1. LA DESPEDIDA
Las despedidas siempre son tristes y nunca me han gustado, pero despedirme de mi madre, mi hermana y mis amigas, era lo más duro a lo que me había enfrentado nunca, pero a pesar de eso, estaba dispuesta a aceptar mi destino. A fin de cuentas, era necesario aquel viaje, para que tanto yo como mi familia consiguiéramos tener un futuro mejor. Y un futuro junto al hombre que mis padres habían elegido para mí.
Nací en un pequeño pueblo de Rusia, un lugar donde ni siquiera llega internet, donde hace cuatro días que tenemos luz y donde los matrimonios se arreglan cuando la mujer cumple los 12 años. El mío fue arreglado hace ya ocho, con un chico del pueblo, en realidad era vecino, Andrey. Yo tenía doce años, como he dicho y él 17. Entonces, yo era una niña, delgada, alta, rubia, ojos azules y él también era alto, delgado y desgarbado. Lo recuerdo como un chico poco agraciado.
Tres años después de que nuestros padres nos prometieran él abandonó el pueblo, se fue a EUA, para estudiar, quería ser cocinero y puesto que sus padres se lo podían permitir, le enviaron allí; eso sí, con la promesa de que cuando volviera al terminar sus estudios, nos casaríamos. Pero en lugar de volver, decidió quedarse en Estados Unidos, primero estuvo trabajando allí como cocinero en un restaurante ruso y después cuando hubo ahorrado un poco, abrió su propio restaurante, así que llegado el momento les dijo a mis padres y a los suyos, que porque no me enviaban a mí para allá con él, que conviviríamos un tiempo juntos y si la cosa funcionaba nos casaríamos. A mí me pareció una muy buena idea, a fin de cuentas, nos veíamos poco, solo cuando él venía en verano y ya hacía un par de años que no venía, y no sabíamos si nos llevaríamos bien, si congeniaríamos, en fin, que no me parecía nada mal tener un periodo de prueba. A nuestros padres, no les gustó tanto la idea, pero poco a poco él supo ir convenciéndolos, y por eso finalmente, decidimos que yo volaría a EUA para reunirme con él. Eso sí, mi padre me acompañaría hasta allí y me dejaría con Andrey después de ver como y donde vivía, claro está. Quería asegurarse de que dejaba a su hija en buenas manos.
Tuve que despedirme también de mis amigas, Anastasia y Katia. Éramos amigas casi desde que nacimos, y éramos inseparables. El hermano de Katia, estaba prometido con mi hermana mayor Esvetlana y pronto iban a casarse, ya habían empezado los preparativos para la boda. Ella me había advertido:
— Ten cuidado con ese Casanova — decía Katia — que dicen que las tiene a todas loquitas.
Ella lo sabía porque su hermano había estado un tiempo en Estados Unidos, viviendo con Andrey. Y en ese tiempo, había estado con una media docena de chicas (Obviamente mis padres no sabían nada de eso). Según Katia, la mayoría habían sido cosa de unos días, como mucho semanas, las conocía a través de internet, quedaba con ellas un par de veces y después si te he visto no me acuerdo. Según le había contado él a Yuri, el hermano de Katia, lo hacía para ganar experiencia, pues no quería que cuando él y yo nos encontráramos, él fuera tan virgen como yo y no supiera qué hacer y como tratar a una mujer. A mi me parecía bien, y en cierto modo tenía razón, con que solo uno de nosotros fuera inexperto era suficiente.
Para mí fue duro despedirme de mis amigas, sobre todo porque además, sabía que tardaría en volver a verlas y siempre habíamos estado las tres juntas, muy unidas.
— Y llama en cuanto llegues — dijo Anastasia.
— Y siempre que puedas — añadió Katia.
— Haré lo que pueda, ya sabéis que con la diferencia horaria no será fácil, os echaré de menos — les dije yo, despidiéndome de ellas.
Las tres nos fundimos en un abrazo que me pareció que duraba una milésima de segundo. Las tres estábamos tristes porque nos separábamos por primera vez desde que éramos unas crías, y aunque todas sabíamos que era para ir a mejor, también sabíamos que nos íbamos a echar de menos.
Luego me despedí de mi hermana y de mi madre.
— Cuídate mucho, preciosa — me dijo mi madre con lágrimas en los ojos.
— Nos veremos pronto, Irina. Y tráete a ese novio tuyo, como no vengas a la boda con él... — me recriminó mi hermana mayor.
Le sonreí y nos fundimos en un cálido abrazo.
— Descuida.
— Vamos Irina, o perderemos el avión — me urgió mi padre, cogiéndome del brazo.
Nos dirigimos a la sala de embarque y tras un último adiós a los míos, subimos al avión que me llevaría hacía una nueva vida.
En el avión, yo no sabía como ponerme, estaba muy nerviosa, ya que tras las once horas de vuelo que nos esperaban iba a volver a ver a mi futuro marido. Hacía ya un par de años que no le veía, y en ese tiempo, solo habíamos hablado por teléfono una vez por semana y nos habíamos escrito alguna que otra carta.
— ¿Qué te pasa, princesa? ¿Estás nerviosa? — me preguntó mi padre.
— Sí, padre ¿y si no nos entendemos Andrey y yo, y sí no es el hombre que yo espero?
— Mira, hija, si la cosa no funciona, no os casaréis, ya está, no pasa nada, para eso vamos a EUA y te quedarás viviendo con él un tiempo. Piensa que cuando nos casamos tu madre y yo, no teníamos ni siquiera esa posibilidad y no nos ha ido tan mal, ¿no? Amo a tu madre por encima de todo, aprendimos a querernos después de habernos casado sin casi conocernos y para mí es la mujer de mi vida. Así que no te preocupes por eso.
— Está bien — respondí suspirando.
— ¿Por qué no duermes un poco?, el viaje es largo, y será mejor que descanses.
— Sí, lo intentaré.
Intenté dormir un poco, pero me costó, no podía dejar de pensar en Andrey, en como sería, en como se sentirían sus manos sobre mí, sus besos en mi boca y sin saber como, me sumergí en ese sueño. Un sueño en el que él me desnudaba despacio, descubriendo mi cuerpo desnudo, acariciando suavemente mi piel desnuda, llevando su mano hasta mi entrepierna, y acariciándola suavemente, trazando círculos sobre mi clítoris, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me hizo apoyar sobre la fría mesa de madera y siguió acariciando mi sexo, mis labios, mientras yo no dejaba de gemir sintiéndome tan y tan excitada, tan mojada. Me mordí el labio inferior cuando sentí que con su lengua alcanzaba mi clítoris y todo mi cuerpo se removía presa de un maravilloso placer que nunca antes había sentido.
— ¡Oh Andrey! — musité.
— Nena, nena, hemos llegado — sonó la voz de mi padre despertándome del agradable sueño que había tenido.
Ya estábamos en USA.
Salimos por la puerta de embarque y lo primero que vi fue aquel chico rubio, alto y más bueno que un tren. Llevaba una camiseta blanca que le marcaba perfectamente los músculos del pecho y de los brazos y un pantalón tejano que le quedaba como un guante. Y justo en ese momento mi padre dijo:
— Mira, allí está Andrey.
Y entonces me di cuenta que me estaba señalando al tío bueno y rubio que había visto nada más salir por la puerta. Casi me dio un síncope ¿aquel era Andrey? Madre mía, si parecía un dios griego. ¿Ese tío tan atractivo era mi novio? Era diez veces mejor de lo que lo recordaba.
— Bienvenidos — dijo Andrey cuando nos acercábamos a él.
Abrazó a mi padre efusivamente y después tendiéndome la mano dijo:
— Vaya, eres aún muchísimo más guapa de lo que recordaba.
— Gracias — le respondí, sintiendo que me flaqueaban las piernas. Él sí que era guapo, y había mejorado mucho en los dos últimos años que no le había visto. Me quedé petrificada observándole, parecía un dios griego tallado por Miguel Ángel.
— ¿Cómo ha ido el viaje? — preguntó Andrey
— Bien, bastante tranquilo — respondió mi padre.
— ¿Vamos a recoger las maletas?
— Sí.
Recogimos las maletas y luego Andrey nos llevó hasta su casa en su coche, un todoterreno bastante grande. Llegamos a la casa. Andrey vivía en una casa de tres plantas en el barrio ruso de Nueva York, Brighton Beach o como todo el mundo lo llamaba allí Little Odessa. En la planta inferior estaba el restaurante y en las otras dos, el gran Apartamento de Andrey. En la primera planta estaba el comedor, cocina y baño y en el tercero y último, las habitaciones. La primera después de las escaleras era la de Andrey, la siguiente sería para mí y la de mi padre que según nos dijo Andrey era la de invitados, estaba frente a la suya.
Al abrir la puerta y entrar en mi habitación me quedé alucinada. Era una habitación preciosa, decorada en tonos rosa y blancos, tenía una cama grande, la más grande que nunca antes hubiera visto. Tenía una baño y un vestidor solo para mí. Yo que siempre había compartido la habitación con mi hermana, una pequeña habitación en la que casi no cabían las dos camas, y ahora tenía una habitación grande para mí sola.
— ¿Esto es para mí? — pregunté como si no me lo creyera.
— Sí, toda para ti. Disfrútala.
Después Andrey llevó a mi padre a su habitación y al poco rato, mientras yo estaba colocando la ropa en el vestidor, Andrey llamó a la puerta de mi habitación:
— ¿Puedo entrar?
— Adelante — le dije.
Entró, y cogiéndome las manos, me llevó hasta la cama donde me hizo sentar, sentándose él frente a mí, y entonces empezó a hablar:
— Estoy contento de que ya estés aquí, he esperado este momento con ansiedad, tenía miedo de que... no sé, tenía miedo, primero de que no quisieras venir y después de que no fueras como yo esperaba. Pero ya estás aquí y eres incluso más guapa de lo que recordaba.
— Gracias.
— Espera, déjame acabar. Quiero que sepas que voy a respetarte y a respetar todos tus deseos. Qué si por lo que fuera, quisieras dejar esto en cualquier momento, yo lo respetaré. Pero me gustaría de verdad que pudiera funcionar — aclaró.
— Gracias, yo también quiero que esto funcione, aunque tengo un montón de dudas y nervios — confesé.
— ¿Qué dudas tienes? Puedes preguntarme lo que quieras. Ahora se trata de que nos conozcamos.
— Sí, claro — le respondí quedándome callada sin saber que más decirle y dudando si debía preguntarle sobre lo que me había contado mi amiga.
Nos miramos a los ojos y entonces vi un brillo especial en ellos, se acercó más a mí, me tomo por el cuello acercándome a él, y me besó. Mientras barría mi boca con su lengua, mi corazón empezó a correr a mil por hora y a la vez, sentí que me empujaba hacia la cama, haciendo que me quedara tendida sobre ella. Y él se quedó sobre mí. Pude sentir su cuerpo sobre el mío, el calor que desprendía y su erección. ¡Oh, Dios, era la primera vez que sentía y tenía a un hombre tan cerca y con una erección entre él y yo! Me sentí un poco violenta primero, pero también fue algo que me gustó, me halagó. Porque era yo la causante de aquella erección, era por mí que sentía aquello y después de todas las dudas que había tenido hasta ese momento, aquello era como una bendición.
Finalmente rompió el beso, me miró a los ojos de nuevo y luego levantándose dijo:
— Lo siento, perdona, quizás fui muy atrevido pero...
— ¡Oh, no! Me ha gustado.
— ¿De verdad? ¿No te ha molestado? — me preguntó algo preocupado.
— No, para nada. Ha sido maravilloso — le dije tratando de tranquilizarlo.
— Esta noche saldremos a cenar. Será una cena íntima en mi restaurante — me informó — solos tú y yo. ¿Te apetece?
— Sí, vale — le respondí tímidamente
— Tenemos que conocernos, ¿no?
— Sí — afirmé poniéndome roja.
— Y quiero que te pongas guapa, por eso he traído esto.
No me había dado cuenta, pero llevaba una bolsa, que había dejado sobre la silla del tocador, la cogió y me la entregó.
Nerviosa la abrí, y saqué un vestido, un precioso vestido rojo, de corte sirena, de tirantes. Lo primero que pensé fue que cuando mi padre me viera con él haría que me lo cambiara o algo así, jamás en mi vida había llevado nada tan destapado ni tan elegante y hermoso. Empezaba a sentirme apabullada por todas aquellas novedades.
— ¡Oh, muchas gracias! — le dije — pero no sé si mi padre me dejará ir con algo así.
— No te preocupes por tu padre, hay también una chaqueta que puedes ponerte para tapar todo eso que tu padre no aprobaría que se viera — dijo guiñándome un ojo.
Me pareció tan tierno y atento. Aunque por otra parte, me sentía como una niña a su lado. Él sabía un montón de cosas, de la vida, del amor, estaba segura y yo, no sabía casi nada, nadie me había besado como acababa de hacer él hasta ese momento, no había tenido ni siquiera un novio.
— Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?
— Claro, dispara — me dijo divertido.
— ¿Con cuántas chicas has estado?
En ese momento su cara era todo un poema, parecía que no creyera que le estaba preguntado eso, parecía entre desconcertado y sorprendido.
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Ohh, pero nos vaa a dejar así?.
ResponderEliminarDeseando leer lo que viene