por email. A última hora me pidió que me quedara un poco más, que quería hablar conmigo. Supuse que querría hablar de lo que había pasado en aquel despacho. Vi como todos mis compañeros se iban marchando, incluida Sara, que se acercó a mi mesa y me dijo: 

— Espero que te sea leve, ¿quieres que te espere en el bar de abajo? 

— No, no te preocupes, no creo que sea nada grave. Hasta mañana. 

— Hasta mañana. 

Esperé unos cinco minutos más, hasta que mi jefe salió de su despacho, miró alrededor y preguntó: 

— ¿Ya se han ido todos? 

— Sí, creo que sí. 

— Bien, pasa — me ordenó suavemente. 

Era la primera vez desde que le conocía que me hablaba en un tono amable y dulce, por lo que me sorprendió. 

Entré en el despacho, y tras cerrar la puerta, me hizo sentar en uno de los dos sillones que tenía a un lado de la puerta. Él se sentó en el otro sofá, y en ese preciso instante el tiempo pareció detenerse. Sus ojos, profundos como el océano en calma, se encontraron con los míos que bajé al suelo, no podía mirarle. 

— Verás, quería disculparme por lo sucedido esta mañana, no debimos dejar que nuestro deseo se adueñara de la situación. 

— Sí, tiene razón. No debimos dejar que pasara, pero no se preocupe, por mi parte, no volverá a suceder, Señor. 

Vi como se revolvía nervioso en el sofá y a continuación, poniéndose en pie, añadió: 

— Ya te dije antes que no me llame, Señor, por favor. 

— Lo siento, Señor — repetí sin darme cuenta y poniéndome yo también en pie. 

— Joder — musitó él, tomándome por la cintura y atrayéndome otra vez hacia él — Ves lo que provocas cuando dices esa palabra — dijo apoyando su frente sobre la mía. 


Sentí su erección entre nosotros, como había hecho antes, y repetí: 

— Sí, Señor. 

Su sexo pareció saltar o hincharse más entre nosotros al repetir la palabra. Me besó entonces y me empujó hacia el sofá que quedaba detrás de mí. Mientras nuestros labios se unían en un interminable y devorador beso de bocas que se comían, de lenguas que se unían. 

Él, de rodillas en el suelo, trataba de desabrocharme la blusa, mientras yo le había abierto ya la corbata y estaba desabrochando también su camisa. Un pecho perfectamente depilado y trazado apareció ante mis ojos, lo acaricié suavemente con mis manos, llevándolas hasta sus pantalones. Mi jefe tampoco estaba quieto y tras abrir la blusa, me había desabrochado el sujetador y estaba chupeteando y lamiendo mis pechos. Gemí, al sentir su lengua pasar por mis pezones, estaba a mil y no podía ni creérmelo, estaba a punto de follar con mi jefe. 

— Espera — ordenó mi jefe — Date la vuelta. 

— ¿Qué? — pregunté como si no lo hubiera entendido. 

— Quiero hacerlo a mi manera, como a mí me gusta, así que obedece, date la vuelta, ponte de rodillas sobre el suelo, con el torso apoyado en el asiento del sofá. 

En un primer momento, no supe qué hacer, si debía obedecerle o que, pero finalmente, al ver que estaba hablando en serio, hice lo que me pedía. Me giré, poniéndome de rodillas sobre el suelo, justo como él me había ordenado. Y entonces cogió mis manos y me las unió en la espalda, atándolas con su corbata. 

— ¿Qué hace, Señor? — pregunté alarmada. 

— Ya te lo he dicho, quiero hacerlo a mi manera, y a mí me gusta así, tú solo déjate llevar. 

Suspiré tratando de hacer lo que me pedía dejándome llevar. Me subió la falda que me había puesto aquel día, y me bajó las braguitas y entonces sentí como acariciaba suavemente mi nalga, luego llevó su mano hasta mi entrepierna y acarició mi sexo, pasando su dedo por los pliegues de mi húmeda vagina. Gemí, y entonces sentí como me daba una palmada sobre mi nalga que me hizo estremecer. 

— Tienes un culo precioso, digno de ser azotado hasta que esté rojo como un tomate. 

— ¡Oh, no, Señor! — me quejé. A lo que él, cada vez más enardecido respondió: 

— ¡Oh, sí! Sí, Srta Ojeda — y me dio otra palmada. 

Tras la cual cayeron algunas más, alternando una nalga con otra, hasta que empecé a sentir que mis nalgas me quemaban. Fue entonces cuando se detuvo, pareció observar mi culo con detenimiento y entonces dijo: 

— ¡Oh, sí, ahora está perfecto! 

Sentí como se acercaba a mí, como pegaba su cuerpo al mío y como restregaba su sexo por mi humedad. Al parecer, aquellos dolorosos azotes habían desatado también mi deseo y mi sexo estaba casi chorreando. Guio su polla hacia mi interior, suavemente primero, y deslizándose con fuerza después, lo que hizo que tanto él como yo gimiéramos. Me desató las manos, pues a ambos nos molestaban y sin soltarlas, las puso a ambos lados de mi cabeza, recostándose él sobre mí. 

— ¡Oh, Dios, he soñado con esto tantas veces! En mi cabeza te he follado un millón de veces así. Dime que tú también lo has soñado. 

Gemí, tragué saliva, y sentí como suavemente empezaba a moverse dentro y fuera de mí. Musité un lacónico: 

— Sí, Señor. 

Lo que provocó que me penetrara con furia haciendo que su polla entrara por completo en mí y sus huevos chocaran contra mi clítoris. 

— Repítelo — me ordenó. 

Y yo obedecí: 

— Sí, Señor. 

De nuevo empujó con fuerza dentro de mí, haciendo que emitiera un gemido de aprobación. Luego se incorporó, me sujetó por las caderas y empezó a moverse rápidamente dentro y fuera, dentro y fuera de mí. Cada vez lo hacía más rápidamente y no tardamos en empezar a gemir excitados, sintiendo como el placer aumentaba hasta que ambos explotamos en un demoledor orgasmo. 


Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, Alberto se apartó y se sentó en el sofá, yo recogí mi ropa empezando a vestirme. 

— ¿Qué haces? No te vistas aún, ven aquí — me suplicó. 

Y esta vez no obedecí porque él me lo hubiera ordenado, sino porque sentí que ambos lo necesitábamos abrazarnos, aceptar quizás lo que había entre nosotros, lo que quizás hasta ese momento habíamos ocultado. 

Cuando me senté junto a él, Alberto me abrazó. Sentir sus brazos a mi alrededor me hizo sentir que aquel era el lugar donde quería estar en aquel momento. 

2 comentarios:

  1. Hola, Karen.
    Me ha encantado tu relato.
    No conocía tus escritos, y acabo de descubrir que tienes varios blogs y un montón de material para leer.
    Me voy a suscribir a todos. Me gusta bastante cómo escribes.
    Yo también escribo erótica, y al leer tu relato, no he podido por menos que acordarme de uno de los míos que se le parece bastante.
    Curiosamente, también se desarrolla en una oficina, en un despacho, con un jefe muy guapo, y pasan cosas bastante similares.
    Creo que ya lo has leído porque me has dejado un comentario.
    Muchísimas gracias por ello.
    Espero que te haya gustado.
    A mí, el tuyo me ha encantado.
    Desde ahora en adelante, tienes una nueva seguidora.
    Te envío muchos besos desde Valladolid.
    Hamaya.

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