sábado, 28 de junio de 2025

DESEO OCULTO 2

El zumbido monótono de las voces de mis alumnos llenaba el aula, pero para mí, aquel martes era todo menos normal. Me apoyé en mi escritorio, fingiendo revisar unos papeles, mientras mi mirada, casi por inercia, buscaba a Pablo. Él estaba allí, en su pupitre habitual, con la misma expresión concentrada de siempre, pero algo en el aire había cambiado irrevocablemente.

Cada vez que nuestros ojos se cruzaban, aunque fuera por una fracción de segundo, un escalofrío me recorría. Era una chispa casi imperceptible, un destello de complicidad prohibida que solo nosotros dos podíamos descifrar. Me obligaba a desviar la mirada rápidamente, a concentrarme en la pizarra, en las preguntas de otros alumnos, pero era inútil. La imagen de él arrodillado, su voz ronca... todo volvía una y otra vez.

Pablo, por su parte, parecía más tranquilo, casi victorioso. De vez en cuando, lo pillaba observándome, y una leve sonrisa, apenas un esbozo, se dibujaba en sus labios. Era una sonrisa que decía: "Sé lo que pasó. Y tú también". Su presencia en la clase era ahora una constante provocación, un recordatorio silencioso de la tarde anterior. Era como si el aire entre nosotros vibrara con la electricidad de un secreto compartido, y me preguntaba si era la única que lo sentía. La clase se arrastraba, cada minuto un eco del placer y la transgresión, y yo solo deseaba que terminara para poder ordenar mis pensamientos, o quizá... ceder de nuevo a la tentación.

Finalmente, el timbre sonó, liberándonos a todos del incómodo silencio de la clase. Los alumnos comenzaron a salir, y yo recogí mis cosas, intentando parecer ocupada. No quería que Pablo pensara que lo estaba esperando, aunque en el fondo, una parte de mí sí lo hacía. Me dirigí hacia la sala de profesores, pero apenas había avanzado unos pasos por el pasillo cuando lo vi. Él venía en dirección contraria, con una mochila colgada de un solo hombro, los auriculares colgando del cuello y esa expresión despreocupada que solo la juventud puede tener.

Nuestros ojos se encontraron. Esa leve sonrisa volvió a aparecer en sus labios, y esta vez, sentí un rubor subir por mis mejillas. No se detuvo, pero al pasar a mi lado, su mano rozó mi brazo de forma tan sutil que nadie más podría haberlo notado. Fue solo un segundo, un contacto fugaz, pero una chispa eléctrica recorrió mi piel. Justo cuando pensé que seguiría su camino, me susurró, con una voz tan baja que apenas la oí, pero lo suficientemente clara como para que se grabara en mi mente:

Señorita Luz, necesito hablar con usted.

Ven a última hora a mi despacho — le propuse sintiendo como mi sexo se excitaba con la sola idea de pensar que estaría de nuevo con él.

Ni siquiera sé por qué le hice esa petición. Sabía que no era una buena idea, que rayaba en la locura, pero el ardiente deseo de revivir lo que había sentido en nuestro primer encuentro me consumía por completo. Me había gustado, y lo quería de nuevo, con una intensidad que ignoraba toda razón.

Lo esperé en mi despacho. Las clases habían terminado hacía rato, y el silencio de un instituto vacío se extendía por los pasillos. Todos los alumnos y profesores se habían marchado, dejando atrás una calma que solo aumentaba mi nerviosismo. Oí sus pasos acercándose, lentos y deliberados, y mi corazón se aceleró al compás de cada uno. Luego, el suave repicar de sus nudillos en la puerta.

—Adelante — dije, mi voz apenas un susurro cargado de anticipación.

La puerta se abrió y él apareció, con una pequeña mueca de decepción cruzando su rostro. Cerró la puerta con la llave, el clic resonando en el silencio del despacho, mientras decía:

Pensé que me recibirías desnuda como la otra vez.

¡Oh, yo, no, lo siento, Señor! — respondí de inmediato, deslizándome de nuevo en mi papel de sumisa.

Desnúdate, vamos — me ordenó con firmeza — Hoy tengo un juego especial para ti.

Mis ojos fijos en los suyos. Me levanté de la silla, y empecé a desnudarme despacio, cada prenda que caía al suelo bajo su mirada atenta se sentía como una ofrenda. Él me observaba con una sonrisa lenta y satisfecha que me hizo arder la piel. Vi que llevaba una bolsa en su mano derecha, y cuando estuve completamente desnuda, su voz grave resonó en el silencio:

—Toma, ponte esto, vamos a dar una vuelta por el parque.


Tomé la bolsa, la curiosidad mezclada con una creciente excitación. De ella saqué una gabardina corta de color arena, de tela ligera. Me la puse, sintiendo cómo apenas rozaba mis muslos, una insinuación más que una cubierta, llegando justo por debajo de mis nalgas, dejando el resto de mi cuerpo deliciosamente expuesto a la imaginación.

—¿Quieres que salga así a la calle y que paseemos por el parque? — le pregunté con asombro y una punzada de miedo.

Así es, putita, quiero exhibirte, que vean la puta tan guapa que tengo — dijo con un deje de superioridad que me hizo temblar, una promesa de humillación pública que extrañamente me encendía.

No sabía que quería hacer, pero dejé que me llevara, que me guiara y me puse la gabardina. Vi que en el fondo de la bolsa había también un collar muy parecido a los que se usan para pasear a los perros y una cadena. Los sacó de la bolsa y me lo puso el mismo. Yo iba a protestar, pero él poniendo su dedo en mi boca dijo:

Ni una palabra, aquí mando yo, tu eres mi perra hoy y como tal te llevaré de paseo por el parque.

Aquella situación, aunque me intimidaba, también me excitaba por lo que dejé que lo hiciera. Salimos a la calle por la puerta trasera del colegio, para no ser vistos. Pablo me llevaba tirando de la cadena. Entramos en el parque, era un parque grande, lleno de vegetación y caminos laberínticos. Gracias a Dios, era ya tarde y empezaba a anochecer, por lo que no había mucha gente, pero los pocos que había nos miraban como si fuéramos extraterrestres. Sentí sus miradas, algunas de asco sobre mí, oí una pareja que pasó por nuestro lado, que ella le decía a él: ”Mira que tía más puta y con ese jovencito”. Pablo también había oído el comentario, se giró para mirarme y luego, al volverse, se puso tieso y con una expresión de orgullo y siguió tirando de mí por los caminos del parque.

El collar y la cadena se sentían extrañamente naturales alrededor de mi cuello. Cada vez que Pablo tiraba suavemente, un escalofrío me recorría. No era solo el frío del atardecer o la brisa que se colaba bajo la gabardina; era la mezcla de humillación y excitación que me invadía. Mis pasos se sincronizaban con los suyos, mis ojos, acostumbrados a mirar al frente con autoridad, ahora se mantenían más bajos, como esperando una señal, una orden.

Él no decía mucho. A veces, simplemente tiraba de la cadena en una dirección u otra, y yo obedecía. Podía sentir sus ojos sobre mí, disfrutando de la vista, del poder que ejercía. Era como si el collar fuera un interruptor, transformándome de profesora a algo más primal, más entregado a su voluntad. Escuchaba su respiración, el crujido de las hojas bajo nuestros pies, y el lejano murmullo de la ciudad que nos parecía ajeno.

En un momento, Pablo se detuvo bruscamente, me llevó fuera del camino, hacia un árbol, tras el que nos colocamos, él tiró de la cadena con más fuerza, haciéndome caer de rodillas sobre la hierba húmeda. Gracias a Dios, había unos matorrales que llegarían a media altura que nos tapaban un poco. Mi corazón se disparó. Pensé que me reñiría, que me castigaría, pero solo me miró con esa sonrisa enigmática.

— ¿Estás disfrutando de tu paseo, perra? — susurró, su voz baja y llena de una autoridad que me erizó la piel.

— Sí, Señor — respondí sintiendo como la excitación me recorría.

— Bien, pues ahora saca mi polla de ahí — dijo señalando su bulto bajo el pantalón — y chúpamela, perra.

Jadeé con excitación, moviendo mis manos temblorosas hacía su sexo, le desabroché el pantalón, primero el cinturón, después el botón y por último la cremallera. Su sexo saltó fuera del pantalón tejano. Lo cogí con una de mis manos, acariciándolo suavemente. Elevé mi mirada hacía Pablo y él desde su ojos autoritarios, me indicó que podía empezar. Acerqué mis labios, abriendo la boca, saqué la lengua y lamí el glande. Vi como Pablo se estremecía, y agachándose sobre mí, me desabrochaba los dos primeros botones de la gabardina.

— Así estás mas sexy, perra.

Un ruido me alertó. Pasos. Un miedo repentino me invadió y me aparté un poco de Pablo.

— ¡Ssshh! Tranquila, es un gato — susurró él, y luego, con la voz más grave — sigue con lo tuyo, perra.


Respiré hondo, intentando calmarme, y de nuevo acerqué mi boca a su glande, lamiéndolo con una suavidad que prometía más. Sentí su mano atrapar mi pelo con una firmeza que me hizo jadear, y luego tiró, guiando su erección más profundamente dentro de mi boca.

— ¡Chúpala, te he dicho, perra!

Comencé a chupar, sintiendo cómo mi sexo respondía, llenándose de mis propios jugos. La forma en que Pablo me trataba, esa humillación tan suya, no hacía más que avivar mi excitación. Me gustaba. Me sumergía en un estado de servilismo hacia él, que me resultaba profundamente placentero.

Después de varias embestidas profundas dentro de mi boca, Pablo susurró, su voz ronca:

—Para, perra, o harás que me corra.

Saqué su sexo de mi boca y volví a observarlo. Su rostro, marcado por la satisfacción, me hizo sentir que lo estaba haciendo bien, que aquello era exactamente lo que él deseaba.

—Ven — me ordenó, haciéndome girar para quedar de espaldas a él.

Me subió la gabardina por encima de mis caderas hasta mi cintura. Sus manos acariciaron la curvatura de mis glúteos con una lentitud que me hizo jadear, y luego, con un empuje decidido, sentí su polla erecta penetrarme con una familiaridad embriagadora.

Sus manos se aferraron con firmeza a mis caderas, y un ritmo poderoso comenzó, sus embestidas profundas obligándome a inclinarme, a buscar apoyo en el tronco rugoso que tenía delante. Cada impacto resonaba en mi cuerpo, una invitación salvaje a la entrega.

Pablo intensificó sus embestidas, impulsándome con una urgencia creciente contra la aspereza del tronco. Sentía la gabardina subida y arrugada en mi cintura, y el aire fresco de la tarde en mi piel expuesta, un contraste que avivaba la excitación. Cada empuje suyo me arrancaba un jadeo ronco, que se perdía en el murmullo casi inaudible del parque. Mis dedos se aferraban desesperadamente a la corteza del árbol, buscando un anclaje mientras mi cuerpo se arqueaba, rindiéndose al ritmo implacable de su placer.

Él no decía nada, solo emitía pequeños gruñidos de satisfacción. Podía sentir el control absoluto en sus manos sujetando mis caderas, en la fuerza con la que me poseía. La humillación de estar allí, en el crepúsculo de un parque público, a la vista de cualquiera que decidiera mirar más de cerca, era una droga extraña que alimentaba mi propia excitación. Mi sexo estaba en llamas, cada embestida una chispa más intensa.

Justo cuando sentí que el clímax se acercaba, él se detuvo un momento, su cuerpo tenso contra el mío. Luego, con un tirón de mis caderas, me hizo girar ligeramente, exponiendo mi perfil al camino cercano. Por un instante, el pánico me invadió al ver a una pareja de ancianos paseando a lo lejos, ajenos a nuestra silenciosa transgresión. Pablo me miró por encima del hombro, sus ojos brillando con una satisfacción animal, antes de reanudar sus embestidas, ahora más salvajes, como si el riesgo añadiera un nuevo nivel de placer a nuestro acto.

Las embestidas de Pablo se volvieron frenéticas, cada empuje era una estocada profunda que me llevaba al límite. Mi cuerpo, completamente entregado a su ritmo, se arqueaba con cada movimiento, buscando más, pidiendo más. Las manos de Pablo se apretaban en mis caderas, controlando cada centímetro de la penetración, y el tronco del árbol contra mis manos era mi único ancla en el torbellino de sensaciones. La gabardina, subida hasta mi cintura, me ofrecía la libertad y la exposición que mi mente deseaba y temía a la vez.

El aire frío de la tarde se sentía en mi piel desnuda, un contraste que solo intensificaba el calor ardiente que se acumulaba en mi interior. Mis gemidos, ahogados pero urgentes, se mezclaban con su respiración agitada. En ese instante, el mundo exterior desapareció. Solo existíamos Pablo y yo, su polla dura y mi sexo respondiendo a cada uno de sus impulsos. La pareja de ancianos que había visto antes se desvaneció de mi mente, eclipsada por la inminencia del clímax.

Un grito silencioso se formó en mi garganta mientras la tensión insoportable se liberaba en una explosión de placer. Mi cuerpo se convulsionó violentamente, mis piernas temblaron y mis manos se aferraron con desesperación al tronco. Sentí el pulso de mi orgasmo reverberar a través de mí, y justo en ese momento, con un gemido gutural y profundo, Pablo se corrió dentro de mí, caliente y abundante, sus convulsiones uniéndose a las mías.

Por unos segundos, ambos permanecimos inmóviles, unidos, respirando pesadamente. El silencio del parque se sintió distinto, cargado ahora con el eco de nuestro acto. Él se retiró lentamente, el aire frío golpeando mi piel donde antes estaba su cuerpo.

Pablo me ayudó a incorporarme y, sin decir una palabra, me ajustó la gabardina. Su mirada, sin embargo, lo decía todo: una mezcla de satisfacción, triunfo y esa autoridad silenciosa que ya conocía. Me puso el collar de nuevo, tiró suavemente de la cadena, y comenzamos a caminar de regreso hacia la parte trasera del instituto. El paseo de vuelta fue en un silencio diferente, uno de complicidad, sintiendo el peso de lo que acababa de suceder. La adrenalina empezaba a bajar, dejando paso a una mezcla de agotamiento y la persistente punzada de un deseo que, sabía, no tardaría en resurgir.

Pablo tiraba suavemente de la cadena, manteniéndome a su lado, y yo no ofrecía resistencia. El aire fresco de la noche, que antes había avivado mi excitación, ahora parecía enfriar el ardor de mi piel expuesta, recordándome la audacia de lo que habíamos hecho. Al acercarnos a la puerta trasera del instituto, la misma por la que habíamos salido, el corazón me dio un vuelco. Volver a la normalidad después de algo así se sentía irreal.

Entramos en el edificio. Los pasillos estaban desiertos, las aulas sumidas en la oscuridad. El silencio era casi más opresivo que el ruido. Pablo me guio hasta la puerta de mi despacho. Una vez dentro, me soltó el collar y la cadena. El peso de la gabardina volvió a sentirse, cubriendo lo que segundos antes había estado tan expuesto.

— Puedes vestirte — me dijo, su voz de nuevo en un tono más neutro, casi como si nada hubiera pasado, aunque sus ojos todavía brillaban con un conocimiento compartido.

Me vestí rápidamente, mis manos aún temblorosas al abrocharme la blusa y la falda. Mientras recogía mis papeles y metía los exámenes en mi mochila, sentía su mirada sobre mí, pero esta vez era diferente, más observadora que imperativa. Cuando estuve lista, él simplemente asintió.

— Hasta mañana, Señorita Luz — dijo, su voz volviendo a ser la de un alumno cualquiera, pero el "Señorita Luz" sonaba distinto, como un código secreto entre nosotros.

— Hasta mañana, Pablo — respondí, mi voz sonando más firme de lo que me sentía.

Salió del despacho y, sin una palabra más, se marchó por el pasillo. Yo me quedé un momento, sintiendo el eco de su presencia. La soledad del despacho se hizo palpable. Apagué las luces y salí, cerrando la puerta tras de mí. Caminé hacia la salida principal, el frío de la noche ya no me importaba. Solo me preguntaba cuándo, y cómo, volvería a sonar ese "Hasta mañana, Señorita Luz".

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martes, 24 de junio de 2025

DESEO OCULTO

La clase había acabado ya. Los alumnos salían despacio, unos tras otros, hablando, contándose sus cosas. Entre ellos estaba Pablo, uno de los mejores y más callados. Con frecuencia lo veía dibujando en un cuaderno, mientras yo daba explicaciones sobre la clase que aquel día tocara. Con frecuencia me preguntaba ¿Qué estaría dibujando? 


Y
aquel día, precisamente, tuve la ocasión de descubrirlo. Alguien lo llamó, y salió corriendo, olvidando su cuaderno de dibujo sobre la mesa. No me percaté hasta unos minutos después, y como ya no quedaba nadie más en el aula, me tomé la pequeña libertad de hojear la libreta. Lo que vi me dejó absolutamente sorprendida. Primero, porque me había dibujado a mí, casi a la perfección, captando mis rasgos. Segundo, y esto fue lo impactante, en el dibujo yo aparecía desnuda, arrodillada frente a la imponente figura de un hombre que parecía ser él. Él vestía solo unos ajustados pantalones negros y sostenía un látigo en su mano derecha. Era una escena al más puro estilo BDSM. Busqué más dibujos y, en todos, aparecíamos ambos. Eran muy similares: en cada uno, mi actitud era de sumisión y la suya de dominación. En ese instante, una idea descabellada cruzó mi mente: ¿Y si...? Pero enseguida la deseché. No podía hacerlo, no debía hacerlo. Él era mi alumno y yo su profesora

Me guardé el cuaderno y decidí que se lo devolvería al día siguiente. Y así lo hice. Llegué a clase antes que nadie y lo dejé sobre su pupitre, como si nadie lo hubiera tocado. Cuando Pablo entró y vio el cuaderno en su mesa, su semblante cambió, y una dulce sonrisa se dibujó en su rostro. Me acerqué a él con cautela, procurando que nadie se diera cuenta, y le susurré:

Ayer te lo olvidaste aquí.

Sí, y cuando me di cuenta y vine a buscarlo, la clase ya estaba cerrada.

Lo siento, tenía prisa — me excusé. — Oye, ¿podrías venir luego a mi despacho? Tengo algo que puede interesarte.

Vale — aceptó.

Por un instante, la idea de mi plan me pareció una locura, pero al ver los dibujos de aquel joven, un torbellino de fantasías había invadido mi mente. ¿Y por qué no? No le haría daño a nadie, ¿verdad? Yo era soltera, y él ni siquiera tenía novia. Y me apetecía tanto probar aquello, adentrarme en aquel mundo.

A la hora de salida, tal como habíamos acordado, me dirigí a mi despacho. Necesitaba prepararlo todo antes de que Pablo llegara. Para eso, había hecho una fotocopia de uno de sus dibujos, el que me había parecido más excitante de todos. Me desnudé, me solté el pelo que llevaba recogido en una cola alta y, justo cuando oí unos pasos acercándose, me arrodillé en el suelo. Llamaron a la puerta y su voz se escuchó:

Señorita Luz.

Adelante, pasa — le dije.

Al verme desnuda y arrodillada, la sorpresa pareció descolocarlo por un instante.

Cierra con la llave, por favor —le pedí, mi voz apenas un susurro.

Él obedeció, girando la llave en la cerradura. Mi corazón latía a mil por hora, temiendo que Pablo se asustara y huyera. Pero, en lugar de eso, sus ojos se encendieron con una comprensión que me erizó la piel.

Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Una putita dispuesta a hacer realidad mis sueños, ¿no?

Un leve gemido se escapó de mis labios.

Estoy aquí para convertir en realidad todos esos sueños que tienes, Señor — le dije, mi voz cargada de sumisión.

Muy bien. Entonces acércate un poco más a mí y saca mi polla de su refugio — me ordenó, y su tono me encendió al instante.

Obedecí sin dudarlo, abriendo la cremallera de sus vaqueros y desabrochando el botón. Saqué su miembro, erecto y duro. Aquello era... buf, la polla más grande que jamás hubiera visto, o al menos así me lo pareció en ese momento. Acerqué mis labios, saqué la lengua lamiendo suavemente el glande y, después de recorrerlo por todos sus lados, me lo introduje en la boca.

Oh, sí, no sabes cuántas veces he soñado esto — musitó, su voz ronca por la excitación, mientras yo chupeteaba su polla, metiéndola y sacándola de mi boca como si fuera un helado.



Pablo gimió y se estremeció. Sentí cómo su polla crecía aún más dentro de mi boca, y entonces él mismo me detuvo:

Oh, para, puta, o me voy a correr y seguro que ninguno de los dos queremos eso.

No, Señor — respondí al instante.

Bien, pues levántate y dóblate sobre la mesa. Quiero ver tu culo.


Obedecí, apoyándome sobre la mesa, sintiendo el frío de la madera sobre mis pechos desnudos.

Supongo que lo que quieres es que te folle, ¿verdad? Por eso has montado este numerito —dijo, su voz cargada de cinismo.

Sentí que mi sexo se contraía de un deseo ardiente. Me gustaba que me tratara de aquella manera. Sentí su mano acariciando suavemente una de mis nalgas, y al instante, cayó con fuerza sobre ella. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

Has sido muy osada, y te has portado mal —murmuró, y una nueva zurra impactó sobre mi culo desnudo.

Gemí por el dolor que me causó, y durante los siguientes minutos, me golpeó una y otra vez, mientras me obligaba a contar cada impacto sobre mis castigadas posaderas. Al llegar al número veinte, se detuvo. Sus dedos recorrieron mi sexo suavemente, comprobando la humedad.

Parece que te gusta ser tratada como una puta, ¿no? — su voz, apenas un susurro, vibró con una mezcla de condescendencia y deseo.

Sí, Señor — respondí, mi propia voz apenas un hilo, pero firme en mi entrega.

Introdujo su dedo en mí con una facilidad pasmosa, y un estremecimiento me recorrió al sentirlo. A ese le siguió otro, y con ambos dedos dentro, los movió con un ritmo constante: dentro y fuera, dentro y fuera, durante un rato. Parecía saber muy bien lo que estaba haciendo y cómo lograr que una mujer se excitara con aquellas caricias tan dolorosas como placenteras.

Bien, veamos si sabes follar como una puta.

Sacó un condón del bolsillo de su pantalón y se lo enfundó con destreza. Acercó su sexo al mío y empujó suavemente, logrando que el glande se deslizara en mi interior. Luego, con un fuerte empujón, el resto de su miembro se deslizó dentro de mí, arrancándome un gemido de puro placer. Me tomó por las caderas y comenzó a moverse: dentro y fuera, dentro y fuera, haciéndome sentir su sexo erecto y duro entrando y saliendo de mí. Me estremecí, y no tardé en alcanzar el orgasmo. Justo después, fue él quien se corrió, gimiendo y convulsionando.

Cuando terminamos, fue como si ambos despertáramos de un sueño. Él se apartó de mí diciendo:

Esto es una locura. 

Sí, una locura — repetí. Él se vistió rápidamente y salió de mi despacho, dejándome allí desnuda, satisfecha y preguntándome si realmente había sido una locura o producto de un deseo que ambos habíamos tenido escondido durante mucho tiempo. 

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lunes, 16 de junio de 2025

Los Entresijos de "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO": Más Allá de la Superficie

¡Hola, apasionados lectores y amantes de las historias que se atreven a ir más allá! Hoy quiero llevarlos tras bambalinas de mi última novela, "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO", para explorar los desafíos, las inspiraciones y los elementos clave que la hacen vibrar. No es solo una historia, es una inmersión en un universo de contrastes y complejidades.

El Corazón de la Trama: Donde el Deseo Choca con la Realidad


Cuando me propuse escribir "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO", quería explorar una pregunta fundamental: ¿qué sucede cuando la seducción se convierte en algo mucho más profundo y desafiante de lo esperado? La novela parte de una premisa aparentemente audaz: Estela, una joven estudiante de periodismo con una curiosidad insaciable, decide seducir a Santi, su jefe, un periodista maduro y con una vida bien establecida. Pero lo que ambos descubren va mucho más allá de una simple aventura.

La trama se adentra en el mundo del BDSM, pero no como un mero telón de fondo. Es un elemento central que pone a prueba a nuestros protagonistas, explorando cómo la dinámica de dominación y sumisión afecta no solo su sexualidad, sino también sus emociones, su confianza y su percepción de sí mismos. El verdadero reto fue construir un universo donde estas prácticas, a menudo estigmatizadas, se presentaran desde una perspectiva de consentimiento, respeto y exploración personal, mostrando tanto el placer como las complejidades emocionales que conllevan.

Construyendo a los Protagonistas: Luces y Sombras

Para que la historia funcionara, necesitaba personajes que fueran auténticos y multidimensionales.

  • Estela: Es la pasión y la rebeldía encarnada. Su juventud no es sinónimo de ingenuidad, sino de una valentía para cuestionar y experimentar. Quería que Estela fuera un personaje con el que muchas pudieran identificarse: una joven en busca de su lugar, dispuesta a empujar sus propios límites y a aprender de cada experiencia, incluso de las dolorosas. Su viaje es un constante descubrimiento de su propia fuerza y deseos.

  • Santi: Representa el deseo y la experiencia. Un hombre en la cima de su carrera, que esconde una faceta íntima que choca con las convenciones sociales. Con Santi, exploré la dicotomía entre la imagen pública y la vida privada, y los miedos que pueden surgir cuando se rompen las propias reglas. Su edad y su posición lo colocan en una situación de vulnerabilidad que, paradójicamente, le hace dudar de lo que más anhela.

La relación entre ellos no es lineal; está llena de idas y venidas, de avances y retrocesos. Sus interacciones, a menudo cargadas de tensión y emoción, son el corazón de la novela. Otros personajes, como Ana (la amiga leal y confidente de Estela) o los padres de Estela, Rafa y María, añaden capas de apoyo, preocupación y conflicto, enriqueciendo el universo de la historia.

El Mensaje Subyacente: Amor, Límites y Libertad

"ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO" busca ser más que una novela erótica. Es una invitación a


reflexionar sobre:

  • El consentimiento: La importancia de la comunicación clara y los límites en cualquier relación, especialmente en dinámicas de poder.
  • La vulnerabilidad: Cómo la verdadera intimidad se construye a través de la entrega y la confianza mutua.
  • La aceptación: El camino hacia la aceptación de los propios deseos y la superación de los prejuicios.

Espero que al adentrarse en sus páginas, los lectores no solo disfruten de una historia apasionante, sino que también encuentren un espacio para la reflexión personal sobre el amor, el deseo y la libertad de ser quienes realmente somos.

¿Qué aspectos de la novela te generan más curiosidad? ¡Me encantaría leer tus comentarios!

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PUEDES LEER LA NOVELA ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO, SIGUIENDO ESTE ENLACE: https://www.amazon.es/dp/B0FBGVR928

lunes, 9 de junio de 2025

ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO CAPITULO 1

CAPITULO 1.

(SANTI)
Cerré los ojos ante aquella visión, no podía ser, tenía ante mí a la mujer más hermosa que nunca antes hubiera visto y a la causante de todos mis dolores de cabeza. Estela, estaba frente a mí, sentada en la silla que tenía al otro lado de la mesa, tenía las piernas cruzadas y me enseñaba descarada más de media pierna, pues la minifalda que llevaba se le había subido bastante. Traté de mirar hacía otro lado, pero me choqué con sus pechos, perfectamente colocados dentro de aquella blusa de pronunciado escote en uve.
Sr. Guzmán, ¿ha terminado ya?
¿¡Eh!? Sí, claro — le respondí, aún distraído por su hermosa figura.
Sr ¿está usted bien? — me preguntó visiblemente preocupada.
Se acercó a mi, poniéndose a mi lado, mientras cogía el vaso y la jarra.
Sí, estoy bien Estela, no te preocupes.
Estela era mi becaría, estaba allí realizando las practicas correspondientes a su último año de instituto. Y desde la primera vez que la vi, me quedé prendado de ella.

Sentí el olor de su perfume y traté de ponerme en pie, aquella chiquilla, a pesar de su juventud, me causaba una excitación que hacía mucho tiempo que nadie conseguía causarme. Logré ponerme en pie diciéndole:
Vuelve a tu mesa, Estela.
La tenía frente a mí, y su mano rozó la mía. No me veía capaz de resistirme más. Desde el primer día que entró en mi despacho, Estela se convirtió en el mayor de mis dolores de cabeza, se convirtió en el objeto de mi deseo, pero era una alumna en prácticas y no podía, no debía… Además yo era su superior, el redactor jefe de la sección de economía en aquel periódico de tirada nacional.
No sé, Sr. Guzmán, usted, creo que me necesita aquí — dijo, rozando mi mano con uno de sus dedos muy suavemente y pegándose más a mí.
Sin duda, estaba decidida a ir un paso más allá. En realidad, y desde el primer momento, ella nunca había ocultado que se sentía atraída por mí, más bien, todo lo contrario, pero yo había desoído todas sus señales o por lo menos lo había intentado, pero uno es humano y a veces, es difícil resistirse.
Estela, por favor, no me pongas en un aprieto, eres demasiado joven.
Aún no había cumplido los 18 años y yo ya pasaba de la treintena, aquello no estaba bien. Me rodeó con sus brazos por el cuello pegando su cuerpo al mio. Mi sexo enseguida reaccionó.
Lo ve Sr. Creo que necesita mi ayuda más que nunca.
Estela, tu no sabes…
Me puso su dedo indice sobre mi boca para que callara.
Yo sé muchas cosas de usted, Sr. Guzmán, entre ellas que le gusta tratar a su novia como a una sumisa.
Mi sexo volvió a brincar bajo mis pantalones al oír la palabra sumisa en sus labios.
Pero tú no eres mi novia, Estela — traté de quejarme.
Pero lo voy a ser — dijo ella valiente — Sé que le gusto y que se muere por mis huesos.
Y tenía toda la razón, pero… era tan joven.
Tienes razón — le dije — me gustas, pero soy tu jefe y tú sólo tienes 17 años.
Se movió restregando su pelvis contra la mía. Sin duda estaba decidida a hacerme caer en la tentación.
A mi no me importa la diferencia de edad, ¿a usted sí?

Y entonces, sin que me lo esperara me besó, introdujo su lengua dentro de mi boca y me saboreó. Sin duda, era descarada, decidida y valiente. Como pude, traté de apartarla y cuando lo logré me quejé:
Estela, puede entrar alguien y pillarnos.
Lo dudo Sr., seguro que ya se han ido casi todos — dijo mostrando su reloj.
Eran casi las seis y media, así que tenía razón, probablemente a aquella hora, ya se habrían ido todos. No podía aguantar más, la deseaba como nunca, por eso, la cogí de los hombros, le dí media vuelta y la empujé de bruces contra la mesa.
¿Es esto lo que quieres? — le pregunté, mientras sujetaba sus manos en su espalda, pegando mi cuerpo al suyo y trataba de bajarle las braguitas.
Un gemido de excitación salió de su garganta y en un jadeo musitó:
Sí, Sr.
Sin duda, sabía o alguien le había dicho que cada vez que me llamaba Sr, mi excitación aumentaba un grado, porque no había parado de repetirlo constantemente.
¿Quieres que te folle? ¿Eso es lo que quieres? — Casi grité visceral.
Sí, sí, Sr. — Respondió ella descarada.

Acaricié su sexo húmedo con mis dedos, ella también estaba excitada. Me bajé la cremallera del pantalón, saqué mi polla erecta y sin más preámbulo la acerqué a su húmedo sexo. Oí como gemia, encendiendo más mi deseo. Empujé, introduciéndome en ella, y entonces, fuimos ambos los que jadeamos. Por fin, la tenía debajo de mí, la tenía como había deseado durante aquellos largos meses. Empecé a moverme, al principio con una lentitud casi agónica, un vaivén suave que pronto se reveló insuficiente para la creciente necesidad de ambos. Así que aceleré el ritmo, empujando con más fuerza y determinación dentro de ella. Cada embestida me sumergía más profundamente en el cálido y húmedo refugio de su sexo, y sentí cómo el mío se hinchaba, palpitando con una urgencia incontrolable. La tensión se acumulaba, y justo cuando ella percibió que estaba al borde del abismo, a punto de alcanzar el clímax, me avisó:
No sé corra dentro Sr, dentro no.
Saqué mi sexo de ella, justo en el instante en que mi polla empezó a echar el blanquecino líquido, y me corrí sobre su espalda, dejándola perdida. Cuando terminé, le introduje un par de dedos en su húmedo sexo y los moví dentro y fuera, dentro y fuera hasta que también ella se corrió llenándome con sus jugos.
Cuando ambos empezamos a recuperarnos de aquel apasionado momento, fue cuando me di cuenta.
Estela, esto no tenía que haber pasado.
No empieces con eso Santi, yo te gusto y tú me gustas, ¿que hay de malo en lo que acabamos de hacer?
De repente, el "Sr. Guzmán" desapareció de su boca, reemplazado por mi nombre a secas. Supuse que lo que acabábamos de hacer le había otorgado esa familiaridad, esa confianza recién adquirida.

Ya te lo he dicho, Estela — mi voz era un susurro tenso, casi una súplica, mientras intentaba mantener la distancia—. Eres mi becaria, y además, menor de edad. ¿Entiendes las graves consecuencias si esto llega a oídos del instituto? ¿O la devastadora reacción de tus padres si lo descubren? Podría perderlo todo... y tú también.

Mira, Santi, nadie tiene por qué saberlo — respondió ella, dando un paso hacia mí, con una determinación que me desarmaba —. Yo no diré nada, lo juro. Además, en nada cumplo los dieciocho, y entonces ya no podrán decirme absolutamente nada. Me gustas, Santi, me gustas de verdad, y sé que yo también te gusto. Lo siento en cada fibra de mi ser. Quiero ser tu sumisa, y sé que estás buscando una. Lo sé.

¡Basta! — le espeté, la voz quebrándose a pesar de mi esfuerzo por mantenerla firme. Era una batalla perdida contra mí mismo —. ¡Vístete y sal de aquí! Ahora.

Su rostro se descompuso, un torbellino de contradicción y dolor se reflejó en sus ojos, que se llenaron de lágrimas no derramadas.

Pero, Santi… — su voz era un hilo, una herida abierta.

¡He dicho que te vayas! — grité de nuevo, la desesperación tiñendo mis palabras, mientras me abrochaba los pantalones con manos temblorosas, intentando aferrarme a la poca cordura que me quedaba.

Aquello había sido un error. Un grave error que no pensaba repetir jamás.

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sábado, 7 de junio de 2025

Santi: La Sombra Enigmática de "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO"

 ¡Bienvenidos de nuevo al blog, amantes de los personajes complejos y las historias que exploran los matices del deseo! Hoy vamos a desvelar un poco el misterio que rodea a Santi, el protagonista masculino de mi novela, "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO". Él es mucho más que el objeto de deseo de Estela; es el contrapunto perfecto a su ímpetu juvenil, un hombre cuyas profundidades prometen tanto placer como desafío.




¿Quién es Santi? La Dualidad Hecha Hombre

A primera vista, Santi encarna la imagen del éxito y la estabilidad. Un periodista de unos 40 años, con una carrera consolidada y, se podría asumir, una vida ordenada y predecible. Es el tipo de hombre que inspira respeto en el ámbito profesional, con una presencia que denota poder y control. Sin embargo, bajo esa superficie pulcra y calculadora, Santi esconde un universo de deseos y una faceta íntima que choca frontalmente con su imagen pública.

Su mirada, a menudo intensa y penetrante, es la primera pista de que hay mucho más en él de lo que se ve a simple vista. Es un hombre que sabe lo que quiere, especialmente en el ámbito de la intimidad, y no teme buscarlo, aunque eso implique adentrarse en terrenos que para muchos serían tabú.

El Dominante que Cuestiona sus Propias Reglas

Cuando Estela entra en su vida, lo hace con una audacia que lo desarma y lo atrae. Santi ya tiene una comprensión profunda de las dinámicas de poder en el BDSM, y es el Dominante en su relación con Estela. Sin embargo, su papel no es estático. A medida que Estela se adentra en este mundo, la madurez y la experiencia de Santi se ven confrontadas con la frescura y la inexperiencia de ella.

Esta interacción lo obliga a cuestionarse sus propios límites y reglas. La relación no es solo una cuestión de placer; es una lección constante sobre la responsabilidad que conlleva el poder, la importancia del consentimiento y la delicada línea entre el control y la conexión emocional genuina. Santi no es infalible; es un hombre que, a pesar de su seguridad, enfrenta sus propios miedos, especialmente aquellos relacionados con la diferencia de edad y su posición de autoridad sobre Estela como su becaria.

Sus Fortalezas y Sus Miedos Ocultos

La seguridad en sí mismo es una de las mayores fortalezas de Santi. Sabe lo que hace, lo que desea y cómo conseguirlo. Su control es palpable, tanto en su vida profesional como en la íntima. Es un hombre que inspira confianza y que, a su manera, busca proteger aquello que le importa.

Pero también tiene sus vulnerabilidades. El miedo a las consecuencias, a cruzar límites que puedan perjudicar a Estela o a sí mismo, lo atormenta. La posibilidad de perder lo que ha construido, tanto en su carrera como en su vida personal, lo hace dudar. A través de Santi, exploramos la idea de que incluso los más fuertes pueden ser vulnerables ante la intensidad de una conexión inesperada y la complejidad de las emociones.

Más Allá del Rol: El Hombre Detrás del Amo

En "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO", Santi es mucho más que el "Amo". Es un hombre en constante aprendizaje, que se ve obligado a redefinir sus propias concepciones de lo que es el amor, el deseo y la felicidad. Su evolución a lo largo de la novela es tan importante como la de Estela, demostrando que el crecimiento personal no tiene edad ni límites.

Espero que esta pequeña inmersión en la complejidad de Santi les haya dado una nueva perspectiva de este intrigante personaje. ¿Qué faceta de Santi te intriga más? ¡Deja tus comentarios y sigamos la conversación!

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lunes, 2 de junio de 2025

Estela: El Corazón Rebelde de "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO"

 ¡Hola a todos mis queridos lectores! Hoy quiero que nos adentremos en el alma de Estela, la joven y fascinante protagonista de mi novela, "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO". Ella no es solo un personaje; es el motor que impulsa esta historia de descubrimiento, deseo y, sobre todo, valentía.

¿Quién es Estela? Más Allá de la Superficie


A primera vista, Estela es una joven de dieciocho años, brillante estudiante de periodismo, llena de vida y con esa chispa de curiosidad innata que define a quienes buscan ir más allá de lo obvio. Su mundo debería girar en torno a las aulas universitarias, los cafés con amigos y las primeras experiencias profesionales. Y en gran parte, así es. Estela es la amiga leal, la hija cariñosa (aunque a veces un poco impetuosa), y la becaria entusiasta que sueña con contar las grandes historias.

Pero bajo esa capa de normalidad y efervescencia juvenil, Estela esconde una sed de experiencias, una mente inquisitiva y un espíritu audaz que la llevarán por caminos inesperados. Es precisamente esa curiosidad la que la impulsa a fijarse en Santi, un hombre mayor, un economista aparentemente convencional, pero con una mirada que promete un universo oculto.

La Seducción como Punto de Partida (y de No Retorno)

Lo que comienza como un plan —casi un experimento periodístico, diría yo— para seducir a Santi, rápidamente se transforma en un viaje mucho más profundo e íntimo. Estela, con su inexperiencia pero con una intuición asombrosa, se sumerge en un mundo que no conocía: el del BDSM. Y aquí es donde su personaje brilla con luz propia.

No es una sumisa por naturaleza pasiva; es una sumisa por elección y por exploración. Cada paso que da en esta nueva dinámica es una pregunta, una observación, una nueva faceta de sí misma que se atreve a desvelar. Estela representa la capacidad de la juventud para adaptarse, para aprender y para aceptar deseos que, quizás, nunca antes se había atrevido a nombrar.

Sus Fortalezas y Vulnerabilidades

Estela es fuerte por su determinación. Cuando decide algo, se lanza con una pasión arrolladora. Es valiente, no teme enfrentar lo desconocido, ya sea una asignación de periodismo o una propuesta íntima que desafía todas sus preconcepciones. Su honestidad consigo misma y con Santi es una de sus mayores virtudes, aunque a veces la ponga en situaciones vulnerables.

Sin embargo, como toda persona real, también tiene sus miedos y dudas. La inexperiencia en este nuevo terreno la hace sentir a veces insegura, teme no estar a la altura o, lo que es peor, que lo que siente sea solo una fase. La brecha generacional con Santi, las expectativas sociales y el juicio de los demás son fantasmas que la persiguen y que la obligan a reafirmar constantemente sus elecciones.

Un Viaje de Autodescubrimiento

En "ROJO PASIÓN, NEGRO DESEO", el arco de Estela es el de un profundo autodescubrimiento. Aprende sobre el consentimiento, sobre la confianza ciega (y la que no lo es tanto), sobre la importancia de la comunicación y, lo más importante, sobre la aceptación de su propia sexualidad y sus deseos más íntimos. Su viaje no es solo físico; es emocional, mental y espiritual.

Estela es la prueba de que la juventud no es un impedimento para la profundidad, y que la búsqueda de la pasión puede llevarte a lugares donde menos lo esperas, transformándote en el proceso.


Espero que esta inmersión en el personaje de Estela les haya permitido conocerla un poco mejor. ¿Qué es lo que más les atrae de ella? ¡Compartan sus pensamientos en los comentarios!

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DESEO OCULTO 4

— Ven a mi despacho ahora mismo — me ordenó sin preámbulos. Mi corazón se disparó, latiendo a mil por hora. ¿Le habría gustado la escena ...