sábado, 2 de agosto de 2025

DESEO OCULTO 6

 

Al salir de la biblioteca, las palabras de Fernando resonaban en mi cabeza: "Cuando termines con él, te estaré esperando aquí". No había duda a dónde me dirigía. Con pasos firmes, caminé por el silencioso pasillo hasta su despacho. La puerta estaba cerrada, así que llamé.

Adelante, querida — me invitó su voz grave desde el interior, una invitación que prometía mucho más que una simple conversación.

Al abrir la puerta, Fernando rompió en un aplauso lento y deliberado.

¡Bravo! Este chico se ha superado a sí mismo — exclamó, con una satisfacción palpable en su voz. — Vamos, ven aquí, quiero oler tu sexo.

Obedecí sin dudar, cerrando la puerta tras de mí, el sonido sordo resonando en el despacho. Me acerqué a él, la anticipación tensando cada músculo, y con un movimiento familiar, me senté sobre su mesa de escritorio, abriendo mis piernas ante su mirada.

Él se inclinó, su rostro bajando lentamente hasta quedar entre mis muslos abiertos. Pude sentir su aliento cálido rozar mi intimidad, y el olor de mi propio deseo, mezclado ahora con los rastros de Pablo y Toni, se volvió abrumador. Fernando aspiró profundamente, un gemido bajo escapándose de sus labios. Su lengua se deslizó, húmeda y experta, probando la piel sensible, haciéndome temblar al instante.

Uhm... delicioso, querida — murmuró contra mi sexo, su voz ronca y llena de una satisfacción que me erizó la piel.


Sus dedos hábiles se abrieron paso, hurgando entre los pliegues húmedos, encontrando los puntos más sensibles. Un gemido profundo escapó de mi garganta mientras mis caderas se alzaban instintivamente, buscando más de su toque.

Sentí el calor de su aliento mientras me observaba, su rostro aún oculto entre mis piernas.

Todavía hueles a ellos. Eso me gusta. — Su voz era un susurro posesivo, y el placer que provocaba se mezclaba con una punzada de sumisión absoluta.

Podía sentir el peso de su mirada en cada centímetro de mi piel, aunque mis ojos no pudieran verlo. Él era mi Amo, el que orquestaba mis placeres, el que me empujaba a límites que nunca imaginé. Él que me obligaba a hacer aquello y cada vez me resultaba más repugnante y más difícil obedecer a sus designios, pero él me conocía tan bien, sabía como provocarme aquel placer y quizás por eso, sucumbía a sus deseos.

Su lengua continuó su exploración, subiendo y bajando, cada lametón más audaz que el anterior. Gemí, mi cabeza cayendo hacia atrás mientras mis manos se aferraban al borde de la mesa, mis dedos apretando la madera pulida. La mezcla de su aroma, el de los chicos, y mi propio excitado olor era un cóctel embriagador. Sentí el cosquilleo familiar de la excitación creciendo, un nudo apretándose en mi vientre.

Fernando se irguió un poco, sus ojos oscuros clavados en los míos. Una sonrisa lenta y depredadora se dibujó en sus labios.

Parece que te ha gustado el juego de hoy, ¿verdad, querida? — Su voz era un ronroneo bajo, una confirmación de su poder sobre mí. Que esta vez me sonó como la risa de una hiena. Repugnante y depravada.

No pude responder con palabras, solo un jadeo. Él no necesitó más. Con un movimiento rápido y experto, desabrochó su pantalón. Su erección saltó, dura y palpitante, invitándome. Mi cuerpo reaccionó por sí solo, mis caderas se alzaron, ofreciéndome a él. Sin una palabra más, me tomó, penetrándome con una fuerza que me hizo arquear la espalda. El calor y la plenitud de su entrada eran un alivio, un retorno a la familiaridad de nuestro propio juego.

Sus manos se aferraron a mis caderas, controlando el ritmo, sus embestidas profundas y poderosas. El despacho, silencioso unos momentos antes, ahora se llenaba con el sonido de nuestros cuerpos chocando, el jadeo de mi aliento y los gruñidos guturales de Fernando. Estaba en su escritorio, en su territorio, completamente suya.

El ritmo de Fernando no se precipitó. Aunque sus embestidas eran profundas y llenas de poder, mantenía un control absoluto, negándome el clímax que mi cuerpo ya anhelaba con desesperación. Sus ojos no dejaban los míos, una mezcla de dominación y un placer frío que me hacía arder. Mis caderas se alzaban instintivamente para encontrarlo, pero él ajustaba su ritmo, me elevaba solo para dejarme caer de nuevo, sin permitir que la ola me arrastrara del todo.

Te gusta que ellos te usen, ¿verdad, perra? — susurró, su voz ronca contra mi boca.

El aire se hizo más denso con la tensión. Mi respiración era un jadeo constante, el placer acumulado se convertía en una agonía exquisita. Sabía que no me dejaría llegar, no todavía. Esto no era solo una descarga, era una lección, una demostración de poder. Quería que sintiera cada segundo, cada embestida, cada ápice de control que ejercía sobre mi cuerpo y mi mente. Era su juego, y yo era su pieza, su sumisa. Y Pablo y Toni sólo habían sido sus juguetes.


De repente, se detuvo. Dentro de mí, inmóvil, pero su presencia seguía siendo abrumadora. Mis músculos se contrajeron a su alrededor, rogando por más, por la liberación. Pero él solo me observaba, su sonrisa sutil prometiendo un tormento aún mayor.

Fernando, por favor — supliqué. Eso era lo que él quería, que suplicara. Le encantaba verme suplicar.

Permanecía inmóvil dentro de mí, su presencia un peso dulce y opresivo. Mi respiración seguía entrecortada, mis músculos tensos, rogando por el movimiento que él negaba. Fernando sonrió, una sonrisa cinica y descreida.

Quiero que lo sientas todo, Luz — susurró, y esta vez, en lugar de continuar con las embestidas, comenzó a girar lentamente dentro de mí. Era una tortura exquisita, la cabeza de su polla girando contra mi clítoris interno, rozando cada pared de mi vagina con una lentitud que me llevó al borde de la locura. Mis caderas se alzaban por sí solas, intentando presionar más, buscando el alivio que él dosificaba con maestría.



Mis manos se aferraban a los bordes de su escritorio. Podía sentir el temblor que me recorría. No era solo placer; era una entrega total, una rendición a su control absoluto. Cada giro, cada fricción interna, era una prueba de su dominio. Mi cuerpo respondía a su más mínimo movimiento, esclavo de las sensaciones que él creaba.

¿Lo sientes, perra? — preguntó, su voz un murmullo grave y satisfecho — Así es como te controlan, ¿verdad? Con el placer. Es una cadena más fuerte que cualquier otra. Y te gusta que él te llame perra ¿verdad?

El placer se volvía una agonía exquisita. Cada giro de su polla dentro de mí era un recordatorio de la verdad de sus palabras: el placer era, en efecto, una cadena poderosa. Mis gemidos eran apenas susurros, mi garganta apretada por la intensidad. Mis caderas seguían levantándose, buscando ese punto de quiebre que él se negaba a darme, una y otra vez. Podía sentir el sudor perlado en mi frente, mi cuerpo temblaba.

De repente, detuvo el giro. Y en lugar de embestir, sentí que sus dedos subían por mis muslos, explorando. Se detuvo en la parte interna, justo donde el vello comenzaba, y luego, con una presión suave pero firme, me apartó ligeramente de él. Mis piernas, que aún lo rodeaban, cayeron un poco, exponiéndome aún más.

Sus ojos, que nunca se habían apartado de los míos, brillaban con una promesa.

Aún no, querida — susurró, y luego se retiró de mí con una lentitud que me arrancó un gemido de frustración.

El aire frío me golpeó al salir de mi cuerpo, un contraste cruel con el calor que había estado allí.

Se reclinó en su silla, observándome con la misma sonrisa serena de siempre, mientras yo permanecía sobre la mesa, con las piernas abiertas y el cuerpo tembloroso, completamente expuesta y sin aliento.

Vístete, perra, y ya puedes irte — me ordenó impertérrito.

Bajé de la mesa, sintiéndome débil, un mero juguete en sus manos. Porque eso era, de verdad, un simple objeto para él, con el que hacía lo que quería, con el que satisfacía sus más bajos instintos. Y en ese preciso instante, tomé una decisión. Me puse la gabardina y, justo antes de salir del despacho, lo solté:

Fernando, quiero dejar de ser tu sumisa. Lo nuestro ha terminado.

¿Terminado? — Fernando soltó una risa seca, sin humor, mientras yo terminaba de abotonar mi gabardina. Se levantó de su asiento, sus ojos fijos en los míos con una intensidad que intentaba perforar mi recién encontrada resolución. — No puedes decidir eso, Luz. Esto no funciona así. Eres mía, mi sumisa. Siempre lo has sido.

Di un paso atrás, negándome a ceder.

No, Fernando. Esto no funciona así para ti. Pero para mí, sí. He tomado una decisión. Y no la vas a cambiar. — Mi voz, aunque aún temblorosa, se mantenía firme.

¿Por qué Luz? ¿Qué pasa?

No sé, pero ya no es como antes, tú, te has vuelto tan posesivo, tan… no sé, esto no es lo que yo quiero, lo que yo buscaba.

Él me observó, su mandíbula tensa. Hubo un momento de silencio, un duelo de voluntades en el aire cargado del despacho. Podía ver la lucha interna en sus ojos, la resistencia a soltar el control que había ejercido sobre mí durante tanto tiempo. La frustración y la rabia se mezclaban en su mirada, pero lentamente, una resignación amarga comenzó a asentarse.

Te has enamorado de él ¿verdad? — me preguntó refiriéndose a Pablo. Ni siquiera le respondí.

Finalmente, suspiró, un sonido pesado que llenó el espacio. Su mirada se desvió por un instante, y cuando volvió a fijarse en mí, la intensidad había disminuido, reemplazada por una frialdad distante.

Muy bien, Luz — dijo, su voz ahora carente de emoción, el tono de Amo sustituido por el del director. — Si es lo que quieres. Lo nuestro... ha terminado.

Se dio la vuelta, dándome la espalda, una señal clara de que la conversación había concluido. Me quedé inmóvil un momento, el silencio resonando con el peso de sus palabras. Luego, sin decir una palabra más, me di la vuelta y salí del despacho, cerrando la puerta detrás de mí con una suavidad que contrastaba con la tormenta que acababa de vivir. El pasillo estaba vacío y silencioso, reflejando el vacío que sentía, mezclado con una extraña sensación de libertad.















DESEO OCULTO 6

  Al salir de la biblioteca, las palabras de Fernando resonaban en mi cabeza: "Cuando termines con él, te estaré esperando aquí". ...