Soy un idiota, así de claro. Por culpa de mis fantasías y de mis deseos, he perdido a la mujer de mi vida, a la más maravillosa.
Veréis todo empezó hace solo unos días, mejor dicho, terminó. Empezábamos nuestras segundas vacaciones juntos, y habíamos alquilado un pequeño apartamento en el Pirineo. A ambos nos gusta caminar por la montaña, hacer excursiones y nos pareció que ese era el mejor plan. Un mes en un pequeño apartamento en el Pirineo, haciendo excursiones diarias. Emma estaba muy ilusionada, igual que yo.
Como ya he dicho, Emma es la mujer de mi vida para mí, o lo era. La conocí en un local de BDSM al que yo iba con asiduidad, para ella, el día que nos conocimos, era su primer día allí. Enseguida conectamos y empezamos una relación que poco a poco se fue fortaleciendo, ella aprendió lo que era la sumisión y sobre todo a ser mi sumisa y poco a poco nos convertimos en inseparables, y a los tres meses yo ya le estaba pidiendo que viniera a vivir conmigo. Lo tenía muy claro. Ella era la mujer de mi vida. Pero tras dos años de momentos fantásticos, de un sexo maravilloso, de una relación Amo-Sumisa casi perfecta, empecé a sentir que me faltaba algo. Hasta ese momento, nunca había tenido una sumisa fija, siempre había ido de una a otra, y había tenido momentos en los que había tenido más de una sumisa. Por eso, pensé que buscar una segunda sumisa no estaría mal, no quería que fuera algo fijo, pero sí quería probar, así que se lo propuse a Emma, pero ella dijo que no. No quería a una tercera persona en nuestra relación, que eso no nos traería nada bueno y que no, que, si quería podíamos jugar de vez en cuando con alguien, pero que ese alguien fuera una chica y además fija, dijo que no, categóricamente no.
Durante unos meses, traté de disuadirla, convencerla, pero no hubo manera. Así que finalmente, decidí que tendría una segunda sumisa. Alguien a quien Emma no conocería, y alguien con quien desquitarme de vez en cuando. Y como digo, Emma no tenía por qué saberlo.
Al principio todo fue bastante bien. Sólo de vez en cuando tenía sesiones con aquella sumisa. Se llamaba Nella y tenía 21 añitos. Sin duda, era guapa, rubia, con un precioso cuerpo lleno de curvas, bajita, y menudita, eso sí, pero muy dulce y buena alumna, debo confesar. Era novata en eso del BDSM, pero aprendió poco a poco y conmigo, al igual que había hecho Emma, todos los pormenores del BDSM y de la relación Amo-Sumisa.
Cuando Emma y yo nos fuimos de vacaciones aquel verano, hacía sólo un par de meses que Nella y yo habíamos empezado nuestra relación. Así que, en principio, le dije que durante aquel mes no podríamos vernos porque me iba de vacaciones con Emma. Pero un día me dijo que ella también vendría, yo le dije que no, que iba a estar sola la mayor parte del tiempo y que además Emma podría descubrirnos, y que no sería fácil tener sesiones, sobre todo porque pasaría la mayor parte del tiempo con Emma. Pero a Nella no le importó, dijo que por lo menos vendría una semana, y que estaría en un hotel, y que ya encontraríamos momentos para disfrutar de nuestras sesiones.
La verdad que la idea no me gustaba demasiado, pero ¿quién podía decirle que no a Nella? Desde que la había conocido, había descubierto a una chica impulsiva y caprichosa, que siempre hacía lo que ella quería. En parte, eso me gustaba, pero no siempre podía salirse con la suya o debería.
Aun así aquel primer día de vacaciones, después del paseo por la montaña, cuando volvimos al apartamento, Emma se fue a comprar, y al entrar en el bloque donde estaba el apartamento, sentada en la escalera, me encontré a Nella.
— ¿Qué haces aquí? ¿Tú estás loca? ¿Y si Emma te descubre?
Nella se levantó, y dirigiéndose a mí en plan seductor, dijo:
— ¡Bah, sabía que ella no venía, os he seguido durante toda la excursión! ¿Qué tal si aprovechamos que ella está en el supermercado para hacer nuestras cosas?
Me propuso pegándose a mí y tocando mi sexo, apretándolo con su mano.
La verdad era que sabía muy bien cómo ponerme a cien en menos de un minuto.
— Nella, no sé si voy a poder, acabo de...
— Claro que vas a poder, os he visto y sé que tú no te has corrido, ni siquiera la has follado, solo has jugado con el vibrador. Anda, vamos — dijo tomando la iniciativa y dirigiéndose al ascensor.
Llegamos al piso y entramos. Dejé la mochila justo en la entrada, en el suelo y me abalancé sobre ella.
— Uff, entre tú y Emma me vais a matar de un polvo.
— Ja, ja — se río ella — fuiste tú quien quiso tener dos sumisas, ahora no te quejes, cabrón.
Sentí como mi polla brincaba al oír esa palabra. Me encantaba que me llamara Cabrón.
— ¿Tienes el vibrador en la mochila? — me preguntó Nella divertida.
— Sí, claro, pero será mejor que primero lo lave un poco.
— ¡Uhm, no hace falta, me pone mucho que me lo metas sabiendo que antes ha estado en el coño de esa furcia!
Sin duda, era más retorcida que ninguna otra de las sumisas que hubiera tenido antes.
— ¡Oh, Nella, que mala eres! ¿Sabes que voy a tener que castigarte? — le anuncié.
Ella se río y desafiándome dijo:
— ¡Hazlo, castígame y después fóllame como a ti te gusta!
Y también era descarada e irreverente y eso me encantaba.
— Si eso es lo que quieres.
Cogí la mochila y saqué una de las cuerdas que había usado con Emma en la montaña. La pasé por dentro del clavo que había puesto la tarde anterior para poner la planta que Emma quería poner y até a Nella. Ella no dejaba de sonreír y de poner esa cara de niña mala que tanto me gusta. La desnudé quitándole la minifalda que se había puesto para tentarme, ella sabe cómo me pone verla con una minifalda, sobre todo una tan corta como aquella. Cuando la tuve desnuda, me situé tras ella a un lado y empecé a pegarle, al principio ella casi ni se inmutaba, yo sabía que le dolía, porque no le estaba dando lo que se dice flojo, pero ella resistía, por no darme el gusto de saber que le estaba haciendo daño y que disfrutaba con ello. Toqué su sexo, introduciendo mis dedos entre sus piernas, buscando la obertura, estaba húmeda, y al sentirlo mi sexo se puso aún más duro de lo que ya estaba. Cogí el consolador, me arrodillé frente a ella, lo puse en marcha y lo acerqué a su sexo húmedo, ella abrió las piernas para recibirlo, excitada y con el deseo dibujado en su cara. Lo introduje suavemente y ella se estremeció. Empecé a moverlo, dentro y fuera, dentro y fuera, y ella gimió. Me detuve un segundo para observarla, para contemplar el placer en sus ojos.
— ¡Ah, Armando, por favor! — musitó.
Instintivamente, toqué mi sexo, que estaba realmente duro. Y entonces oí aquel ruido. Me giré hacia la puerta, el lugar de donde había venido el ruido y allí paralizada, sorprendida, estaba Emma.
— Joder — exclamé.
— Armando — musitó Nella.
— Esto no es lo que tú crees — le dije a Emma, saliendo tras ella, que corrió hasta la habitación.
Me sentí estúpido al oír aquella frase en mi boca. Porque, en realidad, sí era lo que ella creía, le había puesto los cuernos y lo había jodido todo.
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