jueves, 20 de junio de 2024

SI PUDIERA


Otra vez estaba allí, como cada mañana cuando entraba en el vagón. La chica castaña de pelo rizado y ojos azules. Y como siempre sus ojos se dirigieron hacia mí. Sonreí, ella me devolvió la sonrisa. Estaba preciosa, llevaba una blusa blanca que se le transparentaba un poco, y dejaba entrever su sujetador de encaje blanco y una minifalda corta, además de unas botas de caña larga que le quedaban perfectas, haciendo su pierna más larga. Iba de pie, igual que yo. Estábamos llegando a la segunda parada, cuando dos pasajeros se levantaron de sus asientos, por lo que tanto yo como ella aprovechamos para sentarnos en esos asientos, que además estaban uno frente al otro.  

Tras sentarnos, ella me miró, sonrió, yo le devolví la sonrisa. Estaba preciosa aquella mañana, como lo estaba todas las mañanas. Bajé mi vista de sus labios hacía su cuello y luego a sus tetas y mi sexo enseguida se puso en pie de guerra. ¿Cómo no iba a hacerlo con una belleza como aquella frente a mí? Desvié mis ojos de ella y traté de pensar en otra cosa. Pero entonces sentí un roce en mi pierna, me giré instintivamente hacía ella y dijo:  

Perdón 

Le sonreí tratando de disculparla. Y entonces ella rozó la punta de su pie contra mi pantorrilla. Volví a mirarla y ella, sin dejar de mirarme, se humedeció los labios pasando suavemente la lengua por ellos. Estaba claro que me estaba enviando señales.  

Sabía perfectamente en que parada bajaría ella, así que decidí bajarme con ella. Estábamos ya llegando y que ella se ponía en pie y se dirigía a la puerta. Yo también me levanté y me puse detrás de ella. Por el reflejo en la cristalera de la puerta, vi que sonreía y seguidamente, empujó su culito contra mi entrepierna rozándome disimuladamente. Sin duda, la niña sabía bien lo que estaba haciendo y como tenía que hacerlo. El metro se detuvo, las puertas se abrieron y ella bajó, yo la seguí. Cuando llegamos a las escaleras ella iba un par de pasos por delante de mí, se giró para comprobar si la seguía y entonces me sonrió. Subimos las escaleras, ella delante de mí y yo siguiéndola. Salimos del metro y ella iba mirando de tanto en tanto, para asegurarse de que la seguía. Se la veía feliz, sin duda estaba consiguiendo lo que quería. Caminamos por algunas calles, hasta llegar a una callejuela por la que no transitaba nadie, la seguí, y a la mitad de la callejuela ella se detuvo como esperándome y cuando llegué hasta ella, me cogió por las solapas de la chaqueta acercándome a ella y me besó. Y yo me dejé besar por aquellos dulces labios que hicieron que mi erección creciera aún más. Cuando rompió el beso me dijo:  

— Soy Patri.  

— Yo soy Héctor.  


Luego me cogió de la mano y tirando de mí, me llevó hasta uno de los portales de aquella callejuela. Entramos dentro, era un portal oscuro y parecía que poco transitado, casi diría que en aquella escalera no vivía nadie. Volvió a besarme y desabrochándome el pantalón musitó:  

— Quieres follarme, ¿verdad? Desde que hemos entrado en el metro.  

Me había pillado ¿tan evidente había sido?  

— Bueno, eres preciosa y sexy, muy sexy, ¿quién no querría hacerlo? — le respondí — Además, creo que tú también lo quieres.  

Ella sonrió maliciosamente y entonces, fui yo quien la besó empujándola suavemente y acorralándola contra la pared, pegando mi pelvis contra la suya. Sentí como mi pene se hinchaba aún más. Metí mi mano bajo su minifalda, acaricié su culo y entonces ella volvió a hablar:  

— Supongo que llevas un condón encima ¿no?  

La miré a los ojos.  

— Por supuesto — y lo saqué del bolsillo trasero del pantalón.  

Ella lo cogió y se agachó frente a mí, lo que hizo que mi polla saltara. Me desabrochó el pantalón, primero el cinturón y después el botón, bajando suavemente la cremallera. Yo la observaba sin perder detalle de lo que hacía. Desde mi posición podía ver sus tetas redondas por el canalillo de la blusa. Otro latido de mi polla me hizo estremecer. Ella la sacó de su refugio y la acarició con ambas manos, de arriba a abajo, después acercó su lengua y la lamió. Aquello era maravilloso. Tenía a una tía guapa y muy sexy rendida a mis pies y dispuesta a hacerme una felación en aquel oscuro portal.  

Sentí como lamia mi polla, como se esmeraba en darme placer, lamiendo todo el tronco y metiéndose finalmente, el glande en la boca. Enredé mis manos en su pelo suave y sujetando su cabeza empujé hacía el interior de su boca. Sentía el calor en mi polla, la resbalosa lengua lamiendo y la humedad de su boca sobre mi piel. Sentía que en cualquier momento me podría correr, por lo que la aparté. Ella enseguida se dio cuenta, abrió el condón, y en una rápida maniobra me lo puso usando ambas manos, haciéndome estremecer de nuevo. Se puso en pie, y volví a acorralarla contra la pared, empujando mi cuerpo contra el suyo. Le subí la minifalda, aparté sus braguitas mientras ella abría sus piernas todo lo que podía. La aupé para que me rodeara con sus piernas, lo que facilitó que nuestras pelvis estuvieran más pegadas, guie mi polla hacía su ya húmeda vagina y sin más la penetré, la poseí, la hice mía. Cogí sus manos y se las elevé por encima de su cabeza. Me gusta tener a las mujeres inmovilizadas, atadas y controlando su placer. Y era lo que quería hacer con ella. Tenerla controlada y controlar su placer. Hacer que gimiera, que se excitara, que me pidiera más y que no olvidara que yo era su dueño.  

Ella gimió, y yo no pude evitar empujar con fuerza dentro de ella. Lo hice, una, dos, y hasta tres veces, mientras ella emitía un agradable gemido de placer las tres veces. Aquello era la gloria.  

Empecé a moverme más rápido, empujando con más fuerza, y musitando en su oído 

— Quiero que te corras, quiero sentir los espasmos de tu coño en mi polla cuando te corras.  

Estaba ciego de deseo, loco por ella. Seguí empujando cada vez más fuerte, más veloz hasta que efectivamente, sentí como ella se corría y como las paredes de su vagina estrujaban mi verga hinchada y hacían que yo también me corriera, entre espasmos y gemidos de placer que nos dejaron a los dos exhaustos, borrachos de placer. Me sentí en el cielo, sentí que estábamos en el cielo y ella era mi ángel 

— Debo irme — dijo ella, despertándome de aquel sueño.  

Y yo también desperté en ese momento, estaba... durmiendo, todo había sido un sueño, un sueño maravilloso en el que como cada noche y en cada sueño erótico que tenía había aparecido ella. Patri, mi primera novia y la única mujer a la que había amado. ¿Dónde estaría ahora? ¿Qué estaría haciendo? Si pudiera volver a verla, aunque solo fuera una vez... 


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Esta historia pertenece a una novela publicada en Amazon, y es una precuela, es decir, es anterior a la novela, así que si quieres conocer la historia de Héctor y Patri, léela aquí: 

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martes, 4 de junio de 2024

JULIÁN - DESCUBRIMIENTO

Era tarde, ya pensé, pues empezaba a oscurecer, miré el reloj, eran más de las siete. Maldita sea, otra vez se me había hecho tarde terminando una de las traducciones que tenía entre manos. Seguro que Patri, mi mujer, estaría enfadada cuando llegara a casa, así que decidí enviarle un mensaje para avisarla antes de salir: “Lo siento nena, se me ha hecho tarde terminando una traducción importante. Voy para allá, te quiero”. Recogí mis cosas, me puse la chaqueta y salí del despacho apagando las luces. Mientras me encaminaba hacia el ascensor, oí ruidos en uno de los despachos, parecían gemidos, suspiros; al acercarme algo más, vi que el ruido provenía del despacho de Carolina. Carolina era una mujer de bandera, alta, rubia, guapa y con un cuerpo que quitaba el hipo. Tenía uno 25 años, y le gustaba mucho coquetear con todos. Tenía a toda la oficina revolucionada. Precisamente, hacía solo unas semanas atrás, había estado coqueteando conmigo, incluso estuve a punto de caer en sus redes, pero al final pensé que no podía hacerle aquello a mi mujer, que no sería justo y que, además, no se lo merecía.  


La puerta del despacho de Carolina, estaba entreabierta y a través de ella, puede ver a Carolina medio desnuda, acostada sobre su mesa, mientras Moisés el jefe de nuestro departamento, estaba de pie, sobre ella, con los pantalones en los pies, follándosela. La imagen era muy excitante, tanto que no pude evitar sentirme excitado al verlos. Carolina gemía diciéndole a su amante:  

— Vamos campeón, fóllame más fuerte. 

Moisés se afanaba en darle el placer que ella exigía, empujando, arremetiendo con fuerza una y otra vez, haciendo que su polla entrara completamente en el húmedo sexo de ella.  Realmente era una imagen excitante, tanto que sentí como mi sexo se ponía duro. No podía seguir mirando aquello. Me aparté de la puerta y sigilosamente, me dirigí al ascensor para salir de allí.  

Ya dentro de mi coche y mientras me iba hacía casa, no podía quitarme la imagen de mi cabeza. La voz excitada de Carolina pidiendo más. Y es que hacía solo unas semanas yo había estado a punto de ser su amante. Si hubiera tenido cojones, ahora habría sido yo quien me la follara.  “Tranquilo machote, que en casa tienes a tu preciosa mujercita” pensé para mí. Y entonces, sin saber porque me imaginé que, en lugar de Carolina, era mi mujer la que estaba en aquel despacho con Moisés, y que él se la follaba en plan salvaje, mientras mi mujer gemía y le decía cuanto le gustaba lo que le estaba haciendo. Inmediatamente, mi sexo reaccionó poniéndose aún más duro de lo que había estado jamás, tanto que hasta me dolía. Corrí para llegar a casa, pues necesitaba desahogarme.  

 

— Hola Papi   — salió a recibirme mi pequeña al oír la puerta.  

Elisa era la mayor de mis dos hijos, y era, sin duda, mi ojito derecho. Vino hacía mí corriendo y la cogí para abrazarla.  

— ¿Cómo está mami? — le pregunté en voz baja al oído.  

— Esta enfadada, papi — me respondió ella susurrando — dijo que siempre llegas tarde y que no estás nunca cuando te necesita.  

— Vale, vamos a darle besitos para que se le pase el enfado.  

Avanzamos por el pasillo hasta el comedor, donde estaba mi preciosa mujer peleándose con nuestro hijo pequeño, pues al parecer no quería comerse el pure que ella había hecho.  

— Por Dios, calla ya, Alex. No vas a comer panchitos para cenar. O te comes el pure o te meto en la cama sin cenar 

— ¡Hola! — me acerqué a mi mujer y le di un beso dulce en los labios.  — ¿Quieres que se lo de yo?  

— Hola, no sé, hoy está imposible. No puedo más.  

Patri se levantó de la silla, mientras yo bajaba a Elisa al suelo, que enseguida se sentó en su sitio. La pequeña ya estaba comiendo el postre, un yogurt natural.  

Me quité la chaqueta del traje dejándola en el respaldo de la silla y me senté frente a mi pequeño Alex.  

— Vamos a ver, ¿qué pasa aquí con este hombrecito?  

— No quero pure — dijo el niño — Quero panchitos.  

— A ver, si te comes el pure te harás grande, tan grande como papá y fuerte muy fuerte. ¿Tú no quieres ser grande como papa?  — argumenté, a lo que el pequeño me respondió afirmativamente moviendo la cabeza — Pues entonces te comes el puré y mamá después te dará unos pocos panchitos ¿vale?  

— Vale — aceptó el pequeño,  

Cogí una cucharada del puré, Alex abrió la boca y se la metí cuidadosamente.  

Patri detrás de mí hizo un ruido de desaprobación y luego se dirigió a la cocina.  Elisa que ya se había terminado el yogurt, se levantó de la mesa, cogió su plato y se dirigió a la cocina.  

— Tienes que portarte bien, o mamá te castigará — le dije al pequeño — ¿recuerdas lo que te dije, de que si mamá está contenta, todos estamos contentos?  

— Sí, papi. Hoy mamá no está contenta.  

— Ya lo sé, por eso tenemos que hacer que esté contenta.  

Finalmente conseguimos que los niños se fueran a la cama. Y mientras Patri estaba preparando la cena para nosotros, entré en la cocina.  

— Lo siento — me disculpé — pero tenía que terminar una traducción.  

— Ya, no pasa nada — me disculpó ella — lo entiendo, pero es que Alex se ha puesto tan insoportable —se quejó.  

Me acerqué a ella, poniéndome a su espalda. La imagen de Patri siendo follada por Moisés volvió a mi cabeza.  Y me pegué tanto como pude a su culo, lo que hizo que una incipiente erección creciera entre mis piernas.  

— Cariño, ahora no, estoy haciendo la cena — se quejó, aunque no pudo evitar empujar su redondo culito contra mi polla dura.  

— Uno rapidito, amor — supliqué.  


Patri apagó el fuego sobre el que tenía una sartén con aceite, que apartó hacía el interior de la encimera. Era la señal para que siguiera con aquello. Yo tenía la polla cada vez más dura, pues sus movimientos sobre mi miembro y el recuerdo de lo sucedido aquella tarde en el despacho, me estaban poniendo berraco. Le subí la falda, acariciando su culito. Me bajé la cremallera del pantalón, sacando mi polla. Mi objetivo era metérsela. Acaricié sus labios, untando mis dedos en su viscosa humedad, estaba lista, sin duda. Acerqué mi polla, y al rozar sus labios con ella, oí como gemía. Aquello no hacía más que ponerme aún más caliente. Guie mi polla hacía su agujero y la penetré, ella suspiró al sentir como mi pene entraba por completo en ella. La cogí por las caderas y empecé a moverme dentro y fuera, dentro y fuera.  

— No, espera Juli, más despacio — me pidió mi mujer.  

Pero yo no podía parar, ni ir más despacio, estaba enloquecido, en mi cabeza la imagen de ella siendo follada por Moisés daba vueltas y hacía que me excitara más y más, hasta que empecé a sentir el placer recorriendo mi cuerpo y finalmente exploté en un demoledor orgasmo vaciándome dentro de Patri. Empujé con fuerza una última vez y entonces escuché el quejido lastimero de mi mujer:  

Nooo, ooooh, noooo 

Ella no se había corrido aún. No quería apartarme de ella, porque realmente quería darle ese placer que ella aún no había tenido, pero... ya no podía. Mi polla empezó a bajar, a desinflarse y Patri suspiró resignándose 

Yo salí de ella, me aparté, y me fui al baño sin decir nada. Me sentía avergonzado por no haber sido capaz de aguantar un poco más, y darle a mi mujer el placer que se merecía.  

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DESEO OCULTO 4

— Ven a mi despacho ahora mismo — me ordenó sin preámbulos. Mi corazón se disparó, latiendo a mil por hora. ¿Le habría gustado la escena ...