viernes, 30 de octubre de 2020

Y SI FUERA ÉL CAPITULO 5

 Cuando desperté por la mañana estaba sola en la cama. Mi amante se había marchado, aunque había dejado una nota sobre la almohada: “Ha sido una noche maravillosa, espero poder repetirla pronto. Y por favor, cuando te vistas para ir a trabajar, no te pongas braguitas, nunca se sabe quién puede aparecer ….”

Sonreí. Aquella nota dejaba mucho a mi calenturienta imaginación. Sin duda, aquella relación prometía.

Me levanté y me duché, me vestí con una minifalda corta, sin medias, y sin braguitas, arriba me puse una blusa blanca que se transparentaba un poco y un sujetador blanco. Durante la mañana todo fue tranquilo. Hacia las doce recibí la llamada de Ana, mi mejor amiga.

-         Buenos días, guapa – me saludó.

-         Buenos días, ¿qué tal?

-         Eso quisiera saber yo, ¿qué tal la cita con ese maravilloso hombre?

-         Bien – le contesté ilusionada – Fue una noche maravillosa, al final nos quedamos a cenar en casa y....

-         Bien, y follasteis por lo que veo, jajaja, se te nota en la voz que te dejó satisfecha – dijo mi amiga, tan abierta y sincera como siempre.

-         Pues sí, para que negarlo – le dije.

-         Me alegro por ti, Emma, y espero que te vaya bien.

-         Gracias, tengo que dejarte, el jefe está aquí. Ya hablaremos.

-         Bien, hasta luego.

Mi jefe frente a mí, me entregó algunos papeles para archivar; y estaba entretenida en ello cuando recibí una llamada justo media hora antes de ir a comer :

- Buenos días, preciosa – era su voz.

- Buenos días.

- ¿Qué tal si quedamos para comer? - Me preguntó sin más, casi como si ya supiera la respuesta.

- Bien - le respondí nerviosa, me apetecía tanto volver a verle.

- Entonces pasaré a recogerte en media hora, te espero en el vestíbulo.

-         Vale - acepté.

Inmediatamente le envié un Whassap a Ana para decirle que comería con él.

Media hora más tarde recogí mi mesa, mi bolso y bajé al vestíbulo, donde me estaba esperando Alberto. Me acerqué a él, estaba guapísimo, con un traje gris marengo y una camisa blanca.

- Hola - me saludó dándome un tierno beso en los labios.

- Hola - respondí.

- Vamos, tengo el coche aquí fuera.

Salimos a la calle y subimos a su coche, al asiento trasero. Alberto le dijo al chofer donde debía ir, y luego se abrochó el cinturón. Yo hice lo mismo. Seguidamente, Alberto se giró levemente hacia mí, metió su mano por mi falda y tocó mi sexo desnudo.

- Perfecto, veo que me has obedecido, así me gusta. Si me obedeces siempre, te prometo que vivirás momentos muy excitantes.

Y movió sus dedos, acariciando mi clítoris, lo que me hizo estremecer. Luego los sacó y volvió a sentarse cómodamente en su lugar diciéndole al chofer que ya podía arrancar.


Diez minutos más tarde habíamos llegado ya al restaurante. El chofer dejó el coche en el aparcamiento y antes de bajar Alberto se acercó a mí y me ordenó:

-         Abre las piernas.

Obedecí y metió su mano entre ellas, alcanzando mi sexo, que acarició con un par de dedos, haciéndome estremecer mientras me susurraba al oído.

-         Te quiero excitada y dispuesta para mí en todo momento – su voz susurrante y su dedo acariciando mi clítoris hizo que mi sexo empezara a mojarse excitado.

Cuando le pareció que estaba convenientemente excitada se detuvo, sacó su mano y dijo:

-         Venga, vamos.

Salimos del coche y entramos en el restaurante, nada más entrar, el maître ya le reconoció y dijo:

-        ¿La misma mesa de siempre, señor?

-         Sí, gracias Antonio.

Nos llevó hasta un reservado, pequeño y coqueto en el que solo había una mesa. Nos sentamos y el camarero nos dejó las cartas, y mientras observaba que pedir, Alberto me preguntó:

-        ¿Llevas sujetador?

-         Sí, señor - Le respondí en mi perfecto papel de sumisa.

-         Bien, pues ve al baño y quítatelo – me ordenó.

-         Si, señor – le respondí levantándome sin cuestionar su orden. Me gustaba la manera en que me daba las órdenes, el tono de voz tranquilo y autoritario que utilizaba.

Me fui al baño y me quité el sujetador, guardándolo en mi bolso. Cuando volví al reservado y tras sentarme en la mesa, Alberto me preguntó:

-         ¿Te lo has quitado? Enséñamelo.

Abrí ligeramente la blusa por delante para que lo viera.

-         No, mejor desabróchate la blusa y muéstrame tus senos desnudos y te los dejas así.

Me sorprendió su demanda y protesté un poco.

-         Pero...

-         Haz lo que te digo o te castigaré, no te preocupes, solo podrá verte el camarero, es el único autorizado a entrar en este privado mientras estamos comiendo.

Finalmente obedecí y dejé mis senos totalmente descubiertos, aunque sin acabar de desabrochar la blusa. El camarero trajo entonces el primer plato y lo dejó frente a mi, sin inmutarse siquiera un poco. Empezamos a comer tranquilamente y Alberto me preguntó:

-         Dime, ¿cuánto tiempo estuviste con tu último Amo?

-         ¿Cómo sabes que tenía “Amo”? – Le pregunté.

-         Porque desde el primer momento has aceptado y te has posicionado en el papel de Sumisa, sin que yo te lo pidiera, cada vez que te he dado una orden la has obedecido sin cuestionarla. Ahora contesta a mi pregunta, por favor.

-         Estuve tres años con él, en realidad fue mi primer Amo, con él he aprendido todo lo que sé del BDSM, él me introdujo en este mundo, y él supo desde el principio que eso era lo que más me ponía. Durante un buen tiempo, pensé y creí que era el hombre de mi vida – le dije, olvidándome que llevaba los senos desnudos.

-         ¿Y qué pasó entre vosotros? ¿Por qué lo dejasteis?

-         Porqué me lo encontré con otra. Es cierto que él me había pedido tener otra sumisa, pero... – me detuve.

-         Tenías miedo.

-         Si – afirmé – tenía miedo de perderle, de que todo lo que teníamos se fuera al traste, de que se enamorara de ella y se olvidara de mí. – dije, confesándome por primera vez ante mí misma incluso.

-         Mira te seré sincero – empezó a decirme – me gustaría que fueras mi sumisa, pero antes de seguir quiero que sepas algunas cosas de mí, quiero ser sincero contigo porque creo que lo importante entre dos personas que tienen una relación, sea la que sea es la sinceridad. No me gusta compartir a mi sumisa, lo hice una vez y… en fin, no salió bien y me prometí a mí mismo no volver a hacerlo nunca más. Pero me gusta jugar con ella en público y quizás permitirme algunos juegos en los que pueda entrar alguna otra sumisa, pero solo como algo esporádico.

Por mi está bien, Señor – le dije sonriendo. El juego empezaba en aquel momento y me apetecía mucho jugar con él.

Estableceremos unas normas por ambas partes, que ambos deberemos cumplir, y los castigos que te aplicaré si no cumples esas normas ¿de acuerdo?

 Si – respondí feliz.

- Y para empezar te voy a poner deberes, me harás una lista con las prácticas que te gustan y las que no, y la quiero para mañana. A partir de eso, haremos un contrato.

- Bien, me parece bien – le dije.

- Por mi parte yo haré lo mismo. Y así a partir de ahí podremos establecer las prácticas y castigos.

A todo esto, ya estábamos en los postres y el camarero ya había sacado casi todos los platos. Vi como el camarero traía una fuente con nata y la dejaba sobre la mesa, no trajo cucharillas ni platos. Y se retiró sin decir nada. Alberto sonrió con picardía, de nuevo vi en sus ojos esa mirada de que estaba maquinando algo. Me miró y me ordenó:

Desnúdate.

¿Qué? – Pregunté sorprendida y un poco incómoda.

Que te desnudes, no te preocupes, no entrará nadie, el camarero ha cerrado la puerta y ni siquiera él entrara en la próxima media hora.

Suspiré aliviada, y poniéndome en pie, empecé a desnudarme. Alberto siguió sentado en su silla, observándome, cuando terminé de desnudarme apartó lo poco que quedaba en la mesa y me ordenó:

Ponte en la mesa boca arriba.


Obedecí y vi como abriendo el maletín que llevaba consigo, Alberto sacó algunas cuerdas. Ató mis manos y mis pies a las patas de la mesa, dejándome abierta y expuesta para él. Empezaba a sentirme excitada imaginando lo que iba a pasar. Vi como Alberto sacaba también una gagball del maletín y acercándose a mí me decía:

Voy a ponerte esto en la boca, porque no queremos que nadie te oiga, ¿verdad? Por qué voy hacer que grites de placer como nunca antes lo has hecho.

Gemí al oír esas palabras, sintiendo como la excitación aumentaba. Me puso la gagball y hurgó de nuevo en el maletín, y enseguida empecé a sentir un agradable cosquilleo en el clítoris. Era algo maravilloso y empecé a gemir despacio, suave.

Es un pincel - me dijo - por la parte de las cerdas.

Mientras lo movía, yo gemía y me removía sobre la mesa, excitada, sintiendo como esa excitación subía y subía. Dejé de sentir el cosquilleó y Alberto me advirtió:

Ahora con el mango.

Y efectivamente, empecé a sentir algo duro moviéndose sobre mi clítoris, que me hacía estremecer tanto o más que las cerdas. Gemí y me convulsioné, aunque mis gemidos casi no se oían, pues los tapaba la bola que tenía en la boca. Alberto metió el mango del pincel dentro de mí vagina y lo movió. Lo sacó y volvió a meterlo meneándolo, mientras yo gemía y me convulsionaba sintiendo la excitación subiendo y subiendo. Sacó el mango del pincel de mí, y entonces sentí su boca alrededor de mi clítoris. ¡Oh Dios, iba a hacerme una mamada y yo estaba tan excitada! Sabía que no tardaría en correrme. Su lengua jugueteó y lamió mi clítoris durante unos minutos, y enseguida me corrí, gemí y sentí como el orgasmo explotaba en mi clítoris. Fue maravilloso y no me pude contener, estaba tan excitada, que no pude evitarlo. Alberto siguió lamiendo durante un rato, bebiendo mis jugos, aunque estoy segura de que sabía que me había corrido. Cuando lo creyó conveniente, se apartó y me dejó descansar. Luego me desató, y ofreciéndome la mano, me ayudó a incorporarme.

Te has corrido demasiado pronto – musitó en mi oído.

Lo sé, pero estaba tan excitada, que no pude evitarlo – me disculpé.

Por esta vez no te lo tendré en cuenta, pero en el futuro, será motivo de castigo, ya que sólo te correrás cuando yo te de permiso, ¿de acuerdo?

Si Señor.

Me ayudó a bajar de la mesa y me vestí. Salimos del privado y él pagó la cuenta en la caja, luego salimos del local y me llevó de nuevo hasta mi despacho. Allí, antes de que saliera del coche, me dijo:

No te olvides de los deberes. Nos veremos mañana y lo repasaremos todo. ¿De acuerdo? ¡Ah, y piensa en un nombre de sumisa!

Si, Señor – le dije bajando del coche. 

Subí hasta el despacho e hice mi trabajo lo mejor que pude, aunque sin dejar de pensar en él y en lo que habíamos hecho en el restaurante. Tras el trabajo cuando llegué a casa, cogí una libreta en blanco y empecé a escribir sobre lo que me gusta y lo que no. Aunque al principio de la hoja puse el nombre con el que deseaba ser llamada como sumisa “Princesa”. Luego empecé a escribir una lista de las cosas que me gustaban:

“Me gusta dar y recibir sexo oral, disfruto haciéndolo, pero no me gusta que me metan la polla hasta la campanilla y me provoquen arcadas, ese es uno de mis límites. Me gusta el sexo anal y lo disfruto y me encanta usar plugs, a veces como castigo. También me gusta jugar con todo tipo de consoladores y artefactos que puedan caber en mi coño y me den placer. Me encanta masturbarme, aunque me intimida un poco hacerlo delante de alguien y sobre todo en un lugar público, otro de mis límites que espero mi Señor, me enseñe a sobrepasar. Me encanta masturbar a mi señor y hacer que su leche caiga sobre mis tetas. Me gusta el sexo telefónico, y aunque nunca he sido ciber sumisa, me gustaría experimentar esa vertiente de algún modo. Me excita pensar en tener sexo en un lugar público, pero a la hora de la verdad, me intimida un poco, es otro de mis límites, creo. No me gusta compartir a mi amo con otras, ese es otro de mis límites, aunque ver a mi amo con otra me excita, soy un poco Voyeur, en ese aspecto tengo sentimientos contradictorios. Tampoco me siento nada cómoda siendo compartida o cedida a otro Amo. Es algo que realmente no tolero de ninguna manera, lo pondría como un límite duro. Me encantan los juegos con cuerdas, la sensación de estar atada y no poder hacer nada, cediéndole todo el poder a mi Amo, que es quien controla mi placer y mi cuerpo en ese momento, y obviamente disfruto de ser atada en la Cruz de San Andrés y que una vez ahí, mis ojos sean vendados y no pueda ver nada, y no sepa que va a pasar, me gusta entregarme a lo que siento en ese momento. No me gusta ser encerrada o enjaulada, ese es otro de mis límites y este es duro, sin duda. Tampoco soporto las máscaras de látex que cubren toda mi cara. Me producen ansiedad. Nada de quemaduras. Me atrae el fisting, pero también me asusta un poco. En cuanto, a ser azotada, o recibir bastonazos o cachetadas, son cosas que me excitan y a la vez me asustan. Los he recibido como castigo, pero a veces también son un premio, es difícil describir lo que siento cuando mi Amo me azota, quizás debas comprobarlo tú mismo. Me encanta que tiren de mi pelo, pero durante el acto sexual, cuando mi amo me folla tan fuerte que siento que me va a partir, cuando hunde su polla en mí por completo e incluso me duele, en ese momento su tirón del pelo me hace sentir viva, al igual que si lo hace cuando me está follando la boca, y trata de controlar las embestidas. Tampoco tolero las agujas, ni pinchazos, es algo que detesto enormemente. Otro de mi limites duros, pero este es durísimo. Tampoco me gustan los juegos que incluyan sangrado. Ni la lluvia dorada, ni marrón, de nuevo limites muy duros. Nada de marcas permanentes, y tampoco que me escupan, todo eso se engloba en los limites duros, durísimos que por nada del mundo voy a sobrepasar. Y nada de electrocuciones, la electricidad y yo, nos llevamos muy, muy mal. Me encantan los cepos, y estar atrapada en uno es uno de mis sueños, ser follada mientras estoy colocada en un cepo y no sé quién me está follando. No me gusta besar los pies, ni lamerlos, es otro de mis límites, aunque no es de los duros. Me gustan los juegos de colegialas y ser secuestrada y violada, es una de mis fantasías. No me gustan demasiado los juegos en los que tenga que actuar como un perro o un caballo, pero son un límite blando, quizás cuando lo haga me guste. Y aunque no lo he hecho nunca, me atrae el hecho de ser usada como mueble.”.

Cogí la hoja y la arranqué de la libreta poniéndola en un sobre. Empezaba una nueva etapa para mí como sumisa y me hacía mucha ilusión, porque Alberto parecía un amo tan imaginativo como lo había sido Armando, y eso me gustaba. 

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