sábado, 18 de octubre de 2025

DESEO OCULTO 7

El día amaneció como cualquier otro, pero para mí, no lo era. Al llegar a clase a las ocho en punto, mi mirada se dirigió de inmediato a la silla de Pablo. Estaba vacía, aunque no por mucho tiempo. Necesitaba hablar con él, urgentemente. Toda la noche, en la soledad de mi habitación, había estado meditando una decisión, una que necesitaba comunicarle.

La clase transcurrió con una calma inusual, una quietud que contrastaba con la tormenta en mi interior. Al finalizar, le pedí a Pablo que se acercara a mi escritorio.

¿Srta. Luz? — preguntó, su voz con el habitual tono respetuoso que enmascaraba tanto.

Tenemos que hablar, Pablo. ¿Puedes venir a mi despacho a última hora, sobre las siete? — le propuse, mi voz lo más neutra posible.

Claro que sí, Srta. Luz — respondió con una sonrisa, antes de alejarse camino a su siguiente clase, sin saber lo que le esperaba.

Aquella tarde, a la hora acordada, Pablo apareció por mi despacho. Antes de entrar, llamó a la puerta con unos suaves golpecitos.

Adelante — le indiqué.

Hola, Srta. Luz, ¿qué hace vestida? Pensé que me recibiría desnuda — dijo con descaro, una sonrisa pícara en su rostro.

Lo siento, pero hoy no vamos a jugar. Esto… — comencé, las palabras se atascaban en mi garganta. Me faltaban fuerzas para decirle lo que había meditado toda la noche. Antes de que pudiera seguir, fue él quien me ordenó:

Vamos, desnúdate, perra.

Me quedé inmóvil por unos segundos. Cerré los ojos, tratando de ordenar mis ideas. ¿De verdad quería que todo terminara así? La tentación era fuerte. ¿Y si le permitía un último juego, para tener un hermoso recuerdo de esa última vez? Decidí que sí, que lo mejor era que tuviera un buen recuerdo de nuestra última vez, por eso, empecé a desnudarme quitándome las prendas una a una. Mientras lo hacía, Pablo cerró la puerta con llave.

A continuación me ordenó:

Dóblate sobre la mesa, los brazos extendidos, he traído un juguete que quiero probar.

Se acercó a su mochila que había dejado en el suelo y sacó algo aunque no pude ver el qué. Si vi que había cogido unas cuerdas y me ató las manos con ellas a las patas de la mesa, después me ató los pies. Estaba inmovilizada y abierta para él.

¿Qué vas a hacer? — le pregunté, la curiosidad superando cualquier atisbo de miedo

Ya lo verás — respondió.


Suspiré expectante y enseguida sentí su mano sobre mis nalgas, primero las acarició suavemente, y después dejó caer su mano sobre una de ellas, dándome una fuerte zurra. Todo mi cuerpo se estremeció.

Un segundo después, el zumbido familiar de un vibrador llenó el aire, un sonido bajo pero potente que me erizó la piel. El sonido se acercó, y luego sentí el contacto frío y vibrante del juguete contra la piel sensible de mis glúteos. Pablo lo deslizó lentamente, trazando círculos, intensificando el hormigueo. Cada pasada aumentaba la anticipación, la sensación de que algo mucho más intenso estaba por venir.

El vibrador se detuvo, y sentí su mano, ahora sin el juguete, abriendo suavemente mis nalgas. Luego, el zumbido volvió, más cerca que nunca, y el vibrador se posó directamente sobre mi clítoris. Un gemido se me escapó, mis caderas se alzaron instintivamente contra la superficie fría de la mesa. La vibración era intensa, profunda, un placer abrumador que se extendía por todo mi cuerpo. Él no me daba respiro, aumentando la presión y la intensidad del vibrador, llevándome rápidamente al borde.

Justo cuando sentí que el clímax estaba a punto de estallar, Pablo retiró el vibrador abruptamente. El alivio se convirtió en una frustración punzante, y un quejido se escapó de mis labios. Él no había terminado. Sentí el vibrador deslizarse por mi piel, subiendo por mi espalda hasta mi nuca, donde el zumbido se detuvo.

Suspiré, expectante. Al instante, sentí su erección, dura y caliente, posarse en mi entrada, lista para tomar lo que el vibrador había preparado. Noté su cuerpo deslizarse lentamente dentro de mí, para luego retirarse con la misma parsimonia. Sus manos buscaron mis pechos, los acarició suavemente, mientras él se mantenía inmóvil sobre mí.

¿Te gusta, eh, perra? — rugió en mi oído.

Un gemido escapó de mi boca, y apenas musité:

Sí.

El placer que me negaba se volvía una tortura deliciosa. Pablo se movía con una lentitud exasperante, apenas deslizándose dentro y fuera de mí, mientras sus manos seguían acariciando mis pechos. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, llevándome al límite, pero sin permitirme la liberación.

¿Qué más te gusta, perra? — gruñó, su aliento caliente en mi oído. — Dímelo. Pídemelo.

Mis caderas se arquearon instintivamente, rogando por más, por el ritmo que mi cuerpo necesitaba. Las cuerdas que me ataban a la mesa se tensaron, mis brazos estirados, mi cuerpo completamente a su merced. Un gemido de pura agonía escapó de mis labios.

Más... por favor... más — jadeé, mis palabras casi inaudibles, dictadas por el placer acumulado.

Pablo sonrió, una sonrisa de triunfo. Y entonces, con un cambio abrupto, su ritmo se volvió implacable. Sus embestidas se hicieron más profundas, más rápidas, llenándome por completo con cada impacto. Mi cuerpo se arqueó de nuevo, esta vez sin resistencia, entregándose por completo a la embestida salvaje. El placer me consumía, un torbellino que me arrastraba sin control.

Justo cuando sentí que el clímax estaba a punto de desbordarse, Pablo volvió a detenerse abruptamente. El gemido que se formó en mi garganta se convirtió en un quejido de frustración. Respiraba con dificultad, mi cuerpo tenso y tembloroso, clamando por la liberación. Sentí su peso retirarse de mí, y el aire fresco golpeó mi piel expuesta, un contraste cruel.

¿Qué haces? — pregunté.

Pablo comenzó a desatarme y me ayudó a incorporarme. Mientras se arreglaba los pantalones, anunció:

Tengo que irme, preciosa.

No, espera — intenté detenerlo.

¿Qué pasa?

Suspiré, tratando de tranquilizarme.

Que me voy, Pablo. Que todo esto tiene que terminar, porque me voy — le dije.

Él se quedó mirándome con cara de estupor. La sonrisa divertida que siempre adornaba sus labios se había borrado, reemplazada por una expresión de pura incredulidad. Sus ojos se abrieron ligeramente, buscando en los míos alguna señal de que aquello era una broma, un juego más.

¿Que te vas? — preguntó, su voz un susurro que apenas pude oír. —No entiendo, Luz. ¿Adónde? ¿Por qué?

Tomé aire, intentando encontrar la calma.

Me voy del instituto, Pablo. Dejo mi puesto. Y con ello, todo esto, lo nuestro, se termina. Es lo mejor.

La noticia lo golpeó visiblemente. Su cuerpo se tensó, sus puños se cerraron a los costados, y la incredulidad en su rostro dio paso a una mezcla de enfado y desesperación.

No puedes irte, no puedes dejarme.

Sí, que puedo, es lo que voy a hacer, lo que debo hacer, Pablo. Esto no tiene sentido, ni siquiera debería de haber empezado. Cometimos una locura y debe terminar. Esta es la mejor manera.

Está bien, Srta Luz — pareció aceptar mi decisión — Hasta siempre — se despidió saliendo de mi despacho.

Yo me vestí y luego me fui a casa. Aquella fué la última vez que vi a Pablo.


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