CAPITULO 1
Por
fin tenía unos días de vacaciones. Aria conducía su viejo
Volkswagen Polo, en dirección a Javea, un pequeño pueblo de la
costa alicantina, que le había parecido encantador en las fotos que
había encontrado en internet. Había elegido ese pueblo,
precisamente porque era pequeño y parecía agradable y necesitaba
tranquilidad. El hotel que había elegido para pasar los 7 días de
vacaciones que tenía, también era pequeño y familiar según decía
la página web donde lo había encontrado. Solo le quedaban un par de
kilómetros para llegar. Había salido de Barcelona a las 8.30 de la
mañana y el viaje había sido bastante tranquilo, no había
encontrado demasiado tráfico para ser finales de julio.
Aria
miró el reloj del coche, era la una del mediodía, perfecto, pensó,
llegaría justo a la hora de comer. Y asi fué, a la 13.30 estaba
frente al hotel. Aparcó el coche una calle más abajo, puesto que la
calle donde estaba el hotel era peatonal. Eso le gustó a Aria, ya
que garantizaba que el hotel fuera tranquilo. Caminó los pocos
metros que la separaban del hotel y entró en la recepción. Tras el
mostrador había un hombre de unos 30 años, calculó ella, alto, de
pelo castaño y ojos azul grisáceo. Aria sintió que su corazón se
saltaba un latido al verle. Se dirigió hacía él diciéndole:
— Buenos
días, tenía una reserva hecha para pasar unos días aquí.
— Buenos
días — respondió el hombre con una voz grave y cálida. Daniel
Porcar, el dueño del hotel, se acercó desde detrás del mostrador.
— Sí, usted es Aria Fernández, ¿verdad?
— Sí,
la misma — confirmó Aria, sintiendo una corriente eléctrica al
mirar los claros ojos de Daniel.
— Bienvenida,
yo soy Daniel Porcar, el dueño de este hotel, así que cualquier
cosa que necesites solo tienes que decírmelo.
— Un
placer — respondió Aria, estrechando su mano. Su tacto era
firme y cálido, y Aria sintió una conexión instantánea.
Daniel
se giró hacía el panel donde tenían las llaves y cogió una.
— Toma,
habitación 222 en la segunda planta. Tienes el ascensor ahí
mismo.—le indicó —
¿Las maletas?
— La
tengo en el coche. Como he tenido que dejarlo en la otra calle no la
he cogido.
— Ya,
entiendo. Si me acompañas, yo te las subo — se ofreció Daniel.
— Bien,
vamos.
— Javi,
ven un momento que voy a por las maletas de la Srta. — llamó
Daniel a uno de sus empleados.
Se
dirigieron juntos al coche. Aria abrió el maletero y sacaron su
maleta y un neceser. Sin intercambiar palabra, regresaron al hotel.
Dani la acompañó hasta su habitación, abrió la puerta y entró,
dejando la maleta junto a la cama.
— Bueno,
espero que disfrutes de tu estancia. Por cierto — añadió Dani —,
esta noche, después de la cena, habrá una pequeña fiesta en el bar
del hotel. Es una buena oportunidad para conocer a la gente del
pueblo.
— Me
encantaría — dijo Aria con una sonrisa.
Daniel
se despidió de Aria con una mirada enigmática y desapareció por la
puerta. Luego cogió la maleta y la puso sobre la cama, empezando a
ordenar y colocar su ropa en el armario que había tras la puerta de
entrada. Cuando terminó, decidió cambiarse de vestido y subió al
restaurante que estaba en la última planta para comer.
Al
entrar al comedor, Dani la recibió con una sonrisa.
— Supongo
que vienes a comer — dijo, con un brillo en los ojos.
— Así
es.
— Pues
tengo la mesa perfecta para ti.
Dani
la condujo hasta una mesa junto a la ventana, desde donde se veía el
mar.
— Gracias.
— Aquí
tienes la carta.— le dijó él dándole la carta — Que
disfrutes.
Aria
observó la carta con detenimiento y cuando la dejó sobre la mesa,
enseguida apareció el chico que había visto en la recepción
preguntándole:
— ¿Qué
desea para comer?
— ¿Tú
también estás pluriempleado aquí, o eres el chico para todo?
El
chico sonrió. Aria pensó que se parecía mucho a Dani y enseguida
lo entendió.
— Bueno,
este es un negocio familiar, podríamos decir, y yo soy el hermano de
Daniel, así que por eso, todos hacemos de todo — se explicó Javi
con una tierna sonrisa en los labios.
— Entiendo.
Aria
pidió los platos y Javi volvió a la cocina para pasar el pedido,
mientras Daniel daba vueltas por el comedor, controlando que todo el
mundo estuviera bien atendido. Aria pensó que sin duda había
elegido bien el hotel, y que la frase que había leído en su web de
que daban un trato cercano y familiar, era cierto.
Aria
comió y tras la comida hizo una pequeña siesta, ya que se había
levantado muy temprano para estar allí a la hora de comer, además
de que conducir durante varias horas seguidas, había hecho que se
sintiera cansada. Tras la siesta, se puso su bañador y bajó un rato
a la playa. No le importaba estar sola, de hecho había decidido
pasar aquellas vacaciones sola, porque lo necesitaba. Hasta unos
meses antes, había estado con su novio, había ido con él a todas
partes, así que cuando él le dijo que quería cortar, Aria se
propuso que haría todo aquello que le apeteciera aunque fuera sola.
Y allí estaba, sola, sin amigas, ni familiares, ni novios que le
dijeran lo que tenía que hacer, o que decidieran por ella. En
realidad, al principio tenía que pasar aquellos días con Berta, su
mejor amiga, pero al final Berta se había caído y se había roto
una pierna, justo dos días antes de empezar las vacaciones, así que
al final tuvo que ir sola.
En
la cocina del hotel, Dani y Javi estaban recogiendo, momento que
aprovechaban para hablar.
— ¿Vas
a ir solo a la fiesta de esta noche? — le preguntó Javi a su
hermano.
— Sí,
claro, como siempre ¿por qué lo preguntas?
— No
sé porque me ha parecido que esa chica que ha llegado hoy te ha
hecho ¿tilín?
Dani
rodó los ojos, desde que había dejado a Concha, Javi siempre le
estaba buscando una novia.
— Bueno,
es guapa, bastante guapa, pero nada más. ¿Y tú, vas a ir con
alguien?
— No
sé, creo que no — respondió Javi, con un tono más serio. —
Últimamente, no me apetece mucho ir de fiesta.
Dani
lo miró con atención.
— ¿Estás
bien, Javi?
— Sí,
sí — respondió Javi, con una sonrisa forzada. — Solo...
cansado. ¿Y tú? ¿No te sientes solo a veces?
Dani
dudó un momento, pero finalmente respondió:
— No
necesito compañía.
— ¿Seguro?
— Javi levantó una ceja. — Esa chica nueva... Aria, ¿verdad?
Tiene algo…
— Déjame
en paz, Javi — interrumpió Dani, aunque una chispa de curiosidad
se encendió en sus ojos. — No voy a ir detrás de nadie.
— Como
digas — respondió Javi, con una sonrisa. — Pero no digas que no
te lo advertí.
A
las ocho de la tarde Aria volvió al hotel, se duchó y se puso
guapa, pues después de cenar iría a la fiesta que Daniel le había
comentado. Eligió un vestido rojo de gasa, se recogió el pelo en
un moño alto y se maquilló un poco. Luego subió al restaurante
para cenar.
— Hola
— la saludó Daniel alegremente.
— Hola.
— Te
he reservado la misma mesa de antes — le indicó — ¿Has
pasado buena tarde?
— Sí,
la verdad es que sí — respondió ella con una sonrisa seductora.
— Toma
la carta — dijo él dejando la carta de platos frente a ella —
Veo que te has puesto muy guapa, supongo que irás a la fiesta.
Aria
sonrió.
— Por
supuesto, no puedo desaprovechar la invitación que me ha hecho un
atractivo hombre.
También
Daniel sonrió entonces al sentirse halagado. Sin duda, había algo
entre ellos. Una atracción que ambos sentían, pero que ninguno se
atrevía a admitir abiertamente. Dani se acercó un poco más a ella,
sintiendo el aroma de su perfume.
— Espero
que disfrutes de la fiesta — dijo Dani, con una voz que sonaba casi
ronca —. Y de mi compañía.
Aria
le devolvió la mirada, con una sonrisa pícara.
Luego Dani se alejó para atender a otros clientes. Cuando Javi le
llevó el primer plato a Aria le preguntó:
—¿Te
ha contado mi hermano sus mejores chistes?
Aria
frunció el ceño, confundida.
— ¿Chistes?
— Sí,
es un experto — dijo Javi, con una sonrisa divertida —. Aunque a
veces son un poco malos. Si no te ha contado ninguno, pídeselo. Te
aseguro que te reirás.
Aria
sonrió, intrigada.
—¿De
verdad?
— Absolutamente
— respondió Javi, guiñándole un ojo —. Y si no te ríes, yo te
cuento uno.
Aria
sonrió, mientras Javi se alejaba de nuevo hacía la cocina.
Qué
tipo tan peculiar,
pensó. Tenía una energía contagiosa, una mezcla de picardía y
sinceridad que la había desconcertado un poco. ¿Por
qué estaría tan interesado en que hablara con su hermano?
Se
preguntó. ¿Acaso Dani era tímido? No lo parecía, con esa sonrisa
segura y esa mirada que la había hecho sentir un cosquilleo en el
estómago.
Aria
observó a Dani desde la distancia. Estaba atendiendo a un grupo de
clientes, moviéndose con gracia y seguridad. Tenía algo que la
atraía, una combinación de encanto y misterio. Pero también le
preocupaba la insistencia de Javi. ¿Estaba todo esto orquestado?
¿Debía desconfiar de las sonrisas y los cumplidos?
Sacudió
la cabeza, tratando de despejar sus pensamientos. Estaba siendo
paranoica. Javi solo estaba siendo amable. Y Dani... bueno, Dani era
simplemente encantador.
Decidió
que lo mejor sería disfrutar de la fiesta y observar. Dejarse
llevar, como siempre hacía.
Tras
una cena tranquila, Aria bajó al bar sobre las once de la noche. La
fiesta, más que en el bar, se extendía por la amplia terraza que
daba a la piscina. En una esquina, un pequeño conjunto musical,
formado por un cantante, dos guitarras y un bajo, animaba la velada.
El ambiente era vibrante, con una multitud animada y conversaciones
que se mezclaban con la música.Aria
divisó a Javi al otro lado de la terraza, inmerso en una
conversación con una chica rubia. Asumió que debía ser su novia,
sobre todo por la manera en que se miraban. En el centro de la
terraza, una improvisada pista de baile, invitaba a moverse al ritmo
de la música. Unas pocas parejas se deslizaban al compás de la
melodía, y Aria las observó con una punzada de nostalgia. Hacía
apenas unos meses, ella también bailaba así, abrazada a Marcos, su
ex. Ahora, él bailaba con otra, y ella…
—
¿Quieres
bailar? — oyó la voz de Dani en su oído.
Se
giró hacía él y lo vió, vestido con una camisa blanca y unos
pantalones finos de pinzas; se había cambiado para la fiesta, y
estaba muy atractivo con aquella ropa.
— ¡Ah,
sí, si!
Se
dirigieron a la improvisada pista de baile. En ese momento sonaba una
balada, ”My heart will go on” de Celine Dion. Dani cogió a Aria
por la cintura con su brazo derecho y con el izquierdo sostuvo
su mano derecha y entonces lo vio, el tatuaje del triskel BDSM que
Aria llevaba en la muñeca.
— ¿Eres
sumisa? — le preguntó Dani observando el tatuaje.
Aria
lo miró a los ojos y respondió:
— Ahora
mismo no tengo Amo — confesó, con un deje de misterio—. ¿Y tú?
¿Tienes alguna sumisa?
— No,
no ahora. Terminé una relación hace tiempo — respondió Dani, con
un tono que denotaba cierta melancolía —. Desde entonces, prefiero
la soledad.
— Entiendo
— dijo Aria, con curiosidad —. ¿Y antes?
— Relaciones
esporádicas, nada serio — continuó Dani —. Aunque aquí, en un
pueblo tan pequeño, ya sabes cómo son las cosas... la gente habla.
— Sí,
lo entiendo perfectamente.
Y
entonces, alguien empujó a Aria haciendo que su cuerpo se pegara más
al de Dani y sintiera la erección que crecía entre ellos.
— Lo
siento — se disculpó Dani.
Aria
se puso roja como un tomate, pero tratando de que no se le notara
respondió:
— No
pasa nada.
Dani
la apretó aún más contra sí, le gustó sentir el cuerpo de Aria y
su calor tan cerca del suyo. La deseaba casi desde la primera vez que
la había visto y no podía dejar de pensar como sería como sumisa.
Sintió el deseo que le causaba y sin pensárselo demasiado y
cogiéndola de la mano le dijo:
— Ven.
Aria
le siguió sin saber porqué, pero aquel hombre tenía algo que la
atraía enormemente y su profunda voz la embrujaba como si fuera un
mago.
Salieron
del bar y entraron en el ascensor. Dani apretó sobre el botón que
ponía Atico y cuando las puertas se cerraron se abalanzó sobre
Aria, besándola apasionadamente.
Aria
respondió al beso con la misma intensidad, sus manos enredándose en
el cabello de Dani, mientras el ascensor ascendía, cada piso
aumentando la tensión entre ellos. El beso se profundizó, una
mezcla de deseo y anhelo acumulado durante toda la noche, un
torbellino de emociones que los atrapaba. Cuando el ascensor se
detuvo y las puertas se abrieron, ninguno de los dos se movió,
atrapados en su propio mundo, ajenos al tiempo y al espacio. Dani
rompió el beso, su respiración agitada y entrecortada.
— Aria…
— susurró, su voz susurrante y cargada de deseo.
Aria
lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y
nerviosismo, su corazón latiendo con fuerza.
— Dani…
— respondió en un gemido apenas audible, un susurro cargado de
anhelo.
Dani
tomó la mano de Aria y la sacó del ascensor. La llevó hasta la
puerta del ático, su apartamento privado en el último piso del
hotel. Abrió la puerta y la invitó a pasar. El lugar era grande y
lujoso, iluminado por la luz de la luna que entraba por los
ventanales. La vista del mar era impresionante, un manto oscuro con
reflejos plateados. Aria se quedó sin palabras. Dani cerró la
puerta y se giró hacia ella. La miró fijamente, con una expresión
que prometía algo más.
— Este
lugar es precioso — dijo Aria, su voz llena de admiración.
— No
tanto como tú — respondió Dani, acercándose a ella.
— ¿Vives
aquí? — preguntó ella tratando de alargar un poco más aquel
momento.
— Mas
o menos.
Aria
sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Dani la tomó por la
cintura y la atrajo hacia él, sus cuerpos encajando a la perfección.
El beso que siguió fue aún más apasionado que el anterior, una
explosión de sentimientos que los envolvió por completo.
Aria
sentía que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejando solo la
intensidad del momento presente. El calor de los labios de Dani, la
firmeza de sus brazos, el latido acelerado de su propio corazón...
todo se mezclaba en una sinfonía de sensaciones abrumadoras. Era
como si una corriente eléctrica la recorriera, despertando cada
fibra de su ser.
El
beso se intensificó, y Aria se aferró a Dani, sintiendo que perdía
el control. No le importaba. Quería más, quería sumergirse en esa
vorágine de sensaciones, explorar cada rincón de ese deseo que la
consumía. Era como si una parte de ella, una parte que había
permanecido dormida durante mucho tiempo, despertara con una fuerza
incontrolable.
Entre
beso y beso, un pensamiento fugaz cruzó su mente, Aria rompió el
beso y mirando a Dani a los ojos le preguntó:
— Espera,
espera ¿qué vamos a hacer?
— Nada
que tu no quieras, ya lo sabes.
— Sí,
ya, pero ¿me vas a atar? — preguntó
Aria, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
— Claro,
esa es la idea — confirmó
Dani, con un tono que dejaba entrever una promesa.
Aria
rió. Jamás había tenido una relación espontanea, o una noche de
sexo BDSM sin que la hubiera planeado con su Amo, así que aquello le
venía de nuevo.
— Nunca
he practicado sexo BDSM de manera espontanea, y…
Dani
empezaba a acariciar su cuerpo y a desabrocharle la ropa.
— Tú
sólo déjate llevar — le aconsejó él.
Aria
sintió como su corazón se aceleraba; la idea de entregarse al
momento, de explorar el BDSM sin las restricciones de su relación
habitual, era a la vez excitante y aterradora.
— Pero...
¿y si...? — comenzó a decir, pero Dani la interrumpió con un
suave beso en los labios.
— Shhh
— susurró él, sus manos deslizándose por su espalda,
desabrochando el resto de los botones de su blusa. — No pienses.
Solo siente. Si algo no te gusta, sólo di no.
Aria
cerró los ojos, permitiendo que las sensaciones la invadieran. El
tacto de Dani era diferente al de su último Amo, más urgente, más
libre. No había rituales, ni palabras clave, solo el calor de su
piel contra la suya y la promesa de algo novedoso. Sintió que el
vértigo de lo desconocido la invadía, pero quería seguir, quería
sentirlo. Y finalmente hizo lo que él le había dicho, se dejó
llevar.
Dani
la guió hacia el sofá, donde la recostó suavemente. Sus ojos
oscuros la observaban con una intensidad que la hizo temblar. Con
delicadeza, comenzó a quitarle la ropa, explorando cada centímetro
de su piel con besos y caricias. Aria jadeó, su cuerpo respondiendo
a su toque con una mezcla de sorpresa y anhelo.
El
fuego del deseo ardía entre ellos. Aria también empezó a quitarle
la ropa a Dani, pero este la detuvo.
— No,
espera.
Dani
se quitó el pantalón, quitándole el cinturón y pidiéndole a
Aria.
— Tus
manos.
Aria
unió sus manos frente a ella y entonces él ató el cinturón
alrededor de sus muñecas, apretándolo con fuerza. Dani
sintió una oleada de poder recorrerlo, una mezcla de excitación y
una extraña sensación de control. La mirada de Aria, una mezcla de
sorpresa y deseo, le hizo sentir que el corazón se le salía del
pecho.
Dani
observó cómo el cinturón marcaba la piel de sus muñecas, un
recordatorio tangible de su poder sobre ella. Quería ser delicado,
pero también quería explorar los límites de su deseo, los límites
de ambos. La respiración de Aria, agitada y entrecortada, le
confirmaba que estaba sintiendo lo mismo que él.
— Ahora
— susurró él, con la voz áspera — soy yo quien decide.
Aria
tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Dani se
acercó a ella, sus manos deslizándose por su cuerpo, explorando
cada curva y cada rincón. Sus dedos trazaron el contorno de sus
labios, bajaron por su cuello, se detuvieron en sus pechos,
acariciándolos, estrujándolos, pellizcando sus pezones.
Aria
sentía la humedad acumulándose en su sexo licuado. Aquellas
caricias suaves la estaban llevando al más allá. Sin pretenderlo,
gimió. Y Dani esbozó una sonrisa de triunfo. Con delicadeza metió
sus dedos entre los pliegues del sexo femenino, buscó el clítoris y
lo acarició con suavidad. Aria dio un pequeño brinco, y emitió
otro agudo gemido. Sin duda, estaba disfrutando, pensó Dani, que
intensificó sus caricias, moviendo sus dedos con ritmo y precisión.
Aria se retorció bajo su toque, sus caderas elevándose
instintivamente en busca de más contacto. Sus gemidos se hicieron
más fuertes, más urgentes, llenando la habitación con el sonido de
su placer.
Dani
observó su reacción con una mezcla de satisfacción y deseo, un
depredador complacido con su presa. Verla entregarse al placer, verla
perder el control, lo excitaba hasta la médula. Intensificó sus
movimientos, llevándola al borde del abismo, al precipicio del
orgasmo. Y justo en el instante en que Aria sentía que el placer la
desbordaba, se detuvo, un gemido de frustración escapó de su
garganta.
— Espera
— musitó él, su voz ronca y cargada de intención, mientras la
colocaba en cuatro sobre el sofá, sus brazos apoyados en el respaldo
—. Tienes un culo precioso.
Aria
sintió el roce de su erección contra su piel desnuda, una promesa
de placer inminente. Parecía que él iba a poseerla por fín. Aria
se estremeció y entonces se dió cuenta:
— No,
espera, protección — dijo ella, recobrando la cordura en medio de
la vorágine de sensaciones.
— ¡Ah,
sí! — exclamó Dani, la urgencia tensando cada músculo de su
cuerpo. Recordó haber guardado unos condones en el cajón del buffet
hacía unos días, y se dirigió hacia allí con paso rápido.
Cogió
uno, lo abrió y se lo puso sintiendo como le apretaba. No le gustaba
demasiado usar condones, pero entendía que en aquellas
circunstancias, y en una relación esporádica debía usarlos por
precaución. Se acercó de nuevo a su amante, y restregó su polla
erecta por la humedad de ella, luego la guió suavemente hacía el
interior de aquel húmedo y suave agujero. Aria gimió al sentir como
entraba, al igual que él. Y por unos segundos, ambos se quedaron
quietos, sintiéndose.
Un
silencio cargado de anticipación llenó la habitación mientras Dani
y Aria se adaptaban a la nueva intimidad. Dani comenzó a moverse
lentamente, su cuerpo deslizándose dentro y fuera del de Aria con
una suavidad que la hacía jadear. Cada empuje, era una ola de
placer, una corriente cálida que se extendía por todo su cuerpo.
Dani
aumentó el ritmo, sus envites haciéndose más profundos, más
intensos. Aria gritó, su cuerpo al borde del colapso. La sensación
era abrumadora, una mezcla de placer y dolor que la hacía temblar.
— Dani…
— gimió, su voz apenas audible.
— Estoy
aquí — respondió él, en voz baja.
Con
un último empujón, Dani la llevó al borde. Aria gritó, su cuerpo
convulsionando con olas de placer. Dani la siguió de cerca, su
propio orgasmo llegando con fuerza. Se derrumbó sobre ella, su
respiración agitada, su corazón latiendo a mil por hora.
Permanecieron
así, durante un largo momento, sus cuerpos unidos, sus mentes en
silencio. El aire estaba cargado de la dulce fragancia del sexo, el
eco de sus gemidos resonando en la habitación. Finalmente, Dani se
levantó, le desató las manos y la ayudó a sentarse junto a él en
el sofá.
Aria
se estiró, sintiendo un agradable entumecimiento en los músculos.
La libertad de sus muñecas era bienvenida, aunque la marca del
cinturón aún permanecía, un recordatorio tangible de la pasión
que habían compartido. Dani le ofreció una sonrisa suave, sus ojos
brillando con una mezcla de satisfacción y afecto., y entonces pensó
que por primera vez en mucho tiempo, había disfrutado como nunca
antes lo había hecho.
— Fue…
intenso — dijo, rompiendo el silencio.
— Sí,
lo fue — Aria miró a su amante y él le dio un suave beso en los
labios. — Debería irme a mi habitación.
Hizo
ademán de levantarse pero Dani dijo:
— O
puedes quedarte aquí, hay sitio en mi cama.
— ¿Y
qué pensarán el resto de huéspedes si descubren que has pasado la
noche con una de ellas? — preguntó.
— ¿Qué
piensen lo que quieran? Soy un hombre libre, puedo hacer lo que
quiera — sentenció Dani, que tomó la mano de Aria, entrelazando
sus dedos. —
Oye,
que te parece si durante estos días que vas a estar aquí — Dani
hizo una pequeña pausa ordenando sus ideas para hacerle aquella
propuesta — tu y yo, bueno, que tú podrías ser mi sumisa durante
estos días.
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