Al levantar la vista, lo vi en el fondo del aula, riendo animadamente con su mejor amigo, Toni. Pablo le mostraba algo en su móvil, y la forma en que Toni abría los ojos con asombro y luego me miraba de reojo, hizo que la sangre se me helara. ¿Sería posible? ¿Le estaba enseñando la foto que me había tomado en la ducha? La idea de esa imagen circulando, incluso entre unos pocos, me revolvió el estómago. La excitación de la anticipación se mezcló ahora con un miedo creciente. La noche prometía ser más complicada, y más expuesta, de lo que había imaginado.
Las horas se arrastraron con una lentitud exasperante. A mediodía, me dirigí al despacho de Fernando. Tenía que informarle de la cita con Pablo en la biblioteca, un paso más en el intrincado juego que él orquestaba.
— Muy bien, cuando termines con él te estaré esperando aquí — dijo, su voz grave, marcando la pauta de lo que vendría después.
— Sí, Señor — respondí, sintiendo el familiar escalofrío de la anticipación.
Cuando las clases terminaron por fin, me refugié en mi escritorio, intentando sumergirme en la corrección de deberes. Pero mis ojos se desviaban constantemente hacia el reloj, cada minuto una tortura, cada tic-tac acercándome a la hora acordada, a ese encuentro en la biblioteca que prometía llevar la audacia de nuestros juegos a un nuevo nivel.
Y por fín, llegó la hora. Como Pablo me había pedido, me desnudé y me puse solo la gabardina. Después me deslicé por el pasillo hacía la biblioteca. Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas mientras me acercaba, la gabardina ligera rozando mis muslos. Al asomarme, vi a Pablo. Estaba solo, sentado en una de las mesas de lectura, absorto en un libro. Un suspiro de alivio se me escapó, al no ver a Toni de inmediato, aunque la expectativa de su aparición seguía ahí, un nerviosismo excitante.
Entré, el suave crujido de mis pasos sobre la moqueta me parecieron demasiado ruidoso en el silencio. Pablo levantó la vista, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que me absorbió. No hubo palabras. Solo se puso de pie, y de la mochila que descansaba a sus pies, sacó una venda de tela oscura. La desplegó lentamente con movimientos calculados, mi pulso se aceleró.
— Tus ojos, Srta. Luz — su voz fue un murmullo bajo, apenas audible, pero cargado de una autoridad que me hizo temblar.
Me acerqué a él, mis manos ligeramente temblorosas. Cerré los ojos antes de que la venda se posara, sintiendo su tacto suave y firme mientras la ataba con cuidado. La oscuridad me envolvió de inmediato, intensificando el resto de mis sentidos. El leve olor a libros viejos y a la colonia de Pablo se hizo más pronunciado. Sentí el calor de su cuerpo cerca, la anticipación tensando cada músculo de mi piel. El juego había comenzado, y ahora estaba completamente a su merced, ciega a lo que me esperaba.
La oscuridad era absoluta, pero el resto de mis sentidos se agudizaron hasta lo insoportable. Sentí la mano de Pablo posarse suavemente en mi brazo, guiándome. Cada paso era una incertidumbre, el suave roce de la moqueta bajo mis pies, el eco de mis propios pasos que me indicaba lo vasto y vacío que estaba el lugar. El olor a papel viejo y a barniz de madera se mezclaba con la persistente colonia de Pablo. Él me guio hasta una silla, y me sentó con delicadeza, la tela fría bajo mis muslos desnudos.
La espera se extendió, el silencio de la biblioteca casi opresivo, roto solo por el latido frenético de mi propio corazón. Podía escuchar la respiración de Pablo muy cerca, su presencia era un fuego latente a mi lado, pero él permanecía inmóvil. La tensión era casi insoportable, cada segundo una eternidad de anticipación. De repente, sentí un roce frío en mi cuello. Un gemido se escapó de mis labios al reconocer el tacto metálico: el collar. Pablo lo abrochó con un clic suave, y el peso familiar de la cadena pendiendo de él me envolvió.
Un tirón firme en la cadena me indicó la dirección. Pablo me guio, mis pasos inciertos en la oscuridad, hasta lo que me pareció el final de la biblioteca, un rincón oculto tras una de las grandes estanterías repletas de libros. Y entonces lo sentí: un olor diferente, una colonia de hombre, más intensa que la de Pablo, pero extrañamente familiar. Mi vello se erizó.
Luego, unas manos que no eran las suyas se deslizaron sobre mis hombros. Sentí el suave movimiento de la gabardina al ser desabrochada y abierta, una brisa fresca en mi piel que confirmaba mi exposición. Luego la deslizó por mis hombros quitándomela. Podía sentir una mirada fija en mí, intensa, devorándome.
— ¡Uhm, qué perra más hermosa! — una voz grave y ronca susurró cerca de mi oído. Mi cuerpo se tensó. Reconocí ese tono, ese acento. Era Toni.
— ¿A que sí? Mi perra es muy hermosa y por la siguiente media hora puede ser tuya — le aclaró Pablo, su voz cargada de una posesión que me hizo arder.
— ¿Y puedo follarla como a una perra, en cuatro? — La pregunta de Toni, llena de una excitación apenas contenida, me heló y encendió al mismo tiempo.
— Claro, toma.
Sentí el leve tintineo de la cadena al ser entregada. No fue Pablo quien dio la siguiente orden, sino Toni, con una voz que vibraba de anticipación:
— En cuatro, perra.
El corazón me golpeaba en el pecho con una fuerza desbocada. La orden de Toni resonó en la oscuridad de la venda, y mi cuerpo, a pesar del miedo, empezó a obedecer casi por instinto. Me puse a cuatro patas sobre la fría moqueta de la biblioteca, sintiendo el aire fresco contra mis nalgas y la parte trasera de mis muslos, ahora completamente expuestas. La vulnerabilidad de mi posición se amplificó con la ausencia de la gabardina.
Sentí el suave tirón de la cadena, una guía invisible que me movió ligeramente hacia adelante. Luego, una mano se posó firmemente en una de mis nalgas, la apretó con posesividad, y la otra se deslizó entre mis muslos, abriéndome. Podía oler sus excitaciones, una mezcla intensa de sus colonias y un aroma más crudo de deseo masculino.
— Así me gusta, perra — susurró Toni, su voz vibrando con una anticipación depredadora, muy cerca de mi oído derecho.
Sentí el roce de algo duro y caliente contra mi entrada, pulsando con impaciencia. La expectación era insoportable, y un gemido bajo se escapó de mis labios.
El roce, apenas una insinuación, se convirtió en una presión firme. Sentí la punta de la erección de Toni buscar mi entrada, caliente y ansiosa. Un jadeo se me escapó mientras él me penetraba lentamente, llenándome con una sensación que me arrancó un gemido ahogado. Mis manos se apretaron contra la moqueta, mi cuerpo tensándose mientras se movía.
Al mismo tiempo, sentí la presencia de Pablo acercarse a mi rostro. Su aliento cálido rozó mis labios, y luego, el roce suave y firme de su polla contra mi boca. No hubo palabras, solo una invitación silenciosa. La entendí. Mi boca se abrió ligeramente, y sentí cómo se deslizaba dentro, llenando mi cavidad con su calor y su longitud.
Era una sinfonía de sensaciones: la penetración profunda de Toni desde atrás, el placer crudo de su embestida, y la suavidad de Pablo en mi boca, pulsando con cada uno de sus movimientos. Estaba atrapada entre los dos, ciega, mis sentidos abrumados por el placer y la transgresión. La biblioteca, con sus estanterías silenciosas y sus libros llenos de historias, se había convertido en el escenario de la nuestra, un juego secreto donde yo era el centro de su deseo.
El ritmo se volvió frenético. Toni embestía desde atrás con una ferocidad que me hacía chocar contra el suelo, cada impacto enviando sacudidas de placer a través de mi cuerpo. Mientras tanto, en mi boca, la polla de Pablo pulsaba, moviéndose con cada una de sus propias estocadas. Estaba completamente llena, mis sentidos abrumados por el calor, el olor, el sabor y la sensación de ambos. Los gemidos escapaban de mi garganta, ahogados por la carne de Pablo, mezclándose con los jadeos y gruñidos de los dos jóvenes.
La cadena alrededor de mi cuello tiraba con cada movimiento, recordándome quién era el dueño de este juego. Mis manos, aún aferradas a la moqueta, se deslizaron un poco con la humedad que ahora me rodeaba. Podía sentir el inminente clímax acercándose, una ola gigantesca que se formaba en mi interior, impulsada por la doble estimulación. La oscuridad de la venda en mis ojos lo hacía todo más intenso, más visceral. Era pura sensación, pura entrega, sin la distracción de la vista.
Sentí una sacudida en el cuerpo de Toni, su ritmo volviéndose más desesperado, y supe que él estaba a punto. Al mismo tiempo, la polla de Pablo en mi boca se endureció aún más, pulsando con una fuerza imparable. Estaba a punto de explotar, de romperme bajo la avalancha de placer.
Un grito ahogado escapó de mi garganta, silenciado por la polla de Pablo, mientras mi cuerpo se arqueaba violentamente. Mis nalgas se contrajeron en espasmos incontrolables, el placer me consumía por completo. Sentí un torrente de calor expandirse dentro de mí cuando Toni soltó un gruñido gutural y se corrió con fuerza, llenándome hasta el fondo. Casi al mismo tiempo, Pablo se tensó, y su polla se endureció aún más en mi boca, pulsando y liberando su propio semen en mi garganta.
Mis convulsiones fueron disminuyendo, dejándome exhausta, sin aliento, pero el eco del placer aún resonaba en cada fibra de mi ser. Mis brazos, aún sujetos, temblaban por el esfuerzo. Los cuerpos de los dos se relajaron a mi alrededor, sus respiraciones pesadas y agitadas, mezclándose con la mía.
La oscuridad de la venda permaneció, pero la ausencia de movimiento y la quietud que siguió a la explosión de placer lo hacían todo más evidente. Sentí que Toni se retiraba de mí, un suave roce al salir, y luego el aire frío golpeó mi piel donde antes había estado su calor. La polla de Pablo también se retiró de mi boca, dejándome con el sabor salado de su clímax.
Unos segundos después, sentí el suave toque de la mano de Pablo en la venda. Me la quitó con cuidado, y la luz tenue de la biblioteca me deslumbró por un instante. Parpadeé, mis ojos ajustándose, y los vi a los dos. Estaban de pie frente a mí, abrochándose los pantalones, sus rostros marcados por la satisfacción y una sonrisa compartida que no dejaba lugar a dudas. La biblioteca, ahora en silencio, guardaba el eco de nuestra transgresión, y mis rodillas, temblorosas, apenas podían sostenerme.
Toni, con una sonrisa cómplice que aún me desestabilizaba, terminó de abrocharse el pantalón. Nos lanzó una última mirada, cargada de picardía, antes de girarse y desaparecer por la puerta de la biblioteca, dejándonos a Pablo y a mí en un silencio denso y cargado. El crujido de la puerta al cerrarse resonó, sellando de nuevo nuestra intimidad, aunque ahora con el eco de una presencia reciente.
Pablo se acercó a mí, sus ojos fijos en los míos. Su expresión era ilegible; no había remordimiento, solo una intensa observación. Me extendió una mano, y yo la tomé, mis dedos entrelazándose con los suyos. El contacto de su piel con la mía, después de todo lo que acababa de pasar, era extrañamente reconfortante. Me ayudó a levantarme, y mis piernas, aún temblorosas, apenas me sostenían.
Él no dijo nada, solo me guio hacia una de las mesas de estudio. Me sentó en una silla y luego se sentó en la de enfrente, observándome en la tenue luz de la biblioteca. El aire aún olía a deseo y a las colonias de ambos, un recordatorio palpable de la transgresión. La gabardina estaba tirada en el suelo, una masa arrugada que ya no ofrecía protección alguna.
El silencio se alargó, pesado con todo lo que acababa de ocurrir. Mis ojos, aún dilatados por la oscuridad de la venda, no se atrevían a desviarse de los suyos. Pablo, con la misma mirada intensa de siempre, fue el primero en romperlo, aunque no con palabras. Levantó una mano y, con un pulgar, limpió suavemente la comisura de mis labios. Me di cuenta entonces del rastro de su semen que aún debía de quedar allí. Un rubor subió por mi cuello.
— Lo has hecho muy bien, Srta. Luz — dijo, su voz baja, casi íntima, una caricia auditiva que me hizo temblar. No era una pregunta, era una afirmación, y en ella no había juicio, solo una aprobación profunda.
No pude responder. ¿Qué se decía después de algo así? ¿"Gracias"? ¿"Me ha gustado"? Mi garganta estaba seca, mis pensamientos un torbellino. Sentí una extraña mezcla de vergüenza y triunfo. Vergüenza por la exhibición, por la sumisión total; triunfo por haber llegado al límite y haber regresado.
Pablo se inclinó un poco más hacia mí.
— Sé lo que estás pensando — susurró, como si leyera mi mente. — Pero esto no es el fin, Srta. Luz. Esto es solo el principio.
Me levanté de la mesa, empezando a caminar hacía la puerta.
— Hasta pronto Srta Luz.
No dije nada, me pesaba tanto hacerle aquello, porque él no sabía nada, no sabía que todo aquello había sido un juego más de Fernando, un juego en el que nos había involucrado a todos y que cada día me daba más asco, porque nos estábamos aprovechando de un pobre chaval que me veía a mí como un sueño hecho realidad, como su sueño, estaba completamente segura. No podía seguir con Fernando, tenía que dejarlo, en realidad, lo mejor iba ser dejarlos a los dos.
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