sábado, 27 de noviembre de 2021

A TI TE ENTREGARÉ TODO LO QUE SOY. CAPITULO 3

3. NUEVA YORK  

Al día siguiente, el despertador sonó muy temprano, teníamos que llevar a mi padre al aeropuerto. Por fin, Andrey y yo nos quedaríamos solos en la casa y en EUA, lo que nos daría más libertad. Aunque lo sucedido la noche anterior en el restaurante, me había dado una idea de como sería más o menos. Y la verdad, me había gustado, más que gustado, había disfrutado como nunca.

Desayunamos los tres juntos y después llevamos a mi padre al aeropuerto. Por supuesto, la despedida fue dura de nuevo:

— Nos veremos pronto hija, ya lo verás. Para la boda de tu hermana — me dijo mi padre tratando de tranquilizarme.

— Pero aún faltan meses para eso — me quejé.

— Bueno, igual podemos ir antes — sugirió Andrey.

— Y tú cuídala — le advirtió mi padre a Andrey.

— Descuide. La trataré como a una princesa. Se lo prometo - dijo mientras mi padre y yo nos abrazábamos.

Se hacía difícil separarnos, pero éramos conscientes que teníamos que hacerlo. Y por primera vez en mi vida iba a estar lejos de mi familia, de mis padres y de mi mundo, de todo lo que me había rodeado hasta entonces. Sabía que en cierto modo y en ciertos momentos me sentiría sola.

Tras eso, mi padre salió hacia la puerta de embarque. Andrey me abrazó tratando de reconfortarme. En ese momento sentí que terminaba una etapa para mí y empezaba otra nueva. Dejaba atrás a una niña que en unos pocos días se había convertido en una adulta. Me sentía como si estuviera dando un salto de un edificio a otro, y bajo mis pies hubiera un gran precipicio.

Tras despedirnos de mi padre, nos fuimos al restaurante.

Entramos en el restaurante cogidos de la mano, y nada más hacerlo todos me miraron. Me sentí tan observada que no pude evitar esconderme tras Andrey, generalmente no me gustaba que la gente me observara, y ser el punto de atención y en aquel momento me hizo sentir como una niña asustada, los diez o doce empleados que tenía Andrey en su restaurante me observaban con curiosidad. Andrey se dio cuenta, y llamando la atención de sus empleados, les dijo:

— Bien, os presento a Irina, mi prometida. A partir de hoy la veréis por aquí casi a diario.

— Hola, Irina — respondieron todos los empleados.

Saludé con la mano tímidamente y sonrojándome. Estaba tan nerviosa que sentía que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Quizás por eso, apreté la mano de Andrey con más fuerza.

— Bien, ahora sigan con su trabajo — ordenó Andrey a sus empleados — Ven, voy a presentarte a Mijail, él es mi mano derecha aquí — dijo mientras entrabamos de nuevo en la cocina. Nos dirigimos hacia la zona donde estaba los fogones.


Había un chico rubio, alto y casi tan grande y atractivo como Andrey.

— Este es Mijail, está es Irina, mi prometida. El chico se limpió las manos en un trapo y me tendió una de ellas que yo le estreché, mientras me miraba de arriba a abajo.

— Hola, y bienvenida — me dijo el chico.

— Gracias.

— Así que tú eres del mismo pueblo de Andrey.

— Sí — respondí tímida.

— Yo soy de Moscú. Ya verás como te adaptas rápidamente a la vida aquí, aunque poco tiene que ver con la vida en tu pequeño pueblo, eso también lo verás.

Sonreí amablemente. Vaya manera de darme ánimos tenía el chico, más bien, estaba consiguiendo el efecto contrario.

Después volvimos al comedor y yo me quedé en la barra sentada en un taburete para esperar a Karen. Mientras lo hacía, observaba todo el movimiento que había en el restaurante, como los camareros preparaban las mesas, colocando manteles, cubiertos etc. Andrey iba de un lado a otro supervisando todo el trabajo. Se le veía serio y concentrado en todo lo que tenía que hacer, parecía que se tomaba muy en serio lo que hacía, aunque supongo que era normal. Aquel era su negocio y de eso vivía.

 Media hora más tarde apareció Karen. Decidida y altiva como era ella.

— Hola, guapa, ¿qué tal? — entró en el local como un huracán y todos los hombres que había allí se la quedaron mirando.

Llevaba una minifalda estrecha, y un top que le marcaba perfectamente las tetas, por encima llevaba una chaqueta de cuero, zapatos de tacón y un bolso a juego. Iba sexy, pero con clase, con glamour, por un segundo la envidié y deseé ser como ella.

— ¿Estás lista? — me preguntó.

— Sí, totalmente.

— ¿Y tu hombre donde está? — preguntó, pero no hizo falta ni decírselo, porque enseguida apareció Andrey detrás de la barra.

— Hola, Karen — la saludó y mirándola seriamente añadió — Cuídamela, ¿quieres? Que no está acostumbrada a estar en una ciudad tan grande, ¿vale?

— Descuida, he preparado un pequeño tour por Manhattan hoy, comeremos en Central Park, así que si te apetece venir a comer con nosotras solo tienes que llamarme — le dijo Karen — pero no te preocupes, está totalmente segura conmigo.

De nuevo, hablaban entre ellos como si yo no estuviera allí o fuera una niña pequeña.

— No, no creo que pueda ir, hoy vamos a tener lío aquí en el restaurante.

— Bien, pues nos vamos ya.


Salimos del restaurante y cogimos el metro que nos llevó hasta Manhattan, primero vimos la estatua de la Libertad, que era grande y majestuosa, una preciosidad, situada en medio del mar, en una pequeña isla frente a Manhattan y Brooklyn, tuvimos que coger un ferry para poder acceder a ella. Subimos hasta la corona desde donde se veía toda la ciudad. Después fuimos a ver el museo en memoria al 11 de septiembre y finalmente al Central Park. Obviamente, para mí que casi no había salido de mi pueblo, una ciudad tan grande como aquella era como un caramelo para un niño. Todo me parecía increíble y maravilloso, las tiendas, los restaurantes, las casas, las calles, todo tenía algo y me hacía sentir pequeña, como una hormiguita en un mundo donde todo era enorme. Andrey me había enseñado como se hacían fotos con el móvil, así que hice un montón de casi todo lo que veía y me parecía curioso o divertido. Karen no hacía más que decirme que dejara de hacer fotos o llegaríamos tarde. La verdad es que como amiga era maravillosa y congeniamos muy bien desde el principio.

Como había dicho Karen, la última parada fue en Central Park. Me pareció una pasada aquel parque tan grande, ya que en mi pequeño pueblo no había ni siquiera un parque, solo las montañas a su alrededor. Primero paseamos por el parque y luego decidimos parar en una zona de acampada para comer. Karen había comprado comida para llevar en un supermercado cercano al parque.

— ¿Qué te ha parecido lo que hemos visto hoy? — me preguntó Karen mientras estábamos sentadas comiendo.

— Maravilloso. Jamás había visto un parque tan grande como este. Y la estatua de la Libertad es maravillosa, enorme, mucho más grande de lo que imaginaba.

— Ya, supongo. Y con tu prometido ¿qué tal? — me preguntó desviando el tema.

— Bien, la verdad es que bien, tenía miedo que no gustarle o de que él no me gustara a mí, pero no ha sido así, sino todo lo contrario — le dije.

— Me alegro y espero que de verdad lo vuestro funcione, porque Andrey es un gran tío y en todo este tiempo solo ha ido de flor en flor sin involucrarse con nadie. No cree en el amor ¿lo sabes? — me preguntó mientras miraba a lo lejos.

— Sí, me lo dijo ayer, pero no sé, en nuestro pueblo casi nadie se casa por amor — le dije.

— Ya, pero me parece muy triste. Vivir sin amor, no sé.

Y entonces giró su cara hacia mí, mirándome con pesar.

— No se trata de vivir sin amor, sino de vivirlo de otra manera — traté de explicarle — entre nosotros hay cariño, amistad, esa es otra forma de amor ¿no?

— Sí, supongo — afirmó dándome la razón — ¿Sabes que estuvimos juntos durante un tiempo él y yo?

— ¿Andrey y tú? — le pregunté, no lo sabía y él no me lo había contado.

— Sí, fui su sumisa ¿lo sabes, no?, que le gusta el BDSM.

— Sí, claro — le respondí poniéndome roja, era algo que sabía por lo que otros me habían contado, pero aún no lo había hablado con él.

No obstante, prefería que ella no lo supiera, no quería que me viera como una niña tonta e inocente. Aun así me incomodaba un poco hablar de aquello y supongo que ella se dio cuenta por qué cambiando de tema dijo:

— ¿Qué tal si volvemos a casa?

— Sí, será lo mejor.

Volvimos a casa con el metro. Viajar en metro me parecía también algo extraordinario; como mucho hasta ese momento había subido en un tren, pero nunca en uno que iba siempre o casi siembre bajo tierra, por debajo de la ciudad. Sin duda, Nueva York era una ciudad fascinante, o por lo menos a mí me lo parecía, aunque supongo que si en lugar de estar en Nueva York hubiera estado en cualquier otra ciudad, también me hubiera parecido fascinante.

Cuando llegamos al restaurante el turno de comidas de mediodía ya había terminado, eran casi las cuatro, así que no había casi nadie en el restaurante.

— Hola, ya estamos aquí — anunció Karen.

— Hola — respondió Andrey sacando la cabeza por la puerta que dirigía a la cocina, y al ver que éramos nosotras salió — ¿Cómo ha ido?


Se acercó a mí y me dio un tierno beso en los labios a modo de saludo.

— Fantástico, ha sido increíble — le dije yo — me encantó Central Park y la estatua de la Libertad. Hice un montón de fotos con el móvil — le expliqué.

— Me alegro. Bueno, tú y yo tenemos que hablar, jovencita — dijo Andrey abrazándome.

— Sí, y yo tengo que irme, he quedado con Fred, ha sido un día genial, Irina, otro día iremos de compras.

— Vale, gracias por todo Karen.

Nos dimos un par de besos como despedida y Karen salió del restaurante. Andrey me cogió de la mano entonces y empezó diciendo:

— Bueno, sé que desde que llegaste has pensado que trabajarías aquí conmigo — empezó, explicándome mientras me llevaba hasta una de las mesas del restaurante.

— Sí, así es — dije, mientras él apartaba una de las sillas y me ofrecía que me sentara en ella. Me senté.

— Pues no va a ser así, pero es que tu padre me dijo que tu sueño era ser fotógrafa y yo he pensado que podrías estudiar un grado de Audiovisuales en la universidad y yo te lo pagaría — se sentó en la silla que quedaba en frente de mí.

Me quedé petrificada, Andrey se estaba ofreciendo para pagar mis estudios, aquello era más de lo que jamás hubiera imaginado que haría por mí.

— ¿Lo dices en serio? — le pregunté sin acabar de creerme lo que me estaba diciendo.

— Totalmente, lo hablé con tu padre el otro día y le pareció perfecto. Vale, que en un principio él me dijo que quería pagármelo, que no aceptaría si yo no aceptaba que él me pagara aunque fuera poco a poco, pero entonces le dije que su forma de pagarme o mejor dicho la tuya sería que tú trabajarías aquí, pero no me parece justo y además, si trabajas no tendrás tiempo para estudiar, así que eso, no vas a trabajar aquí.

— Pero de todos modos, debo pagártelo de algún modo ¿no crees? — me ofrecí, pues era el pacto al que había llegado con mi padre y además tampoco quería abusar y quería ganarme las cosas por mi misma, tener que dejar de depender de todo el mundo.

— Sabía que me ibas a decir eso y he estado pensado, que puedes pagarme siendo mi sumisa — soltó así, como el que suelta un globo o no sé, el menú de la semana.

— ¿Yo, qué? — le pregunté nerviosa, incrédula, no sé, de repente me sentí como una niña que no era capaz de pensar ni discernir que estaba pasando, qué acababa de pedirme; aunque en realidad lo sabía perfectamente y esperaba que en algún momento lo hiciera, pero ese momento había llegado de una manera muy inesperada para mí.


— Quiero que seas mi sumisa, bueno, mejor dicho, que aprendas a ser mi sumisa, con eso me sentiré suficientemente pagado.

— Pero yo, no sé nada de eso, bueno, lo que he oído y leído en algún libro, pero... — traté de justificar.

— Sé que puedes hacerlo, que lo harás, anoche lo demostraste fehacientemente. Debo confesarte que la de anoche fue una de las mejores experiencias que he tenido con una sumisa inexperta, además si vamos a casarnos... no quiero que seas de otro, quiero que lo compartamos todo, absolutamente todo y eso incluye también el sexo y para eso, tienes que aprender a ser mi sumisa, porque la dominación es parte de mí — me confesó.

— No sé qué decir. Me siento... no sé. Yo también quiero compartirlo todo contigo y ser tu sumisa.

Entonces me besó como nunca antes me había besado. Sentí su lengua barriendo mi boca y su mano en mi cuello, sujetándome frente a él, haciéndome sentir protegida y querida. Jamás hubiera imaginado un principio como aquel para mi vida en Nueva York, estaba siendo muchísimo mejor de lo que había imaginado. Sobre todo, porque llena de miedos por él, y por lo que podría suceder entre nosotros, jamás hubiera imaginado que aquello tomaría el camino que estaba tomando. Había imaginado que todo sería más difícil o por lo menos, difícil, porque no solo me enfrentaba a vivir en una ciudad y además una de las ciudades más grandes del mundo, sino que también me enfrentaba a vivir con alguien que ya tenía una vida hecha y unos planes para esa vida en lo que quizás no me hubiera incluido a mí, a fin de cuentas, nos habían prometido nuestros padres cuando apenas éramos unos adolescentes.

— Mañana iremos a matricularte ¿te parece bien?

— Sí — acepté aún un poco sorprendida por todo aquello.

Y justo en ese momento apareció el chico encargado del bar. Faltaba sólo una hora para que volvieran a abrir la cocina y por tanto el restaurante para las cenas, así que el barman siempre llegaba antes para ir preparando las bebidas, las mesas, etc.

— Buenas tardes, Sr. Petrov

— Buenas tardes, Ivan — Le dijo Andrey y luego dirigiéndose a mí me dijo: — Anda sube a casa y cambiate de ropa, cenaremos aquí en menos de media hora.

— ¿Ya, tan pronto? — le pregunté sorprendida.

— Sí, claro, nosotros cenamos antes de que venga la gente a cenar, porque si lo hacemos luego, sería ya muy tarde. Y a partir de hoy, tú cenarás y comerás siempre conmigo y con todo el personal, ¿de acuerdo?

— Sí, Señor — le dije medio en broma.

Él me sonrió pícaramente y luego subí a la que ya era nuestra casa, me tomé una ducha y tras eso busqué un vestido que fuera apropiado para cenar en el restaurante con sus empleados. No quería que fuera muy formal, pero tampoco demasiado informal, al final encontré un vestido rojo de tirantes, que me quedaba como un guante y me puse una chaqueta blanca de manga tres cuartos encima.

Al verme bajando por las escaleras, Andrey se quedó anonadado, sin poder reaccionar, hasta que el barman le dio un pequeño codazo en el brazo, se acercó a la escalera y tendiéndome la mano dijo:

— Estás preciosa. Ven, la mesa ya está lista.

2 comentarios:

  1. Seguí con mucha atención los dos anteriores Capítulos. Sensacional!
    Me encantan estos relatos.
    Gracias por compartir tan interesante contenido erótico.
    Saludos
    Carla Mila

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