martes, 1 de junio de 2021

DOLOR Y PLACER

  ¡Hola, mis niñas! - Nos saludó nada más entrar en la habitación.


Sonia y yo estábamos sentadas sobre la cama, desnudas ambas, una junto a la otra. Como a él le gustaba. Ambas llevábamos el pelo recogido en un par de coletas a lado y lado de la cabeza, anudadas con lazos rojos. Era parte del juego. Un juego que había empezado hacía ya tiempo y que a ambas nos encantaba.

Elías cogió una silla y la puso frente a nosotras, sentándose en ella. Llevaba la fusta en su mano y mirándonos con severidad dijo:

— Me han dicho por ahí, que hoy habéis sido un poco malas.

Ambas con cara de inocencia nos encogimos de hombros.

— ¡Bien, esos culitos!

Las dos nos pusimos de pie dándole la espalda e inclinándonos para mostrarle nuestro trasero. Sonia fue la primera en recibir el golpe de la fusta, que sonó en el aire y la hizo tensar todos sus músculos. ¡Zas! El siguiente cayó sobre mis tiernas nalgas, haciéndome templar los músculos y cerrar los ojos al sentir el dolor. Pero en lugar de desagradarnos aquel dolor nos excitaba, sentí como mi sexo se humedecía y miré a Sonia, que me miró sonriéndome pícaramente.

Un nuevo golpe de fusta cayó sobre nuestras nalgas, pero esta ven en ambas a la vez. Y el deseo se tornó incontenible para ambas, pero debíamos seguir en aquella posición, esperando las órdenes de Elías.

— Bien, niñas, veo que el castigo surte efecto. Ya sabéis cuál es la siguiente parte del castigo.

Ambas nos colocamos las manos sobre los cachetes del culo, abriendo al máximo nuestras nalgas y exponiendo nuestro agujero trasero. Elías se acercó a nosotras y sin ningún tipo de estimulación previa, me penetró con fuerza y de un solo golpe. Grité levemente al sentir el dolor que me causaba aquella penetración, luego dió tres fuertes embestidas y sacó su sexo de mí. Se dirigió hacía Sonia y repitió la operación con ella. También Sonia se quejó, la miré y vi como apretaba los labios tratando de soportar el suplicio.

Tras eso se alejó un poco de nosotras y un nuevo golpe de fusta cayó sobre nuestras espaldas.

— ¡Ays! — Nos quejamos ambas, que seguíamos con las manos sobre nuestros culos, aguantando los cachetes.

Seguidamente se dirigió hacía el cajón de la cómoda, que estaba detrás de nosotras. Volvió a acercarse a nosotras, y entonces oímos el inconfundible zumbido de un par de vibradores. Nuevamente y sin previa estimulación sentí como me introducía el vibrador por el ano. Solté mis nalgas y empecé a sentir el cosquilleo en mi interior. Traté de controlar mis impulsos, pues aquella vibración me causaba un agradable placer y sabía que no debía dejarme llevar. Entretanto, Elías colocó el otro vibrador dentro del ano de Sonia, que gimió al sentirlo. A continuación Elías comenzó a pegarnos con la fusta en las nalgas de manera alternativa, primero a mí y luego a Sonia. Aquellos golpes unidos a la vibración de los aparatos empezaron a excitarnos. Ambas gemíamos.

— ¡Niñas! — Gritó Elías — ¡Ya sabéis que no está permitido el placer!


Efectivamente, el juego consistía en sentir el dolor y disfrutarlo, pero evitando corrernos y dejarnos llevar por el placer supremo. Así que traté de concentrarme, pensar solo en la fusta que golpeaba mis posaderas y en el dolor que allí sentía, el enrojecimiento de la piel, el calor que se agolpaba en esa parte de mi anatomía; mientras el consolador seguía vibrando en mi interior. Estaba concentrada en todas esas sensaciones cuando oí como Sonia gemía y al mirarla vi que se estremecía de placer sintiendo un orgasmo.

Elías dejó de golpearme, sacó el vibrador de mi culo. Y dirigiéndose a Sonia la recriminó:

— ¿No te he dicho mil veces que no debes correrte hasta que yo te dé permiso? ¡Maldita zorra!

Un fuerte golpe de fusta cayó sobre su culo. Yo me incorporé. Elías se acercó a mí, me besó y me dijo:

— Siéntate en la cama mientras me ocupo de ella. Lo has hecho muy bien. 

Me senté sobre la cama observándoles, mientras él sacaba el vibrador del culo de Sonia. Volvió a la cómoda y sacó unas cuantas pinzas de madera, se acercó a Sonia y colocó una pinza en su pezón derecho, luego en el izquierdo, se puso tras ella y colocó otra pinza en su labio vaginal derecho y luego en el izquierdo. Sonia me miró con cara de dolor. Aquel castigo no le gustaba mucho, me lo había confesado varias veces, pero debía soportarlo por haber desobedecido.

Acto seguido, empezó a pegarle con la fusta en el culo. Los ojos de Sonia empezaron a ponerse rojos de rabia. Me miraba como suplicándome que la salvara, pero yo no podía, las reglas del juego lo impedían, debía quedarme quieta esperando a la siguiente orden de Elías.

Él dejó de pegarla y sin previo aviso la penetró salvajemente. Sonia gimió al sentir el dolor y un par de lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Elías empezó a moverse y con cada embestida, las pinzas se clavaban en sus labios vaginales y Sonia se quejaba, pero él en lugar de detenerse, continuaba. Sonia lloraba y sudaba a la vez, mientras yo, aún a pesar de desear abrazarla y calmarla, seguía sentada en la cama observándolos.

Miré a Elías y vi su cara de placer, mientras penetraba a Sonia una y otra vez, con fuerza. Mi compañera, me miraba de vez en cuando, como pidiéndome que la salvara, pero yo debía mantenerme quieta, observando.

Nuestro Amo se dobló sobre Sonia y le mordió el cuello, esta se quejó:

— ¡Ay!.

Pero la expresión de su rostro pareció relajarse un poco, cuando Elías le quitó las pinzas de los pezones. Aunque enseguida volvió a tornarse angustiosa, al sentir los dedos del Amo pellizcándole los senos con fuerza. Sonia no dejaba de llorar.

— ¿Quieres que termine el castigo, preciosa? — le preguntó Elías, susurrando en su oído.

Pero Sonia no contestó. Sabía que no debía, que no era ella la que decidía aquello.

Nuestro amo le quitó entonces, las pinzas de sus labios vaginales, se incorporó, le dio un par de cachetes en las nalgas y sacó su sexo de ella.

Sonia se relajó por fin, pero no se atrevió a moverse hasta que Elías le ordenó:

— Acuéstate en la cama, niña. Y tú, cálmala – me ordenó a mí.

Él volvió a sentarse en la silla, mientras Sonia se acostaba en la cama y yo junto a ella, empecé lamerle las mejillas bebiéndome sus saladas lágrimas.

— Muy bien, Ana, veo que eres una buena alumna. — Me dijo él.

Besé a Sonia y sentí como sus brazos rodeaban mi cuello. Mi lengua se hundió en su boca y sentí un golpe en mis nalgas.

— ¡Ya, vale! — Gritó Elías.

Así que dejé de besar a Sonia, y seguí lamiendo su cuello, descendiendo por su antepecho. Me puse de rodillas sobre ella y seguí lamiendo hasta llegar a sus senos. Tenía los pezones enrojecidos y con cada lametón que le aplicaba se convulsionaba adolorida, así que yo trataba de lamerla lo más dulcemente que podía.

— ¡Toma! — Oí que me decía Elías.

Levanté la vista y vi que me tendía una cubitera. La dejé sobre la mesita y cogí un par de cubitos. Besé el pecho izquierdo de Sonia y luego pasé los cubitos por su pezón. Ella se estremeció al sentir el frío hielo sobre su caliente pezón. La miré, ella me miró con agradecimiento y seguidamente llevé los cubitos al pezón derecho. Volvió a estremecerse.

De repente, sentí una presión sobre mi pezón derecho. Nuestro amo me había colocado una pinza. Me incorporé y dejé que me pusiera otra en el pezón izquierdo.

— Buena chica — me dijo acercando su boca a la mía.

Nos besamos y sentí sus dedos entre mis piernas, buscando mi clítoris, que pellizcó fuertemente. Pero yo ni siquiera me quejé. Para mí era más fácil que para Sonia soportar el dolor y Elías lo sabía, por eso se reservaba la peor parte del castigo para mí.

Nuestro amo volvió a sentarse en la silla y yo me puse los cubitos medio derretidos en la boca. Me incliné de nuevo sobre los pechos de Sonia y los besé, dejando que los cubitos salieran un poco de mi boca, rozando su piel con ellos.

Bajé hacía su vientre y proseguí el camino hacía su sexo. Lo besé y lo abrí con mis dedos. Estaba enrojecido, incluso tenía un poco de sangre en uno de los labios, lo lamí para limpiársela, me alargué hasta la mesita y cogí un par más de cubitos. Volví a su entrepierna y pasé los cubitos por su sexo, con mucha suavidad. Sonia se estremeció, pero al mirarla noté en sus ojos un gesto de agradecimiento. Yo notaba que el dolor que las pinzas me causaban sobre los pezones se intensificaba, pero no me importaba, podía soportarlo. Seguí restregando los cubitos por el sexo de Sonia hasta que se fundieron. Continué lamiendo su sexo, con suavidad, introduciendo mi lengua en su vagina, y Sonia empezó a estremecerse, arqueando la espalda, gimiendo. Estaba a punto de lograr un nuevo orgasmo, lo sabía, lo notaba por las contracciones de su vagina sobre mi lengua, así que dejé de lamerla. Acerqué mi boca a la suya y la besé.

— Muy bien, Ana, lo has hecho muy bien. Ven aquí — me ordenó Elías.

Me acerqué a él, mientras Sonia se quedaba en la cama acurrucada.

Elías me quitó las pinzas de los pezones con cuidado.

— Pon las manos en la espalda – me pidió luego nuestro Amo con tono autoritario.


Obedecí y entonces vi la cuerda que llevaba en las manos. Se levantó de la silla y poniéndose a mi espalda, me ató las manos, pasó la cuerda por la raja de mi culo, y luego por mi sexo, llevándola hasta mi seno derecho, que lo rodeó con ella dejándolo apresado, lo llevó hasta el otro pecho e hizo lo mismo, y finalmente terminó atando el cabo a mis muñecas con fuerza. La presión que la cuerda ejercía sobre mis senos hacía que estos me dolieran, y también me hacían sentir la cuerda apretando mi coño, y clavándose en mi clítoris y mi ano. Pero ni una sola expresión de dolor salió de mi rostro.

Sonia, se levantó de la cama y se dirigió al sofá que había tras ella al otro lado de la habitación, sentándose en él.

— ¡Vamos, agáchate sobre la cama y enséñame el culito! — Me ordenó Elías con autoridad.

Le obedecí, posando la parte superior de mi cuerpo sobre la cama, mostrándole mis posaderas y abriendo las piernas.

Vi como nuestro Amo cogía el cinturón de sus pantalones y se acercaba a mí. Levantó el brazo con el que sujetaba el cinturón y con fuerza me sacudió en las nalgas, pero yo resistí el golpe. Además en aquel momento, me dolían más las cuerdas alrededor de mis senos que cualquier azote. Un nuevo golpe cayó sobre mis nalgas, y luego otro y otro, y cada vez me azotaba más rápidamente, los azotes caían sobre mí uno tras otro, haciendo estremecer mis nalgas y en consecuencia todo mi cuerpo, lo que hacía que la cuerda rozara mi sexo con cada golpe y estrujase mis senos con fuerza. Yo trataba de resistir el dolor a la vez que sentía como el placer recorría cada poro de mi piel. Mientras los embates seguían castigando mi culo que sentía cada vez más caliente.

De repente Elías dejó de pegarme. Me sentí extasiada. Mi amo me levantó. Me besó en la boca y empezó a desatar la cuerda. Liberó mis tetas y me las acarició con cuidado, haciendo que la sangre volviera a circular por ellas. Sentí un agradable cosquilleo. Siguió desatando la cuerda y sentí que mi sexo era liberado de la presión que esta ejercía sobre él. La mano de Elías se perdió entre mis piernas tras quitar la cuerda, e introdujo dos de sus dedos en mi vagina. Mi cuerpo se estremeció

— ¡Uhm, que zorrita eres! — Me susurró al oído.

Seguidamente me empujó sobre la cama y me dijo:

— Ahora te vas a masturbar para mí. Pero ya sabes, sin correrte. ¡Venga, zorrita!

Me acomodé sobre la cama. Elías ató mis tobillos a los barrotes inferiores, dejando mis piernas bien abiertas y se quedó allí, al final de la cama, de pie, observándome.

Dirigí mi mano a mi entrepierna y mientras le miraba desafiante, busqué mi clítoris y empecé a restregármelo con un par de dedos. Con la otra mano empecé a acariciarme los senos aún un poco lacerados. Movía mis dedos sobre mi clítoris marcando círculos, dejando que el placer me recorriera y me liberara. Mientras Elías me miraba con deseo y se acariciaba el sexo. Ambos nos deseábamos, pero a la vez nos desafiábamos para ver quien soportaba más. Mi sexo empezaba a palpitar deseoso, dirigí mis dedos a mi vagina e introduje un par acariciándome, frotando mis jugos para extenderlos por todo mi sexo. Mi cuerpo empezó a estremecerse. Elías me miraba expectante, sabiendo que el orgasmo estaba cerca, pero entonces empecé a mover mis dedos muy despacio, con gran lentitud. Aquella batalla no iba a ganarla él, esta vez no. Mis dedos seguían acariciando mi clítoris con suavidad, el orgasmo estaba casi a punto de aparecer, cuando me ordenó:

— ¡Vale, zorrita! ¡Por hoy es suficiente!.

Aparté las manos de mi sexo y respiré hondo, tratando de recuperar la compostura. Mi amo me desató los tobillos. Y se acercó a mí, situándose entre mis piernas. Sentí el pene de Elías erecto, rozando la entrada de mi sexo. Le miré retadora y entonces de un fuerte empujón me penetró. Por fin, estaba dentro de mí. Mi amo empezó a arremeter contra mí, y dejándome llevar, cerré los ojos.

Estaba concentrada en las sensaciones y en tratar de no dejarme llevar por el placer, cuando sentí algo apretando mi pezón derecho. Abrí los ojos. Elías había puesto una pinza de metal sobre él, el dolor era más intenso que el producido por las de madera. Vi como acercaba otra de aquellas pinzas a mi pezón izquierdo y lo apresaba con ella. El placer que sentía en mi entrepierna desapareció y sentí solo aquel dolor, punzante, opresivo. Mientras seguía bombeando con fuerza mi amo, retorcía las pinzas, haciéndome gemir de dolor, haciendo que me retorciera y el tormento se uniera al placer.

Sonia desde el sofá me miraba con cara de angustia. Estaba asustada, podía verlo en sus ojos, temía que Elías me hiciera más daño del que podía soportar, pero se mantenía quieta abrazada a sus piernas, mordiéndose la rodilla.


De repente, Elías se detuvo. Quitó las pinzas con brusquedad y un pequeño quejido escapó de mi garganta. Nuestros ojos desafiantes se cruzaron un instante. Luego él, sin sacar su sexo de mí, abrió el cajón de la mesilla y sacó el consolador que Sonia y yo solíamos usar cuando estábamos a solas. Tenía el mismo tamaño que su polla, aproximadamente, lo acercó a mi boca y lo chupé. Cuando creyó que ya estaba convenientemente húmedo lo dirigió hacía mi sexo y sin sacar su pene, empezó a introducírmelo, apretando con él hacía mi interior.

— ¡AAAAAYYY! — Gemí al sentir aquella presión en mi sexo. Me dolía y a la vez sentía mi agujero abriéndose, tensándose para recibir aquel aparato.

Era la primera vez que Elías me penetraba con el vibrador, a la vez que tenía su sexo dentro de mí. Mi cuerpo se tensó, mientras el dolor recorría todos mis poros. Cuando por fin lo tuve dentro, Elías lo puso en marcha. Empecé a sentir la vibración y poco a poco el dolor fue dejando paso al placer. Cuando mi cuerpo comenzó a estremecerse pidiendo más, Elías reemprendió sus movimientos penetrándome una y otra vez, haciéndome sentir como tanto su sexo como el vibrador entraban en mí, una y otra vez. Abrí los ojos que hasta ese momento había mantenido cerrados y le vi mirándome con expresión de placer. Acercó sus labios a los míos y me besó, mientras acariciaba mi mejilla. Entonces, sentí como sacaba el vibrador y lo llevaba hasta mi ano, me penetró con él por mi agujero trasero y siguió moviéndose lenta y pausadamente, mientras yo le rodeaba con mis piernas. A partir de ese momento el juego había terminado y ahora solo éramos dos amantes dándose placer el uno al otro. Nuestros cuerpos se acompasaban, se sentían el uno al otro. En pocos segundos mi vagina empezó a tensarse alrededor de su sexo, a la vez que este se hinchaba dentro de mí. Nos abrazamos con fuerza y nuestros cuerpos explotaron en un demoledor orgasmo simultáneo. Cuando ambos dejamos de estremecernos. Elías se acostó a mi lado, yo miré a Sonia, seguía sentada en el sofá con las piernas abrazadas. Me miró, sus ojos estaban llorosos, yo sabía que deseaba acercarse y abrazarme, pero que no osaba hacerlo por la presencia de Elías a mi lado.

Transcurridos unos segundos, Elías se levantó, se vistió y tras recoger todas las cosas que había usado, se acercó a mí, me dio un beso en la boca y luego salió de la habitación sin decir nada.

Sonia se acercó a mí entonces, tumbándose a mi lado. La abracé y nos quedamos así durante un rato, como solíamos hacer tras cada sesión de castigo de nuestro Amo.


2 comentarios:

  1. Excitante porque la lectura te mete en la escena. Duro para mí por mi forma de ser. No podría abandonar la habitación como lo hizo Elías

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