Alonso siempre llegaba tarde, siempre tenía que llamarle porque se entretenía en la academia haciendo números o cuadrando las clases del día siguiente, su academia de música era lo más importante para él, y era así desde que lo había conocido hacía ya dos meses. Así que poco a poco había aprendido que tenía que aceptarlo, su academia siempre sería lo primero. Por eso, armada de paciencia hacía lo único que podía hacer, cuando veía que iba a llegar demasiado tarde, le llamaba y él, solícito como buen novio se disculpaba y enseguida acudía a mi llamada. La verdad es que era un hombre maravilloso que exceptuando su preciosa academia de música, se deshacía en atenciones para conmigo y estaba siempre pendiente de mí.
— A ver cuando conocemos a ese noviete tuyo que te tiene tan ocupada — me dijo Maria a través del teléfono
— ¿Noviete? Pero si yo no tengo ningún noviete — le mentí por enésima vez, ni siquiera sabía por qué le mentía si nunca desde que nos conocíamos le había mentido. Ella y Andrea, lo sabían todo de mí, absolutamente todo.
Pero ahora, me resistía a contarles lo mejor que me había pasado en la vida ¿por qué? Quizás era porque en el fondo, tenía miedo de romper el hechizo que nos envolvía a Alonso y a mí al contárselo. Qué al hacerlo real para ellas, se pudiera estropear. O quizás era algo tan bonito que prefería guardármelo para mí sola. Aun así, Maria me conocía muy bien, y sabía que mis silencios y mis ausencias tenía mucho que ver con ese "noviete" que ella decía.
— Bueno, te dejo que me muero de sueño — le mentí para colgar, pues solo faltaban unos pocos minutos para que llegara Alonso.
— Está bien, pero no de mañana no pasa que nos cuentes a mí y a Andrea quien es ese hombre que te hace suspirar.
— Buenas noches.
Colgué y enseguida sonó el timbre, Alonso ya estaba allí. No tardé ni dos segundos en abrirle la puerta. Y allí estaba, el hombre más atractivo que jamás hubiera conocido. Y traía un ramo de rosas rojas.
— Hola, mi amor — saludó entregándome el ramo que cogí.
— Gracias, que detallista eres — le dije.
Nos dimos un beso en los labios, suave y tierno y le hice pasar. Cerré la puerta tras de mí. Tenía ganas de echarme sobre él, de desnudarlo y de hacerle el amor allí mismo, pero él era más convencional y no le gustaban ese tipo de cosas. Así que entré, me dirigí a la cocina, busqué un jarrón que tenía, lo llegué con agua y puse las flores. Alonso se sentó en el sofá. Con las flores volví al salón y las dejé sobre la mesita y luego me senté junto a él. Lo besé y él se dejó hacer, mientras nos besábamos mis manos se perdieron por su cuerpo acariciándolo, iba a ponerme sobre su regazo cuando me dijo:
— Lo siento, nena, pero estoy agotado, no tengo ganas de...
Eso era lo único malo de él, que en cuanto al sexo, era un muermo, nunca tenía ganas. A veces me preguntaba si de verdad le gustaba yo como mujer y dudaba ¿y si lo que le gustaban eran los hombres? Pero en cuanto me hacía cuatro carantoñas y me decía que yo era la mujer de su vida, se me olvidaba por completo las veces que me había rechazado. Envidiaba a Andrea, que según ella, su jefe en la académica donde impartía clases música, la tenía muy satisfecha, porque según ella, follaban a todas horas y en todas partes. Andrea era concertista de piano, y de las buenas. A veces me preguntaba si no se conocerían ella y Alonso, ya que compartían la misma profesión. Y seguro que no había tantas academias de música en la ciudad como para que no se conocieran, ¿no?
— Nunca tienes ganas — me quejé.
— Uhm bueno, quizás pueda hacer algo — dijo, hincándose de rodillas en el suelo y abriéndome las piernas.
No podía negarlo, comía el coño como nadie así que a falta de pan... Tiró de mis piernas, para situarme al borde del sofá, me quitó las braguitas y no tardó en zambullirse en mi entrepierna y empezar a lamer mi sexo con verdadera exquisitez. Sentí su lengua pasar por todos y cada uno de los rincones de mi sexo, por mi clítoris, por mis labios vaginales e incluso introducirse en mi oscuro agujero, mientras yo gemía y me estremecía con cada una de aquellas caricias bucales. No tardó en lograr que me corriera y alcanzara un demoledor éxtasis que me dejó completamente satisfecha. Tras eso, Alonso me cogió en brazos y me llevó hasta la cama, depositándome sobre ella con cuidado. Luego me dio un tierno beso en los labios y dijo:
— Buenas noches, princesa.
No sé cuando se fue, porque creo que me dormí enseguida, pero cuando desperté por la mañana, él ya no estaba allí. A veces me sentía como cenicienta, cuando se hacía de día el hechizo se rompía. Pero como cada mañana tenía un mensaje de buenos días en el móvil y un ramo de rosas junto al periódico que llegaba cada mañana a las ocho en punto. Y justo en ese momento sonó el timbre como era habitual.
Abrí la puerta diciéndole al mensajero que traía las flores:
— Buenos días, Antonio.
— Buenos días, Señorita, sus flores.
— Gracias.
— Y el periódico.
Firmé el albarán y cerré la puerta. Cogí la tarjeta de las flores aunque sabía de sobras que diría: "Lo siento, nena, te prometo que te lo compensaré esta noche".
https://nectares.blogspot.com/2021/07/convocatoria-un-relato-juevero.html
ResponderEliminarme encantaría que participaras
juan de marco
Siempre exquisitos relatos de sexo oral... debes ser muy caprichosa niña.
ResponderEliminarGracias, siento no haber podido contestar a tu anterior comentario, pero me fuí de vacaciones y hasta ahora no he vuelto. Besos.
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