martes, 1 de agosto de 2023

DESDE SU VENTANA


 Él se acercó a mí, me acarició suavemente el culo, me besó y metió sus dedos en mi entrepierna, todo mi cuerpo tembló ante aquella caricia. Estábamos en su despacho, yo desnuda, apoyada en el cristal del gran ventanal que daba a la calle. Él aún iba vestido, con su traje y su impecable camisa. Gracias a Dios, era ya noche cerrada, y al ser invierno había poca gente en la calle, además estábamos en el piso 12, así que, ¿quién iba a levantar la vista para mirar y verme allí arriba? Quien sí podía verme, eran los empleados de las oficinas del edificio de enfrente. Aunque a aquella hora, ya quedaba poca gente allí. Pero había uno, que a oscuras en su despacho, sentado en su silla, nos observaba sin perder atención de cada uno de los movimientos de mi jefe y míos.

— Ahora métele el consolador que has dejado sobre la mesa — dijo la voz al otro lado del teléfono que mi jefe había puesto en manos libres.

Mi jefe cogió el consolador que nuestro amigo había indicado y acercándose de nuevo a mí, lo guio hasta mi húmeda vagina y lo introdujo despacio. Yo gemí al sentirlo. Me estremecí y mi jefe me susurró al oído:

— ¿Te gusta, eh, zorrita? — lo que provocó un nuevo estremecimiento en mi cuerpo.

— Mírame — dijo la voz del teléfono y yo levanté la cabeza, observando al hombre que nos observaba desde el despacho de enfrente — ahora tu jefe te va a follar mientras yo observo desde aquí.

Estaba a merced de aquellos dos hombres, mi jefe y mi Amo. Porque el hombre que nos observaba desde el edificio de enfrente era mi Amo. Hacía solo unos meses que había descubierto que mi jefe y mi Amo se conocían desde hacía mucho tiempo. Fue en una fiesta del club BDSM al cual solíamos ir mi Amo y yo de vez en cuando.

 Mi jefe se acercó a mí, se pegó a mi espalda, se bajó la cremallera del pantalón, y enseguida sentí su polla hurgando entre los pliegues de mi húmedo sexo.

— No dejes de mirarme — me advirtió mi Amo.

Yo miraba a la ventana de enfrente. Mi Amo había encendido la pequeña lámpara que tenía sobre la mesa, que iluminaba ligeramente su figura. Vi como él también metía su mano dentro del pantalón y sacaba su polla erecta. ¡Dios tenía a dos hombres deseándome, y poseyéndome a la vez! Sentí como por fin mi jefe me penetraba y un placentero gemido salió de mi garganta. Me sujetó por las caderas y empezó a moverse, dentro y fuera, dentro y fuera, mientras me susurraba al oído.

— Mira como se excita tu Amo, viendo como te follo. Mira qué grande se le ha puesto.

Y realmente era así, podía verlo al tras luz de la lamparita, moviendo su mano sobre su pene erecto, arriba y abajo, casi al mismo ritmo que Pablo, mi jefe, me follaba. Y con esa imagen en mis ojos, viendo como mi Amo se retorcía de placer sobre la silla, yo también empecé a sentir el placer recorriéndome, extendiéndose por todo mi cuerpo, hasta hacerme explotar en un maravilloso orgasmo. También mi Amo se corrió enseguida y Pablo fue el último en hacerlo. Y entonces los dos, unidos aún, abrazados, nos derrumbamos sobre el suelo del despacho.

— En unos minutos estoy ahí — anunció mi Amo, mientras Pablo, deshacía el abrazo que nos había llevado hasta el suelo.

— Te has portado bien, hoy — me señaló mi jefe.

Sonreí feliz. Me gustaba ser su sumisa compartida, porque efectivamente, mi Amo y mi jefe me compartían como sumisa, para mi Amo ejercía como su sumisa cuando estábamos juntos en casa y para mi jefe lo era allí, en el trabajo. Así, entre los dos, satisfacían mi deseo de ser sumisa.

— Vamos, vístete antes de que llegue él — me ordenó mi jefe.

— Sí, Señor — le respondí.

Me levanté, busqué mi ropa que estaba esparcida por el despacho y me la puse. Cuando me estaba poniendo la americana, oí pasos acercándose, sin duda debía ser Martín, mi Amo.

— ¿Estás lista, princesa? — me preguntó desde el quicio de la puerta.

— Sí, lista, señor.

— Bien, despídete de Amo Boss.

Obedecí y acercándome a mi jefe, le di un tierno beso en la mejilla y le dije:

— Hasta mañana Amo Boss.

— Hasta mañana, Sumisa secretary — dijo él.

Y cogidos de la mano, Martín y yo salimos de aquel despacho.

Mientras nos dirigíamos al ascensor, Martin me dijo:

— Ha sido una buena sesión, ¿verdad?

— Sí — le respondí recordando cada minuto de lo sucedido en aquel despacho.

— ¿Te gusta como te folla Amo Boss? — me preguntó. Parecía una pregunta extraña, no sé, me incomodó un poco, pero mi Amo era así, quería saberlo todo, quería conocer todos mis sentimientos, mis pensamientos.

— Sí, Señor.

— A mí me gusta ver como te folla, es tan salvaje. Me encanta y tengo unas cuantas ideas para los próximos días.

Y es que en realidad a mi Amo le gustaba verme en los brazos de otros hombres y desde que habíamos descubierto que mi jefe le iba eso de la sumisión, mi Amo, había visto el cielo abierto.

Las puertas del ascensor se abrieron y entramos. Y en cuanto volvieron a cerrarse, Amo Klaus, me arrinconó contra la pared y me besó.

— Te deseo tanto — musitó sobre mi boca cuando rompió el beso.

Yo suspiré. Yo también lo deseaba, pero sabía que no debía decírselo. Llegamos al parking y las puertas del ascensor se abrieron. Salimos y nos dirigimos hacia la plaza número 30. Allí estaba el coche, pero yo sabía tan bien como mi Amo que no entraríamos en el coche, no inmediatamente.

A solo unos centímetros del coche, Amo Klaus me cogió del brazo, me empujó hacia la parte delantera, me hizo doblar sobre el capó y sujetándome con fuerza por el cuello, me ordenó:

— Levántate la falda.

Yo obedecí, levantándome la falda y dejando mi culo desnudo.

Sentí su mano acariciando suavemente mi culo, descendió hasta mi sexo y lo acarició suavemente. Se colocó tras de mí, guio su sexo hasta el mío y suavemente me penetró. Gemí al sentir como se abría camino dentro de mi sexo. Me sujetó por las caderas y empezó a moverse dentro y fuera, dentro y fuera, de un modo salvaje, animal. Generalmente, lo hacía así, sobre todo siempre después de verme follando con otros hombres. Yo trataba de no moverme, pero el placer que sentía no me dejaba estar quieta, quería más, necesitaba más y sin duda, Amo Klaus sabía como dármelo. Siguió empujando una y otra vez, cada vez más rápido, empujando con fuerza, hasta que finalmente nos corrimos ambos casi al mismo tiempo.

Tras eso, se incorporó, se arregló y me ordenó.

— Vístete y vámonos.

Obedecí, subimos al coche y salimos de allí en dirección a casa.