martes, 13 de julio de 2021

MUSICA PARA MIS OIDOS. CAPITULO 1 EL PROFESOR Y LA ALUMNA.


Me levanté de la cama donde Félix y yo acabábamos de hacer el amor. Él se había dormido hacía rato ya, pero yo, acalorada, sudada y agobiada no podía. Por eso, desnuda como estaba me levanté. Aún era temprano, a penas las once de la noche, así que me dirigí al salón. Me senté frente al piano, muchas noches en que no podía dormir, lo hacía. Era una forma de relajarme, así que aquella noche también lo hice. Empecé a  tocar las teclas, busqué una melodía que había aprendido hacía ya muchos años y empecé a tocarla. Me encantaba tocar el piano, quizás por eso, me había convertido en una gran concertista de piano. A veces, tocar desnuda el piano, hacía que me excitara y aquella noche, en que además, mientras tocaba, recordaba lo sucedido con Félix unos minutos antes, no iba a ser menos. No tardé en sentirme húmeda y en desear que apareciera Félix para hacerme el amor frente al piano. Nunca lo habíamos hecho allí, pero quizás si él se despertaba... 
Félix era mi profesor de piano, bueno, ahora más que profesor, era mi entrenador. Pasábamos horas interpretando piezas, tratando de buscar la perfección en cada nota, lo que hacía que nuestra relación poco a poco se hiciera más estrecha. Así había empezado nuestro affair, clase  tras clase, pieza tras pieza, mientras me enseñaba como ejecutar los movimientos de cada melodía, nos habíamos ¿enamorado? Bueno, no puedo atestiguar a ciencia cierta que aquello fuera amor, sí, teníamos sexo, casi a diario, y era el mejor sexo que hubiera tenido en mi vida, pero ¿amor?, ¿era aquello amor? No estaba segura de eso. Félix me gustaba y mucho, y cada vez que quedábamos para tener un encuentro erótico mi corazón daba un brinco, pero él estaba comprometido. 
— ¡Preciosa melodía! — oí su voz a mi espalda.
Me detuve y me giré hacía él. Iba desnudo al igual que yo. Admiré su cuerpo perfecto, sus hombros esculpidos, su vientre tipo tableta de chocolate y al detenerme en su sexo, noté como nacía una hermosa erección. Sonreí al darme cuenta, y entonces él se acercó a mí. Yo seguía sentada en el taburete que usaba para tocar el piano. Me levanté, y le rodeé con mis brazos, nos besamos con pasión, mientras sus manos acariciaban mi culo. Se giró sobre sí mismo, arrastrándome con él, y se sentó sobre el taburete, quedándome yo  ahorcajas sobre sus piernas. Suspiré cuando sentí su sexo rozar el mío y empujé con urgencia hacía él, que se apartó sabiamente diciendo: 
— Tranquila, pequeña fiera, sabes que soy yo quien controlo. 

Me mordí el labio inferior, mientras él restregaba su sexo contra el mío nuevamente, pero al ritmo que él deseaba. Me tuvo así un rato, deseándolo y sin dejarme traspasar la línea.  Hasta que decidió que ya era el momento, entonces me puso sobre el piano, me penetró incrustándose en mis piernas y empezó un maravilloso viaje hacía el orgasmo, mientras yo le rodeaba con mis piernas y le empujaba contra mí. Sin duda, Félix era el mejor amante que jamás hubiera tenido. Me hacía ver las estrellas cada vez que lo hacíamos, me transportaba al paraíso del placer y siempre me dejaba con ganas de más. Era todo un seductor y sabía como atraparme entre sus redes, igual que hace una araña. Gemí, me convulsioné, me estremecí y alcancé el éxtasis en pocos minutos, tras lo cual, él me siguió imparable también hacía su propio éxtasis. Exhaustos, acostados en el suelo sin poder levantarnos, su móvil empezó a sonar. 
— ¡Oh, Dios, tengo que cogerlo! — se quejó. 
Seguro que era la pesada de su novia. Porque pesada era un rato, lo llamaba cada cinco minutos, a veces, sobre todo cuando quedaban y él se retrasaba. Supongo que en cierto modo, era lógico, pero para mí era un auténtico fastidio, aquella mujer me lo quitaba. Aunque en realidad, yo nunca lo había tenido para mi. Desde que habíamos empezado yo sabía que tenía novia y que yo era solo su segundo plato, que la otra tenía el título y todos los derechos, yo solo la migajas. 
Se puso en pie, cogió el móvil que estaba sobre la mesa de comedor y respondió a la llamada: 
— Sí, ahora voy, cierro la academia y voy, lo siento, estaba haciendo números y no me di cuenta de la hora — se excusó. 
Me incorporé, mientras él buscaba los pantalones y me decía: 
— Tengo que irme. 
— Ya. Nos vemos mañana — le dije, resignándome. 
— Sí, recuerda que tienes que dar clase a los de primero de solfeo a las cinco. 
— Sí, Señor. 
Vestido y arreglado salió por la puerta tras lanzarme un beso, dejándome como siempre sola...










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