martes, 3 de enero de 2023

DESDE SU VENTANA

 Él se acercó a mí, me acarició suavemente el culo, me besó y metió sus dedos en mi entrepierna, todo mi cuerpo tembló ante aquella caricia. Estábamos en su despacho, yo desnuda, apoyada en el cristal del gran ventanal que daba a la calle. Él aún iba vestido, con su traje y su impecable camisa. Gracias a Dios, era ya noche cerrada, y al ser invierno había poca gente en la calle, además estábamos en el piso 12 así, que ¿quién iba a levantar la vista para mirar y verme allí arriba? Quien sí podía verme, eran los empleados de las oficinas del edificio de enfrente. Aunque a aquella hora, ya quedaba poca gente allí. Pero había uno, que a oscuras en su despacho, sentado en su silla, nos observaba sin perder atención de cada uno de los movimientos de mi jefe y míos.

— Ahora métele el consolador que has dejado sobre la mesa — dijo la voz al otro lado del teléfono que mi jefe había puesto en manos libres.


Mi jefe cogió el consolador que nuestro amigo había indicado y acercándose de nuevo a mí, lo guio hasta mi húmeda vagina y lo introdujo despacio. Yo gemí al sentirlo. Me estremecí y mi jefe me susurró al oído:

— ¿Te gusta, eh, zorrita? — lo que provocó un nuevo estremecimiento en mi cuerpo.

— Mírame — dijo la voz del teléfono y yo levanté la cabeza, observando al hombre que nos observaba desde el despacho de enfrente — ahora tu jefe te va a follar mientras yo observo desde aquí.

Estaba a merced de aquellos dos hombres, mi jefe y mi Amo. Porque el hombre que nos observaba desde el edificio de enfrente era mi Amo. Hacía solo unos meses que había descubierto que mi jefe y mi Amo se conocían desde hacía mucho tiempo. Fue en una fiesta del club BDSM al cual solíamos ir mi Amo y yo de vez en cuando.

 Mi jefe se acercó a mí, se pegó a mi espalda, se bajó la cremallera del pantalón, y enseguida sentí su polla hurgando entre los pliegues de mi húmedo sexo.

— No dejes de mirarme — me advirtió mi Amo.

Yo miraba a la ventana de enfrente. Mi Amo había encendido la pequeña lámpara que tenía sobre la mesa, que iluminaba ligeramente su figura. Vi como él también metía su mano dentro del pantalón y sacaba su polla erecta. ¡Dios tenía a dos hombres deseándome, y poseyéndome a la vez! Sentí como por fin mi jefe me penetraba y un placentero gemido salió de mi garganta. Me sujetó por las caderas y empezó a moverse, dentro y fuera, dentro y fuera, mientras me susurraba al oído.

— Mira como se excita tu Amo, viendo como te follo. Mira qué grande se le ha puesto.

Y realmente era así, podía verlo al tras luz de la lamparita, moviendo su mano sobre su pene erecto, arriba y abajo, casi al mismo ritmo que Pablo, mi jefe me follaba. Y con esa imagen en mis ojos, viendo como mi Amo se retorcía de placer sobre la silla, yo también empecé a sentir el placer recorriéndome, extendiéndose por todo mi cuerpo, hasta hacerme explotar en un maravilloso orgasmo. También mi Amo se corrió enseguida y Pablo fue el último en hacerlo. Y entonces los dos, unidos aún, abrazados, nos derrumbamos sobre el suelo del despacho.

— En unos minutos estoy ahí — anunció mi Amo, mientras Pablo, deshacía el abrazo que nos había llevado hasta el suelo.

— Te has portado bien, hoy — me señaló mi jefe.

Sonreí feliz. Me gustaba ser su sumisa compartida, porque efectivamente, mi Amo y mi jefe me compartían como sumisa, para mi Amo ejercía como su sumisa cuando estábamos juntos en casa y para mi jefe lo era allí, en el trabajo. Así, entre los dos, satisfacían mi deseo de ser sumisa.

 — Vamos, vístete antes de que llegue él — me ordenó mi jefe.

— Sí, Señor — le respondí.

Me levanté, busqué mi ropa que estaba esparcida por el despacho y me la puse. Cuando me estaba poniendo la americana, oí pasos acercándose, sin duda debía ser Martín, mi Amo.

— ¿Estás lista, princesa? — me preguntó desde el quicio de la puerta.

— Sí, lista, señor.

— Bien, despídete de Amo Boss.

Obedecí y acercándome a mi jefe, le dí un tierno beso en la mejilla y le dije:

— Hasta mañana Amo Boss.

— Hasta mañana, Sumisa secretary — dijo él.

Y cogidos de la mano, Martín y yo salimos de aquel despacho. 

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