martes, 1 de noviembre de 2022

ESTO NO ES LO QUE TU CREES

 Salí de casa dando un sonoro portazo, era la tercera discusión del día con mi novio y estaba hasta el coño de él y de su amodorramiento. Desde que vivíamos juntos, hacía ya tres meses, no íbamos a ninguna parte, no salimos los fines de semana y además, si quería salir con mis amigas, le parecía mal. ¿Cuándo, Alberto, mi novio, se había convertido en un muermo? Si siempre le había gustado, salir, ir de fiesta. Sí, vale, habíamos pasado una pandemia que nos había obligado a quedarnos en casa la mayor parte del día, a hacer una vida más hogareña, pero ahora ya había pasado, ya teníamos libertad para salir de nuevo e ir a la discoteca o al bar o a donde fuera para divertirnos un poco ¿No?

Llamé al ascensor y cuando se abrió frente a mí entré despotricando contra él, sin darme cuenta de que dentro había alguien. 

— ¿Has discutido con el idiota? — me preguntó. 

Era el vecino del cuarto, Sergio, un chico guapísimo, alto, rubio, de intensos ojos azules y que nos hacía suspirar a todas cuando le veíamos pasar. Había hablado con él algunas veces, no muchas, desde que vivíamos en aquel bloque y era un tío muy simpático. 

— ¿Lo he llamado idiota? Perdón, pero es que me pone de los nervios. ¿No resulta que le digo de salir con nuestros amigos un rato a tomar algo y va y me dice, que no, que él está mejor en casa y que le da pereza salir? — me quejé. 

— Y has decidido salir tu sola. 

El ascensor llegó a la planta baja y se detuvo, salimos del ascensor y nos dirigimos a la puerta. 

— Pues sí, por lo menos salgo un poco de casa, que estoy hasta… 

— … El coño — terminó él la frase por mí. 

— Pues sí. 

Salimos a la calle y ví que se pone el casco, iba a coger la moto. Seguro que él sí que iba a salir con alguna de sus amiguitas, pensé. 

— ¿Y tú, donde vas? — le pregunté curiosa. 

— Pues a la disco, he quedado con una amiga allí. 

Lo sabía, él siempre tenía alguna chica con la que quedar. Miré a lado y lado de la calle como si estuviera esperando a alguien, pero en realidad, no esperaba a nadie. 


— Venga, te llevo, y te invito a tomar algo, si no has quedado con nadie, claro — me ofreció.

Parecía que me conociera muy bien y enseguida se hubiera dado cuenta de que, en realidad, no había quedado con nadie. 

Sacó un casco de debajo del asiento de la moto y me lo ofreció. Yo me acerqué cogiéndolo y le dije: 

— Vale. Gracias. 

Se subió a la moto y yo me subí tras él. 

— Agárrate fuerte que arrancamos — me avisó. 

Rodeé su cintura con mis brazos y me agarré a él, pegando mi cuerpo al suyo. Sentir su cuerpo tan cerca del mío era para mí como besar el cielo. Allí estaba yo sobre aquella moto, pegada al tío más bueno que había visto en los últimos tres meses. Si me viera Elisa, mi mejor amiga, fliparía. Llevábamos los tres meses que Alberto y yo vivíamos en aquel bloque, suspirando y observando al guapo de mi vecino cada vez que pasaba cerca de nosotras, suspirando por él y deseando conocerlo mejor, y ahora yo estaba allí, sentada en su moto detrás de él y cogiéndolo fuerte por la cintura. 

Llegamos a la discoteca y bajamos de la moto, me quité el casco y se lo di. Él lo guardó en el mismo sitio de donde lo había sacado. 

— Gracias — le dije dispuesta a separarme de él, ya que no quería estorbarle, pues seguro que había quedado con alguien. 

— No, espera, aquí no puedes entrar sola — me dijo y cogiéndome de la mano, tiró de mí. 

¿Por qué no podía entrar sola? Me pregunté a mi misma, a fin de cuentas era solo una discoteca, ¿no?. 

Entramos en el local, había un olor extraño como a cuero y madera, no sé, y entonces me dí cuenta, no era una discoteca, era un local de BDSM. Él me miró divertido y a continuación dijo: 

— Bienvenida a mi mundo. 

Yo no podía creer lo que estaba viendo. Aunque parecía un pub normal y corriente, en un principio, no lo era. Primero porque las paredes estaban llenas de fotos de chicas atadas, o con los ojos vendados, semidesnudas, al estilo de lo que es una sumisa. Luego, todos los hombres que había allí iban vestidos con pantalones de cuero negro y camisa blanca. Y aunque no me había dado cuenta antes, Sergio también. 

— ¿Esto es…? — traté de preguntarle a Sergio, pero antes de poder  terminar la frase, fue él quien lo hizo por mí diciendo: 

— Un club de BDSM, si señorita. 

— ¿Por qué me has traído aquí? — le pregunté. 

— Ya te lo he dicho, este es mi mundo y creo que tú necesitas experiencias nuevas. 

— ¿Experiencias nuevas? ¿Yo? 

Nos acercamos a la barra y un camarero vestido también con pantalones de cuero y con el torso desnudo se acercó a nosotros preguntando: 

— ¿Qué queréis tomar? 


— Yo una cerveza, y ella… 

— Un Cosmopolitan, por favor, pedí. 

— Vaya, te van las cosas fuertes por lo que veo — exclamó Sergio. 

— Si, pero dime, ¿qué te hace pensar que necesito experiencias nuevas? 

— Bueno, no te enfades conmigo, ¿eh?, pero desde mi piso oigo como te quejas del muermo de tu novio, de que siempre hacéis lo mismo o no hacéis nada. 

— ¿Se me oye desde tu casa? Vaya, lo siento, yo… 

— Sí, cuando discutes con él, sí, se te oye y no tienes que disculparte, si acaso soy yo quien debería hacerlo, pero… — me explicó. 

— Ya. No pasa nada. 

El camarero nos trajo las bebidas, las cogimos y Sergio me pidió que lo siguiera. Nos sentamos en una mesa, yo no sabía qué hacer o que decir. Vi a una pareja pasar por delante de nosotros, él iba delante y ella le seguía, lo más curioso es que la llevaba atada con una cadena que tenía sujeta al cuello por una especie de collar de perro. 

— ¿Te sientes un poco incómoda? — me preguntó Sergio. 

— Bueno, todo esto es, nuevo para mí, diferente — le respondí. 

— ¿Pero te gusta, sientes curiosidad? 

— Bueno, no sé, curiosidad, creo. 

— ¿Sabes? Me alegro de que hayas discutido con tu novio — dijo entonces y acercando su boca a la mía me besó. 

Fue un beso largo, apasionado, de lenguas que se buscan y se devoran. Un beso que hizo que todo mi cuerpo se alterara y que me olvidara por completo de todo lo que me rodeaba. Cuando rompió el beso no pude evitar morderme el labio inferior, Sergio me gustaba y mucho, y hacía mucho tiempo que soñaba con algo como aquello, pero yo tenía novio y él… era solo mi vecino. 

— No hagas eso — musitó él pegando su frente a la mia. 

— ¿El qué? — pregunté. 

— Morderte el labio de esa manera. 

Volví a hacerlo, y entonces él volvió a besarme. 

— ¿Sabes lo que me provoca eso? — me preguntó y levantándose, me cogió de la mano y tiró de mí. 

Yo le seguí, aunque en realidad, no tenía otra alternativa. Se acercó al camarero y le pidió algo, esté le entregó una llave. Nos metimos en un pasillo donde había varias puertas. Sergio metió la llave en la cerradura de una de ellas y entramos. 

Era una habitación, nada más entrar, había una especie de barra a un lado y al otro lado, había dos vitrinas, en una había diferentes licores y bebidas alcohólicas, además de vasos y copas y en la otra había collares, esposas, cuerdas, etc. Un poco más allá había un sofá tipo chéster con una mesita de café enfrente y un par de sillas a un lado. Las paredes pintadas en color negro, estaban adornadas con fotografías de mujeres semidesnudas atadas o siendo sometidas. Había también unas escaleras que bajaban al piso inferior donde supuse estaba la habitación. 

Sergio me llevó hasta el sofá y me hizo sentar en él, él se sentó a mi lado y de nuevo me besó. Luego, sin soltarme, sujetándome por el cuello, muy serio me dijo: 

— Esto se va a poner duro y excitante, espero que te guste y lo disfrutes. 

— Pero yo… — traté de protestar, pero no me dio opción a nada más, empezó a desabrocharme el vestido, y me lo quitó despacio. Me quedé en bragas y sujetador. 

— Hace mucho tiempo que deseo esto, casi desde la primera vez que te vi — me confesó — Y no he dejado de imaginar este momento una y otra vez. Ahora arrodíllate, por favor — me ordenó educadamente. 

Yo obedecí, ni siquiera sé por qué, pero había algo en su voz que me obligaba a obedecerle, además que yo también llevaba un tiempo deseándole. 

— Quiero que me desabroches el pantalón, saques mi polla y la chupes, que la devores. 

Aquello me excitó y yo, mirándole a los ojos, lo hice. Le desabroché el pantalón, primero el cinturón, luego el botón, la cremallera finalmente. Descubrí que no llevaba slips debajo, o sea, iba desnudo bajo el pantalón de cuero. Saqué su miembro, que ya tenía una erección considerable, y acercando mi boca lamí el glande. Estaba nerviosa, incluso un poco avergonzada, pero él estaba tranquilo, me observaba e incluso me animó: 


— Venga pequeña, sé que puedes hacerlo. 

Lamí todo el glande, circundándolo con mi lengua, luego me lo metí en la boca y sujetando la polla con mi mano, la lamí de arriba a abajo y luego de abajo a arriba, mientras Sergio me observaba. Sin duda, él estaba disfrutando de aquel momento, pues gemía y suspiraba en señal de aprobación. Metí toda la polla dentro de mi boca y la chupé, la succioné. Sergio gimió y sentí como se estremecía. 

— Espera — dijo apartándome. 

Y entonces, me cogió en brazos y me llevó hacia el piso inferior de la habitación. Al llegar al final de las escaleras había un baño y frente a nosotros, de nuevo, había un sofá y una mesita de café, junto a este había una especie de hamaca de cuero y un sillón del amor. Al final de la habitación había una cama sin sábanas, pero con unas cadenas y grilletes en las esquinas. Sergio me dejó sobre la cama, me ató las manos con las cadenas, cogió otras que había colgadas en la pared y las sujetó en unas argollas que había a los pies de la cama y luego me puso los grilletes en los tobillos. Estaba atada y abierta en forma de equis. Sergio se quitó el pantalón y la camisa que llevaba, quedando completamente desnudo, lucía una hermosa erección que hubiera hecho las delicias de cualquier mujer. Se puso un condón y luego, trepando por la cama, se puso sobre mí, hasta que su cara quedó frente a la mía y me besó. Suspiré y él me preguntó: 

— ¿Estás lista? 

Afirmé con la cabeza y sentí como metía sus manos bajo mi culo y elevándome ligeramente, guio su polla, hacía mi ya húmedo agujero y me penetró. Me sentí llena, y suspiré. Él empezó a moverse primero despacio, muy lentamente, después fue acelerando el ritmo, imprimiendo más fuerza a sus embestidas. Gemí empezando a sentir el placer subiendo, y subiendo desde mi centro y extendiéndose poco a poco por todo mi sexo. Sergio también gemía mientras empujaba una y otra vez, en su cara se dibujaba el placer que sentía y de repente, sus ojos se cruzaron con los míos y estallé en un demoledor orgasmo, seguido de él que también se corrió. 

Cuando recuperamos el aliento, Sergio me desató y se acostó a mi lado, abrazándome y meciéndome en sus brazos. Me quedé dormida durante unos minutos, después nos vestimos y salimos de allí. 

Volvimos a casa de madrugada ya. Sergio me acompañó hasta la puerta de mi casa. Nos despedimos con un dulce beso y la promesa de vernos al día siguiente. Sabía que aquella noche no podría decírselo, pero en cuanto nos levantamos por la mañana le explicaría a Alberto todo lo sucedido aquella noche y que lo nuestro estaba acabado, no funcionaba. 

Entré en mi casa y el sonido de unos gemidos me alertó. ¿Alberto tenía compañía? Avance unos pasos, entrando. Dejé mi bolso sobre el sofá y seguí hasta la habitación mientras seguía oyendo aquellos gemidos y suspiros cada ve más cercanos y cuando asomé la cabeza por la puerta que estaba ligeramente abierta pude verlos. Con Alberto, sobre nuestras cama de matrimonio, estaba Elisa, mi mejor amiga. En cuanto me vieron se separaron y escuché aquella famosa frase saliendo de la boca de mi novio: 

— Esto no es lo que tú crees.


2 comentarios:

  1. como pecas pagas.... Bien por tu amiga, que mientras te alentaba a seguir tus instintos, tomaba a tu pareja para hacerlo de ella...

    ResponderEliminar

DESEO OCULTO 4

— Ven a mi despacho ahora mismo — me ordenó sin preámbulos. Mi corazón se disparó, latiendo a mil por hora. ¿Le habría gustado la escena ...