martes, 25 de marzo de 2025

LA EXPOSICIÓN



Conocí a mi Amo en una exposición de arte, curiosamente, aunque ahora que sé que él tiene una galería de arte, entiendo que nos conociéramos allí. Una amiga mía me invitó a su exposición, habíamos sido amigas desde muy pequeñas con 5 ó 6 años, y ya desde entonces, a ella le gustaba pintar, de modo que con el tiempo, convirtió lo que para ella era su hobby en su profesión y se convirtió en una pintora que empezaba a tener cierto renombre entre los entendidos en arte y pintura. Como digo, ella, Cloe me había invitado a su exposición y mientras contemplaba un cuadro de un pintor en el que se veia a una mujer desnuda, atada a una cruz de San Andrés, él se me acercó y me dijo:

Hermoso cuadro, ¿verdad?

Sí, precioso.

Está muy bien dibujada la cara de la chica, con esa expresión de deseo y curiosidad por lo que le espera ¿verdad?



Me giré hacía él. Era un hombre guapo, alto, de pelo negro e intensos ojos marrón oscuro. Tendría unos 5 ó seis años más que yo, calculé. Iba vestido con un elegante traje de color gris marengo que le quedaba casi como un guante y le hacía parecer aún más distinguido de lo que parecía.

Sí, la verdad es que sí, es una imagen casi realista — le dije — ¿Quien es el artista que lo ha pintado?

Una promesa de la pintura, Alberto Albarado.

Vaya, por un momento pensé que quizás eras tu.

No, yo solo le presto el espacio para que expongan y vendo sus cuadros. Soy Dante de la Vega — se presentó tendiéndome su mano.

Yo se la estreché sintiendo como una corriente eléctrica me recorría cuando nuestros ojos se cruzaron.

Lucia Medina. ¿Eres el dueño de la galería?

Efectivamente — respondió, mirándome de arriba abajo y posando finalmente su mirada en mis tetas — ¿Te interesa el BDSM?

Bueno, lo he practicado, sí — le respondí — Deduzco que tú también.

Así es, aunque ahora mismo no tengo sumisa.

Yo tampoco tengo Amo en este momento — añadí.

Estuvimos hablando un rato, hasta que él tuvo que atender a algunos clientes. Antes de marcharme me pidió una cita. Durante unos días salimos, nos conocimos y finalmente me pidió que fuera su sumisa y yo acepté.

Los primeros días bajo su dominio fueron una mezcla embriagadora de anticipación y sumisión. Dante era un amo exigente, pero justo, que sabía cómo equilibrar el placer y el dolor. Nuestras sesiones eran intensas, explorando los límites de mi resistencia y mi deseo.

Recuerdo con especial intensidad nuestra primera sesión, en su galería, un escenario que aún hoy me hace estremecer. Me había citado para la inauguración de la nueva exposición de Alberto Albarado, y su petición fue clara: un vestido largo y elegante, pero sin rastro de ropa interior. La idea me provocó un torbellino de sensaciones. Jamás había combinado la sofisticación de un evento así con la osadía de sentir mi piel desnuda bajo la tela. La incomodidad inicial se transformó rápidamente en una excitación palpitante, una anticipación que me hacía arder por dentro. Cuando Dante me recogió, su mirada recorrió mi cuerpo con una intensidad que me dejó sin aliento. Supe, en ese instante, que la noche nos depararía emociones inolvidables. Cuando llegamos al lugar donde se realizaba la fiesta, antes de salir del coche, me subió la falda, metió su mano y comprobó si le había hecho caso con lo de la ropa interior.

Muy bien, vamos, zorra — me dijo. Lo que hizo que me excitara más.

Bajamos del coche y entramos en la galería. Me sentí excitada y a la vez un tanto preocupada. Pues como no sabía qué me iba a pedir, me preocupaba que fuera delante de tanta gente.

Tras eso, me presentó al autor de la exposición y después me dejó con él, mientras él fue a ver y saludar a otras personas, posibles compradores de aquellos cuadros. Yo, tras hablar un poco con el autor de los cuadros, decidí dar una vuelta por la galería observando los cuadros. Estaba en un rincón de una de las salas, la más alejada de la puerta de entrada y también la más pequeña, había sólo un par de cuadros en ella, y casi nadie, excepto yo y otra persona, un hombre mayor.

Sonó mi móvil, lo saqué del pequeño bolso que llevaba y era J.B, mi amo. Descolgué y lo saludé:

Hola.

Hola, preciosa sumisa. Ahora vas a hacer todo lo que te pida. ¿De acuerdo? Si no lo haces tal y como te pido, serás castigada. ¿De acuerdo?

Sí, Señor — le respondí expectante.

Bien, date la vuelta y mira hacia la puerta.


Obedecí y en la puerta de la sala, apoyado en el marco, estaba él. El hombre mayor acababa de abandonar la sala, pero por detrás de él pasaba gente. Ambos colgamos la llamada y yo guardé mi móvil en mi bolso. Y entonces me dijo:

Levántate la falda y enséñame tu sexo.

¿Aquí, ahora? — le pregunté con cierta duda, cualquiera podía vernos, por lo que me incomodaba un poco exhibirme para él de aquella manera.

Sí, aquí y ahora, hazlo o te castigaré.

Sabía que hablaba en serio, que lo haría y que debía obedecerle, así que resignandome lo hice.

Sí, Señor. — Le respondí y me subí la falda poco a poco, sólo un poco, por la parte delantera, traté de hacerlo disimuladamente, para que la gente que pasaba por detrás de él no se diera cuenta de lo que estaba pasando.

Muy bien — dijo él al ver mi sexo asomar por debajo de la falda.

Ahora tócate un poco. Pasa tus dedos por tu humedad y luego vienes a mí y me ofreces tus dedos para que los chupe.

La excitación me consumía, cada roce me acercaba más al límite. Obedecí, mis dedos exploraron la humedad que me inundaba, y con la falda aún ligeramente levantada, me acerqué a él y le ofrecí mis dedos impregnados de mi esencia. Sus labios los envolvieron con una lentitud que me hizo temblar. El sonido de su succión resonó en mis oídos, y la imagen de su boca sobre mi clítoris me hizo sentir un calor abrasador, una sensación de derretirme por completo.

Luego te haré mía por completo —susurró, su voz ronca me erizó la piel—. Pero ahora, tengo asuntos que atender.

Sí, Señor —respondí, mi voz apenas un suspiro.

Te daré instrucciones —dijo, y supe que estaba a punto de sumergirme en un juego aún más intenso.

Seguí dando vueltas por la galería, observando cuadros, cuando vi a un camarero que llevaba una bandeja con copas de cava, me acerqué y cogí una. Aunque no lo pareciera, J.B. daba vueltas por la sala sin perderme de vista, observándome, controlando lo que hacía y adónde iba en cada momento. Pasada casi una hora me llamó otra vez y me dijo:

Esto está a punto de terminar, así que dirígete al piso superior, donde está mi despacho, por la escalera que hay junto a la puerta de entrada. Allí, cierra la puerta con el pestillo, desnúdate y espérame desnuda. Cuando llegue tocaré la puerta tres veces seguidas, ábreme.

Sí, Señor — le respondí.

Hice lo que me pidió y subí hasta su despacho, donde, tras cerrar con el pestillo, me desnudé. Estaba excitada, cada vez más, sentía la humedad entre mis piernas. Así que no podía sentarme, pues mojaría la silla o el sillón que tenía en una esquina del despacho. Puesto que debía estar de pie, decidí dar una vuelta por el despacho, observar las fotos que tenía en los estantes, los libros, los pocos papeles que había sobre la mesa y cuando estaba sumergida en todas esas cosas, oí que llamaban a la puerta tres veces seguidas, sin duda era él. Abrí la puerta y él entró. Cerró la puerta tras de sí, con el cerrojo y su voz sonó grave y dominante exigiéndome:

Date la vuelta y pon tus manos a la espalda.

Obedecí, mientras él se quitaba la corbata que llevaba puesta durante el evento, y me ató las manos en la espalda con esta.

Ven — me dijo, llevándome hasta la mesa. — Inclínate — me ordenó, empujándome del cuello.

Lo hice y entonces, sentí que ataba mis piernas a las patas de la mesa, de modo que quedaran abiertas.

Muy bien, Sumisa, ¿dispuesta para nuestra primera sesión?

Sí, Señor — respondí sintiéndome totalmente excitada.

Bien, pues antes de seguir debo darte algunas instrucciones más, que seguirás cada vez que nos encontremos. Hoy no las voy a tener en consideración, pero la próxima vez sí. ¿De acuerdo?

Sí, Señor.

Siempre te pondrás el collar antes de empezar la sesión, te llamaré al móvil para que vengas hasta aquí siempre que vayamos a tener una sesión, cuando te llame vendrás enseguida, nada de excusas, ni de estoy haciendo esto o aquello y ahora no puedo. Siempre estarás dispuesta para mí, ¿De acuerdo? Esta será una relación sólo de Amo y Sumisa, no creo en el amor dentro del BDSM, así que no te hagas ilusiones, porque no seremos pareja más allá de nuestra relación Amo-Sumisa. Ahora, vamos a ver cómo te comportas, putita — terminó, acariciando mi culo.

Gemí, al sentir su mano, metió sus dedos entre los pliegues de mi vagina y pudo comprobar que estaba muy húmeda.

Uhmm, realmente estás mojada, ¿quieres que te folle? — me preguntó.

Sí, Señor — le contesté jadeando, mientras sentía cómo metía uno de sus dedos dentro de mí.

Pues ya veremos si lo hago, depende de cómo te portes, como también puede ser que te folle con otra cosa — añadió introduciendo otro dedo y moviéndolos ambos dentro y fuera de mí.

Un gemido se escapó de mis labios, la excitación me recorría como un torrente. Entonces, con una rapidez inesperada, sus dedos abandonaron mi humedad y el sonido seco de sus palmadas resonó en mis nalgas. El ardor me despertó, una mezcla de sorpresa y deseo me invadió. Se giró hacia un pequeño armario tras la mesa, sacando una bolsa de deporte que depositó sobre la silla.

Veamos qué tesoros escondemos aquí —murmuró, su voz cargada de intención.

De la bolsa, extrajo un flogger, su mirada se encontró con la mía, una chispa de malicia brilló en sus ojos.

Empezaremos con esto —sentenció, y supe que el juego estaba a punto de volverse aún más intenso.


El flogger silbó en el aire, azotando mis nalgas con precisión. Los gritos se ahogaron en mi garganta, un fuego abrasador se extendió por mi piel, tiñéndola de un rojo intenso. Se detuvo, su aliento rozó mi oído mientras preguntaba:

¿Te gusta?

Sus dedos se deslizaron hacia mi centro, acariciando con suavidad mis labios hinchados y mi clítoris palpitante. Un gemido se escapó de mis labios, mi cuerpo se arqueó ante su tacto.

Sí... —susurré, la voz entrecortada por el placer—. Me encanta.

El flogger volvió a silbar, azotando mi piel con una furia que me arrancó gemidos de placer y dolor. Mis nalgas ardían, cada golpe un recordatorio de su poder, mientras sus dedos danzaban en mi entrada, provocando espasmos de placer.

¿Te gusta esto, zorrita? — susurró, su voz ronca me erizó la piel.

Sí, Señor — gimoteé, mi cuerpo temblando ante la mezcla de dolor y excitación.

Los azotes continuaron, cada golpe me llevaba más allá del límite, un placer oscuro y desconocido se apoderaba de mí. Se detuvo, dejando el flogger a un lado, y sus manos me acariciaron con fuerza, marcando mi piel con el calor de su deseo. Luego, rebuscó en la bolsa, sacando un consolador y un lubricante. La punta fría del consolador rozó mi entrada, y supe que estaba a punto de sumergirme en un nuevo nivel de sumisión. Lo introdujo lentamente, estirando mi carne, llenándome por completo.

¿Te gusta ser follada por un consolador, putita? — preguntó, su voz cargada de malicia.




Un gemido se escapó de mis labios, un suspiro de rendición.


Sí — jadeé, la voz cargada de deseo—. Me encanta, me vuelves loca.


El consolador se deslizaba dentro de mí con un ritmo perfecto, una tortura placentera que me mantenía al borde del abismo.


Esto es lo que deseas, ¿verdad, putita? — susurró, su voz grave y sensual me hizo estremecer —. ¿Ser tomada, sin importar cómo? Eres realmente un puta, dímelo, dime que eres mí puta.

Soy tu puta, Señor — respondí, la sumisión en mi voz tan palpable como el placer que me consumía. El consolador se movió con más intensidad, llevándome al límite, haciéndome temblar de deseo.


Sacó entonces el consolador y volvió a la bolsa a buscar algo. Extrajo un Magic Wand. Me sorprendió verlo, pues nunca había visto ninguno tan de cerca Lo encendió, el zumbido vibrante llenó el aire, y la punta del Magic Wand rozó mi clítoris, enviando ondas de placer a través de mi cuerpo. Los gemidos brotaron de mis labios, incontrolables. No me di cuenta, perdida en la vorágine de sensaciones, de que su otra mano había regresado con el consolador, deslizándolo de nuevo dentro de mí. La combinación era celestial: el Magic Wand masajeando mi clítoris, el consolador llenándome por completo. La excitación me consumió, un torbellino de placer que me arrastraba hacia el orgasmo. Mientras me retorcía y gemía, él susurró:


Eres exquisita, mi sumisa.


Las palabras se ahogaron en mi garganta, reemplazadas por gemidos y suspiros de puro placer. La combinación del Magic Wand y el consolador me llevó al borde del abismo, y me desplomé en un torrente de espasmos y gritos de éxtasis. Justo cuando mi cuerpo aún temblaba por el orgasmo, sentí el roce de su piel contra la mía. Desabrochó su pantalón, liberando su erección, y en un movimiento fluido, me penetró. Sus embestidas eran fuertes y profundas, llenándome por completo, mientras susurraba palabras obscenas, reclamándome como suya. El placer me invadió de nuevo, una ola de calor que me llevó a otro orgasmo, justo cuando él se derramaba dentro de mí.


Después, me liberó de mis ataduras, y nos acomodamos en el sillón, yo a horcajadas sobre él. Sus manos recorrían mi cuerpo, acariciando mi piel aún sensible, mientras me decía lo bien que lo había hecho. Me preguntó cómo me sentía, y hablamos largo y tendido sobre las sensaciones y emociones que habíamos experimentado. Fue una primera sesión inolvidable, un despertar a un mundo de placer y sumisión que me dejó sin aliento.



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