martes, 27 de octubre de 2020

Y SI FUERA ÉL CAPITULO 4

 -         Creo que será mejor que cenemos aquí – propuso, mientras se limpiaba y arreglaba la ropa.

Me incorporé y cogí las braguitas para subirlas, pero él me ordenó entonces.

-         No, no te vistas, mejor desnúdate, quítate toda la ropa, hazme la cena desnuda y deja que te posea cuando me apetezca.

Esas palabras volvieron a encenderme, haciéndome estremecer. Hice lo que me pedía y me desnudé por completo, dejando la ropa en mi habitación. Volví al salón y le pregunté si deseaba tomar algo mientras tanto.

-         No, solo verte mientras cocinas.


Nos dirigimos hacia la cocina y me puse un delantal. Alberto se quedó en la puerta de la cocina, mientras yo trasteaba en la nevera sacando algunas cosas para cocinar. Saqué una lechuga, dos zanahorias y un par de tomates para hacer una ensalada y también un par de huevos para hacer tortillas, pues no tenia mucho más, ya que no esperaba que cenaramos allí. Estaba excitada, y sentía los ojos de Alberto sobre mi espalda. Estaba segura de que estaba maquinando algo, aunque le hubiera conocido aquella misma mañana, algo en mi me decía que le conocía mejor que a nadie en el mundo, y podía sentir su deseo por mí, sus ganas de poseerme, sus pecaminosos pensamientos hacia mí. Estaba inmersa en esos sentimientos y en esos pensamientos, cogiendo el cuchillo para cortar las verduras, cuando sentí su cuerpo pegarse al mío. Sus manos acariciaron mis senos por debajo del delantal, luego dirigió una hacia donde estaban las zanahorias y cogió una, la más grande.

- Separa las piernas, nena - me ordenó y yo obedecí.

Abrí las piernas y sentí como restregaba la zanahoria contra mis labios húmedos, abrió mi sexo con sus dedos y finalmente metió la zanahoria, entera hasta el fondo. Un estremecimiento, seguido de un gemido me hicieron temblar de placer, me alcanzaron. ¿Cómo conseguía aquel hombre ponerme tan caliente en tan pocos segundos? Me hizo inclinar sobre el mármol y movió la zanahoria unas cuantas veces, dentro y fuera, dentro y fuera de mí, haciéndome estremecer y gemir de placer. Luego la sacó y me ordenó:

- Continúa cocinando, nena – y se quedó la zanahoria.

La decepción me hizo temblar. Seguí cocinando, pero mi amante siguió detrás de mí, acariciándome a veces, excitándome, metiéndome la zanahoria otras veces, y haciéndome suspirar de deseo. Como pude terminé de hacer la cena, la serví y nos sentamos a la mesa. Allí, Alberto siguió excitándome, acariciando mi sexo de vez en cuando, metiendo sus dedos en mí o acariciando mis senos. Al terminar la cena yo estaba tan excitada que no creía que pudiera aguantar más, necesitaba liberarme, sentirle dentro de mí y correrme. Y él pareció comprender que esa era mi necesidad, pues tras ayudarme a quitar la mesa me dijo:

-  Dóblate sobre la mesa como antes, voy a follarte otra vez.

Todo mi cuerpo se estremeció ante aquella declaración e hice lo que me ordenaba, me incliné sobre la mesa, abrí las piernas y esperé, mientras él se bajaba el pantalón y se ponía un condón. Sentí como me penetraba, como se introducía en mi de un solo golpe, enterrando toda su verga en mi hasta el fondo, gemí, luego empezó a moverse dentro y fuera, dentro y fuera, se detuvo y esperó unos segundos, luego sacó su miembro casi por completo y volvió a penetrarme hasta el fondo, yo gemía extasiada. Volvió a sacar su miembro casi por completo y a penetrarme con él y empecé a sentir el orgasmo por lo que le avisé:

- Señor, me voy a correr.

- Pues córrete, dame tu placer - me dijo, empujando con fuerza una y otra vez, hasta hacerme explotar en un maravilloso orgasmo. Siguió empujando y también él se corrió. Se derrumbó sobre mí y nos quedamos inmóviles un rato, hasta que él se levantó y dejó que también me levantara.

Estaba aturdida, satisfecha y feliz.

- Creo que necesito una ducha - le dije a Alberto.

- Bien, si me permites, creo que yo también la necesito – dijo quitándose el condón.


Lo cogí de la mano y lo llevé hasta el baño. Allí lo desnudé y una vez desnudo, me arrodillé frente a él, su sexo se mostraba altivo, erecto de nuevo, lo cogí, acerqué mi boca y lamí el glande, luego lo introduje en mi boca, sin dejar de observar a Alberto que me observaba relamiéndose de deseo. Enredó sus manos en mi pelo y yo seguí chupando, sintiendo el sabor de su erecta verga, lamiéndola, chupeteándola, disfrutando. Alberto gemía y dirigía mis movimientos sobre su verga, hasta que extasiado me dijo:

-         Ponte en pie, ven.

Me puse en pie y él me hizo poner de cara al espejo, frente al lavamanos, dándole la espalda, metió sus dedos entre mis piernas, acarició mis labios vaginales y metió un par de dedos en mi vagina, gemí al sentirle, estaba tan húmeda, excitada, le quería dentro de mi otra vez. Pero en lugar de penetrarme, me llevó hasta la ducha, encendió el agua y se metió conmigo. El agua empezó a resbalar por nuestros cuerpos, me abrazó y me besó con pasión durante unos minutos. Después me aupó, apoyándome sobre la fría pared de mármol y se incrustó entre mis piernas, guiando su verga penetrándome completamente. Gemí al tenerle de nuevo dentro, mordí sus labios que aún me besaban y no tardé en sentir sus embestidas. Me penetraba con fuerza, salvajemente, como si quisiera atravesarme con su polla, y yo me sentía en la gloria, disfrutando del mejor sexo que había tenido en meses, sintiendo como su verga se hinchaba dentro de mí, como me llenaba, aunque está vez puesto que no se había puesto condón, sacó su polla de mí justo antes de correrse. Me hizo arrodillar frente a él y metió su verga en mi boca, haciendo que la chupara. Entro y salió de mi boca varias veces, hasta que finalmente se corrió ordenándome:

Trágatelo todo, puta.  



Y lo hice. Traté de tragarme todo su semen. Cuando terminé, me hizo poner en pie, me beso apasionadamente y continuamos duchándonos. Después, me llevó a la cama. Estaba agotada y necesitaba dormir al igual que él.

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