Capitulo 1. Puramente comercial.
La primera vez que le vi fue en la entrevista de trabajo que él mismo me hizo para formar parte de su equipo de traductores en la editorial. Era una editorial muy importante y estaban buscando una nueva traductora. Cuando llegué, la secretaria me hizo entrar en una sala, yo diría que era una sala de reuniones, pues había una mesa redonda con unas cuantas sillas; en tres de ellas, las opuestas a mí, había tres hombres, dos de cierta edad, y en el centro estaba él. Nico, un chico de unos 30 años, moreno, de intensos ojos verdes y muy atractivo.
Nada más verle, me sentí atraída, no podía quitar mis ojos de él. Desprendía erotismo por todos sus poros y con solo mirarle me hacía imaginar mil y una situaciones en las que ambos estábamos desnudos y pegados el uno al otro. No sé si sería por la forma en que lo miré y él me miró, o por mis aptitudes, pues realmente tenía experiencia y había trabajado en otra editorial en el departamento de traducciones, pero me dieron el trabajo.
Y el primer día, fue él quien me recibió en la recepción del departamento de traducción. Eran las nueve de la mañana de un lunes, llegué justo a la hora, y al salir del ascensor en la planta nº 10, él ya me estaba esperando. Me tendió la mano y al dársela, fue como si una corriente eléctrica me recorriera y creo que él también la sintió. Yo estaba muy nerviosa, no sólo por que empezaba en un nuevo trabajo, sino porque él me ponía nerviosa y alteraba todos mis sentidos.
— Buenos días, Carol, bienvenida al equipo de traducción — me dijo.
— Buenos días, muchas gracias — le respondí yo.
— Espero que te sientas a gusto entre nosotros. Como ya sabes, yo soy el jefe del equipo de traducción. Somos unos 15 traductores — me explicó mientras avanzábamos por la sala. — Esta es Ángela, mi secretaria y aquí, en este primer despacho, encontramos a Pablo, mi mano derecha casi.
Pablo salió a la puerta de su despacho y me tendió la mano, sonriendo a la vez que me saludaba y me daba la bienvenida.
Me presentó al resto de compañeros y me enseñó cual sería mi puesto de trabajo y me habló de cuales serían mis funciones. Luego me invitó a una fiesta que se celebraba el viernes por la noche, ya que se presentaba uno de los libros que habían traducido.
— Es una novela erótica de Megan Maxwell. Estará ella también — me explicó.
— Está bien, allí estaré — le aseguré pensando que quizás en aquella fiesta él y yo...
****
— ¿Y que tal tu nuevo trabajo? — Me preguntó Lidia.
Como cada miércoles por la tarde, habíamos quedado para tomar algo y contarnos como iba todo. Lidia era mi mejor amiga, eramos amigas desde que estudiábamos bachillerato. Eramos muy diferentes la una de la otra, pero quizás eso era lo que hacía que después de tantos años siguiéramos siendo amigas, porque nos complementábamos la una a la otra.
— Bien, muy bien. Mi jefe me ha invitado a una fiesta que se realizará el viernes. La presentación del último libro que han traducido. Una novela de Megan Maxwell que han traducido al italiano para publicarla en Italia, pero no sé si voy a ir — le dije.
-—¿Cómo que no? Claro que iras, si el que te ha invitado es el tío bueno de tu jefe, tienes que ir. Si hace falta ya te acompaño yo, pero no puedes faltar a esa fiesta. ¿Por qué está bueno tu jefe, verdad?
— Pues sí, está bueno, pero no sé, tampoco quiero parecer desesperada por ligar con él ¿sabes? Además no conozco a casi nadie.
El único con el que había hecho migas aquellos pocos días de trabajo en la editorial era Pablo. Quien generalmente supervisaba mis trabajos, además su despacho estaba en frente de mi mesa y solíamos ir a comer juntos o a veces, cuando nos tomábamos un descanso íbamos a la sala de descanso a tomarnos un café.
— ¿Pero cuándo te ha importado a tí eso? Si fuera yo, pues sí, pero tú... — me dijo Lidia.
— Pues tienes razón. Esta bien, iremos. Pero tú vienes conmigo — le dije, pues necesitaba su apoyo, no sabía porque pero lo necesitaba.Y puesto que me habían dicho que podía llevar a un acompañante, quien mejor que ella.
— Por supuesto. Allí estaremos hechas unos pinceles.
Lidia era muy bromista y graciosa. Por eso eramos amigas.
****
El viernes por la tarde al salir me fui a casa, había quedado con Lidia para vestirnos juntas y ver que nos poníamos. Yo quería estar realmente atractiva y sexy, pues mi objetivo era Nico, mi jefe.
— Ponte el vestido rojo — me dijo Lidia mientras ambas nos mirábamos en el espejo.
Yo acababa de probarme un vestido negro, con escote en uve y manga japonesa.
Cogí el vestido rojo para probármelo de nuevo, mientras le decía a Lidia:
— Pues a ti te queda mejor el azul.
— Bien yo el azul y tú el rojo, te queda como un guante y te hace la figura muy bonita y sexy — sentenció ella.
— Pues me pongo el rojo — reafirmé.
Nos vestimos, nos maquillamos, cogimos los bolsos, y una vez en la calle, cogimos un taxi.
— ¿Dónde es la fiesta? — me preguntó Lidia.
— En un pub cerca de la oficina.
Le di la dirección al taxita y en 20 minutos ya habíamos llegado. Pero al bajar del taxi, casi me choco con él.
— Uys, perdón — me disculpé y al alzar la vista, le vi, además de oler el perfume de su colonia.
Nico no era solo guapo, era atractivo y sexy, y vestido tan elegantemente con pantalón de pinzas y camisa roja perfectamente planchada, aún más. Lo malo era que no iba solo. Llevaba a una chica del brazo. Era una chica rubia, bastante guapa, pero muy delgada.
— Hola — dijo — me alegro que hayas podido venir.
— Sí — dije mirando a su amiga.
¿Quién era aquella niña mona con cara de acelga que iba colgada de su brazo y parecía que babeara por él? No tardé en saberlo.
— Esta es Victoria, mi prometida — al oír aquello, fue como si mi castillo de arena fuera pisado repentinamente — Esta es Carol, la chica nueva de la que te hablé.
Vaya, así que le había hablado de mí a su prometida, pero él no me había dicho nada de que tuviera prometida.
— Mucho gusto — dije tendiéndole la mano a la chica, que parecía muy estirada y pija, la chica casi ni me miró y cuando lo hizo, fue con cierto aire de superioridad..
— Lo mismo digo — dijo.
— Esta es mi amiga Lidia — les presenté a mi amiga.
Nico le tendió la mano y la saludó, la rubia ni siquiera la miró, y repentinamente mirando a alguien que estaba al otro lado de la calle dijo:
— !Yujuuuu, Adela! — Y se alejó sin decirnos nada.
Casi me entran ganas de vomitar al oír aquel “Yujuuuu”
— Perdonad, ella es así, no se lo tengáis en cuenta. Bueno, nos vemos dentro — se despidió Nico siguiendo a su prometida.
Entramos en el pub, y Pablo, se acercó a nosotras nada más vernos.
— Hola Carol, ¿quien es esta preciosidad que te acompaña? — me preguntó mirando a Lidia.
— Es mi amiga Lidia, Lidia este es Pablo.
Se saludaron y empezaron a hablar pasando de mi olímpicamente.
Vi a Angela, la secretaria de Nico cerca de la barra, así que me acerqué a ella, necesitaba saber quien era la tal Victoria.
— Hola.
— Hola, Carol ¿cómo va? — me preguntó amable Angela.
— Bien, oye, ¿puedo preguntarte algo? Es sobre la prometida de Nico.
— Vicky, hace poco que se prometieron, ella es la hija del gran jefe, ¿sabes? El dueño de la editorial. Ella y Nico se conocieron hace algo más de un año, creo, en una de las fiestas de empresa. Ella trabaja con su padre en la última planta del edificio, es directora de recurso humanos, creo.
— ¡Ah, gracias!
— Lo siento, tengo que irme, acaba de llegar Megan. Nos vemos.
Ángela se dirigió hacía la puerta, mientras yo me quedaba allí junto a la barra.
Desde allí, vi como la rubia coqueteaba con todo Dios y como Nico iba detrás de ella como si fuera un perrito, hasta el momento en que Ángela se acercó a él para decirle que Megan Maxwell había llegado. En ese momento, me giré hacía la barra y decidí pedir algo para beber.
Estaba sentada junto a la barra, con un martini en la mano cuando oí una voz justo detrás de mí.
— ¿Qué haces aquí sola? — Me preguntó Nico.
— Pues nada, mirar, observar, nada más. ¿Y tú, donde has dejado a tu prometida? — me giré hacía él, encontrándome con su intensa mirada posada sobre mí.
— Pues no lo sé, pero tampoco me importa — me respondió simplemente.
— Vaya, ¿y eso?
— Bueno, nuestra relación es más bien puramente comercial, podríamos decir — me explicó.
— ¿Puramente comercial?
¿Qué significaba que su relación era puramente comercial, acaso ella era como un libro más de aquellos que traducíamos?
— Sí, pero ¿por que no hablamos de ti en lugar de hablar de mi? — Me dijo en un tono insinuante y desviando el tema del que yo quería hablar.
— ¿Y que quieres saber de mi? — Le pregunté.
— Ven, vamos a bailar — me dijo, tirando de mi mano y llevándome a la pequeña pista de baile que había en el pub — Allí me lo cuentas todo, empezando por lo más importante ¿tienes novio?
Me apretó contra él justo en el instante en que sonaba una canción lenta. Sentí su sexo entre ambos. Empezamos a movernos y su aparato empezó a crecer entre los dos. Lo que sin duda, empezó a excitarme. Debo confesar, que me gusta el sexo y los hombres guapos y él parecía tener ambas cosas. Le miré a los ojos y no pude evitar preguntarle:
— Pues no, no tengo novio pero ¿Y si nos ve tu prometida? — porque sin duda ella podía vernos, pues no debía estar muy lejos.
Acercó su boca a mi oído y susurrando me dijo:
— Deja de pensar en ella y déjate llevar.
— Pero si ella está por aquí y nos ve, no creo que le haga gracia.
— Ya te he dicho que no te preocupes por ella, está en un privado con Megan, hablando, así que deja de pensar en ella, ¿quieres? Tú solo déjate llevar.
Como él me aconsejó me dejé llevar. Bailamos, sintiendo como su pelvis se ajustaba a la mía y como el calor subía entre nosotros. Poco a poco, la temperatura iba subiendo y en mi imaginación se sucedían las escenas eróticas con nosotros como protagonistas una tras otra. Y entonces, casi como si hubiera adivinado lo que estaba pensando, Nico me susurró al oído:
— ¿Por qué no te quitas las braguitas?
— ¿Qué? — susurré como si no pudiera creer lo que acababa de pedirme.
— Ve al baño y quítate las braguitas, luego espérame en uno de los cubículos.
— Pero... — respondí incrédula, sorprendida.
— ¿No quieres que te folle? — Me preguntó con una seguridad pasmosa, como si yo tuviera un letrero en la frente que dijera que quería que me follara.
Y realmente lo quería, pero no me parecía lo correcto. Se suponía que él tenía pareja, estaba comprometido y tuviera el tipo de relación que tuviera con su novia, yo no quería estorbar ni provocar la ruptura entre ellos, y mucho menos ser la tercera de esa historia.
— Siii — acerté por fin a responder. Y obedecí dirigiéndome al baño.
Como él me había indicado, me quité las braguitas y esperé que apareciera él. No tardó en hacerlo. Llamó a la puerta un par de veces y luego en voz baja dijo:
— Carol, ábreme.
Abrí la puerta y le dejé entrar. Cerró la puerta tras de sí, y me besó. Debido al pequeño espacio que había en aquel cubículo, estábamos pegados el uno al otro. Me sujetó por la cadera y poco a poco, subió su mano por mi pierna, muslo arriba, hasta llegar a mi culo, para comprobar que le había obedecido y me había quitado las braguitas. Mi corazón iba a mil por hora y el roce de su mano hacía que mi sexo se mojara como nunca antes.
— Muy bien, buena chica. Ahora ponte de espalda a mí, apoyando las manos en la cisterna.
De nuevo obedecí colocándome como me indicaba, pues su voz me embrujaba, me empujaba a hacer todo lo que me pedía. Me abrazó desde atrás y sentí su erección apretándose contra mi culo y el calor de su cuerpo pegado al mio, además de su respiración en mi oído que me encendía.
— ¿Sabes que he deseado esto desde el primer día en que te vi? — me susurró en mi oído, lo que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera de excitación. Cerré los ojos tratando de recordar aquel primer día.
— No — le respondí, cuando noté que subía mi falda hasta la cintura, y de nuevo acariciaba mi muslo, sentí como mi sexo palpitaba anticipándose a lo que estaba a punto de suceder. Nico metió su mano entre mis piernas, acarició suavemente mi clítoris y gemí excitada — No me lo creo — susurré y oí la cremallera de su pantalón bajando.
Tragué saliva, y suspiré profundamente. Estaba claro que iba a follarme. En mi interior la batalla entre dejarle seguir o parar eso me volvía loca, ya que él era un hombre comprometido y yo no quería ser una rompeparejas, pero... me moría por sentirle dentro, por ser suya aunque sólo fuera esa vez.
— No deberíamos — protesté, tratando de recuperar la cordura.
— Pero tú lo deseas tanto como yo — susurró en mi oído, mientras sentía su polla ya erecta entre mis piernas, rozando suavemente mis labios vaginales, haciendo que me humedeciera aún más.
Afirmé con la cabeza y suspiré. Claro que quería más, claro que le deseaba y mucho, cada vez más. Y por eso le supliqué finalmente dejándome llevar por el deseo:
— Métemela ya, por favor.
— Tienes que decir: "Por favor, Señor".
Entendí su juego casi al instante y le supliqué nuevamente:
— Métemela ya, por favor, Señor.
— Muy bien — dijo él con firmeza.
Se puso un condón que ni me dí cuenta de donde lo había sacado. Volvió de nuevo a abrazarme, guió su pene y se hundió en mí. Gemí, suspiré, al igual que él en aquel momento. Me sujetó por las caderas y empezó un lento vaivén, haciéndome sentir su polla entrando y saliendo de mí. La sacaba despacio y la metía de un golpe rápido y fuerte, haciendo que gimiera. Aquello era demasiado, me embriagaba, hacía que mi placer fuera aumentando poco a poco, hasta que llegado el momento, sentí como mi sexo apretaba el suyo llegando al éxtasis. E inmediatamente él también se corrió. Y entonces me abrazó, lo que hizo que me sintiera reconfortada, pero la magia de aquel momento se rompió cuando él dijo:
— Tenemos que volver a la fiesta.
— Sí — le respondí aún abrumada por todo lo que acababa de suceder.
Y cuando sentí que se separaba de mí y se arreglaba la ropa, me sentí como si me estuviera abandonando. Fue una extraña sensación, pero tan real.
— Primero saldré yo, luego espera un minuto y sales tú — me indicó.
— Vale — le respondí recomponiendo mi vestimenta.
Él salió del baño y yo me quedé allí, pensando, sintiendo que estaba siendo abandonada por mi amante, y sintiéndome miserable por haber hecho algo que no debía haber hecho, a fin de cuentas él tenía prometida. Me maldije a mi misma por aquello.
Tras salir del baño, me dirigí hacía el salón, donde Lidia estaba junto a Pablo en una esquina, hablando. En cuanto me vio, ella corrió hacía a mí.
— ¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes, pensé que te habías ido sin mi.
— No, estaba en el baño.
— ¿En el baño? ¿Tanto rato, tú sola? — preguntó extrañada.
— No, sola no.
— ¡Ah, ya entiendo! — Me sonrió con cierta complicidad — Luego tienes que contármelo.
— Sí. ¿Para que me buscabas?
— Para volver a casa, estoy cansada y harta de la fiesta, necesito descansar.
— Esta bien, vámonos
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