Despierto junto a él, el hombre de mi vida. Él aún está dormido, tiene una expresión de paz que me encanta. Sus labios perfectos, tan rojos como una fresa, me invitan a besarlo, y lo hago, sonríe, abre los ojos, me coge entre sus brazos y rodamos sobre la cama, de manera que yo quedo debajo de él. Me rio, se ríe. Abre mis piernas, baja, despacio besando mi cuello, y después trazando suaves besos sobre mi pecho, hasta mi ombligo, desciende un poco más, hasta llegar a mi sexo y allí sí, se hunde entre mis piernas haciéndome perder el norte. Su lengua se mueve sinuosa por mi sexo, lame, chupa, hace que todo mi cuerpo se estremezca. Gimo, mientras empujo su cabeza entre mis piernas para que se hunda más, porque quiero más, más y más. Gimo, y con cada lametón un nuevo suspiro, un nuevo gemido escapan de mi garganta, hasta que ya no puedo más y me corro en un maravilloso orgasmo.
Tras un breve descanso me levanto de la cama para dirigirme a la ducha:
— ¿Dónde vas preciosa? — me pregunta Carlos.
— He quedado con las chicas en media hora para conocer al novio de Marta.
— Vaya, que bien ¿no?, ¿y yo no puedo ir? — me pregunta curioso.
— ¿No tenías que ir a hacer no sé que fotos a una galería de arte? — le recuerdo.
— ¡Oh sí, ostras! Casi me había olvidado, gracias por recordármelo, preciosa.
Se levanta de la cama y yo me meto en el baño. Soy feliz, me siento feliz, porque tengo al mejor marido del mundo. No podría vivir sin él. Y mientras me meto bajo el agua pienso que ojala Andrea y Marta tuvieran la misma suerte que yo y encontraran a un hombre igual de maravilloso. En el caso de Marta, quizás lo descubramos hoy, cuando conozcamos a su guapo y nuevo novio.
— Oye ¿tú sabes como se llama el jefe de Andrea? — me preguntó Marta aquella mañana. Habíamos quedado para conocer a su novio, ese que la tenía tan loquita que en los últimos dos meses casi ni la habíamos visto.
— No, la verdad es que no, nunca nos ha dicho su nombre. Ya sabes como es ella, cuenta sus aventuras y desventuras sexuales, pero nunca el nombre de los hombres con los que se acuesta, yo creo que ni ella lo sabe.
— Pues sí, es casi con el que lleva más tiempo, es verdad. Supongo que tarde o temprano nos lo dirá, y si no, pues ¿qué más da? Bueno, ¿y tu churri cuando llegará?
— Supongo que no tardará.
Pero llegó primero Andrea, tan feliz como siempre últimamente.
— Hola, preciosas — saludó.
— Hola.
— ¿Qué aún no ha venido tu novio? — preguntó.
— No, pero no tardará.
— Bueno, tengo curiosidad por saber quien y como es ese fantástico hombre que te tiene tan ocupada últimamente — dijo Andrea.
Andrea pidió un té y se puso sus gafas de sol, después de revisar su móvil por si había recibido algún mensaje.
Estábamos hablando las tres de nuestras cosas cuando Marta dijo:
— Mirad, por allí viene.
Nos giramos las dos, tanto Andrea como yo hacia donde estaba Marta observando y Andrea dijo:
—Es ese de la camiseta de Metallíca?
— Sí, ¿por qué?
— Porque me va a oír el muy cabrón — dijo Andrea.
Marta y yo no entendíamos nada, pero cuando llegó a la mesa, la cara de sorpresa y de no saber donde meterse del chico lo decía todo.
— Este cabrón es mi jefe ¿lo sabías Marta?, si, ese que me folla cuando le apetece, y luego me dice que no puede tener una relación como Dios manda conmigo porque tiene novia y no puede dejarla. Este es Félix.
— No, este es Antonio — dijo Marta un poco perdida aún — ¿Se puede saber que significa esto? — le preguntó directamente al chico.
— Veréis puedo explicarlo, yo...
— Pues venga, explícate — le instó Andrea cada vez más cabreada — porque no sé yo si de verdad tiene esto otra explicación que no sea la de que nos has engañado a ambas.
— No, yo... bueno, sí, claro, eso es lo que parece, pero yo... no era mi intención.
Estaba claro que el tal Félix o Antonio, según se mire, no sabía como justificar lo que estaba pasando, y como salir de aquella situación.
— ¡Ah claro, no era tu intención salir conmigo y follarte a mi amiga, ¿no?! No, claro, ahora entiendo por qué siempre me dabas largas cuando quería follar contigo, porque venías harto de haber estado con mi amiga — lo regañó Marta.
— Yo, lo siento, Marta, yo...
— Tú eres un imbécil, y ni Marta ni yo te queremos en mi vida, ¿verdad? Así que vete. No queremos verte más — sentenció Andrea.
— Pero Andrea, tu trabajo, tu carrera, el recital — le dije yo, tratando de que pensara un poco en lo que estaba haciendo, aunque en el fondo lo entendía.
— ¡A la mierda con todo eso! Me buscaré otra escuela de música y otro profesor que pueda ayudarme, seguro que los hay mejores que este insensato.
Y así fue como Marta y Andrea terminaron su relación con aquel hombre, al que gracias a Dios no volvimos a ver.
Tus relatos son tan intensos como los míos, poco entendidos por algunos que solo ven la parte romántica, muchos los leen en silencio.
ResponderEliminarHoy me quedo con la imagen de tus piernas abiertas, y una boca extrayendo el néctar que fluye de él.
Detalles que enriquecen lo que cuentas, tus manos atrapando su cabeza y el hundiéndose hasta sacarlo todo... dios.
Gracias, cuando tenga un rato me paso por tu blog a leer. Gracias por leerme.
Eliminar