Dejó las llaves sobre la mesa llena de polvo y le vio; allí, frente a ella, estaba Lucas, apoyado en el quicio de la puerta. Carolina no podía creer que estuviera allí, hacía años que no lo veía, aunque le sorprendió que estuviera igual, que no hubiera cambiado.
— Lucas, ¿qué haces aquí? — le preguntó con su dulce voz.
— He venido a buscarte.
— Pero... — trató ella de explicar, como si aún estuviera confusa, como si lo que estaba viendo le pareciera un fantasma.
Y entonces él rompió la distancia entre ambos, la cogió por la cintura y le plantó un señor beso en la boca. Un beso que casi le dejó sin sentido, en el que la lengua de él invadió la boca de ella, e hizo que su cuerpo empezara a arder de deseo. Cuando él rompió el beso la miró profundamente a los ojos. Podía ver el deseo, la sorpresa, y casi podía ver toda su historia de amor juntos en aquella mirada.
— Estás preciosa — le dijo y no mentía, llevaba un vestido rojo fuego de gasa, el pelo recogido en un moño bajo que realzaba sus facciones y se había pintado la justo, ni mucho, ni poco.
— ¿Qué haces aquí? — volvió a preguntarle ella, desorientada, sorprendida.
Pero él no le respondió esta vez, la empujó hacia la mesa donde había dejado las llaves y la puso sobre ella, incrustándose entre sus piernas. La deseaba, quería tenerla para él, y no iba a darle tregua ni siquiera para pensar. No le importaba que hiciera años que no se veían, que ni siquiera se hablaban, la deseaba, la quería.
— Lucas, no, por favor.
Pero él ya no se detuvo, volvió a besarla apasionadamente, mientras le desabrochaba la blusa y apretándose contra ella le hacía notar el bulto duro entre sus piernas. Ese gesto no le fue indiferente a Carolina, que también se apretó contra el bulto de él y como si despertara de un sueño volvió a musitar:
— No, Lucas, no puedes... — trató de protestar nuevamente, pero él la hizo callar diciéndole:
— Calla y déjate llevar.
Y aun dudando, hizo lo que él le pedía, dejarse llevar, por eso dirigió sus manos al pantalón del hombre y lo desabrochó, en menos de dos minutos ambos estaban desnudos de cintura para abajo y Lucas estaba a punto de penetrar a su hermosa amante. Llevaba meses, semanas, soñando en aquel momento y por fin había llegado, la tenía allí delante, entre sus brazos, a punto de hacerla suya.
— ¡Despierta idiota! — le dijo la voz de sus hermana.
Y Carolina desapareció entre sus brazos. ¡Maldita sea, había sido un sueño!
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