miércoles, 29 de marzo de 2023

DIOS GRIEGO


 Estaba desnudo frente a la gran cristalera de su apartamento, mirando al infinito, parecía un Dios griego tallado en piedra con ese cuerpo tan perfecto. Estábamos en el último piso de un edificio de 20 plantas. Me acerqué a él por detrás, también desnuda, y besé su hombro que quedaba justo a la altura de mi boca. No se movió, luego pasé mis brazos por su cintura, y las anudé casi a la altura de su sexo, ya en reposo, tras uno de los mejores polvos de mi vida. Posé mis manos sobre su pecho y se lo acaricié.

¿Qué piensas? – le pregunté.

En lo insignificantes que somos en este gran mundo.

¡Uhmm sí, pero ¿que importa eso? Vamos a la cama otra vez – le supliqué excitada.

Sus pectorales de gimnasio, su sexo perfecto, su culo redondo y tan bien formado, su cara de hombre duro, me excitaban y solo deseaba volver a tenerle entre mis piernas. No me importaba que hiciera solo unas horas que le había conocido y que no supiera quien era, ni a que se dedicaba, jamás me importaban esas cosas de los hombres con los que me acostaba, sólo me importaba que me dieran placer y él en aquellas pocas horas me había dado más del que jamás me había dado ningún otro hombre.

Se giró frente a mí, me abrazó, me besó y sentí como su pene se ponía de nuevo en marcha, en erección, y me empujaba suavemente hasta la cama.

¿Quieres polla, eh zorrita?

¡Uhmmm, si! – gemí excitada, me excitaba tanto que me llamara zorrita que de nuevo, caí rendida a sus encantos.

Se tendió sobre mí, me abrió las piernas y sin más preámbulos me penetró. Sentí su sexo entrando en mí, luego el peso de su cuerpo, y su respiración en mi oído, los movimientos de su cuerpo sobre el mío empezando a arremeter una y otra vez, mientras yo le rodeaba con mis piernas y le empujaba hacía mi musitando:

Sí, sí, sí.

A lo que él me susurraba en mi oído:

Eso es zorrita, disfruta con mi polla.

Excitados, jadeando ambos peleábamos por llegar al orgasmo acompasando nuestros cuerpos, encendidos, sintiéndonos más y más profundamente cada vez, hasta  que de nuevo, su sexo estalló en mí llenándome con su semen a la vez que lo hacía yo y le apretaba y abrazaba contra mí.

 


Me vacié en ella, y caí tendido a su lado, poco me importaba quien fuera, sólo me importaba el placer que me había proporcionado aquella noche. Era guapa, y educada, posiblemente una chica de clase alta, que había ido a parar a aquel local en busca de un tipo con el que acostarse aquella noche y él tipo esa noche fui yo. Tenía un cuerpo hermoso, joven, el pelo rubio y largo, como a mí me gustaba y desde el momento en que la conocí se había comportado como una putita, ya que en el baño de hombres y antes de que pudiera invitarla a tomar algo, me había hecho una mamada sensacional. La mejor que había recibido en mucho tiempo.

Por eso la llevé a mi apartamento aquella noche, por eso me la follé en mi cama, en todas las posiciones imaginables, por todos los agujeritos de su cuerpo y se entregó a mí como una verdadera puta. En la cama, su ademán de niña pija y sus buenas maneras desaparecían para convertirse en una putita, que se movía como tal bajo mi cuerpo, que gemía y disfrutaba como tal.

Mi vida era así una sucesión de mujeres con las que solía pasar una noche, con suerte dos si la chica era buena, de placer. Pero ella..., intuía que ella iba a ser diferente, algo había en ella que me atrapaba. Tendida a mi lado, apoyada en mi hombro, su cara se tornó dulce cuando cerró los ojos y se durmió. Yo también me dormí.

Fue el teléfono móvil el que me despertó un par de horas más tarde, ella ya no estaba a mi lado, había desaparecido, ella y toda su ropa y su bolso, en su lugar sólo había una nota que decía:

“Si te apetece que volvamos a follar, llámame” Y estaba su número de teléfono escrito.

 

Desperté una hora más tarde, no tenia ganas de quedarme allí, era tarde y seguramente mis padres me esperaban en casa, les había dicho que iba a estudiar a casa de una amiga y si tardaba más, seguro que llamarían para saber que pasaba; así que me vestí, le dejé una nota en la almohada y me marché.

Estaba segura de que me llamaría, porque lo había visto en sus ojos que le había gustado lo que habíamos hecho aquella noche.

Cuando llegué a casa, mis padres ya estaban en la cama, aunque estaba segura de que mamá estaba aún despierta, me quité los zapatos de tacón y subí las escaleras despacio para no hacer demasiado ruido. 

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