martes, 24 de junio de 2025

DESEO OCULTO

La clase había acabado ya. Los alumnos salían despacio, unos tras otros, hablando, contándose sus cosas. Entre ellos estaba Pablo, uno de los mejores y más callados. Con frecuencia lo veía dibujando en un cuaderno, mientras yo daba explicaciones sobre la clase que aquel día tocara. Con frecuencia me preguntaba ¿Qué estaría dibujando? 


Y
aquel día, precisamente, tuve la ocasión de descubrirlo. Alguien lo llamó, y salió corriendo, olvidando su cuaderno de dibujo sobre la mesa. No me percaté hasta unos minutos después, y como ya no quedaba nadie más en el aula, me tomé la pequeña libertad de hojear la libreta. Lo que vi me dejó absolutamente sorprendida. Primero, porque me había dibujado a mí, casi a la perfección, captando mis rasgos. Segundo, y esto fue lo impactante, en el dibujo yo aparecía desnuda, arrodillada frente a la imponente figura de un hombre que parecía ser él. Él vestía solo unos ajustados pantalones negros y sostenía un látigo en su mano derecha. Era una escena al más puro estilo BDSM. Busqué más dibujos y, en todos, aparecíamos ambos. Eran muy similares: en cada uno, mi actitud era de sumisión y la suya de dominación. En ese instante, una idea descabellada cruzó mi mente: ¿Y si...? Pero enseguida la deseché. No podía hacerlo, no debía hacerlo. Él era mi alumno y yo su profesora

Me guardé el cuaderno y decidí que se lo devolvería al día siguiente. Y así lo hice. Llegué a clase antes que nadie y lo dejé sobre su pupitre, como si nadie lo hubiera tocado. Cuando Pablo entró y vio el cuaderno en su mesa, su semblante cambió, y una dulce sonrisa se dibujó en su rostro. Me acerqué a él con cautela, procurando que nadie se diera cuenta, y le susurré:

Ayer te lo olvidaste aquí.

Sí, y cuando me di cuenta y vine a buscarlo, la clase ya estaba cerrada.

Lo siento, tenía prisa — me excusé. — Oye, ¿podrías venir luego a mi despacho? Tengo algo que puede interesarte.

Vale — aceptó.

Por un instante, la idea de mi plan me pareció una locura, pero al ver los dibujos de aquel joven, un torbellino de fantasías había invadido mi mente. ¿Y por qué no? No le haría daño a nadie, ¿verdad? Yo era soltera, y él ni siquiera tenía novia. Y me apetecía tanto probar aquello, adentrarme en aquel mundo.

A la hora de salida, tal como habíamos acordado, me dirigí a mi despacho. Necesitaba prepararlo todo antes de que Pablo llegara. Para eso, había hecho una fotocopia de uno de sus dibujos, el que me había parecido más excitante de todos. Me desnudé, me solté el pelo que llevaba recogido en una cola alta y, justo cuando oí unos pasos acercándose, me arrodillé en el suelo. Llamaron a la puerta y su voz se escuchó:

Señorita Luz.

Adelante, pasa — le dije.

Al verme desnuda y arrodillada, la sorpresa pareció descolocarlo por un instante.

Cierra con la llave, por favor —le pedí, mi voz apenas un susurro.

Él obedeció, girando la llave en la cerradura. Mi corazón latía a mil por hora, temiendo que Pablo se asustara y huyera. Pero, en lugar de eso, sus ojos se encendieron con una comprensión que me erizó la piel.

Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Una putita dispuesta a hacer realidad mis sueños, ¿no?

Un leve gemido se escapó de mis labios.

Estoy aquí para convertir en realidad todos esos sueños que tienes, Señor — le dije, mi voz cargada de sumisión.

Muy bien. Entonces acércate un poco más a mí y saca mi polla de su refugio — me ordenó, y su tono me encendió al instante.

Obedecí sin dudarlo, abriendo la cremallera de sus vaqueros y desabrochando el botón. Saqué su miembro, erecto y duro. Aquello era... buf, la polla más grande que jamás hubiera visto, o al menos así me lo pareció en ese momento. Acerqué mis labios, saqué la lengua lamiendo suavemente el glande y, después de recorrerlo por todos sus lados, me lo introduje en la boca.

Oh, sí, no sabes cuántas veces he soñado esto — musitó, su voz ronca por la excitación, mientras yo chupeteaba su polla, metiéndola y sacándola de mi boca como si fuera un helado.



Pablo gimió y se estremeció. Sentí cómo su polla crecía aún más dentro de mi boca, y entonces él mismo me detuvo:

Oh, para, puta, o me voy a correr y seguro que ninguno de los dos queremos eso.

No, Señor — respondí al instante.

Bien, pues levántate y dóblate sobre la mesa. Quiero ver tu culo.


Obedecí, apoyándome sobre la mesa, sintiendo el frío de la madera sobre mis pechos desnudos.

Supongo que lo que quieres es que te folle, ¿verdad? Por eso has montado este numerito —dijo, su voz cargada de cinismo.

Sentí que mi sexo se contraía de un deseo ardiente. Me gustaba que me tratara de aquella manera. Sentí su mano acariciando suavemente una de mis nalgas, y al instante, cayó con fuerza sobre ella. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

Has sido muy osada, y te has portado mal —murmuró, y una nueva zurra impactó sobre mi culo desnudo.

Gemí por el dolor que me causó, y durante los siguientes minutos, me golpeó una y otra vez, mientras me obligaba a contar cada impacto sobre mis castigadas posaderas. Al llegar al número veinte, se detuvo. Sus dedos recorrieron mi sexo suavemente, comprobando la humedad.

Parece que te gusta ser tratada como una puta, ¿no? — su voz, apenas un susurro, vibró con una mezcla de condescendencia y deseo.

Sí, Señor — respondí, mi propia voz apenas un hilo, pero firme en mi entrega.

Introdujo su dedo en mí con una facilidad pasmosa, y un estremecimiento me recorrió al sentirlo. A ese le siguió otro, y con ambos dedos dentro, los movió con un ritmo constante: dentro y fuera, dentro y fuera, durante un rato. Parecía saber muy bien lo que estaba haciendo y cómo lograr que una mujer se excitara con aquellas caricias tan dolorosas como placenteras.

Bien, veamos si sabes follar como una puta.

Sacó un condón del bolsillo de su pantalón y se lo enfundó con destreza. Acercó su sexo al mío y empujó suavemente, logrando que el glande se deslizara en mi interior. Luego, con un fuerte empujón, el resto de su miembro se deslizó dentro de mí, arrancándome un gemido de puro placer. Me tomó por las caderas y comenzó a moverse: dentro y fuera, dentro y fuera, haciéndome sentir su sexo erecto y duro entrando y saliendo de mí. Me estremecí, y no tardé en alcanzar el orgasmo. Justo después, fue él quien se corrió, gimiendo y convulsionando.

Cuando terminamos, fue como si ambos despertáramos de un sueño. Él se apartó de mí diciendo:

Esto es una locura. 

Sí, una locura — repetí. Él se vistió rápidamente y salió de mi despacho, dejándome allí desnuda, satisfecha y preguntándome si realmente había sido una locura o producto de un deseo que ambos habíamos tenido escondido durante mucho tiempo. 

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