Otra vez estaba allí, como cada mañana cuando entraba en el vagón. La chica castaña de pelo rizado y ojos azules. Y como siempre sus ojos se dirigieron hacia mí. Sonreí, ella me devolvió la sonrisa. Estaba preciosa, llevaba una blusa blanca que se le transparentaba un poco, y dejaba entrever su sujetador de encaje blanco y una minifalda corta, además de unas botas de caña larga que le quedaban perfectas, haciendo su pierna más larga. Iba de pie, igual que yo. Estábamos llegando a la segunda parada, cuando dos pasajeros se levantaron de sus asientos, por lo que tanto yo como ella aprovechamos para sentarnos en esos asientos, que además estaban uno frente al otro.
Tras sentarnos, ella me miró, sonrió, yo le devolví la sonrisa. Estaba preciosa aquella mañana, como lo estaba todas las mañanas. Bajé mi vista de sus labios hacía su cuello y luego a sus tetas y mi sexo enseguida se puso en pie de guerra. ¿Cómo no iba a hacerlo con una belleza como aquella frente a mí? Desvié mis ojos de ella y traté de pensar en otra cosa. Pero entonces sentí un roce en mi pierna, me giré instintivamente hacía ella y dijo:
— Perdón.
Le sonreí tratando de disculparla. Y entonces ella rozó la punta de su pie contra mi pantorrilla. Volví a mirarla y ella, sin dejar de mirarme, se humedeció los labios pasando suavemente la lengua por ellos. Estaba claro que me estaba enviando señales.
Sabía perfectamente en que parada bajaría ella, así que decidí bajarme con ella. Estábamos ya llegando y ví que ella se ponía en pie y se dirigía a la puerta. Yo también me levanté y me puse detrás de ella. Por el reflejo en la cristalera de la puerta, vi que sonreía y seguidamente, empujó su culito contra mi entrepierna rozándome disimuladamente. Sin duda, la niña sabía bien lo que estaba haciendo y como tenía que hacerlo. El metro se detuvo, las puertas se abrieron y ella bajó, yo la seguí. Cuando llegamos a las escaleras ella iba un par de pasos por delante de mí, se giró para comprobar si la seguía y entonces me sonrió. Subimos las escaleras, ella delante de mí y yo siguiéndola. Salimos del metro y ella iba mirando de tanto en tanto, para asegurarse de que la seguía. Se la veía feliz, sin duda estaba consiguiendo lo que quería. Caminamos por algunas calles, hasta llegar a una callejuela por la que no transitaba nadie, la seguí, y a la mitad de la callejuela ella se detuvo como esperándome y cuando llegué hasta ella, me cogió por las solapas de la chaqueta acercándome a ella y me besó. Y yo me dejé besar por aquellos dulces labios que hicieron que mi erección creciera aún más. Cuando rompió el beso me dijo:
— Soy Patri.
— Yo soy Héctor.
Luego me cogió de la mano y tirando de mí, me llevó hasta uno de los portales de aquella callejuela. Entramos dentro, era un portal oscuro y parecía que poco transitado, casi diría que en aquella escalera no vivía nadie. Volvió a besarme y desabrochándome el pantalón musitó:
— Quieres follarme, ¿verdad? Desde que hemos entrado en el metro.
Me había pillado ¿tan evidente había sido?
— Bueno, eres preciosa y sexy, muy sexy, ¿quién no querría hacerlo? — le respondí — Además, creo que tú también lo quieres.
Ella sonrió maliciosamente y entonces, fui yo quien la besó empujándola suavemente y acorralándola contra la pared, pegando mi pelvis contra la suya. Sentí como mi pene se hinchaba aún más. Metí mi mano bajo su minifalda, acaricié su culo y entonces ella volvió a hablar:
— Supongo que llevas un condón encima ¿no?
La miré a los ojos.
— Por supuesto — y lo saqué del bolsillo trasero del pantalón.
Ella lo cogió y se agachó frente a mí, lo que hizo que mi polla saltara. Me desabrochó el pantalón, primero el cinturón y después el botón, bajando suavemente la cremallera. Yo la observaba sin perder detalle de lo que hacía. Desde mi posición podía ver sus tetas redondas por el canalillo de la blusa. Otro latido de mi polla me hizo estremecer. Ella la sacó de su refugio y la acarició con ambas manos, de arriba a abajo, después acercó su lengua y la lamió. Aquello era maravilloso. Tenía a una tía guapa y muy sexy rendida a mis pies y dispuesta a hacerme una felación en aquel oscuro portal.
Sentí como lamia mi polla, como se esmeraba en darme placer, lamiendo todo el tronco y metiéndose finalmente, el glande en la boca. Enredé mis manos en su pelo suave y sujetando su cabeza empujé hacía el interior de su boca. Sentía el calor en mi polla, la resbalosa lengua lamiendo y la humedad de su boca sobre mi piel. Sentía que en cualquier momento me podría correr, por lo que la aparté. Ella enseguida se dio cuenta, abrió el condón, y en una rápida maniobra me lo puso usando ambas manos, haciéndome estremecer de nuevo. Se puso en pie, y volví a acorralarla contra la pared, empujando mi cuerpo contra el suyo. Le subí la minifalda, aparté sus braguitas mientras ella abría sus piernas todo lo que podía. La aupé para que me rodeara con sus piernas, lo que facilitó que nuestras pelvis estuvieran más pegadas, guie mi polla hacía su ya húmeda vagina y sin más la penetré, la poseí, la hice mía. Cogí sus manos y se las elevé por encima de su cabeza. Me gusta tener a las mujeres inmovilizadas, atadas y controlando su placer. Y era lo que quería hacer con ella. Tenerla controlada y controlar su placer. Hacer que gimiera, que se excitara, que me pidiera más y que no olvidara que yo era su dueño.
Ella gimió, y yo no pude evitar empujar con fuerza dentro de ella. Lo hice, una, dos, y hasta tres veces, mientras ella emitía un agradable gemido de placer las tres veces. Aquello era la gloria.
Empecé a moverme más rápido, empujando con más fuerza, y musitando en su oído.
— Quiero que te corras, quiero sentir los espasmos de tu coño en mi polla cuando te corras.
Estaba ciego de deseo, loco por ella. Seguí empujando cada vez más fuerte, más veloz hasta que efectivamente, sentí como ella se corría y como las paredes de su vagina estrujaban mi verga hinchada y hacían que yo también me corriera, entre espasmos y gemidos de placer que nos dejaron a los dos exhaustos, borrachos de placer. Me sentí en el cielo, sentí que estábamos en el cielo y ella era mi ángel.
— Debo irme — dijo ella, despertándome de aquel sueño.
Y yo también desperté en ese momento, estaba... durmiendo, todo había sido un sueño, un sueño maravilloso en el que como cada noche y en cada sueño erótico que tenía había aparecido ella. Patri, mi primera novia y la única mujer a la que había amado. ¿Dónde estaría ahora? ¿Qué estaría haciendo? Si pudiera volver a verla, aunque solo fuera una vez...
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