FAMILIAS Y MENTIRAS
— Por favor, ya sé que ahora no quieres saber nada de mí, pero déjame que te expliqué — me abordó Sara en la calle, cuando Andrey y yo estábamos cargando las maletas en el taxi que nos llevaría al aeropuerto.
— Tú lo has dicho — le dije — no quiero saber nada de ti, no quiero volver a verte.
— Sara, es mejor que nos dejes en paz, por favor — le pidió Andrey amablemente.
— Lo sé y lo entiendo. Pero solo quiero decirte que toda la culpa fue mía, que no tienes que castigar a Andrey por algo de lo que yo soy la única responsable. Lo puse entre la espada y la pared, lo engañé, le tendí una trampa y él solo hizo lo que pudo para rechazarme, pero yo… no sé, estaba cegada. De verdad, no lo culpes a él, toda la culpa es mía. Solo quería decirte eso.
Y tras eso, se fue por donde había venido. Andrey y yo ya habíamos terminado de cargar las maletas en el taxi, subimos y nos fuimos hacia el aeropuerto. Sentados en el asiento trasero del taxi, a un metro de distancia el uno del otro, Andrey intentó acercar su mano a la mía, que la tenía descansando sobre el asiento, intentó acariciarla suavemente, por primera vez en los últimos días no había apartado la mano, e incluso dejé que la cogiera entre las suyas.
— Irina, yo te quiero, de verdad y solo deseo que solucionemos todo esto — me dijo.
— Yo también te quiero — le dije — pero necesito tiempo.
— Lo sé. Lo siento — se disculpó por enésima vez, cosa que en los últimos días se había convertido en algo frecuente.
Estaba tan arrepentido de lo sucedido, que no dejaba de disculparse una vez tras otra.
Habíamos decidido que durante el tiempo que durara nuestro viaje a Rusia trataríamos de que todo fuera lo más normal posible, que nos trataríamos como si nada hubiera pasado, como si todo fuera bien entre nosotros. Nuestros padres no tenían por qué saber que algo no iba bien y que nos estábamos replanteando si seguir o dejar la relación. Bueno, en realidad, era yo quien se lo estaba replanteando. Andrey apostaba todavía por lo nuestro, pues él sabía y se sentía inocente de lo sucedido, con lo que tenía la esperanza de que en algún momento le perdonara. Quizás en algún momento sería así, pero en ese momento necesitaba tiempo, necesitaba pensar, necesitaba saber que sentía.
— Andrey, no sé que va a pasar en este viaje, porque vamos a pasar una semana con nuestras familias y tendremos que fingir delante de ellos, pero sé que lo que siento por ti es sincero y que por ahora es lo único que tengo claro y de momento es la única razón por la que no quiero dejarte.
— Lo sé.
Tras un vuelo tranquilo llegamos a Moscú. En el aeropuerto nos esperaba mi padre. Se le veía feliz y radiante porque de nuevo me tenía junto a ellos, y además su hija mayor se iba a casar. Andrey me cogió de la mano, yo respiré profundo y con una sonrisa me dirigí hacía mi padre.
— Hija, por fin, que ganas tenía de verte. ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata tu prometido? — me preguntó.
— Muy bien, papá.
— Venga, tengo el coche fuera. Vamos chicos.
Nos dirigimos al coche, cargamos las maletas y nos fuimos hacia el pueblo. Dos horas más tarde habíamos llegado a casa. Primero decidimos ir a mi casa, después ya iríamos a casa de Andrey.
— Ya estamos en casa — vociferó mi padre.
Y enseguida salieron mi hermana, mi madre y hasta mi abuela a recibirme.
— Hijaaa, — mi madre me abrazó como si hiciera siglos que no me veía, luego fue mi abuela y finalmente mi hermana. Realmente me sentía en casa.
— Mírala, que carita tienes, ¿nos has echado de menos? — preguntó mi abuela.
— Pues claro que os he echado de menos.
— Un montón — aclaró Andrey.
— ¿Y este como te trata? — preguntó nuevamente mi abuela.
— Muy bien, abuela, la verdad es que es todo un caballero — le dije.
Y en realidad, así había sido hasta el famoso incidente con Sara. Bueno, entonces también había sido un caballero, tanto conmigo como con ella.
— Me alegro.
— ¿Os quedaréis aquí, verdad? — preguntó mi madre.
— No sé, habíamos pensado en coger una habitación en el hostal, bueno, dos — dije yo.
— Nada de eso, te he preparado tu cama en vuestra habitación y para ti Andrey, la habitación de invitados — nos explicó mi madre.
En realidad, la habitación de invitados era un habitación pequeña en el último piso, con una cama pequeña e incómoda y una silla. Mi habitación era la que siempre había compartido con mi hermana mayor. Así que por unos días, estaría bien poder compartirla con ella nuevamente. Nos acomodamos en casa de mis padres, y estaba deshaciendo mi maleta y guardando mis vestidos en mi antiguo armario cuando entró mi hermana:
— Tienes mucho que contarme, señorita.
— ¿Qué quieres que te cuente? — le pregunté haciéndome la interesante.
— Ya lo sabes. ¿Cómo es en la cama? ¿Cómo es eso de ser sumisa? En fin, todo eso.
Sonreí mirando al suelo un poco avergonzada y pregunté:
— ¿Los detalles más escabrosos?
— Con pelos y señales — afirmó ella.
— Bueno, esta noche te los cuento ¿de acuerdo? Porque cuando termine con esto tendremos que ir a ver a sus padres.
— Ya, imagino. ¿Cómo va todo por la gran manzana? — me preguntó.
Me había preparado la respuesta un montón de veces y me la había estudiado, pero en aquel momento, casi me pilló por sorpresa. Respiré hondo y le respondí:
— Bien, muy bien, ya te dije que es un lugar maravilloso. Tan diferente de todo esto. Me gusta, la verdad, porque puedo ir por la calle y nadie me reconoce, ni me saluda.
— Lo entiendo, te da anonimato.
— Sí.
Y entonces alguien llamó a la puerta.
— ¿Sí?
Andrey asomó la cabeza y me preguntó:
— ¿Estás lista?, tenemos que ir a ver a mis padres antes de que anochezca.
— Sí, claro, me visto y vamos. Dame un par de minutos.
— De acuerdo, te espero en el salón.
Andrey cerró la puerta y pasados unos segundos, mi hermana me preguntó:
— ¿Pasa algo entre vosotros?
En ese momento el corazón me dio un vuelco, mi hermana lo había notado.
— No, nada, tuvimos una pequeña pelea antes de llegar, pero nada importante — le mentí rezando para que se lo tragara.
— Pues haz las paces con él cuanto antes. Sois una pareja maravillosa y yo creo que estáis hechos el uno para el otro — me dijo mi hermana.
Y parte de razón tenía. Era lo que había sentido hasta aquel fatídico día en que lo encontré con Sara, que estábamos hechos el uno para el otro, que él me complementaba y yo le complementaba a él. Pero justo en el momento en que lo vi allí desnudo con ella, todo se rompió como si fuera un cristal, y los pedazos cayeron a mis pies. Ahora trataba de recomponerlo lo mejor que podía. Me cambié el vestido que llevaba y salí al salón.
— Ya podemos irnos — le dije a Andrey que me estaba esperando sentado en el sofá.
— ¿Dónde vais? — quiso saber mi madre.
— A ver a sus padres — le informé.
— No tardéis, la cena estará lista a las ocho.
— Bien, estaremos aquí a esa hora — dijo Andrey.
Decidimos ir dando un paseo, pues la casa de Andrey estaba a solo un par de calles de la mía. Andrey me tomó de la mano y está vez, al contrario que la mayoría de veces que lo había hecho en los últimos días, no aparté mi mano. Estábamos en nuestro pueblo y allí debíamos mantener la compostura. Íbamos caminando y al ver que estábamos solos y no había nadie alrededor le comenté:
— Tendremos que mejorar nuestras técnicas de actuación.
— ¿Por qué lo dices?
— Mi hermana ha notado que pasaba algo entre nosotros y me ha preguntado.
— ¿Y qué le has dicho? — me preguntó curioso.
— Que hemos tenido una pequeña pelea antes de llegar, pero nada importante.
— ¿Se lo ha tragado?
— Sí, creo que sí.
— Bien.
— Por cierto, tienes que llamar a Mijail — le recordé.
— Sí, pues será mejor que lo haga ahora, ¿no?
— O mejor cuando salgamos de casa de tus padres — le sugerí yo.
Llegamos a casa de sus padres y poco antes de que tocaramos al timbre, la puerta ya se había abierto y su madre salió con la ilusión dibujada en su cara.
— Hijo, por fin estais aquí.
Lo abrazó con todas sus fuerzas y después me abrazó a mí:
— Hola, preciosa. Pero que guapa estás, sin duda, Nueva York te sienta bien.
Sonreí ante aquel comentario.
— Sí, supongo.
Su madre nos hizo entrar y enseguida aparecieron todos sus familiares. Su padre, su hermano mayor, su cuñada, su hermana pequeña, sus abuelos y todos lo abrazaron con gran alegría, al igual que a mí. Después entramos en el salón comedor y se pusieron a hablar. Le preguntaron como iba el restaurante, aunque se daban cuenta por el dinero que enviaba cada mes que debía ir bien, obviamente. Luego hablaron de como iba todo por allí y finalmente llegó la temida pregunta:
— ¿Y entre vosotros, qué tal? ¿Cómo va la cosa? — preguntó su padres.
— Bien, muy bien, Irina se ha adaptado muy bien a la vida en Nueva York ¿verdad cariño?
— Sí — afirmé yo — es una ciudad maravillosa.
— Ya, pero no es eso lo que os pregunto — dijo su padre.
Y ambos nos pusimos rígidos. Aunque de todos modos, era lógico que nos preguntaran aquello, además ellos eran totalmente ajenos al dichoso incidente, sobre todo porque ambos, tanto Andrey como yo, habíamos decidido no comentarles nada. El problema era nuestros y nosotros lo resolveríamos. Porque ambos estábamos decididos a resolverlo.
— Bien, papá, entre nosotros va todo muy bien — acabó confesando Andrey — ¿verdad cariño? — me preguntó mirándome directamente a los ojos.
— Sí, mi amor — le respondí yo, terminando la frase con un beso en la boca.
— Entonces tendremos boda pronto — dijo su madre.
— Bueno, en unos meses, para primavera ¿no? — dijo Andrey mirándome.
— Sí — afirmé yo.
Tras eso seguimos hablando, sobre todo de mi hermana y de su boda. Y finalmente nos despedimos de todos y volvimos a mi casa para cenar.
— Bueno, cuéntame ya qué tal con Andrey, ¿cómo es en la cama? — me preguntó mi hermana en cuanto nos acostamos en la cama.
— Bueno, muy bueno — le dije simplemente.
— Ya, pero vamos, dime algo más no sé — me pidió mi hermana.
— Bueno, como ya sabes, le gusta el BDSM y sí, soy su sumisa.
— ¿Y que tal? — me preguntó.
— Pues es algo diferente, pero muy excitante. La verdad es que he descubierto partes de mí y cosas que me gustan que jamás pensé que me podrían gustar. Y él me hace sentir tan segura siempre.
— Vaya, ¿sabes una cosa? Te envidio, porque en tus palabras se nota, o se siente que le amas, que lo vuestro es algo diferente y verdadero.
— ¿Qué pasa? ¿Acaso lo tuyo no lo es? — le pregunté yo.
— Bueno, sí, pero no sé, es diferente.
— Quizá es diferente porque vosotros estais aquí, teneis a la familia. Nosotros solo nos tenemos el uno al otro al estar tan lejos de la familia y hemos tenido que aprender a confiar el uno en el otro.
Y quizás por eso, su traición me había dolido tanto, pensé.
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