Era tarde, ya pensé, pues empezaba a oscurecer, miré el reloj, eran más de las siete. Maldita sea, otra vez se me había hecho tarde terminando una de las traducciones que tenía entre manos. Seguro que Patri, mi mujer, estaría enfadada cuando llegara a casa, así que decidí enviarle un mensaje para avisarla antes de salir: “Lo siento nena, se me ha hecho tarde terminando una traducción importante. Voy para allá, te quiero”. Recogí mis cosas, me puse la chaqueta y salí del despacho apagando las luces. Mientras me encaminaba hacia el ascensor, oí ruidos en uno de los despachos, parecían gemidos, suspiros; al acercarme algo más, vi que el ruido provenía del despacho de Carolina. Carolina era una mujer de bandera, alta, rubia, guapa y con un cuerpo que quitaba el hipo. Tenía uno 25 años, y le gustaba mucho coquetear con todos. Tenía a toda la oficina revolucionada. Precisamente, hacía solo unas semanas atrás, había estado coqueteando conmigo, incluso estuve a punto de caer en sus redes, pero al final pensé que no podía hacerle aquello a mi mujer, que no sería justo y que, además, no se lo merecía.
La puerta del despacho de Carolina, estaba entreabierta y a través de ella, puede ver a Carolina medio desnuda, acostada sobre su mesa, mientras Moisés el jefe de nuestro departamento, estaba de pie, sobre ella, con los pantalones en los pies, follándosela. La imagen era muy excitante, tanto que no pude evitar sentirme excitado al verlos. Carolina gemía diciéndole a su amante:
— Vamos campeón, fóllame más fuerte.
Moisés se afanaba en darle el placer que ella exigía, empujando, arremetiendo con fuerza una y otra vez, haciendo que su polla entrara completamente en el húmedo sexo de ella. Realmente era una imagen excitante, tanto que sentí como mi sexo se ponía duro. No podía seguir mirando aquello. Me aparté de la puerta y sigilosamente, me dirigí al ascensor para salir de allí.
Ya dentro de mi coche y mientras me iba hacía casa, no podía quitarme la imagen de mi cabeza. La voz excitada de Carolina pidiendo más. Y es que hacía solo unas semanas yo había estado a punto de ser su amante. Si hubiera tenido cojones, ahora habría sido yo quien me la follara. “Tranquilo machote, que en casa tienes a tu preciosa mujercita” pensé para mí. Y entonces, sin saber porque me imaginé que, en lugar de Carolina, era mi mujer la que estaba en aquel despacho con Moisés, y que él se la follaba en plan salvaje, mientras mi mujer gemía y le decía cuanto le gustaba lo que le estaba haciendo. Inmediatamente, mi sexo reaccionó poniéndose aún más duro de lo que había estado jamás, tanto que hasta me dolía. Corrí para llegar a casa, pues necesitaba desahogarme.
— Hola Papi — salió a recibirme mi pequeña al oír la puerta.
Elisa era la mayor de mis dos hijos, y era, sin duda, mi ojito derecho. Vino hacía mí corriendo y la cogí para abrazarla.
— ¿Cómo está mami? — le pregunté en voz baja al oído.
— Esta enfadada, papi — me respondió ella susurrando — dijo que siempre llegas tarde y que no estás nunca cuando te necesita.
— Vale, vamos a darle besitos para que se le pase el enfado.
Avanzamos por el pasillo hasta el comedor, donde estaba mi preciosa mujer peleándose con nuestro hijo pequeño, pues al parecer no quería comerse el pure que ella había hecho.
— Por Dios, calla ya, Alex. No vas a comer panchitos para cenar. O te comes el pure o te meto en la cama sin cenar
— ¡Hola! — me acerqué a mi mujer y le di un beso dulce en los labios. — ¿Quieres que se lo de yo?
— Hola, no sé, hoy está imposible. No puedo más.
Patri se levantó de la silla, mientras yo bajaba a Elisa al suelo, que enseguida se sentó en su sitio. La pequeña ya estaba comiendo el postre, un yogurt natural.
Me quité la chaqueta del traje dejándola en el respaldo de la silla y me senté frente a mi pequeño Alex.
— Vamos a ver, ¿qué pasa aquí con este hombrecito?
— No quero pure — dijo el niño — Quero panchitos.
— A ver, si te comes el pure te harás grande, tan grande como papá y fuerte muy fuerte. ¿Tú no quieres ser grande como papa? — argumenté, a lo que el pequeño me respondió afirmativamente moviendo la cabeza — Pues entonces te comes el puré y mamá después te dará unos pocos panchitos ¿vale?
— Vale — aceptó el pequeño,
Cogí una cucharada del puré, Alex abrió la boca y se la metí cuidadosamente.
Patri detrás de mí hizo un ruido de desaprobación y luego se dirigió a la cocina. Elisa que ya se había terminado el yogurt, se levantó de la mesa, cogió su plato y se dirigió a la cocina.
— Tienes que portarte bien, o mamá te castigará — le dije al pequeño — ¿recuerdas lo que te dije, de que si mamá está contenta, todos estamos contentos?
— Sí, papi. Hoy mamá no está contenta.
— Ya lo sé, por eso tenemos que hacer que esté contenta.
Finalmente conseguimos que los niños se fueran a la cama. Y mientras Patri estaba preparando la cena para nosotros, entré en la cocina.
— Lo siento — me disculpé — pero tenía que terminar una traducción.
— Ya, no pasa nada — me disculpó ella — lo entiendo, pero es que Alex se ha puesto tan insoportable —se quejó.
Me acerqué a ella, poniéndome a su espalda. La imagen de Patri siendo follada por Moisés volvió a mi cabeza. Y me pegué tanto como pude a su culo, lo que hizo que una incipiente erección creciera entre mis piernas.
— Cariño, ahora no, estoy haciendo la cena — se quejó, aunque no pudo evitar empujar su redondo culito contra mi polla dura.
— Uno rapidito, amor — supliqué.
Patri apagó el fuego sobre el que tenía una sartén con aceite, que apartó hacía el interior de la encimera. Era la señal para que siguiera con aquello. Yo tenía la polla cada vez más dura, pues sus movimientos sobre mi miembro y el recuerdo de lo sucedido aquella tarde en el despacho, me estaban poniendo berraco. Le subí la falda, acariciando su culito. Me bajé la cremallera del pantalón, sacando mi polla. Mi objetivo era metérsela. Acaricié sus labios, untando mis dedos en su viscosa humedad, estaba lista, sin duda. Acerqué mi polla, y al rozar sus labios con ella, oí como gemía. Aquello no hacía más que ponerme aún más caliente. Guie mi polla hacía su agujero y la penetré, ella suspiró al sentir como mi pene entraba por completo en ella. La cogí por las caderas y empecé a moverme dentro y fuera, dentro y fuera.
— No, espera Juli, más despacio — me pidió mi mujer.
Pero yo no podía parar, ni ir más despacio, estaba enloquecido, en mi cabeza la imagen de ella siendo follada por Moisés daba vueltas y hacía que me excitara más y más, hasta que empecé a sentir el placer recorriendo mi cuerpo y finalmente exploté en un demoledor orgasmo vaciándome dentro de Patri. Empujé con fuerza una última vez y entonces escuché el quejido lastimero de mi mujer:
— Nooo, ooooh, noooo.
Ella no se había corrido aún. No quería apartarme de ella, porque realmente quería darle ese placer que ella aún no había tenido, pero... ya no podía. Mi polla empezó a bajar, a desinflarse y Patri suspiró resignándose.
Yo salí de ella, me aparté, y me fui al baño sin decir nada. Me sentía avergonzado por no haber sido capaz de aguantar un poco más, y darle a mi mujer el placer que se merecía.
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