TE NECESITO
Cuando desperté por la mañana se me hizo extraño encontrarme en mi cama de toda la vida, pero también me resultó al sumamente familiar. Me levanté, me duché y me vestí dejando a mi hermana en su cama, ya que ella era bastante más dormilona que yo. Al llegar al salón solo estaba Andrey, sentado en el sofá. Se le veía pensativo y cabizbajo. Me acerqué a él y me senté a su lado.
— Buenos días.
— Buenos días — me respondió — tu madre está en la cocina haciendo el desayuno.
— ¿Y tú que haces aquí tan pensativo? — le pregunté.
Por primera vez en muchos días, verle triste y cabizbajo me dolía en el corazón. Yo no quería que mi Andrey estuviera triste, aunque entendía perfectamente que lo estuviera en ese momento.
— Te he echado de menos esta noche, y todas las noches desde que… te fuiste de nuestra habitación.
— Ya lo sé, yo también te he echado de menos.
— ¿Cuándo me vas a perdonar por ese desliz? — me preguntó cogiendo una de mis manos.
— En realidad, ya te he perdonado, pero necesito sentir que puedo volver a confiar en ti.
Andrey cerró los ojos, acercó su nariz a mi cuello y me olió como hacía muchas veces, decía que le gustaba mi olor, que lo ponía a cien olerme. Yo me dejé, en realidad en los últimos días había echado mucho de menos aquel tipo de gestos.
— Podría pasarme toda la eternidad oliéndote — dijo.
Sonreí ante su confesión y girándome hacía su boca, le besé. Sí, fui yo quien le besé, era algo que el cuerpo me estaba pidiendo desde hacía unos días, y aquel me pareció el momento idóneo para hacerlo, así que lo hice. A él pareció pillarle un poco desprevenido aquel beso, pero después, se acomodó girándose hacía mi, puso su mano sobre mi nuca y me comió los labios, luego introdujo su lengua en mi boca e inmediatamente, sentí un agradable cosquilleo entre mis piernas. Oí pasos y luego la voz de mi madre diciendo:
— ¿Queréis desayunar, tortolitos?
Nos separamos casi como si nos hubiéramos quemado y ambos respondimos al unísono:
— Sí.
Mientras desayunábamos mi hermana me pidió:
— ¿Me acompañarás a buscar el vestido de novia?
— Por supuesto — le dije — ¿Cuándo tienes que ir?
— Esta tarde. ¿Nos puedes llevar tú? — Le preguntó a Andrey.
— Claro — aceptó él.
Yo había terminado de desayunar ya, así que me levanté de la silla diciendo:
— Bueno, ahora me voy a ver a Katia y a Anastasia.
— ¿Quieres que te acompañe? — se ofreció Andrey.
— No, no hace falta. Además tenemos un montón de cosas que contarnos.
— Entonces iré a pasar la mañana con mis padres.
— Muy bien.
Le di un suave beso en los labios y me despedí de todos.
—¡Irinaaaa! — gritó Anastasia al verme.
Por fin estábamos de nuevo juntas, felices las tres. Nos abrazamos en un abrazo de esos de grupo, las tres. Yo estaba emocionada, muy emocionada. Todos aquellos meses separadas, lejos de ellas, sin poder contarles mis cosas, habían sido duros.
— Pero que guapa estás — dijo Katia mirándome de arriba a abajo.
— Te sienta bien Nueva York — Añadió Anastasia.
— Y ese novio tan guapo que tienes también ¿no? — repuso Katia.
— Bueno, ahora mismo estamos en un momento un poco difícil — les confesé.
— ¿Cómo, por qué? ¿Qué ha pasado? — preguntó Katia.
Les conté toda la historia de lo sucedido con Sara y Andrey unos días atrás y tras hacerlo me sentí mejor, más tranquila, y más capaz de enfrentarme a lo que venía ahora, la reconciliación, el perdón.
— ¿Quieres decir, que le vas a perdonar y que seguirás con él? — me preguntó Anastasia.
— Claro, yo le quiero y sé que él también a mí, y ella misma reconoció que le había tendido una trampa. Y además, yo no quiero volver a este pueblo, de verdad. Quizás vosotras no lo entendáis, pero Nueva York y mi vida allí son la libertad, algo que nunca he tenido y que sé que no podré tener si vuelvo a aquí. Pero allí, con él, soy feliz y me gusta, me gusta él, me gusta lo que tengo gracias a él y me gusta quien soy cuando estoy con él.
Anastasia me abrazo entonces, ella siempre había sido la más sensible de todas nosotras.
— Pues si eso es lo que quieres, yo no voy a decir nada más — dijo.
— Bueno, yo tampoco, ya me conoces. Ya eres mayorcita.
— Y vosotras y vuestros pichurris, ¿qué? — les pregunté.
Al igual que yo, ellas también habían sido prometidas a los 12 años con sendos chicos del pueblo. Anastasia con Bogdan, un chico muy guapo y fuerte. Sus padres eran los dueños de la panadería del pueblo y Katia con Konstantin, el hijo del alcalde del pueblo, precisamente y que según todos decían también tenía un muy buen futuro en la política, era rubio de intensos ojos azules y muy divertido.
— Bogdan, pues como siempre, con sus panes y sus magdalenas, cada día me trae una docena, estoy hasta el gorro de las magdalenas — se quejó Anastasia.
— ¿Y qué quieres que haga? Además es un gesto precioso. ¿O te crees que Andrey me lleva de restaurantes cada día?
— ¿Comes en su restaurante cada día? — preguntó Katia con cierta inocencia.
— Cada día y con sus empleados, justo antes de cada servicio — les informé.
— Y como es eso del… — Anastasia se calló, avergonzada.
— ¿Del BDSM y el sexo con Andrey? — terminé la pregunta por ella.
— Jolín, realmente Estados Unidos te está cambiando — señaló Katia.
— Ya te lo he dicho, allí me siento libre. Andrey me ha dado libertad sobre todo.
— Y realmente te has enamorado de él — sentenció Anastasia.
— Sí, por eso no puedo, no quiero dejarlo ir. No quiero que él vuelva a Estados Unidos y yo tenga que quedarme aquí. No quiero separarme de él.
— ¿Se lo has dicho a él? — me preguntó Katia.
— Pues no, pero supongo que tendré que hacerlo. Pero de momento, creo que voy a dejar que sufra un poquito más.
— ¡Qué mala eres! — se quejó Anastasia.
Y entonces nos reímos las tres. Y me sentí feliz, esas eran mis chicas, y por un segundo pensé que si pudiera llevármelas a EUA, todo sería perfecto. Pero lamentablemente eso no era posible.
— Creo que será mejor que vuelva a casa, seguro que Andrey empieza a preguntarse donde estoy.
— Despellejándole estas — bromeó Katia, riéndose a carcajadas.
Me despedí de ellas y volví a casa. Andrey aún no había vuelto de su visita a sus padres. Supuse que tenía mucho que contarles. Pero al cabo de media hora, apareció por la esquina de mi calle, acompañado de Dimitri, su mejor amigo allí en Rusia. Dimitri y Andrey eran amigos casi desde el día en que nacieron, porque curiosamente nacieron el mismo día. Vi que ambos venían contentos, cantando y como si hubieran bebido. Se despidieron justo en frente de mi casa y Andrey llamó al timbre. Fui yo misma a abrir la puerta y en cuanto le vi y sobre todo le olí, efectivamente iba bebido.
— Andrey has bebido — le reprendí.
— Solo un poquito — dijo arrastrando las palabras.
— Por favor, yo diría que ha sido más que un poquito. Anda vamos a la ducha — le dije.
Lo llevé como pude hasta el baño, lo desnudé de cintura para arriba mientras él me iba diciendo que había estado hablando con Dimitri, y que se había prometido que nunca más volvería a fallarme. Estaba tan tierno, borracho y hablando por los codos (cosa poco común en él, ya que era bastante callado).
Encendí el agua fría y lo puse debajo del chorro, grito y me pidió que le dejara salir, pero no lo hice, no podía dejar que mi familia lo viera en aquel estado. Logré que se quedara callado y quieto finalmente hasta que me dijo:
— Para, ya, ya está bien, ya estoy bien.
Le dejé salir de debajo de la ducha, aunque ayudándole. De nuevo me pidió perdón, y mirándome profundamente a los ojos, acercó su boca a la mía y nos besamos. Fue un beso profundo, largo, apasionado. Sentí su cuerpo pegándose al mío, sus brazos rodeándome y apretándome contra él y su sexo creciendo entre los dos, lo que hizo que se me erizara la piel y sintiera un conocido cosquilleo entre mis piernas. Cuando rompió el beso cogiendo mi cara entre sus manos y apoyando su frente en la mía dijo:
— ¡Dios como te deseo!
Cerré los ojos tratando de controlarme, porque yo también lo deseaba, pero aquel no era lugar ni momento para ponerse cariñosos. Seguro que en cualquier momento cualquier miembro de mi familia podría aparecer y pillarnos en plena faena.
— Ahora no podemos, mi familia llegará en cualquier momento para comer.
— Lo sé. Anda deja que me vista, ya buscaremos otro momento y otro lugar más adecuados.
— Está bien.
Salí del baño, excitada y nerviosa, pensando que yo también tendría que haberme metido debajo del agua fría después de que él saliera. Entré en mi habitación y me cambié de ropa, pues con el abrazo mi ropa también se había mojado. Al quitarme la ropa, de nuevo, el recuerdo de todo lo que Andrey y yo hacíamos en las sesiones, y el deseo que sentía por él, aparecieron. Sentía mi entrepierna húmeda y pidiendo a gritos un desahogo. Y es que llevaba ya más de una semana sin sexo, sin tocarle, sin que él me tocara y además ni siquiera me había desahogado a solas, me parecía una traición a Andrey y pensaba que aunque estuviéramos enfadados, debía serle lo más fiel posible.
Una vez cambiada, bajé a la cocina, llené la cafetera con agua y café y la puse sobre el fuego. A los pocos minutos bajó Andrey.
— Estoy haciendo café, te sentará bien — le dije.
— Gracias. Lo siento Irina, sé que últimamente me estoy comportando como un imbécil, pero es que toda esta situación me tiene completamente loco, no puedo vivir sin ti, te necesito y necesito que resolvamos esto lo antes posible, de verdad.
— Lo sé, yo también necesito que lo resolvamos — le dije — pero no sé, no puedo dejar de pensar y ver a Sara desnuda y…
Y entonces Andrey se acercó a mí, de nuevo tomó mi cara entre sus manos y me besó. Y de nuevo, sentí el calor subiendo por todo mi cuerpo, junto a una nueva erección de él. Y justo en ese momento oí a mi madre saludando desde la puerta de la cocina:
— Ya estamos aquí, tórtolitos.
Nos separamos inmediatamente, y oí que el café ya subia, por lo que saqué la cafetera del fuego.
— ¿Para quien es el café? — preguntó mi madre, mientras dejaba las bolsas de la compra sobre la mesa de la cocina.
— Para mí — respondió Andrey — aún estoy medio dormido y le pedí a Irina que me preparara un poco.
— Bien, voy a hacer la comida ya, ¿por qué no vais a dar un paseo juntos? Desde que estais aquí, estais todo el día arrimados y no habeis estado ni un minutos solos. Seguro que tenéis mucho que deciros y muchos arrumacos que daros. Venga, salid a pasear Nos ordenó mi madre, a lo que obviamente Andrey y yo hicimos caso.
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