jueves, 25 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 2

2. SI, SEÑOR

 — ¿Qué? — me preguntó como si no me hubiera entendido, aunque yo estaba completamente segura de que me había entendido perfectamente.

— Bueno, no sé si debería preguntártelo, perdona si te ha molestado, pero me gustaría saber con cuantas chicas has estado antes que yo.

Se acercó a la cama, se sentó sobre ella, y tomó mis manos entre las suyas, poniéndome frente a él.

— Mira antes de responderte a esa pregunta, quiero decirte que por ninguna he sentido nada, de verdad, y que si estuve con ellas fue porque no quería llegar a este momento sin tener ninguna experiencia en el sexo. Además soy un hombre, y no soy de piedra — trató de justificar.

Me senté a su lado y dejando que jugara con mi mano entre las suyas, le dije:

— No, sí lo entiendo y si yo hubiera podido, quizás hubiera hecho lo mismo, pero ya sabes que allí en nuestro pueblo era casi imposible. Pero es solo por curiosidad.

— Han sido solo unas seis o siete, no más, y de alguna no recuerdo ni el nombre. —confesó finalmente — Nunca estuve más de unos meses con ellas, y con alguna no llegué ni a unas semanas.

— Está bien — le dije, acariciando su mejilla.

— Mira, no creo en el amor — dijo con dureza — por eso no me he enamorado nunca. He visto lo que hace el amor en la gente, y no es algo que quiera en mi vida, por eso acepté lo de nuestro compromiso, no quiero enamorarme y no voy a hacerlo, sí, sé que entre nosotros puede haber cariño y creo que eso será suficiente para tener un matrimonio feliz, por lo menos así ha sido el de mis padres y siguen felizmente casados y juntos, igual que los tuyos. En cambio aquí, en Estados Unidos, donde la gente se casa por amor, ¿sabes cuantos matrimonios he conocido que han roto? Más de los que puedo contar con los dedos, así que no quiero eso para nosotros. ¿Vale?

— Está bien — le respondí, tratando de asimilar su punto de vista aunque no estuviera totalmente de acuerdo con él. Pues como romántica incorregible que era, para mí el amor era lo que movía el mundo y era algo esencial en una pareja.

Y tras aquella conversación, me dejó de nuevo sola en la habitación.

Aquella noche, después de pedirle permiso a mi padre para que pudiéramos salir a solas los dos, bajamos a su restaurante. Era un restaurante pequeño de comida rusa muy coqueto. Nos prepararon una mesa en una especie de privado, donde solo estaríamos él y yo. Obviamente, me había puesto el vestido que él me había regalado. Sus ojos al verme con él puesto se iluminaron de una manera que sin duda indicaban que le gustaba y eso me agradó y me hizo pensar que quizás no todo estaba perdido. Por el momento, no le era indiferente.

Tras sentarnos en la mesa Andrey me dijo que era lo que íbamos a comer:


— He pedido que preparen primero unos Pelmeni de carne, y Kotlety y de postre Ponchik, espero que te guste. Mi ayudante es muy bueno cocinando, es un viejo compañero de la escuela de cocina, y es del mismo Moscú, lleva aquí ya muchos años.

Todo eran platos típicos de Rusia. Y estaba ansiosa por probar la comida de su restaurante.

— Seguro que estará todo muy bueno.

Nos trajeron el primer plato y mientras empezábamos a comer me dijo:

— Tengo un regalo para ti — Sacó un paquete de debajo de la mesa y me lo entregó.

— ¿Otro regalo? — exclamé.

— Sí, ábrelo, por favor.

Había un teléfono móvil, al verlo me quedé sorprendida, jamás había tenido uno.

— ¿Es para mí? — le pregunté.

— Sí, para que podamos comunicarnos y puedas llamarme cuando necesites cualquier cosa o simplemente me eches de menos. Y también para llamar a tus amigas, que seguro las echarás de menos.

— Gracias, ya las estoy echando de menos a decir verdad — le dije, lanzándome sobre él para besarle, lo que le pilló por sorpresa.

Y no sé como, pero nuestros labios se rozaron, se tocaron y entonces, me sentí envuelta en un apasionado e intenso beso que hizo que todo mi cuerpo temblara. Cuando rompió el beso respondió:

— No hay de que, tú te lo mereces todo — dijo gentilmente.

— ¿Sabes que nunca he tenido nada como esto?

— Ya lo supongo, allí de donde venimos hay muchas cosas que no teníamos y que aquí si podemos tener, por eso no quise volver al pueblo cuando terminé los estudios. Luego te enseñaré como funciona, ¿de acuerdo?

— Si, Señor — le dije y vi como todo él se tensaba.

— No me llames así, suena muy formal. Llámame por mi nombre, Andrey.

— Sí, claro, perdona.

— Cuando terminemos de cenar iremos a un pub, he quedado allí con mis amigos y quiero que los conozcas.

— Sí, claro.

Terminamos de comer y luego nos dirigimos al local que él había dicho. Estaba a las afueras de la ciudad, desde fuera parecía una discoteca normal y corriente, había un letrero de neón en la puerta que ponía "Catacumbas". Nada más entrar ya empecé a sentirme nerviosa y emocionada, pues nunca en mi vida había estado en un lugar como aquel. La música sonaba fuerte, las luces cambiaban a cada segundo de color. Y había un olor extraño que no sabía determinar que era. Andrey me llevaba de la mano y yo iba un paso detrás de él.

Vi una chicas que nos saludaban y junto a ellas había también un par de chicos, Andrey dijo:

— Mira allí están mis amigos — señalándolos.

Nos dirigimos hacia donde estaban ellos y Andrey me los presentó:

— Estos son Nikolay y Mary y ellos, Fred y Karen.

Los saludé. Nikolay era ruso como nosotros, pero Fred, Karen y Mary era evidente que no lo eran. Karen era pequeña, bajita, pero tenía muy buen cuerpo, el pelo negro y unos ojos negros preciosos. Mary era todo lo contrario, alta, rubia y delgada y Fred era alto y grande, musculado y con el pelo castaño y los ojos marrón almendra. Mary me preguntó:


— Tú también eres rusa, como ellos ¿no? — dijo indicando a Nikolay y Andrey.

— Sí, ella es del mismo pueblo que yo — apuntó Andrey.

— ¡Ah! Karen, Fred y yo somos de aquí, del mismo Nueva York — apuntó Mary.

Nos sentamos en el reservado que estaban y en cuanto lo hicimos, Andrey volvió a coger mi mano que había soltado para saludar a sus amigos y susurrando en mi oído me dijo:

— Tranquila, no me separaré de ti esta noche.

Aquello me tranquilizo un poco, porque estar en aquel lugar con gente a la que no conocía absolutamente de nada, me ponía realmente nerviosa. Todo aquello era muy diferente a lo que había conocido hasta ese momento. Y no era solo porque estuviera en un país diferente al mío, sino porque además estaba en una gran ciudad, cuando yo venía de un pequeño pueblo de Rusia.

— ¿Y qué te parece Nueva York? — me preguntó Karen.

— No sé, no he visto mucho. Aunque lo poco que he visto me parece todo grande — le dije.

Karen se rió.

— Claro, tú vienes de un pueblo pequeño, ¿verdad? Nada que ver con todo esto.

— Eso es. Pero me gustaría conocer Nueva York — apunté.

— Pues ya sabes que yo no tengo mucho tiempo, tengo que trabajar — apostilló Andrey.

— Mira yo mañana tengo el día libre ¿qué te parece si vamos a ver la Estatua de la Libertad juntas? — se ofreció Karen.

Miré a Andrey, en cierto modo, para pedirle permiso y le pregunté:

— ¿Puedo?

— Claro que puedes. Así os conoceréis mejor, Karen es muy buena amiga mía y quizás también lo podría ser tuya.

— ¿No tengo que trabajar contigo, en el restaurante? — le pregunté, pues en eso habíamos quedado desde que sabíamos que yo iría a vivir con él.

— No, mañana no, y ya hablaremos de eso — dijo Andrey — Eso sí, primero tenemos que llevar a tu padre el aeropuerto y despedirnos de él.

— Entonces, ¿qué tal si voy a buscarla a las 10? — Preguntó Karen.

— Perfecto — respondió Andrey. En aquel momento, me sentí como una niña al lado de Karen y todos los demás, y como si Andrey fuera mi padre, decidiendo por mí y dando permiso a sus amigos para que me sacaran a dar una vuelta.

Había pensado que las cosas cambiarían mucho cuando estuviera en Nueva York, pero por el momento lo único que había cambiado es que ahora en lugar de ser mi padre quien decidía por mí, lo hacía Andrey. Andrey me miró con condescendencia, al ver mi cara de decepción en aquel momento. Me apretó la mano y después me sacó a bailar a la pista de baile, pues estaban poniendo una balada. Me cogió entre sus brazos y sentí su cuerpo pegado al mío, me miró a los ojos y entonces me besó, mientras lo hacía sentí como crecía su erección y esta vez, yo también me excité al sentir sus labios. Le deseaba como nunca antes había deseado a nadie, pero…

— Cuando volvamos a casa… — dijo simplemente Andrey, pues él también había notado mi excitación.


Afirmé con la cabeza y seguimos bailando. Tenía un montón de preguntas por hacerle, pero en ese momento no me atrevía a preguntarle.

Una hora más tarde decidimos dejar la discoteca y volver a casa, ya que al día siguiente debíamos levantarnos temprano. Cuando llegamos a su casa, entramos por el restaurante, y antes de subir a la casa, Andrey quiso comprobar que sus empleados lo habían dejado todo como debían, es decir, los platos limpios y recogidos, las mesas igualmente, recogidas, y todo correctamente puesto en su lugar. Mientras comprobaba eso, yo me quedé en la zona del bar, sentada en una de las banquetas. Cuando terminó de revisar, vino hasta donde yo estaba.

— Ya podemos subir, está todo bien.

— ¿Haces esto cada noche? — le pregunté curiosa.

— Cada noche que me voy de fiesta y los dejo solos, sí. Tengo que hacerlo, si no no duermo tranquilo.

— Ya veo.

Andrey estaba frente a mí, y desde que habíamos bailado pegados en la discoteca, no había podido dejar de sentirme excitada, ni había olvidado la promesa que me había hecho de que cuando volviéramos a casa… Así que lo cogí por la cintura, tiré de él acercándolo a mí y lo besé mientras le rodeaba con mis piernas.

— No sé si es buena idea hacerlo aquí — dijo Andrey resistiéndose.

— Pues arriba no podemos subir, mi padre puede oírnos — me quejé yo.

— Tienes razón, pero, supongo que aún eres virgen y no sé, lo ideal en una primera vez sería hacerlo en una cama ¿no crees? Y no es que no tenga ganas, ¿eh?, que las tengo y muchas, desde que te vi en el aeropuerto ayer por primera vez, buff.

Así que yo también le gustaba a él, y se sentía atraído por mí, eso me hizo sentir halagada y que de verdad había valido la pena hacer todo aquel viaje hasta allí.

— Ya lo sé, tontín — le dije — pero no sé, hay otras cosas, otras maneras de hacer el amor ¿no? — me insinué, pues no tenía intención de rendirme tan pronto.

Quería sentir sus manos sobre mí, quería saber lo que se sentía cuando un hombre te acariciaba, te besaba y te poseía, hacer lo que mis amigas hacían con sus novios y que yo aún no había tenido oportunidad de probar

— Sí, es cierto.


Y entonces, tomando el mando de la situación, Andrey me hizo bajar del taburete, me puso de espaldas a él, y sentí como subía mi vestido hasta la cintura e introducía sus manos por la cinturalla de mis braguitas, hasta llegar a mi sexo. Empezó a acariciarlo suavemente, trazando círculos sobre mi clítoris, haciéndome estremecer. Todo mi cuerpo tembló. Sentí como pegaba su cuerpo al mío, y pegaba su miembro erecto a mi culo y se rozaba contra él al ritmo de las caricias de su mano sobre mi sexo. Empecé a sentir el placer, su aliento en mi oído y su cuerpo pegado al mío, dándome calor a la vez que me daba aquel placer, era maravilloso.

— ¿Es esto lo que querías, putita? — me preguntó, sorprendiéndome con el insulto y el tono que estaba usando, aunque me gustó.

— Sí — gimoteé.

— Pues a partir de hoy vas a ser mi putita — me dijo, sin dejar de acariciarme y llevarme hasta el éxtasis.

— ¡Oh, sí! — musité.

— Sí, Señor, vas a decir — añadió, dándome una palmada en mi sexo.

— Sí, Señor — obedecí, haciendo que aquello aún me excitara más y terminará alcanzando el mejor orgasmo que nunca antes hubiera tenido.

Tras eso, me sentí extraña, bien, pero extraña, había descubierto en mí y en él algo que ni siquiera había imaginado que existiera, y me había hecho sentir bien, libre, feliz.

— Vamos para arriba — musitó Andrey cuando vio que estaba ya recuperada.

— Sí, Señor — dije, y entonces sonrió.

Era la primera vez desde que había llegado, que le veía sonreír con verdadera felicidad. Me cogió de la mano y subimos por las escaleras, mientras me decía:

— Creo que vamos a entendernos muy bien, tú y yo.

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